Arte

Bienal de Canarias: Arte migratorio y de espacios corrompidos

1 Bienal de Canarias

7 diciembre, 2006 01:00

The Plug Inn Hotel, 2006, de María Papadimitriou, en el Castillo de San Gabriel, en Arrecife, Lanzarote

Directora: Rosina Gómez Baeza. Comisario artístico: Antonio Zaya. Varios espacios. Islas Canarias. Hasta el 10 de febrero.

Todos los comienzos son difíciles. Eso pesa y se acusa fuerte en esta primera edición de la Bienal de Canarias, cuyo resultado no es todo lo satisfactorio que sería de desear, pero cuyo planteamiento interesa al estar centrado sobre dos cuestiones que, englobadas en la interrelación de arte y naturaleza, resultan determinantes de nuestra actualidad y de nuestro futuro, ya en la cultura de después del bienestar. Son el tema de los flujos migratorios -con sus cuestiones añadidas de identidad y urbanidad-, y el tema de las corrupciones del paisaje -o de los paisajes de la corrupción- llevadas a efecto a través de una política económica, de una arquitectura y de un urbanismo desaforados. El archipiélago canario está en el centro de ese debate, y para reflexionar públicamente sobre ello el Gobierno de Canarias ha organizado este evento recurriendo al formato de "bienal", y contando con la dirección hábil de Rosina Gómez-Baeza y con el comisariado siempre entusiasta y un punto utópico de Antonio Zaya.

Sufrimos hoy una especie de "bienalitis", una epidemia o abundancia excesiva de bienales, paralela a la inflación de museos y ferias de arte, signos inexorables de un tiempo globalizador y anclado en la cultura de la novedad. Dentro del formato "bienal de arte", hay ahora dos tipos básicos: las bienales de paracaidistas (en las que los mismos temas, los mismos gestores, los mismos artistas y aún las mismas obras sirven para cualquier lugar del circuito internacional donde se les solicite que aterricen), y otras bienales más complejas, más desarticuladas, en las que la manifestación artística se organiza atendiendo a un espacio político, tratando de crear condiciones locales favorables a la cultura, activas en especial cuando la fiesta haya terminado. A este segundo tipo se propone pertenecer la Bienal de Arquitectura, Arte y Paisaje de Canarias. Cuando el proyecto es efectivamente cultural, queda abierto a la dialéctica y a la contestación, y así lo ha experimentado esta Bienal en la sesión inaugural de su programa teórico, simposio que tuvo lugar en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna, donde, al tomar la palabra la Viceconsejera de Cultura, su intervención se vio desairada al levantarse todos los alumnos de Bellas Artes presentes en el acto, darle las espaldas y presentar a la concurrencia carteles de "arte y paisaje, menudo montaje" y denuncias de que su Facultad lleva instalada 60 años en una impracticable sede provisional. Una contestación de formas civilizadas, que acalló hasta el aplauso de cortesía. Fue un acto en el que, también, algunos ponentes dejaron en el aire cuestiones referidas al futuro de la estética ante situaciones socioeconómicas y socioculturales tan graves como la emigración o el sida, o como la presión de los intereses comerciales y de dominación del Norte sobre el Sur. ¿Hacia un arte, pues, sociopolítico? No podía ser otra la orientación de esta Bienal.

Con sedes dispersas en las siete islas, las casi setenta exposiciones, instalaciones e intervenciones específicas de la Bienal no tratan de formar ni una macro-exposición de pabellones por países, ni unas olimpiadas de los mejores del arte actual, ni un tour turístico de largo recorrido, sino una suerte de constelación de presencias y de prácticas de artistas europeos, africanos e iberoamericanos, que hacen escuchar otras voces, ver otras miradas y conocer otros caminos desde espacios naturales, sitios urbanos, lugares históricos y museos y centros de arte canarios. El acierto mejor de la Bienal posiblemente sea esta postura de rehuir el gran espectáculo y de propiciar -en lo posible- cierta posición crítica con el concepto habitual de exposición. Otro logro ha sido producir gran número de los proyectos. ¿Los más interesantes? Las dos piezas mayores costeadas por la Bienal son, desde luego, la instalación escenográfica y sonora Escalera al cielo, de Alfredo Jaar (Chile, 1956), creando una nube de humo en el imponente interior circular del Espacio Cultural El Tanque, en Santa Cruz de Tenerife, en memoria de los dos adolescentes africanos que en 1999 murieron congelados en el tren de aterrizaje del avión en que emigraban de Guinea-Conakri a Bruselas; y asimismo la instalación Holly Land 1, de láminas de espejo, que Kader Attia (Francia, 1970) ha dispuesto en la playa de El Cotillo, en Fuerteventura: clavadas en la arena y vistas desde el mar, estas ojivas de espejo atraen como joyas de luz, mientras que, contempladas de cerca, sus imágenes remiten al mismo mar que reflejan, o recuerdan las formas de las lápidas de un cementerio. Es justo subrayar el interesante conjunto de videoproyecciones que el Museo de Bellas Artes de Santa Cruz presentan de tres artistas venezolanos: Hogar canario, de Alexander Apóstol (1969), sobre emigrantes canarios en Caracas; Loop, de Sergio Brito (1960), un "bucle" sobre las vueltas cíclicas del viaje migratorio; y El león de Caracas, de Javier Téllez (1969), mezcla de folclore popular, rito religioso y arte del absurdo. Obras de resistencia, aunque ya conocidas, son el excelente World map, de Hamdi Attia (Egipto, 1964), en Casa Vegueta, de Las Palmas, sobre el mundo que resultará de las actuaciones militares y coloniales en curso; la exacta y seductora videoinstalación La hora de la oración, de Eija-Liisa Athila (Finlandia, 1959), sobre el alcance espiritual de la muerte en nuestra vida común; y el vídeo documental y -a la vez- de ficción Arabian Stars, de Jordi Colomer (Barcelona, 1972), sobre el sinsentido de la cultura occidental en los escenarios medievales de Yemen, enclave incluido recientemente por Estados Unidos en "el eje del mal".