Una medianoche de junio del año 68 d.C., Nerón se despertó y descubrió que estaba solo en su palacio. Su guardia personal y sus amigos le habían abandonado, temerosos del triunfo de la rebelión de algunos oficiales del Ejército romano. El emperador, de forma fulminante, había perdido todo su poder absoluto. Era una pesadilla real. Huyó de Roma y se suicidó en una villa cercana antes de ser capturado. El reinado del último heredero de Augusto, fundador de la dinastía Julio-Claudia, acababa tras casi catorce años ahogado en un baño de sangre.
Nerón, artífice de crímenes escandalosos —mató a su madre, a su hermano adoptivo, a su primera esposa y también a la segunda, supuestamente con una patada en el estómago— y depravaciones indefinibles —ordenó castrar a su liberto para convertirlo en su difunta mujer y participó en una infinidad de extraños juegos sexuales—, quedó retratado a su muerte como el emperador más cruel de la Antigua Roma, el princeps que redujo a los cristianos a antorchas humanas y que se dedicó a tocar la cítara mientras un incendio asolaba la Urbs en el año 64. Nero Claudius Caesar Augustus Germanicus como clímax de la tiranía.
Esa es la imagen arquetípica que define a Nerón dos milenios después: un personaje déspota, sádico y excéntrico, con más talento para la música y las carreras de carros que para el gobierno; un emperador, en realidad, interesado en "el espectáculo, la ilusión y el dramatismo", en "rehacer la realidad", según explica el historiador Tom Holland en su imprescindible Dinastía (Ático de los Libros). Como último líder del linaje que gobernó la Antigua Roma durante un siglo, en uno de sus momentos de mayor esplendor, como derrotado que deja en manos de sus enemigos su legado, su biografía, escrita por los Tácito, Suetonio y Dion Casio, está plagada de exageraciones y tergiversaciones interesadas.
En las últimas décadas, los académicos y los historiadores han hecho un gran esfuerzo para tratar de verter luz sobre las figuras de los emperadores romanos, muy manoseados también por la ficción. Calígula, Domiciano o Cómodo constituyen otros interesantes ejemplos. Ese necesario revisionismo llega ahora en forma de exposición a una de las principales instituciones culturales del mundo, el British Museum. En Nerón: el hombre detrás del mito, que estará abierta hasta el 24 de octubre, se radiografía el reinado del quinto princeps de Roma a través de evidencias arqueológicas que discuten la historia canónica de las fuentes clásicas.
En la introducción de la muestra se presenta a Nerón como "un líder populista" —bajó los impuestos, construyó baños públicos, organizó grandes juegos en los que repartía pan personalmente— para una época turbulenta y de profundos cambios sociales, marcada por la rebelión de Boudica en Britania, el empuje de los partos desde el este y la oposición del Senado. Frente a la lógica repulsa que pudiesen generar sus crímenes, el emperador no fue visto como un tirano en la época, sino más bien todo lo contrario: fue un gobernante ampliamente admirado por los romanos de a pie gracias a sus políticas populares.
200 piezas
A su muerte —Nerón gobernó desde 54 d.C., cuando tenía tan solo dieciséis años, hasta 68 d.C.—, sus sucesores le practicaron una damnatio memoriae: una condena póstuma que consistía en eliminar toda la iconografía del agraviado, como las estatuas que cubrían los vastos territorios del Imperio. Una de las principales piezas que reúne la muestra de Londres, de un total de dos centenares, es una cabeza de bronce del emperador hallada en Suffolk en 1907, probablemente parte de una escultura erigida en Camulodunum (Colchester) y derribada durante la revuelta de los icenos. Durante mucho tiempo, de hecho, se pensó que retrataba a Claudio.
Otros objetos destacados de la exposición son el llamado Tesoro de Fenwick, una ocultación en esa época de incertidumbre y guerra que está compuesta de monedas republicanas e imperiales, brazaletes militares y joyas populares; unas cadenas que los romanos utilizaron para apresar a los rebeldes de Boudica y una serie de vestigios que se verán por primera vez en Reino Unido: una pequeña y rara figura de bronce de Nerón, procedente del Museo Arqueológico de Venecia, armas de gladiadores recuperadas en Pompeya o máscaras de actores y un fresco que representa una de sus interpretaciones, prestados ambos por el Museo Arqueológico de Nápoles.
Para tratar el discutido papel de Nerón en el gran incendio de Roma en el año 64 y su supuesta performance artística subida a un escenario —Suetonio le culpa directamente de provocar el fuego—, los comisarios han optado por mostrar una rejilla de hierro de una ventana deformada por las inclementes temperaturas. Queda manifiesta la destrucción que provocaron las llamas, aunque a los especialistas les resulta más difícil coincidir sobre la responsabilidad del emperador, que en el momento de desatarse la catástrofe se encontraba a varias millas de la Urbs.
Diese o no la orden, lo cierto es que Nerón participó en los trabajos de extinción de las llamas, implantó nuevas regulaciones constructivas para evitar nuevos incendios y proporcionó refugio a las personas que se quedaron sin hogar, según algunos autores modernos. No obstante, aprovechó la coyuntura para desarrollar un pelotazo urbanístico: un megapalacio de lujo, la Domus Aurea, que cubría buena parte del centro de Roma. Sus enemigos lo enterraron bajo tierra —gracias a ello hoy en día se puede visitar— y ejecutaron sus propios proyectos arquitectónicos: Vespasiano, por ejemplo, secó el gran lago y levantó sobre él uno de los mayores símbolos de la Antigua Roma: el Coliseo, llamado así por la colosal estatua de oro que Nerón había mandado alzar en esa zona.
En definitiva, la exposición del British Museum busca acentuar esos contrastes de la figura neroniana, un personaje tiránico y admirado, sádico y glamuroso, terrorífico y talentoso; y al menos obligar al visitante a preguntarse si el emperador era realmente un matricida pirómano o, después de todo, un buen tipo. Pero también arroja una reflexión más amplia sobre la importancia de analizar de forma crítica los relatos de las fuentes escritas antiguas. La historia la escriben los vencedores, y Nerón, empujado a suicidarse, no pertenece a ese bando.