Juan Aparicio Belmonte
Sin cierta ilusión insensata nadie se pondría a escribir.
15 abril, 2013 02:00Juan Aparicio Belmonte. Foto: Sabina Aparicio
Publica en Siruela su sexta novela: Un amigo en la ciudad.
Pregunta.- ¿Cuándo se da cuenta Juan Aparicio Belmonte de que va a escribir Un amigo en la ciudad?
Respuesta.- Hace cuatro o cinco años escribí unos textos sobre un hombre que padecía una especie de estupor creciente, como si fuera perdiendo contacto con la realidad. Aquellos textos no pretendían ser novela. Pero hubo algo en ellos que me gustó, su espíritu, y un amigo me dijo que tenían algo de Woody Allen mezclado con Sartre; me lo tomé como un gran elogio y es posible que de ahí surgiera el impulso definitivo de escribir Un amigo en la ciudad. A fuerza de reescribir y tachar sobre infinitos borradores, he logrado hacer una novela con la que estoy satisfecho. Es la novela que más tiempo me ha llevado terminar. Puede parecer pedantería, pero casi podría decir que he vivido en ella durante estos últimos años.
P.- ¿Usted también siente que esta novela no se sigue espontáneamente de las anteriores suyas?
R.- No. Sinceramente, pienso que está en la misma línea: al menos, muestra las preocupaciones que siempre he tenido como narrador. Ocurre que en anteriores novelas utilizaba algún conflicto de origen criminal para hilar el argumento y llevar la novela hasta el final, pero siempre me han interesado más los conflictos de tipo familiar o laboral. Y, claro, tampoco voy a hacer siempre la misma novela, hay que evolucionar sin perder tu personalidad, exactamente igual que en cualquier otra faceta de la vida.
P.- El indefinible malestar que recorre la novela resulta tan sugestivo como desconcertante. ¿El sentido de la vida se pierde con razón y sin ella?
R.- Se suele perder más con razón que sin ella, pienso. Supongo que hay razones endógenas en muchos sujetos, pero la mayoría de trastornos psiquiátricos, estoy convencido, tienen una motivación exógena no tan difícil de señalar.
P.- ¿Y cuánto del malestar del lector se debe a su fragmentario y onírico estilo?
R.- Eso deberían contestarlo los lectores. El desasosiego está en el personaje y probablemente es él quien logra, con su visión del mundo, contagiar al lector ese desasosiego. Pero, claro, el estilo es inseparable del personaje, toda vez que es él quien narra, a su particular manera, lo que acontece en la novela y a través de lo que narra se construye, osea, se define como individuo.
P.- Parece fácil relacionar el malestar que late en la novela con el clima de crisis que vivimos y, sin embargo, ¿no muestra la peripecia de Andrés que el malestar no puede ser compartido, que es una experiencia estrictamente personal?
R.- La propia tristeza alimenta la impresión de soledad y viceversa. La persona que está alegre tiende a compartir, a entregarse a los demás; la tristeza te encierra en ti mismo: por eso el individualismo, como filosofía de vida, es tan desasosegante si se lleva al extremo. Se ha convertido en la religión de mucha gente que anhela llegar alto en la vida; pero quienes ya están arriba suelen ser muy solidarios entre sí, individualistas solo hasta cierto punto. Predican el "sálvese quien pueda", pero no estoy tan seguro de que lo practiquen, más bien es una manera de vender una filosofía de vida que en el fondo los protege de los baches económicos, que sí afectan al resto de la sociedad, como se está viendo en esta crisis. En cualquier caso, la novela no está situada en nuestros días -o solo en parte-, sino más bien en aquel Madrid festivo que celebraba la consecución del mundial de fútbol.
P.- La pareja monógama sufre una cruel enmienda en las páginas del libro aunque no falten buenos momentos... ¿No son suficientes?
R.- La pareja sufre el acoso del tiempo, y el tiempo cambia a las personas y cambia las circunstancias en que se conoció la pareja. Vivir en pareja es un largo viaje lleno de sorpresas no siempre agradables -hay que bregar con los altibajos económicos, con las familias, con los vecinos, con los problemas de los hijos-, y en el que los tripulantes van cambiando de forma de ser y hasta de aspecto: veinte años después, no eres la misma persona que fuiste.
P.- ¿Madrid es una ciudad extraña o sólo nos lo parece después de leerle?
R.- Pues estaría bien que la lectura de mi libro ayudara a mostrar ese lado inquietante, porque hay veces en que las obviedades no se ven hasta que no son enunciadas y para eso sirve muchas veces la literatura: para enunciar esas obviedades latentes, por llamarlas de alguna forma. Pero creo que cualquiera con un poco de sensatez sabe que Madrid es una ciudad agresiva, como lo es, por otro lado, cualquier gran ciudad europea. Con circunstancias favorables, puede ser una maravilla. Pero también oculta un lado feo, desapacible. Basta mirar un poco para descubrirlo.
P.- Enseña a escribir en la escuela de escritura creativa del Hotel Kafka. ¿Cómo estimula a sus alumnos en un panorama literario tan desolador?
R.- Bueno, la verdad es que casi nunca hablamos del panorama editorial, sino de escribir o de leer, de literatura, vaya. Hoy día ya no hay casi diferencia entre un aspirante a escritor y un escritor, quiero decir, que un escritor puede quedarse sin editor de un día para otro, y pese a ello, tanto escritores como aspirantes a escritores comparten la ilusión de ser únicos, de que sí, el panorama editorial es complicado, pero ellos podrán sobrevivir porque tienen algo que contar. Sin esta ilusión tan insensata, casi de orden religioso, nadie se pondría a escribir, probablemente.
P.- Andrés se siente un hombre del futuro, lugar que barrunta la fuente de su mal. ¿Y usted? ¿Qué visiones le llegan de lo que nos espera?
R.- Quiero ser optimista a medio y largo plazo. A corto plazo, me temo que vienen tiempos complicados: los estamos viviendo ya.