Fiel continuador de la tradición de autores polacos que han dado cuenta de las muchas heridas sufridas por su país a lo largo del siglo XX, entre los que destacan sus amigos los Nobel Czesław Miłosz y Wisława Szymborska, el poeta Adam Zagajewski (Lwów, actual Ucrania, 1945) es hoy uno de los grandes escritores centroeuropeos, reconocido con galardones como el Neustadt, el Heinrich Mann o el Princesa de Asturias y recurrentemente nominado a un Nobel que ha recaído hace unos días en su amiga y paisana Olga Tokarczuk, “dueña de una imaginación muy bella, capaz de recrear la historia y mostrar su trasfondo espiritual”. Ética y estéticamente independiente, la poesía del polaco, a un tiempo elegíaca e intelectual, remite a un momento muy preciso de Europa en el que la cultura parecía la única forma de consciencia y salvación.

Los variados ecos de ese siglo XX, perdido en la encrucijada del desarraigo y el horror, se funden en el volumen Una leve exageración (Acantilado), una peculiar autobiografía espiritual e intelectual donde el poeta ofrece un recorrido por la multitud de motivos, a veces sutiles y otras contradictorios, que le conforman. Un flujo de fragmentos en movimiento, muchos breves como apuntes, otros extensos y de más calado, que suponen un encuentro vigorosamente próximo con el pensamiento de Zagajewski, formado como filósofo, y con las pulsiones más secretas de su vida como hombre y como escritor.

Está en estas páginas, por ejemplo, el fatum de exiliado que ha heredado de una familia expulsada de su tierra secular, hoy parte de otro país, y también el peso del silencio que impuso el gris comunismo, todo ello aderezado con reflexiones sobre literatura, arte y música o consideraciones filosóficas que mantienen intactas la capacidad poética de Zagajewski para encontrar, en medio de la multitud cotidiana, un chispazo de verdad que nos hace ver la realidad desde otro ángulo, lo que él llama “epifanías”. Y es que más allá de la poesía, el compromiso último de Zagajewski es con la palabra, lo único que nos queda cuando todo lo demás desaparece.

Pregunta. Buena parte de este libro narra la búsqueda de las raíces de su familia, desterrada de Lwów después de siglos, tras la Segunda Guerra Mundial, ¿qué significan para usted estos recuerdos heredados?

Respuesta. Suponen una de las dos caras de mi memoria. En las paredes del piso de mis padres había exclusivamente cuadros y fotografías que representaban calles, iglesias y plazas de Lwów. Así que, por un lado tengo recuerdos físicos de mi infancia, de la calle, de los árboles, los que todo el mundo tiene. Pero además, debo añadir los no vividos, los vinculados con esa situación de mi familia y de muchas otras de mi entorno, en el que todo el mundo de las generaciones anteriores decía que pertenecíamos a un lugar distinto, a una especie de paraíso perdido al que algún día volveríamos. Viví mi infancia con este trasfondo de provisionalidad donde la gente pensaba el hoy como algo de paso y habitaba en el ayer idílico.

P. Asegura en un momento del libro que tal vez nunca hubiera escrito nada sin esa pulsión de los exiliados. ¿En qué sentido lo dice?

R. Me refiero a que seguramente hubiese sido un escritor distinto. Mi añoranza por Lwów surgió paulatinamente, no en mi juventud. La primera parte de mi obra la orienté a cuestiones más políticas relacionadas con lo que se denomina la poesía cívica. Pero cuando llegué a los 30 y los 40 años comprendí cada vez más la importancia de esta pérdida heredada. Fue cuando escribí “Ir a Lwów”, uno de mis poemas más importantes. Y también comprendí que para un escritor tener esa pérdida tan grande en su vida es a la vez un regalo, porque le da un significado complementario a cualquier experiencia propia. 

"La literatura europea, y quizá toda la del mundo, no es política, sino una humana, trata esencialmente sobre cómo ser humano"

P. Mezcla este texto reflexiones literarias y artísticas, observaciones históricas y filosóficas, experiencias personales… ¿qué le aporta este tipo de escritura diarística que no le da la poesía?

