Sarmento y la lengua del deseo
Siempre la obra de Julião Sarmento ha sido una exploración del territorio del deseo. Un territorio inestable, como la pasión, que a lo largo de cuatro décadas el polifacético artista luso ha excavado fraguando un repertorio estilístico austero, de imágenes cargadas de tensión. Entre el todavía-no y el ya-no, en esa espera sin respuestas, indeterminada, forjada con incisiones y yuxtaposiciones, se erigía la figura esquemática y fragmentaria de una mujer desencarnada, a menudo sin rostro, incluso sin cabeza. Aquí, ha desaparecido.
Ya era hora de que llegara a Madrid algo de la última etapa de Sarmento, mostrada recientemente en el Centro José Guerrero de Granada y durante 2006 en la Fundación Marcelino Botín de Santander y el MEIAC extremeño. Y dedicada a un homenaje explícito a los libros que han sido materia prima de su creación a lo largo de toda su trayectoria. Para los que todavía recuerden su retrospectiva en 1999 Flashback que cubría cinco lustros en el Palacio Velázquez, esta exposición será a primera vista una sorpresa e inmediatamente después, un reencuentro. Puesto que si la figuración ha desaparecido, la tela en blanco ahora poblada por grafías inciertas y decorativas sigue conteniendo la característica densidad táctil. Y su aura de vigilia, ese resplandor entre el sueño y el despertar, entre la memoria y el olvido. Y la misma soledad. Y esperanza de mediación.
Pero si la figura de la mujer ha desaparecido, ha sido sustituida por citas, frases de los autores que siempre han acompañado a Sarmento, y que dan aquí título a siete telas y una decena de papeles: LaButte, Gifford, Borges, Barnes, Fuentes, Flaubert, Beckett, Pessoa/ Soares, Márquez, Kureishi, Bukowski. En realidad, se trata casi simplemente de una inversión, pues desde el inicio ya se encuentran series enteras inspiradas en textos, como la de fotografías en 1978 L’escalade du désir, con citas de Barthes y Bataille en los bordes, los collages de fotos recortadas y palabras de 1987 en Tales on Dirty Realism, dedicada a Raymond Carver, y la más conocida, Emma (1990-1994), a partir de Flaubert. De manera que en esta nueva mediación, Sarmento deja como figura frases de soliloquios, como no puede ser de otro modo, si son embarazadas de deseo. Pero ¿de qué frases se trata? ¿y de qué mediación?
En el prefacio a Fragmentos de un discurso amoroso, decía Barthes que este discurso “es hoy de una extrema soledad”, para justificar su montaje de retazos de otros, fragmentos a los que denomina escenas o figuras del discurso. En lo amoroso, estas figuras engendradas en la pasión necesariamente son inconclusas, pobres; pero esenciales y memorables: “dicen el afecto y quedan en suspenso”. De hecho, la suspensión las define: “a nivel de frase, el sujeto busca su lugar y no lo encuentra, o encuentra un lugar falso que le es impuesto por la lengua”. Forzado entonces a una sintaxis neptúnea y borrascosa: “Aunque seas …”, “Si debes aún …”, en la que el lector se reconoce, abismado en la incoherencia del instante. Y que aquí, en su siniestra oscuridad, viene enfatizada sobre todo en las veladuras de manchas de los papeles.
Para incitarnos a reflexionar sobre nuestra propia definición de placer -y esto nunca es sencillo viniendo de él, que ya ha cuestionado la recámara de la pasión: voyeurismo, S/M, fetichismo, violencia, pero también resquemor…- esta vez apura su reduccionismo conceptual en el juego fondo y figura. Con voz equívocamente intimista, pues se trata de las voces de otros, sobre la blanca y densa imagen abstracta abierta a toda incertidumbre -que es siempre, al final, la de la experiencia del arte-, quizá sí haya una posible respuesta. En diferido, a la pregunta que dejara en suspenso su amigo Juan Muñoz: “¿Cuál sería (en la multiplicidad interminable de imágenes que se comparten y complementan) la imagen prohibida de Julião Sarmento?”.