J. A. Masoliver Ródenas: "El humor es el gran antídoto contra la muerte"
Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939), 'Tono', ha habitado todos los rincones de la República de las Letras. Poeta, narrador, traductor, crítico y profesor durante más de cuatro décadas en Londres, regresó al llegarle el retiro a un país que no le gustó y se refugió en el Masnou. Allí le encontraron los textos libérrimos de El ciego en la ventana (Acantilado, 2014), esas "monotonías" que sorprenden en forma de microcuentos, autoficciones o aforismos, al tantán de la desesperanza, la lucidez y el humor. Al calor de la literatura. "No eran unas memorias, no era un diario, no era un libro de aforismos, no era una colección de cuentos. Escribía sin saber qué escribía".
Pregunta.- ¿Nos puede contar el making off de El ciego en la ventana? ¿Cómo se urde un libro tan variopinto y original? Por ejemplo, ¿los textos surgieron con la idea de su ulterior reunión?
Respuesta.- La construcción de El ciego en la ventana no es demasiado distinta de otros libros míos escritos en forma de diario. Pero aquí me he liberado de las fechas para dar una nueva dimensión a la temporalidad. Desde el principio lo he planteado como una unidad, como lo subrayan el prólogo y el epílogo. Pero trato de reflejar un orden que sea el del pensamiento y no el de la realidad. Ni el pensamiento ni la realidad tienen el orden que impone la lógica o la artificiosa linealidad de la novela realista. En todo caso hay narratividad al margen de los géneros y en nombre de la libertad y de una realidad superior.
P.- Llama a sus textos 'Monotonías' porque, "de alguna manera hay que llamar a lo que no tiene nombre". Y "son tonías porque son de Tono, es decir, mías". ¿Le agrada la etiqueta de 'autoficción'?
R.- Autoficción, microrrelato, etc. Son etiquetas que dejo para los académicos. La monotonía es un pariente cercano del aforismo pero trata de ir más allá de la reflexión pura para jugar con la greguería, el nonsense, la paradoja, para ir integrándolos en un tejido narrativo. Hay en la monotonía mucho de invención o de disparate, cualquier cosa que me sirva para destruir el sentido lógico tradicional.
P.- Con esto de la autoficción es imposible que el lector no se pregunte: ¿Pero todo lo que cuenta este tipo sobre su vida es verdad? ¿Cómo trabaja literariamente ese impudor?
R.- Trato de que verdad autobiográfica e invención se confundan. Al fin y al cabo, la imaginación juega un papel muy importante en nuestra vida cotidiana. Por otro lado, gran parte de mi vida he tratado de vivirla como una aventura y una ruptura con las convenciones.
P.- No hay certezas en las páginas de El ciego en la ventana y sí muchas preguntas. Es un lugar común afirmar que lo importante son las preguntas pero, ¿a usted no le fastidia quedarse sin respuestas?
R.- Toda nuestra vida son interrogantes y desesperada búsqueda de certeza. No es malo vivir en las preguntas: es inevitable. Partimos siempre de una gran pregunta sin respuesta: el origen del mundo y el origen de nuestra propia vida. Y, por supuesto, muchas veces necesitamos inventar nuestras respuestas para no caer en el vacío. La peor literatura -la de los bestsellers-- es precisamente la que encuentra respuestas o ignora todo tipo de pregunta.
P.- Crítico literario, profesor, traductor, narrador, poeta. ¿Cuál de todos sus cultivos literarios diría que ha dado mejores frutos?
R.- Cada una de mis actividades literarias está en función del conjunto. Traducir me ha permitido sumergirme en el mundo del creador, algo muy útil para mi propia creación y para mi actividad como crítico. Todo buen escritor es un buen lector de poesía y la poesía es un camino para penetrar en lo más profundo del lenguaje. Tanto la crítica como la enseñanza me han ayudado a encontrar la claridad necesaria para comunicarme con el lector. Incluso cuando escribimos para nosotros mismos estamos escribiendo para otro. Se me conoce sobre todo como crítico y como poeta. Por mi forma de concebir la narrativa, me alejo de muchos lectores que prefieren las grandes avenidas que las callejuelas y los laberintos.
P.- Regresó a Barcelona después de cuarenta años en Londres con la intención de "descubrirla"´, "no le gustó" y se refugió en el Masnou. ¿Qué le pasa a Barcelona?
R.- Lo que le pasa a Barcelona y lo que le pasa a España es lo mismo que le pasaba cuando decidí salir de tanta mediocridad, de tantas convenciones y de tanta opresión. Yo me he ido haciendo o descubriendo en Italia, en Irlanda, en Buenos Aires, en México y, por supuesto, en Inglaterra. En ninguno de estos lugares me he sentido como un extranjero. En España y en Cataluña sí. Por supuesto hay cosas positivas. Tengo muy buenos amigos y un gran amor. Y ellos me dan la fuerza para no caer en la resignación.
P.- Se atreve al final a dar cuenta de su propia muerte. ¿Pretende así tal vez despistarla?
R.- Nadie puede ignorar la realidad de la muerte y yo trato, libro tras libro, de familiarizarme con ella, de tomar una copa juntos o de jugar al billar. De jóvenes nos aterra la muerte porque nos resulta demasiado grande y misteriosa, pero con los años cada vez la sentimos más cercana. Nos abandonan los amigos, y esto es doloroso. Pero también nos acompañan y son ellos los que nos van abriendo las puertas del más allá, iluminándolo para hacerlo cada vez más familiar. Y hay un gran antídoto contra el temor a la muerte, que es el humor, que me ha acompañado en cada uno de mis libros.