R. Me da, en cierto sentido, mayor libertad y capacidad de explicación. Cuando escribo poesía, casi todos mis poemas nacen en un momento de epifanía, de revelación, un chispazo que logra condensar y plasmar una realidad. Pero cuando escribo en prosa todo es más intelectual, más demorado, más racionalista. Es como si estuviera colmando la brecha entre múltiples epifanías. Puedo hacer referencia amplia a libros que he leído, a pinturas que he observado, puedo abarcar sin excepción todos los matices de mis lecturas y mi personalidad, un poder de revelación de mí mismo que, sin lugar a dudas, es algo muy complejo de alcanzar en poesía.

Sin embargo, Zagajewski advierte al comienzo del libro “no diré todo a pesar de todo”, un pudor que achaca en buena medida a ese silencio generacional, común a todos los países del Este. “Es un fenómeno relacionado claramente con la dimensión social, pues con el comunismo, igual que con otros regímenes, había muchas cosas que tenían que vivirse en silencio para huir de una censura masiva que fue en cierta medida interiorizada por la población”, explica. Pero además, el escritor reconoce que “mi propia familia era silenciosa. Uno de los valores más elevados para ellos era el ser discreto, como si las cosas se entendieran por sí solas. Pero yo de joven ya era un lector muy ávido y me di cuenta de que la literatura tiene muchas corrientes de voces muy distintas, así que decidí decir más que lo que decía mi familia, dar voz a esos silencios, que es también uno de los papeles de la literatura”.

P. “La literatura, el arte en esencia, consiste en la defensa de la humanidad, y ahí no hay política que valga”, asegura. ¿Militante en su juventud, en qué momento advirtió que el arte no necesita ideología y decidió desvincularlo de la política?

R. No fue un cambio de un día para otro, claro. El motivo principal se dio a finales de los 70, cuando estaba muy involucrado en el movimiento político de la oposición. De pronto me di cuenta de que no podía escribir poesía, nada me venía a la mente. Hasta que fui a vivir a Berlín Occidental en un intercambio de jóvenes escritores, donde me quedé aislado de este ambiente opositor. Estar fuera me ayudó a desarrollar una nueva manera de escribir, menos dependiente de las posiciones políticas y más centrada en las emociones existenciales. Después, tanto en Berlín como en París aprendí sobre literatura alemana y francesa, y cada vez vi más claramente que la literatura europea, y quizá toda la del mundo, no es una literatura política, sino una literatura humana, que trata esencialmente sobre cómo ser humano.

"El nacionalismo es el estado previo al fascismo, así que sólo estamos a un paso de lo que sería el resurgir de lo peor del siglo XX"

P. Sin embargo en ocasiones, usted mismo achaca a escritores y artistas vivir en una esfera aparte, ¿dónde está el límite cívico entre preocuparse por la política y convertirse en un fanático?

R. Este tema daría para un libro entero. En los 80, cuando vivía en París, fui duramente criticado por algunos de mis amigos polacos, muy implicados en la lucha contra el Gobierno comunista durante la época de la ley marcial y del movimiento Solidaridad. Casi todos los poetas de Polonia participaban entonces de esta poesía de la rebelión, y yo me di cuenta de que eso era algo demasiado fácil, algo que, a fin de cuentas, todo el mundo hacía. No es que estuviera tratando de diferenciarme a propósito, pero yo tenía otros intereses, cosas nuevas en mi vida. Desde entonces han pasado 30 o 35 años, y de pronto hay nuevos puntos de interés y de ansiedad políticos. Uno de ellos es el nacionalismo, que es el estado previo al fascismo. Así que sólo estamos a un paso de lo que sería el resurgir de lo peor del siglo XX, algo que obviamente me preocupa, pero para mí sería difícil ahora escribir poesía sobre este tema.

