En 1921, el grueso de la sociedad española desconocía el arte rupestre, quizá con la excepción de los debatidos hallazgos registrados en la cueva de Altamira. La Prehistoria era una disciplina incipiente, con escasa repercusión académica y con dos grupos de investigadores enfrentados que polemizaban sobre la antigüedad y el significado de las pinturas descubiertas en numerosas cavidades peninsulares. Entonces, entre el magnicidio de un presidente del Gobierno y el Desastre de Annual, se registró un punto de inflexión, un hito en la consideración de este patrimonio.
La grandeza de las cuevas se trasladó al museo, su difusión se multiplicó. La Exposición de Arte Prehistórico Español, organizada por la Sociedad Española de Amigos del Arte, fue un acontecimiento pionero. En la muestra se exhibieron muchos calcos de figuras y paneles rupestres a tamaño real para que los visitantes fuesen conscientes de su magnificencia, así como una amplia serie de materiales arqueológicos y documentales. España entera descubrió el valor de los bisontes y ciervas de Altamira o de las manos de la cueva de El Castillo, también en Cantabria.
La exposición se convirtió en una "gran catarsis", en una demostración de la valía de la investigación del arte prehistórico español, con muchas de estas representaciones convertidas hoy, un siglo después, en patrimonio de la humanidad. El periodista Julio Camba dedicó una de sus crónicas a ensalzar la muestra, inaugurada por Alfonso XIII y la infanta Isabel de Borbón. "No hay pintor moderno capaz de trazar con mano tan segura la silueta de un jabalí, de un caballo, de un ciervo o de un bisonte. Todos cuantos van a visitar la exposición (…) se quedan desconcertados ante la prodigiosa revelación, y muchos no dan crédito a sus ojos", escribió en El Sol. Como dijo Picasso años más tarde: "Después de Altamira, todo es decadencia".
La centenaria cita, a la que ahora rinde homenaje el Museo Arqueológico Nacional con su nueva exposición temporal, Arte prehistórico. De la roca al museo —del 9 de abril al 31 de julio—, despertó el interés social por aquellas manifestaciones artísticas de los primeros seres humanos y, a su vez, provocó el surgimiento de los grandes interrogantes sobre la condición humana —quiénes somos, de dónde venimos, qué nos distingue de otros seres vivos, etcétera—. Incluso algunos, como el periodista Iván Nogales, ya se preguntaron entonces si fue el hombre o la mujer el primer artista plástico.
"La entrada del arte rupestre en el museo supuso un cambio en la forma de contar la prehistoria. Ello nos llevó a que el arte rupestre fuese conocido como otro elemento material de la prehistoria", explica Eduardo Galán Domingo, uno de los comisarios junto a Juan Antonio Martos Romero y Ruth Maicas. La muestra, organizada con la colaboración del Ministerio de Cultura y Acción Cultural Española, y con el apoyo de Bolsas y Mercados Españoles y la Asociación Cultural de Amigos y Protectores del MAN, propone principalmente una reflexión sobre la evolución de cómo contextualizar el arte prehistórico en el ámbito museístico, desde las primeras reproducciones pictóricas hasta las actuales tecnologías inmersivas.
Es una exposición atípica, en la que curiosamente las copias tienen casi más valor que los originales. Formada por cerca de 300 piezas, los comisarios destacan el "excepcional valor" de los lienzos que reproducen algunas de las imágenes de animales más representativas del arte rupestre español, que se acompañan de herramientas, ídolos, cerámicas o estelas grabadas halladas en las mismas cuevas, objetos que desvelan las creencias y la vida de seres humanos antiguos. Estos lienzos llevaban siete décadas en los sótanos del Arqueológico.
Originales perdidos
Los artistas que realizaron dichos dibujos de cara a la exposición de 1921 fueron Francisco Benítez Mellado (1904-1962), formado en el taller de Joaquín Sorolla y que plasmó a escala natural cinco bisontes del conjunto central del techo de Altamira; y Juan Cabré Aguiló (1882-1947), un referente en el estudio de la Prehistoria y del arte levantino. Creó un corpus gráfico compuesto por calcos, fotografías y pinturas que reflejaban el centenar de enclaves que llegó a estudiar a lo largo de más de cuatro décadas de carrera arqueológica.
Pero en la planta baja del MAN también se pueden ver otros dibujos con un incalculable valor documental. Es el caso del carboncillo sobre papel que el pintor de origen francés Paul Ratier realizó en torno a 1880 por encargo de Marcelino Sanz de Sautuola, investigador pionero de la cueva de Altamira. Se trata de la primera copia de una obra de arte rupestre paleolítico y detalla parte del techo de los polícromos con más de una veintena de bisontes y una cierva. Es decir, muestra una instantánea de cómo estaban las pinturas en el momento de su descubrimiento.
La importancia de los lienzos no solo radica en su valor como primera forma de difusión del conocimiento sobre el arte rupestre, sino porque algunas de estas obras, calcos o imágenes son la única evidencia que ha sobrevivido de ciertas de las pinturas que, por obra del ser humano —vandalismo— o de la naturaleza, han desaparecido a lo largo del último siglo. Lo mismo sucede con ciertos objetos, como un bastón de mando de hace más de 11.000 años hallado en la cueva del Valle, en Cantabria: el original fue expuesto en 1921 y desapareció del Colegio San Vicente Paul de Limpias en 1936, poco después del estallido de la Guerra Civil.
La muestra temporal actual está organizada en cinco secciones. La primera sitúa al visitante en el contexto del descubrimiento del arte rupestre y el inicio de las investigaciones. Después se ahonda en el arte paleolítico realizado en cuevas, que dialoga en una misma sala con las pinturas del arco mediterráneo, documentadas en abrigos y con un carácter más narrativo. El cuarto espacio plantea los cambios expositivos sobre la materia registrados en las últimas décadas —de la réplica de las imágenes a la de las cavidades, o de los restos arrancados de los yacimientos a la importancia de la conservación in situ— y la última unidad celebra la enorme diversidad del arte prehistórico español y la función del museo como ventana para que el visitante acuda a los lugares de origen del patrimonio.