La historia del ciclismo ha dejado siempre grandes rivalidades que se han convertido en la salsa que ha mantenido vivo este noble y bello deporte. Los más antiguos del lugar hablarán de los míticos duelos de Fausto Coppi y Gino Bartali, uno de los enfrentamientos más clásicos y más valorados del universo de la bicicleta. Imposible abordar este tema sin mencionar a estos dos genios italianos de los 40 y los 50 que incluso llegaron a compartir a equipo. Y que protagonizaron una icónica imagen que Pogacar y Vingegaard han resucitado en este Tour a su manera.
Cómo olvidar otras grandes batallas como las de Eddy Merckx y Luis Ocaña, las de Jacques Anquetil y Raymond Poulidor, las de Bernard Hinault y Greg LeMond o más recientemente las de Alberto Contador y Chris Froome. Todos grandes campeones que encontraron a su némesis enfrente para dejar impresionantes batallas, ya fuera en el Tour de Francia o en otras grandes carreras.
Son estos duelos los que muchas veces generan afición y los que ayudan a estructurar un deporte como el ciclismo, el cual ha tenido una crisis de seguimiento en los últimos años. Dos ciclistas de altísimo nivel peleando el uno contra el otro generan espectáculo. Además, provocan que a su alrededor haya equipos potentes y que el resto de corredores tengan que mejorar su preparación o bien para ser fichados juntos a ellos o para crear proyectos que puedan derrocarles. En definitiva, todo se traduce en un mayor espectáculo.
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Vingegaard asalta el trono
De Jonas Vingegaard se ha hablado mucho estos días. Tanto para bien como para regular. Y es que con esa cara de niño bueno e inocente, que desborda incluso más timidez que vatios, no se puede decir nada malo de él realmente. El corredor danés se ha convertido por méritos propios en un digno y merecido sucesor del trono de Pogacar como nuevo rey del Tour de Francia.
Por su victoria en el Col du Granon, pero también por su golpe de moral en la Super Planche des Belles Filles. Por su personalidad para asumir el liderazgo de un Jumbo-Visma que por segundo año consecutivo se quedaba sin su jefe de filas, Primoz Roglic. Por la valía demostrada para volar contra el crono como ya lució en el debut en Copenhague y como certificó en la despedida en Rocamadour donde incluso pudo haber batido a Van Aert si el objetivo hubiera si ganar y no conservar.
Vingegaard ha demostrado valía y talento para adaptarse a todos los terrenos, para rendir bajo el calor y para salir a todos y cada uno de los ataques de un Pogacar que, hasta hace unos días, era irreductible. Y han sido más de 20 demarrajes que han destrozado a todo el pelotón, pero no a él. Tenía claro que este debía ser su Tour y así lo dijo antes de la salida, aunque pocos le creyeron.
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Además de un estado de forma insultante, Vingegaard ha regalado sonrisas y buenas formas durante todo el Tour. Imborrable en la memoria quedará ya ese gesto para la historia esperando a Pogacar en el descenso de Spandelles para darle la mano y decirle a su máximo rival que tuviera cuidado, que juntos irían hasta donde pudiera atacarle sin tener que jugarse la vida en ello.
Entre los dos han demostrado una caballerosidad y una deportividad pocas veces vista. Dos guerreros en carrera, pero sin olvidar las buenas formas. Una rivalidad que recuerda y mucho a la de otras leyendas como Roger Federer y Rafa Nadal, quienes a fuerza de romper la historia del tenis terminaron siendo amigos sin dejar de ponerse a prueba el uno al otro. Porque ganar nunca debería estar reñido con admirarse y respetarse.
Pogacar sabe que enfrente ahora sí tiene un rival que le ha demostrado lo que nadie le había enseñado en carreras de una o tres semanas: que le puede ganar. En sus dos últimos grandes enfrentamientos, Tour 2021 y Tirreno-Adriático 2022, el esloveno siempre había salido vencedor. Sin embargo, las fichas se han movido y el tablero ha cambiado. Ahora es otro quien defiende título y el aspirante hay que buscarlo en UAE.
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Algunos datos que contrastan con el camino de Pogacar y que definen las particularidades de la vida de Vingegaard son sus curiosas formas de llegar a la élite. De sobra conocido es su pasado como trabajador en una conservera de pescado cuando todavía no sabía si podría ser ciclista profesional. Allí pasaba el tiempo, ganando algo de dinero, en lugar de hacerlo entrenando o compitiendo.