No obstante, el poeta es un furibundo crítico del ultraconservador y populista gobierno de Ley y Justicia, afirma que tiene “la expectativa de que los poetas más jóvenes sí lo hagan, porque ese sería su papel. Es valioso perder la juventud en algo positivo, como buscar el bien social”. En su caso, el modo de posicionarse es a través de la Gazeta Wyborcza, el primer periódico libre de Polonia desde 1940 donde “no escondo mis verdades y escribo mis opiniones sobre ese nacionalismo estúpido de derechas que me empuja al izquierdismo. De entre todos los escritores pertenezco al grupo de los que se expresa más abiertamente respecto a la política, pero no tanto en mis poemas, sino más bien en el campo periodístico”.

En este sentido, Zagajewski se muestra esperanzado tras las elecciones del pasado octubre en el país, donde si bien Ley y Justicia ha obtenido la victoria de nuevo, ha perdido su mayoría en el Senado. “Fue un gran momento de alegría, porque refleja que algo está cambiando, que comienza a haber grietas en el poder. Aún conservan el Parlamento, pero esperemos que esta victoria pírrica sea el principio del fin para ellos y signifique un lento retorno al pluralismo que es la esencia de la democracia”, desea el escritor.

"La poesía ocurre entre la tensión constante entre una vida ideal que no existe y una vida real que está repleta de rutina"

P. Por las páginas de Una leve exageración desfilan grandes amigos suyos como Czesław Miłosz y Zbigniew Herbert. ¿Dónde considera su propio lugar en la tradición poética polaca?

R. Hay una generación previa a la mía que fue la gran generación seminal, equivalente a la del 98 en España, la de Miłosz, Herbert, Szymborska, Aleksander Wat… Me veo a mí mismo como un continuador de esa genealogía, un defensor del conservadurismo estético. Allí donde muchos poetas posteriores se rebelaron y rechazaron rotundamente esa herencia, yo decidí que debería encontrar mi propia voz para ser distinto, pero no interrumpir la continuidad secular. Es una defensa de algo que podemos llamar "lo espiritual", aunque no sé cómo definirlo. Está más en la esfera mental, intelectual.

P. De hecho en el libro se refleja su atracción por “lo espiritual”, “lo inefable”, algo que, como dice, es incapaz de explicar, ¿sólo es posible hacerlo mediante la poesía o ni si quiera así?

R. Afortunadamente los poetas no tenemos por qué dar definiciones de nada (risas). Sinceramente, aún indefinible, creo en la existencia de ese algo espiritual, pero la poesía es solamente uno de los lugares donde aparece.  También se puede hallar en novelas extraordinarias, en Tolstói, en Saul Bellow, en el Quijote, mismo, y desde luego en otros lugares como las grandes películas, la pintura, la música…

P. Otro elemento recurrente en sus reflexiones es el choque entre el mundo poético, onírico e intelectual y la realidad cotidiana, ¿son dos mundos distintos? ¿Lo poético tiene origen en nuestra imaginación o en el mundo real?

R. Es una gran pregunta, y me temo que la respuesta es relativa. De hecho, tengo una nueva colección de poemas, publicada en Polonia hace unas semanas, que he titulado La vida verdadera donde cito al filósofo Emmanuel Lévinas, que dijo una frase maravillosa: “la vida real está en otro lugar, pero estamos aquí”. Para mí la poesía ocurre en el medio, en esta tensión constante entre una vida ideal que no existe y una vida real que está repleta de rutina. Deben combinarse, porque escribir únicamente sobre una vida que no existe corre el riesgo de convertirse simplemente en retórica, así que es necesario que la vida real nos fuerce a ver las cosas como son.

Ir a Lwów

Ir a Lwów. Cuál es la estación

a Lwów, si no en un sueño, al alba,

cuando el rocío brilla sobre una maleta,

cuando trenes expresos y trenes bala están naciendo.

Salir de prisa para Lwów, noche y día, en setiembre o en marzo.

