Barcelona y Madrid en 36 horas, Delphine de Vigan  (Boulogne-Billancourt, 1966) pasa por España para presentarnos su última novela, Las Lealtades (Anagrama), en el Instituto Francés. Una obra breve y precisa, que nos golpea como un látigo para dejarnos, tras su lectura, una larga y pausada reflexión. Su paso relámpago es el preludio de una intensa historia sobre la adolescencia, el divorcio, el alcoholismo y los pactos de lealtades que nacen y conviven en los cuatro personajes de su novela. Allí donde más duele, De Vigan mete el dedo y nos sitúa, como buenos lectores, cara a cara ante la realidad. ¿No queríais divorcio? Pues allí lo tenéis. ¿No queríais libertad? Pues estas son sus consecuencias.

Delphine de Vigan saltó a la fama con Nada se opone a la noche (Premio de Novela Fnac y Premio Renaudot de los Institutos de Francia, entre otros), una novela con tintes autobiográficos sobre su infancia al lado de una madre atormentada y su paso a la edad adulta. En Días sin hambre nos habló de su experiencia frente a la anorexia que padeció la propia escritora y en Basada en hechos reales (premio Renaudot y Goncourt de los Estudiantes), la autora se acercaba a la experiencia de una escritora. En todas sus obras, Delphine de Vigan reflexiona sobre la adolescencia, etapa crucial del ser humano y que compara indefinidamente a la suya, adolescencia rota, herida, malograda vitalmente pero que probablemente hizo de ella una escritora.

La novela parte de un título sugerente y, a la vez, rotundo, Las Lealtades. “En efecto. Surgió una mañana, a raíz de una conversación con mi editora, cuando nos pusimos a hablar de los padres de unos alumnos sobre lo que era la cuestión de lealtad –nos cuenta-. Eso me hizo reflexionar sobre la cantidad de situaciones en la vida en las que uno se enfrenta a esa lealtad, a lo que se puede o no decir, a lo que se puede hacer o no. Recuerdo que le comenté que podría ser un buen tema para una novela y que podríamos llamarla Las Lealtades. Mi editora me propuso reservar el título de antemano y quizá fue eso lo que hizo que la palabra me rondara por la mente durante un tiempo. Meses después volví a esa idea pero de una forma más formal”.

Pregunta. ¿Por qué prefirió optar por un formato corto al contrario que en sus novelas anteriores?

Respuesta. La forma breve me permitía un texto más potente, casi un puñetazo al lector. La manera en la que yo podía hablar de este concepto de lealtad era a través del mundo de los hijos de padres separados. Probablemente porque lo viví yo misma en mi piel y lo he observado, a lo largo de los años, a través de las experiencias de mis propios hijos, cuando me separé de su padre. Me sorprendía ver cómo eran capaces de separar los dos universos, la casa de su padre, la mía, sin que les pidiésemos nada. Tenían un cuidado enorme de no hablar de uno delante del otro, de no revelar lo que pasaba en casa de uno o de otro, aunque no fuera nada conflictivo. Esa lealtad original que tenemos todos hacía nuestros padres fue para mí un tema importante de reflexión. Esta tendencia que tienen los niños de proteger a sus padres fue el tema que más me interesó.

P. A través de los cuatro personajes que alternan las voces en su novela retrata el universo adolescente pero también explora a otros personajes que se mueven por el microcosmos del colegio y que además están expuestos a otras lealtades, ¿no?

R. Quise meterme en otras situaciones, como la de la familia de estos chicos, la sociedad en la que se mueven, la institución, el colegio, realidades en las que uno se muestra leal. Dos de mis personajes son preadolescentes. Me gusta mucho esta edad, sobre todo en los chicos. Parecen muy niños, su voz no ha cambiado y, sin embargo, hacen algunas tonterías muy gordas. Pero también me interesaban los dos personajes femeninos, Cécile que encarna la lealtad conyugal y social, Hélène, que se ha prometido ser leal consigo misma, con sus ideas, pero que debe romper para ello con los códigos del colegio en el que trabaja.

