En las noches despejadas de verano, la luna se proyecta de forma mágica sobre las aguas dulces del lago Nemi, escondido en un cráter volcánico de los montes Albanos, a pocos kilómetros al sur de Roma. Los antiguos romanos llamaban a aquel hechizo speculum Dianae, es decir, "espejo de Diana", y desfilaban con antorchas por la orilla para honrar a la diosa de los bosques y realizar ofrendas en su templo terrestre, cuyos restos todavía pueden visitarse en la actualidad. Ese idílico paisaje fue escogido por el emperador Calígula para desarrollar uno de sus proyectos más faraónicos y extravagantes: la construcción de dos barcos que rivalizaban en lujo con cualquier villa aristocrática.
Los megapalacios flotantes, de unas dimensiones sin parangón en el mundo clásico —tenían 73 metros de eslora por 24m de manga y 71x20m—, no se conocen gracias a los relatos exagerados de las fuentes antiguas, sino a la ciencia, a la arqueología. Ambos navíos fueron estudiados en las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, e incluso se llegó a construir un museo en el propio lago donde se expusieron sus vestigios y tesoros. Sin embargo, no lograron esquivar la destrucción de la II Guerra Mundial y quedaron reducidos a cenizas por un incendio, de responsabilidad discutida, declarado el 31 de mayo de 1944.
Calígula, que fue asesinado en una conspiración en su cuarto año de reinado (37-41 d.C.), siempre ha sido dibujado como un gobernante cruel, paranoico y maníaco. No obstante, en los últimos tiempos los historiadores se han esforzado por verter luz sobre su figura real y han descubierto que, más allá de sus bromas macabras y transgresoras, el joven emperador impulsó sorprendentes proyectos de ingeniería que no serían reinventados hasta épocas más recientes. Los barcos del lago Nemi, a pesar de responder a sus aspiraciones mesiánicas, son un buen ejemplo de ello.
Las dos embarcaciones, que en realidad no podían navegar, albergaron probablemente un templo dedicado a Diana o a Isis y un palacio con salones de banquetes, baños termales, terrazas ajardinadas de piedra e incluso con un sistema de agua corriente a través de cañerías de plomo. Contaban con columnas de mármol, lujosos mosaicos, enormes anclas de roble y bronce, barandillas decoradas con objetos antropomorfos de latón, tejas y placas de bronce o mástiles y timones ricamente adornados con figuras de lobos y leones. Se trataba de unas estructuras únicas en todo el Imperio romano.
Los cascos de las naves, de fondo plano, fueron construidos con cedro —una madera de uso común entre los armadores de Egipto— cubierto de tres capas de plomo, un material usado por lo romanos para proteger a los barcos de unos moluscos de agua salada. Como señala el historiador Stephen Dando-Collins en su biografía sobre Calígula, editada por La Esfera de los Libros, entre el equipamiento tecnológico se incluyeron las primeras bombas de sentina conocidas, bombas de pistones para el agua corriente y los únicos ejemplos romanos de rodamientos de bolas y cilíndricos, que permitían que dos plataformas sobre las que había estatuas girasen con facilidad.
"Dos enormes barcos marinos, probablemente de construcción egipcia, habían sido llevados por tierra desde la costa occidental de Italia, sobre los montes y hasta el lago. Allí, trabajadores civiles habían quitado el equipamiento específicamente marítimo innecesario y construyeron la casa flotante y el templo de Calígula, trabajo que terminó en el año 40 d.C.", narra el experto. "El barco más pequeño bien puede haber sido una de las grandes galeras con diez barcos de remos que Suetonio mencionó que Calígula había utilizado en sus cruceros por la costa de Campania. El barco más grande, la barcaza, bien pudo haber sido diseñado para transportar un objeto muy grande antes de ser enviado al lago Nemi (...) la estatua olímpica de Zeus [procedente de Olimpia, que quería ubicar en Roma con su rostro]".