Despuntó en el ColoQuick, el equipo al que dio sus primeros años antes volar al Jumbo-Visma y al que llegó siendo un niño y en el que fue madurando. Tanto que incluso dejó a un lado su timidez y se declaró a su responsable de marketing, de quien se había enamorado un tiempo antes.
Ahora, ha formado una familia junto a ella a pesar de que es 11 años mayor que él. De sus labios ha recibido el que probablemente haya sido el mejor beso que haya sentido nunca, ese que solo reciben los campeones del Tour de Francia cuando cruzan la meta de París. Tras haber cumplido ese reto de vida, Vingegaard tiene ahora la oportunidad de forjar junto a Tadej Pogacar una de esas rivalidades de leyenda. Y junto a él tiene al equipo más fuerte posible.
La mejor noticia de Pogacar
Pogacar ha vivido un domingo especialmente extraño para él. Es la primera vez que rueda por los Campos Elíseos de París como ciclista profesional y que no lo hace como ganador del Tour de Francia. Eso sí, continúa sin bajarse del podio y sin perder su media de tres victorias por edición. Datos que explican la grandeza del genio de Komenda. Solo tiene 23 años, pero ya puede afirmar que solo hay 9 corredores en la historia que han vencido en la Grand Boucle en más ocasiones que él.
El ganador de los Tour de 2020 y 2021 era el gran favorito para llevarse este año su tercera corona. Aquellos triunfos, y todos los que ha conseguido desde que deslumbró al mundo en La Vuelta del año 2019 con su tercer puesto y sus tres victorias de etapa, le habían convertido en un ciclista imbatible. Se esperaba que solo el mejor Roglic pudiera estar a su altura. Para la mayoría, ni siquiera el Egan Bernal más en forma.
De hecho, sus mayores competidores no estaban ya en el pelotón. Eran los récords de Eddy Merckx que iba pulverizando y ese mítico registro de los cinco Tour consecutivos de Miguel Induráin. Con su derrota ante Vingegaard, ese ha quedado ahora más complicado, aunque no imposible.
Pogacar ha sido durante muchos meses el mejor escalador del mundo, un gran especialista contra el crono, un corredor apto para clásicas y carreras de un día y el auténtico dominador de las vueltas por etapas. Una versatilidad ganadora que amenazaba con matar la emoción del ciclismo. Era tan bueno que la batalla empezaba en el segundo puesto. Hasta ahora que ha encontrado en Vingegaard su criptonita.
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Ahora, Pogacar está obligado a prepararse más y mejor que nunca cada carrera. A volver al Tour a demostrar que sigue siendo el más grande. A afinar en cada detalle, en cada entrenamiento. A exprimirse al máximo por cada segundo para volver a ganar. A buscar un mejor equipo a su alrededor con el amplio presupuesto de UAE y a seleccionar al milímetro su calendario. En definitiva, está obligado a ser todavía mejor ciclista de lo que ya era. Un reto que solo podía hallar encontrándose con un Vingegaard enfrente. La victoria del danés es un mazazo a la hipotética autocomplacencia y a la falta de exigencia que siempre amenaza la mente de los ganadores.
En los últimos 26 años, curiosamente cuando llegó la última victoria de un danés en la general del Tour con Bjarne Riis, solo dos corredores habían conseguido repetir triunfo al margen del esloveno: Alberto Contador y Chris Froome. Pogacar consiguió seguir sus pasos y ahora el reto de Vingegaard, si quiere formar parte de esa rivalidad legendaria, es entrar también en ese selecto club al que no pudieron entrar otros como Ulrich, Pantani, Cadel Evans, Wiggins, Vincenzo Nibali o Geraint Thomas. Para muchos, el Tour es su meta. Para ellos, solo debe ser el camino hacia la gloria.
Los Tour 2021 y 2022 han intercambiado sus primeras posiciones. Del Pogacar - Vingegaard del curso pasado al Vingegaard - Pogacar de este año. Una situación que solo se había producido en dos ocasiones en la historia del ciclismo en grandes vueltas. En los Giros de 1946 y 1947 con Bartali y Coppi, y en los Tour de 1985 y 1986 de Hinault y LeMond.
Seguir los pasos también de estas leyendas será una buena manera para que estos dos genios que ya han brillado en París puedan regalar al ciclismo varios años de espectáculo y lucha sin perder la deportividad y amabilidad que han demostrado estas últimas tres semanas. En sus manos está regalar emoción al espectador y vida al deporte que tanto aman.