Abstemio, vegetariano, casto, antijuego, pacifista, antitabaco… En sus últimos años, tras sufrir varias crisis espirituales, Lev Tolstói (1828-1910), uno de los autores capitales de la literatura universal, trascendió al magnífico escritor para transformarse en una persona profundamente religiosa y altruista, y rechazó toda su obra literaria anterior. Ni siquiera la muy conocida carta que le envió su amigo Iván Turguénev desde su parisino su lecho de muerte para pedirle que volviera a escribir, hizo que cambiara de opinión.
Sin embargo, lo que parece un cambio radical no lo es tanto si atendemos a las dos grandes fuentes de información tolstoiana, sus Diarios y su Correspondencia, autorretratos conscientes del autor, que dan cuenta de este proceso de concienciación que se prolongó paulatinamente durante varias décadas. Así opina la traductora mexicana Selma Ancira (México, 1956), que además de estos libros ha traducido el grueso de la obra del escritor, por lo que “quizá peco de poco objetiva, pero es el más grande escritor de la literatura rusa. La cultura literaria rusa afirma que Tolstói es autor de tres grandes novelas, Anna Karenina, Resurrección y Guerra y paz, pero que la mayor de todas es su propia vida, que es apasionante, verdaderamente fuera de serie”, apunta.
Una vida llena de altibajos de la que el último capítulo es el que se condensa en el nuevo trabajo de la traductora, una versión de la obra póstuma del escritor, inédita en español, El camino de la vida (Acantilado), una especie de breviario, en librerías desde el próximo día 6, donde “el Tolstói pensador y filósofo, el Tolstói que ya ha recorrido un largo camino, vierte los pensamientos y máximas de diferentes sabios y filósofos de todos los tiempos y de todas las tradiciones. Es un compendio de sabiduría que estuvo preparando durante décadas”, resume Ancira.
Y es que, para la traductora, que ha traído al español también las palabras de otros gigantes rusos como Pushkin, Dostoievski, Tsvietáieva o Bulgákov, la importancia de Tolstói trasciende su magnífica obra literaria y reside, por lo menos de igual modo, en este destilado de máximas que es la culminación de su obra moral y la expresión más completa de su pensamiento espiritual. “La clave no está en el escritor, si no en el hombre, justamente en ese camino de la vida que él recorrió”, puntualiza Ancira.
De bon vivant a santo
Tolstói nace aristócrata en una de las familias más respetadas de un imperio zarista en su apogeo, y “en su juventud se jactaba de cazar y de matar animales. En alguna carta afirma, tras pasar por el duro conflicto de Crimea, que disfrutaba con el espectáculo de la guerra. Es tremenda la frase”, relata Ancira. “Además, era fumador, muy bebedor y un gran mujeriego que luchó toda la vida contra su libido. También había sido jugador, aunque en Occidente, por la novela, asociamos esto con Dostoievski. Perdió la casa en que nació por deudas de juego. El que ganó llegó desmontó pieza por pieza la construcción de madera y se la llevó a sus tierras”.
Con estos antecedentes se hace difícil reconocer al que se llamaría el apóstol de Yásnaia Poliana, “una persona que aboga por el antitabaquismo, que funda una liga para que los campesinos dejen de beber, que no prueba la carne (tiene un libro a favor del vegetarianismo) y promovía no matar animales y el respeto a la vida…”. Mucho se ha especulado con cuál fue el gran cataclismo que empujó a Tolstói hacia ese camino, que transformó al conde bon vivant en el pensador espiritual, pero como especula su admirador Stefan Zweig en las páginas de La revolución interior (Errata Naturae): “Sería absurdo buscar un nombre para la convulsión que convirtió a Tolstói en un cavilador meditabundo y en un pensador, en un maestro de vida. Un estado climatérico, tal vez, miedo a la vejez o a la muerte, o una depresión neurasténica que terminó transformándose en un estado de parálisis temporal”, especula. “En cualquier caso, pertenece a la esencia espiritual de todo ser humano y, sobre todo, a la del artista, escudriñar e intentar superar sus crisis internas”.
La cuestión es que, como explica Ancira, “hay una crisis tras la cual él toma realmente conciencia de qué significa ser un ser humano, de qué responsabilidad tiene el hombre al haber llegado a vivir a esta tierra”. Sin embargo, la iluminación no llega sin un precio, un peaje que quizás ha supuesto a la humanidad verse privada de alguna gran novela más como las que creaba el escritor ruso. “Es entonces cuando se arrepiente de haber escrito Guerra y paz y Anna Karenina, pues sostiene que mientras el mundo sufría y se caía a pedazos él se ocupaba de cosas banales”, parafrasea la traductora. “Decía que lo único que lo salvaba era que lo había hecho con pasión”.