El descubrimiento
Al asesinato del emperador en el año 41 d.C., apuñalado a la salida de un teatro por un grupo de pretorianos, le siguió una damnatio memoriae sobre su persona: la destrucción y olvido de todo vestigio que hiciese referencia a él. También los barcos del lago Nemi. No obstante, según la arqueóloga Deborah N. Carlson, hay evidencias de que los megapalacios flotantes estuvieron en uso durante el reinado de Nerón (54-68). La especialista propone, por lo tanto, que debieron de ser hundidos poco después de que el Senado declarase enemigo público a este princeps, que acabó suicidándose.
Los pecios pasaron siglos sumergidos. De vez en cuando, algunas de las piezas desembarcaban en la orilla o se enredaban con las mallas de los pescadores. Así se creó la leyenda entre los locales de que el lago escondía grandes tesoros. El primero que trató de comprobarla fue el humanista e ingeniero León Battista Alberti, que por encargo del cardenal Próspero Colonna realizó a mediados del siglo XV una exploración del fondo que identificó una parte del casco de uno de los barcos. Un resultado similar se obtuvo en una inmersión, con los precarios métodos de la época, que hizo en 1535 el ingeniero Francesco de Marchi.
A finales del siglo XIX se efectuaron nuevos intentos de extracción de lo que ya se había confirmado que era al menos un barco. En 1895, el anticuario Eliseo Borghi y su equipo de buceadores profesionales recuperó una cabeza de bronce de un león, maderas del casco y diversos mosaicos, que se expondrían en un museo de Roma —uno de los que se habían perdido ha sido entregado hace unos meses al Gobierno italiano— y confirmó que había un segundo pecio, a una distancia de dos centenares de metros.
Una de las aspiraciones de Benito Mussolini cuando llegó al poder consistía en erigir un nuevo Imperio romano. En los vestigios arqueológicos del lago Nemi encontró un elemento propagandístico idóneo para conectar su régimen fascista con ese pasado idolatrado. En octubre de 1928, con la presencia del duce, cuatro turbinas eléctricas empezaron a dragar el lago. Era la primera parte del ambicioso proyecto con el que se pretendía sacar los barcos del agua. Un año más tarde, en septiembre de 1929, se rescató con éxito del fondo fangoso la primera de las embarcaciones, la más grande, en la que se documentaron unas inscripciones en las tuberías de plomo que hacían referencia a Calígula.
La segunda emergió en octubre de 1932. A pesar de que las técnicas de conservación de la época distaban de ser las actuales, los barcos se cubrieron con lienzos húmedos siguiendo el consejo de investigadores noruegos que habían logrado preservar varias naves vikingas, según recuerda la arqueóloga Deborah N. Carlson. A finales de esa década abrió sus puertas el Museo de las Naves de Nemi, un gran edificio al que se trasladaron los palacios flotantes de Calígula para brindarles unas mejores condiciones para su protección.
Pero el estallido de la II Guerra Mundial y la brutal destrucción que desató a lo largo de todo el continente también provocaría una incalculable tragedia patrimonial, la destrucción de una de las más asombrosas construcciones de la Antigua Roma. En la primavera de 1944, las tropas aliadas forzaron a las divisiones nazis a retirarse hacia Roma a través de los montes Albanos. El 28 de mayo, un puesto de artillería alemana se estableció a poco más de cien metros del museo. Los estallidos de los proyectiles y de las bombas provocaron el derrumbe de algunas de las columnas del edificio.
Pero el gran desastre tuvo lugar en la noche del 31 de mayo. Las causas del incendio que devoró los barcos de Calígula siguen siendo un misterio. Un informe aliado concluyó que fueron los soldados nazis los que avivaron las llamas a propósito, pero otros relatos indican que el fuego lo pudo haber producido la artillería estadounidense que combatía en las cercanías. En el Museo de las Naves de Nemi ahora solo se pueden ver unas réplicas de los navíos; y en el Museo Nazionale Romano, en su sede del Palazzo Massimo Alle Terme en Roma, se conservan algunas piezas de bronce que se salvaron del suceso al estar expuestas en la capital.