Pero sólo si Lwów existe, si es posible encontrarla

dentro de las fronteras y no solo en mi nuevo pasaporte,

si lanzas de árboles -de álamos y fresnos-

respiran fuerte como indios y si las corrientes

balbucean sus oscuros esperantos

y las culebras como signos suaves en lengua rusa

desaparecen en los matorrales.

Hacer la maleta y partir,

abandonar el lugar sin dejar huella,

a mediodía, desaparecer como muchachas desvaneciéndose.

Y cardos, verdes ejércitos de cardos y abajo,

debajo del toldo de un café veneciano,

los gusanos conversan sobre la eternidad.

Pero la catedral se erige, recuerdas, tan derecha,

tan derecha como el domingo

y servilletas blancas y un balde lleno de frambuesas sobre el suelo

y mi deseo que todavía no había nacido,

sólo jardines y malezas y el ámbar de las gemas de la reina Ana

y Fredro, el indecente. Siempre había demasiado de Lwów,

nadie podía abarcar sus barrios, oír el murmullo

de cada piedra abrasada por el sol,

de noche el silencio de la iglesia ortodoxa

no era como el de la catedral,

los jesuitas bautizaban plantas, hoja por hoja,

pero ellas crecían crecían tan insensatamente

y la alegría rondaba por todas partes,

en vestíbulos y en molinillos de café revolviéndose,

en teteras azules, en almidón, que fue el primer formalista,

en gotas de lluvia y en las espinas de las rosas.

Flores congeladas de forsitia amarilleaban junto a la ventana.

Las campanas repicaban y el aire vibraba,

los tocados de las monjas navegaban como goletas cerca del teatro,

había tanta gente que tenían que hacer bis una y otra vez,

la audiencia se ponía frenética

y no quería desocupar la sala.

Mis tías no podían haber sabido aún que yo las resucitaría

y vivían tan confiadas; tan para sí;

los sirvientes, limpios y almidonados,

corrían a buscar crema fresca,

dentro de las casas cierto enojo y gran expectativa,

Brzozowski venía de visita como conferenciante,

uno de mis tíos seguía escribiendo un poema titulado Por qué

dedicado al Todopoderoso

y había demasiado de Lwów,

rebosaba el recipiente, rompía cristales,

desbordaba cada estanque, cada lago,

humeaba a través de todas las chimeneas,

se volvía fuego, tormenta,

se reía con el relámpago, se tornaba dócil,

volvía a casa, leía el Nuevo Testamento,

dormía en un sofá al lado de la alfombra de los Cárpatos,

había demasiado de Lwów y ahora no hay nada,

crece implacablemente y las tijeras la cortan,

jardineros fríos como siempre en mayo,

sin piedad, sin amor, ah,

esperan hasta que el cálido junio venga

con helechos arborescentes,

ilimitados campos de verano, es decir, la realidad.

Pero las tijeras la cortaban,

a lo largo de la línea y a través de la fibra,

sastres, jardineros, censores cortaban

el cuerpo y las coronas, las podadoras operaban

diligentemente, como hacen los niños para recortar figuras,

a lo largo de la línea punteada de un corzo o un cisne.

Tijeras, cortaplumas y filos de navaja raspaban,

cortaban y acortaban la vestimenta voluptuosa de los prelados,

de las plazas y de las casas y los árboles caían silenciosamente,

como en una jungla y la catedral temblaba,

la gente decía adiós sin pañuelos, sin lágrimas,

con la boca tan reseca, no te veré nunca más,

tanta muerte te aguarda, por qué deben todas las ciudades

volverse Jerusalén y todos los hombres judíos y ahora a toda prisa,

precisamente hacer la maleta, siempre, cada día

e irse sin aliento, ir a Lwów, después de todo existe,

quieta y pura como un melocotón. Está en todas partes.

Intenta alabar al mundo herido

Intenta alabar al mundo herido.

Recuerda los largos días de junio,

fresas silvestres, gotas rosadas de vino.

