La salud de un clásico se mide por su capacidad de inspirar a la posteridad. Alonso Quijano el Bueno es un símbolo universal de idealismo, nobleza de espíritu y generosidad. Es un loco, pero un loco heroico y abnegado que se rebela contra la mediocridad. ¿Es posible el quijotismo en nuestros días, cuando el ideal de hidalguía ha caído en el olvido y el descrédito? Salman Rushdie (Bombay, 1947) se atreve a intentarlo, pero desde una perspectiva irónica y desencantada, rebajando al personaje a la condición de antihéroe extraviado en los paisajes líquidos de la posmodernidad. Su caballero andante se llama Ismail Smile, un viajante de origen indio que trabaja como comercial de una farmacéutica. La fuente de su extravío no serán las novelas de caballería, sino las series, los concursos y los reality shows, que han transformado la indignidad en un espectáculo de masas. Su Dulcinea es “la hermosa, ingeniosa y adorada señorita Salma R.”, una estrella de Bollywood que ha conquistado al público estadounidense con su belleza exótica. En “la Era Donde Puede Pasar Todo”, Rocinante será un antiguo Chevrolet Cruze gris metalizado y Sancho Panza, un hijo imaginario de quince años de edad que se materializa en blanco y negro. Ismail Smile recorre América para conquistar a la sensual y misteriosa Salma R. Sus aventuras comenzarán en el Medio Oeste y concluirán en Nueva York. No devora millas tan solo por impulso amoroso, sino con el propósito de explorar su interior y convertirse en una persona mejor.
La América del siglo XXI soporta muchas calamidades: racismo, desigualdad, exclusión, una creciente plaga de opioides, pueblos casi vacíos y desmoralizados. El nihilismo se propaga como un virus letal. No hay rebeldía ni resignación. El fatalismo ha sumido a las conciencias en el sopor y la indiferencia. Smile vive en la carretera, con la mirada fija en el horizonte. Atraviesa lugares reales, pero también espacios imaginarios. Cabe preguntarse a qué género pertenece el Quijote de Rushdie. En un mundo digital que difumina las barreras entre realidad y ficción, ya no cabe hablar de “naturalismo” o “ciencia ficción”. Avanzamos hacia un porvenir de rutas reversibles, donde la imaginación y la experiencia ya no están escindidas. Quizás por eso Rushdie introduce en la novela a un autor imaginario, el mediocre Sam DuChamp, que se disputa con Rushdie la creación del Quijote americano. Este conflicto insinúa que Alonso Fernández de Avellaneda no fue un usurpador, sino un cooperador necesario. El universo no se escribe en una sola dirección. Las identidades no están cerradas. Se fecundan mutuamente en un proceso sin fin. Salman Rushdie sigue la estela de otros imitadores ilustres del Quijote, como Shakespeare, Henry Fielding, Charles Dickens, Nikolái Gógol, Alphonse Daudet, Mark Twain, Gustave Flaubert, Pérez Galdós, Chesterton y Graham Greene. No todos los autores citados recrearon explícitamente las andanzas del hidalgo enajenado, pero sí se inspiraron en sus peripecias para urdir tramas con personajes que han perdido la razón y sueñan con hazañas improbables. Søren Kierkegaard afirmó que sería conveniente crear un equivalente femenino de Don Quijote. Ortega y Gasset contestó que ya existía: Emma Bovary, un “Quijote con faldas”.
Eso sí, Alonso Quijano y Emma Bovary pagan con su propia vida la temeridad de querer vivir existencias soñadas, peripecias que no tolera el mundo real. Rushdie no acepta que la muerte tenga la última palabra. Prefiere dejar una puerta abierta. “¿Quién sabe lo que hay al otro lado? […] Al otro lado de la puerta hay esperanza. Quizás exista a fin de cuentas la vida después de la muerte”. El blasfemo autor de los Versos satánicos se revuelve contra el pensamiento científico y racional, que aboca al ser a la nada. El Quijote de Rushdie pertenece al género de las distopías, pero el augurio de un porvenir sombrío no estorba al humor y no se excluye la posibilidad de sortear los abismos.
Salman Rushdie no ha escrito su mejor novela, pero ha compuesto una parábola que reproduce la atmósfera de nuestro tiempo
Ismail Smile es un nombre irónico y paradójico. Smile es un apellido que transmite humor y alegría, pero en este caso la sonrisa se queda suspendida entre el horror y la perplejidad. Ismail evoca al Ismael de Moby Dick, pero esta vez lo misterioso y horrible no es una criatura de las profundidades, sino la sucia realidad de un país deprimido y aletargado. En la era de Trump, todo es incierto. Nadie sabe quién es realmente. Las identidades son difusas y cambiantes. Los afectos se rompen por una nimiedad, el arribismo contamina el trabajo, la prensa miente sistemáticamente, el ocio es degradante y la democracia chapotea en el cieno de la corrupción. La imaginación es la única alternativa para huir de la fealdad, la inmoralidad y la estridencia. Gracias a la capacidad de imaginar y soñar, Ismail Smile no solo viaja por el sueño americano. También se desplaza por el tiempo, encontrándose con Hans Christian Andersen, los Beatles y Shakespeare.
Rushdie apunta que vivimos en un período histórico dominado por la lógica del absurdo y la hegemonía de lo público. La virtud es irrelevante en un mundo donde se hace cualquier cosa para lograr un minuto de gloria. El Quijote del escritor indio-británico puede leerse como una visión esperpéntica de la América de Trump, donde se grita para esconder el miedo y se insulta porque se ha perdido la destreza de argumentar. La cultura pop salpica toda la novela: Regreso al futuro, Men in Black, Heidi Klum, Candy Crush, Elon Musk. DuChamp, el ficticio escritor que emerge a mitad de la trama, revelando su condición de impostor y artífice, es un mediocre autor de historias de espionaje. No es un autorretrato de Rushdie, sino una radiografía de las últimas décadas, donde la banalidad se ha apropiado de la vida pública, los intelectuales han renunciado al compromiso y la insatisfacción se ha adueñado de todo. De nuevo, DuChamp esconde un juego de palabras con un mensaje esclarecedor: la utopía del antiartista Marcel Duchamp se ha cumplido. Lo fugaz e intrascendente ha desplazado a lo imperecedero y significativo. Todo es un juego y nada importa demasiado. En esta ocasión, el realismo mágico de Rushdie es engañoso. Lo mágico persiste, pero se ha teñido de desaliento. La triste figura de Quijote-Smile colinda con la mofa y la estulticia.
Salman Rushdie no ha escrito su mejor novela, pero ha compuesto una parábola que reproduce escrupulosamente la atmósfera de nuestro tiempo. Su Quijote posmoderno puede resultar repelente para muchos, pero es el signo de una época que prefiere el entretenimiento a las certezas, el placer al esfuerzo, el escándalo a la ejemplaridad. Sin embargo, no todo está perdido. Aún son posibles el amor y la esperanza. Para Rushdie, el realismo mágico no es una simple técnica narrativa, sino una apertura a lo inaudito que se opone al destino ciego y fatal de la tragedia clásica. Don Quijote triunfa sobre los molinos del siglo XXI, mostrando que todos los finales están abiertos y que los sueños son algo más que sueños.