Wislawa Szymborska. Foto: Archivo

Traducción de Elzbieta Bortkiewicz y Ester Quirós. Pre-Textos, 2015. 676 páginas, 29'70€

Wislawa Szymborska (1923-2012) "siempre consideró que todo lo que tenía que decir sobre sí misma estaba en sus poemas". Y, si atendemos a lo que nos dicen sus biógrafas Anna Bikont y Joanna Szczesna en Trastos y recuerdos, su intento de biografiar a la poeta polaca, ésta se atuvo estrictamente a ese principio incluso cuando cobró conciencia de la dimensión pública que había alcanzado su persona tras la obtención del premio Nobel en 1996; o quizá más aún a raíz de este reconocimiento, que arrojó una luz excesiva sobre una vida que, como la de cualquier hijo de vecino, no necesariamente había de estar revestida de ejemplaridad y oportunidad histórica incuestionables.



La concesión del Nobel, en efecto, no dejó de causar en su país la misma proliferación de comentarios envidiosos que en el nuestro, por ejemplo, desató ese mismo premio cuando recayó en el discreto Vicente Aleixandre -de quien se dijo poco menos que lo recibía vicariamente, en nombre de los poetas de su generación que ya habían muerto-, o el locuaz Camilo José Cela, a quien se le recordaron sin piedad los momentos más turbios de su trayectoria de supervivencia bajo el franquismo. El pecado de Szymborska fue haber simpatizado con el régimen comunista implantado en Polonia al final de la II Guerra Mundial y haber pagado el correspondiente peaj e literario. Su premio, se dijo, correspondía en realidad al conjunto de la literatura polaca; o al siempre recatado e impoluto -amén de hondísimo poeta- Zbigniew Herbert, que quizá no contaba con las simpatías de la intelligentsia izquierdista mundial… etcétera. La poeta sobrellevó estas acusaciones con humor. Y tuvo el acierto de no desmentirlas. La decepción del estalinismo, que en su caso no se materializó hasta su renuncia al carné del Partido en 1966, la vacunó también contra cualquier veleidad política. Y aunque fue parte activa en los movimientos clandestinos de la intelectualidad polaca durante la crisis que supuso la aparición del sindicato independiente Solidaridad, tampoco se afilió al mismo ni reconoció más protagonismo que su condición de escritora en activo en tiempos difíciles.



Con humor y una notable abundancia de detalles hábilmente cribados o extrapolados de un muy limitado número de testimonios, construyen, pues, las biógrafas la biografía de quien no quiso tenerla. Siguiendo las propias indicaciones de Szymborska, Bikont y Szczesna espigan en su poesía infinidad de fragmentos que parecen iluminar algún aspecto de su biografía; y que forman, al ser compilados, una cumplida antología de la considerable parte de su obra que se puede entender como derivada de experiencias propias. También en su poesía fue Szymborska bastante reacia a lo meramente confesional. Pero su atención al detalle certero, extraído de la realidad observada, convierte su corpus poético en un muestrario de iluminaciones sobre distintos aspectos de la cotidianidad.



Aunque más considerable es el acopio de datos que esta biografía sui generis extrae de las "lecturas no obligatorias" de Szymborska, es decir, la serie de reseñas que ésta fue publicando en diversos medios a lo largo de medio siglo, y en las que generalmente se ocupaba de libros de segundo orden, lo que le permitía expresarse sobre asuntos libremente elegidos y recalar frecuentemente en sus propios recuerdos o en el fondo de su educación sentimental. Y es de estas Lecturas no obligatorias -también recientemente publicadas en España- de donde las biógrafas de Szymborska extraen buena parte de los posicionamientos de la poeta respecto a su propia vida y a la realidad de la Polonia que le tocó vivir.



El esfuerzo es meritorio y depara al lector un magnífico repertorio de textos en los que catar el exquisito humor de la autora y su condición de lúcida observadora de la realidad. Otra cosa es que estas presuntas "confidencias", que las más de las veces obedecen al tono e intencionalidad del artículo en que se insertan, puedan ser tomadas como testimonios documentales. Así, la escasa decena de frases presuntamente alusivas a la grisura de la vida cotidiana en la Polonia comunista que se citan en el capítulo 10, y espigadas de al menos dos décadas de artículos, difícilmente pueden ser tomadas como una toma de posición pública.



Lo que no se puede negar, en ningún caso, es que el lector termina creyendo conocer a la poeta a través de este cerrado escrutinio de su obra y su entorno. Y que la retratada, como su literatura, transmiten una indudable simpatía y una clara impresión de verdad. Otras biografías más rigurosas no consiguen tanto.