Los hierbajos que metódicamente invadían

las casas abandonadas de los desterrados.

Debes alabar al mundo herido.

Mirabas yates y barcos,

uno de ellos tenía que emprender un largo viaje,

al otro le aguardaba sólo la salobre nada.

Veías refugiados caminar hacia ninguna parte,

oías a los verdugos cantar

alegremente.

Deberías alabar al mundo herido.

Recuerda aquellos momentos, en la habitación blanca,

cuando estabais juntos y el visillo se movía.

Vuelve con la mente al concierto, cuando estalló

la música,

Recogías bellotas en el parque en otoño

y las hojas sobrevolaban girando las cicatrices de la tierra.

Alaba al mundo herido

y la pluma gris perdida por un mirlo,

y la luz delicada que vaga y desaparece

y regresa.

A mí mismo en mis memorias

Fluye, fluye, nube gris,

se abre la flor de la peonía,

nada te une ya a esta tierra,

nada te une ya a este cielo.

Delira en la canícula el jardín,

un gato da bostezos en el porche.

Caminas por la calle de los tilos

en flor, de qué ciudad, lo ignoras,

en qué país, no lo recuerdas.

Brillan livianos los estorninos,

la noche se aproxima suavemente, 

juegan al escondite los capullos de las rosas.

Eres tan sólo un sueño, una imagen,

sólo un anhelo eres.

Cuando te vayas, como las nubes,

se teñirá de bronce tu recuerdo.

Y rondarás los ríos

y las sombras de los árboles,

pero naufragarás en la tierra, en la tierra, en la tierra.

Canción del emigrado

En ciudades ajenas venimos al mundo

y las llamamos patria, mas breve es

el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.

Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda

el gran aro del sol

ardiente, a través del cual, como en el circo,

salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas

contemplamos las obras de viejos maestros

y, sin asombro, en añejos cuadros vemos

nuestros propios rostros. Habíamos existido

antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,

nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia

ortodoxa de París los últimos rusos blancos,

encanecidos, rezan a Dios, varios lustros

más joven que ellos y, como ellos,

impotente. En ciudades ajenas

permaneceremos, como los árboles, como las piedras.

Habla más suave

Habla más suave: eres mayor que aquel

que fuiste tanto tiempo; eres mayor

que tú mismo y sigues sin saber

qué es la ausencia, el oro, la poesía.

El agua sucia anegó la calle; una tormenta breve

sacudió esta ciudad plana, adormecida.

Cada tormenta es un adiós, cientos de fotógrafos

parecen sobrevolarnos, inmortalizar con flash

segundos de miedo y pánico.

Sabes qué es el duelo, la desesperación

violenta que ahoga el ritmo cardiaco y el futuro.

Entre extraños llorabas, en un moderno almacén

donde el dinero, ágil, sin cesar, circulaba.

Has visto Venecia, y Siena, y en los lienzos, en la calle,

jovencísimas, tristes Madonnas que ansiaban ser

muchachas normales y bailar en carnaval.

Has visto incluso pequeñas urbes, nada bonitas,

gente vieja extenuada por el sufrimiento y el tiempo.

Ojos de santos morenos brillando en iconos

medievales, ojos ardientes de bestias salvajes.

Entre los dedos cogías guijarros de la playa La Galere,

y de pronto sentías por ellos una inmensa ternura,

por ellos y por el pino frágil, por todos los que allí

estuvieron contigo y por el mar,

que aunque potente, es tan solitario.

Una ternura inmensa, como si fuésemos huérfanos

de la misma casa, para siempre apartados los unos de los otros,

condenados a breves momentos de visitas

en las frías cárceles de la actualidad.

Habla más suave: ya no eres joven,

el éxtasis ha de pactar con semanas de ayuno,

has de elegir y abandonar, dar largas

y hablar extensamente con embajadores de secos países

y labios cuarteados, has de esperar,

escribir cartas, leer libros de quinientas páginas.

Habla más suave. No abandones la poesía.