P. Théo y Mathis son dos niños de 13 años que beben.  ¿Piensa que ahora el alcohol ha cobrado mayor importancia entre los más pequeños?

R. Pienso que hoy en día existe un problema enorme de alcoholismo, sí, aunque se pretenda mirar hacia otro lado. En Francia todas las estadísticas confirman que los jóvenes empiezan a beber cada vez antes. Tengo amigos en hospitales que me han dicho que todas las semanas llegan niños en coma etílico a los que deben reanimar. Y hace unos ocho años una mujer, también editora, me contó durante un almuerzo que su hija de 13 años se había ido una noche a beber con amigos. Todos los niños habían mentido a sus padres diciéndoles que dormían en casa de unos y de otros; todos eran de un medio social privilegiado y se habían encontrado esa noche. Al final, la hija de esta editora había bebido tanto que había caído en coma, derrumbándose en un banco en la Plaza de los Inválidos. Como todos habían mentido, nadie se atrevía a confesárselo a sus padres y la habían dejado allí, abandonada, en coma y con un frío horroroso. Gracias a Dios uno de ellos, al llegar a su casa, se lo había dicho a su padre, que era médico. Pudieron ir a buscarla y salvarla. Esta historia me marcó mucho porque demuestra hasta qué punto el miedo nos aleja de los otros.

P. El escenario más recurrente de su novela y en donde se fragua la trama es el colegio de los niños...

R. Sí. Durante la redacción del libro estuve en contacto con una profesora de biología que contestó a mis preguntas y me ayudó a entender los entresijos de un colegio. Me mandó el programa de sus clases, por ejemplo, en las que enseñaba precisamente el aparato digestivo, lo que me sirvió para incorporar una escena entre los niños y Hélène en la que les explicaba los problemas de la absorción del alcohol. La verdad es que al final toda la novela funciona como un puzle.

P. ¿Qué diferencias existen entre los adolescentes de hoy en día y la adolescente que usted fue?

R. La vida ha cambiado completamente. Por un lado es tan diferente y, por otro, existe algo inamovible en el hecho de ser adolescente. El sentimiento de no estar en tu lugar, todas las preguntas que uno se hace a esa edad, el sentimiento de soledad, es el mismo de siempre. Ahora bien, creo que el alcohol y la droga llegan antes a la vida de los niños. Las redes sociales también son algo nuevo. Hoy en día se enfrentan más jóvenes que antes a los problemas. Tienen acceso a una sobreinformación, preguntas angustiosas a las que no estaban expuestos antes de las tecnologías. Es una edad complicada, de secretos, de simulaciones, en la que se respeta una especie de pacto de silencio. Según los adolescentes, los adultos no están aquí para ayudarlos sino para complicarles la vida.

P. Cuatro personajes alternan sus voces en la novela, como una verdadera sinfonía. Sin embargo, en este microcosmos, apenas se rozan. Se cruzan pero sin tocarse. ¿La soledad es uno de los temas que recorren la vida de todos los personajes?

R. Quería abordar la idea de que la lealtad nos construye pero también nos aleja de los demás, nos aísla y nos encierra. Es verdad que mis personajes viven en su soledad porque cada uno debe resolver esta pregunta de una manera urgente y crucial. Para Hélène es justamente la promesa que se hizo de nunca abandonar a un niño en su sufrimiento lo que la llevará a salvar la vida de Théo. Cécile tendrá que cuestionar la promesa que le hizo a su marido en su contrato de matrimonio. Y Mathis deberá quebrantar la lealtad con su amigo para poder salvarlo. Para mí, era eso también el leitmotiv de mi obra, personajes que están en un momento crucial de sus vidas por razones muy diferentes y que deben plantearse si pueden o deben traicionar o no esa lealtad.

@JacintaCremades