En esta época decide el autor vivir como un campesino en su Yásnaia Poliana natal, se hace zapatero, y crea una escuela para enseñar a leer a los niños pobres. “En esos años escribe libros de texto para ellos porque considera que deben tener un desarrollo armónico del sentimiento, el pensamiento y la habilidad manual. Actualmente en Rusia hay todavía más de cien escuelas que educan a sus niños con estos libros”.
Un código moral total
Con este espíritu didáctico y ecuménico nació también este Camino de la vida, que incluye aforismos “que recogía de todas partes, desde sesudos ensayos a almanaques de ferias y calendarios. Apuntaba, y muchas veces reescribía, todo pensamiento que por sí mismo valiera la pena desde el punto de vista humano, para el desarrollo de la persona”, explica Ancira, que puntualiza que, aunque su fin último era la mejora del individuo, “el enfoque de Tolstói no es moralista, él era el primer y sufrido practicante de su doctrina, sino combativo, pues insta a la gente a abrir los ojos y a cambiar de vida”.
En opinión de Ancira las claves de este último trabajo de amplia envergadura y largo aliento de Tolstói están en dos elementos. Por un lado, en la integración de todo tipo de saberes y máximas de todas las culturas y épocas, lo que lo convierte en el manual moral total, válido para cualquier ser humano. "Es increíble ver que no está sesgado, y cómo conviven con total armonía junto a Kant, Lao-Tse con Schopenhauer, Pascal y los Evangelistas con Epicteto, Marco Aurelio, Buda, Jenofonte, Thoreau, Séneca, e incluso el monarca mexica Nezahualcóyotl, que viajó a través de cinco lenguas hasta llegar al escritor ruso”.
El otro aspecto clave es la sencillez de los postulados de Tolstói, que, empeñado en que cualquiera pudiera leer la obra, se exprimió al máximo para lograr condensar y reformular los postulados en el lenguaje más accesible. “Le costó muchísimo trabajo hacer lo que llamó prolegómeno, una introducción donde elabora un breve resumen de cada uno de los 31 capítulos hilvanándolos de una manera sutil para un lector común y corriente. Porque la idea que tenía era que los lectores dedicaran un día del mes a cada uno de los capítulos”, desvela Ancira, “y pudiera ir digiriendo los pensamientos y eligiendo los más idóneos para él. Lo importante para Tolstói era despertar al ser humano en el ser humano, sacarnos de nuestro sueño mecánico”.
Vivir a contracorriente
“Ningún autor contemporáneo, ni siquiera Marx o Nietzsche, dio lugar a la conmoción radical que supuso la obra de Tolstói para millones y millones de personas en todo el mundo, tanto desde un punto de vista social como espiritual”, escribía Zweig, sobre una obra que inspiró a un activista como Gandhi, con quien el ruso llegó a cartearse, o Martin Luther King. ¿Qué tiene este legado tolstoiano para lograr todo esto? “Estas obras finales tienen simplemente aquello que le caracteriza, que es la veracidad, la verdad y la falta de artificio”, sintetiza Ancira.
Una verdad que nos sigue interpelando hoy, cuando ha pasado más de un siglo de aquel comienzo del siglo XX que no parecía el mundo propicio para este tipo de pensamiento reposado y espiritual. Pero ¿cómo encaja esta visión sobre el amor, la humildad o el alma en el mundo actual? “Al igual que el autor, vamos a contracorriente con lo que el mundo predica. Sin embargo, este mundo veloz, casi instantáneo está muy maltrecho, convulso y confundido, y quizás este libro logre, en su justa medida, el objetivo para el que fue concebido, que es despertar a la gente”, desea la traductora.
“Tolstói hace una invitación a reflexionar sobre que no estamos viviendo de la manera correcta, y leerle en este momento supone pararte a pensar en que quizá podemos vivir de una manera distinta”, apunta Ancira. “Quizás este libro logre despertar la conciencia en cada uno de los seres humanos. La idea es que se lea completo, que realmente nos adentremos en qué es el alma, el amor, la lujuria, la muerte o la soberbia, que es un capítulo impresionante, como el de la humildad, que es algo tan necesario en nuestra sociedad. El llamado que hace Tolstói es que pensemos como seres humanos con el alma abierta a todos. Y esto es justamente lo que predicó él con su vida y con esa voluntad férrea de perfeccionamiento interior”, concluye la traductora.