"Es costumbre real el robar, pero los Borbones exageran". Esa es una de las frases icónicas que se atribuyen a Charles Maurice de Talleyrand, uno de los diplomáticos más importantes y con mayor experiencia de la historia. Los 84 años que vivió le sirvieron para conocer el Antiguo Régimen -y ser parte de él-, apoyar la Revolución francesa, entablar amistad con Napoleón Bonaparte para posteriormente traicionarle y apoyar una restauración, curiosamente, borbónica.
Para Talleyrand, la oposición era ese arte de estar en contra tan hábilmente que luego pudiera estar a favor. Nacido en 1754, quedó cojo a los cuatro años por negligencia de su cuidadora. A los 15, tratando de enderezar su vida, ingresó en el seminario. Aquel sería el primero de los pasos de un joven que ascendería hasta ser nombrado obispo de Autun. Su relación con la Iglesia le permitió conocer al primer Borbón que se cruzó en su vida: Luis XVI.
"Talleyrand descubrió pronto que Versalles tenía oídos en todas partes, por lo que evitaba tocar temas espinosos, aunque seguramente se divertía cuando otros lo hacían", escribe Xavier Roca-Ferrer en su reciente libro, Talleyrand (Arpa). El autor lo califica de noble como Maquiavelo, sacerdote como Gondi, secularizado como Fouché, ingenioso como Voltaire y cojo como el diablo. De personalidad enigmática y fascinante, considera que "el diablo cojuelo" dirigió dos revoluciones, engañó a veinte reyes y fundó Europa.
Su experiencia en Versalles le permitió conocer de cerca a la dinastía borbónica, la cual terminó repudiando. Con una revolución en el horizonte, el obispo recomendó encarecidamente al rey que adoptara "por voluntad propia" una monarquía constitucional: "Por más que no se cansó de repetirles 'ya os he prevenido, haced lo que queráis', no le hicieron caso y la Asamblea ya había tomado demasiado la delantera como para dar marcha atrás. Algo tenía claro el obispo de Autun ante aquella inconsciencia: no estaba dispuesto a perderse con ellos".
Mientras que los Borbones perdieron la cabeza, literalmente, Talleyrand supo adaptarse a nuevos tiempos revolucionarios. Solo ante la temeridad de Robespierre decidió abandonar el país por un tiempo y para cuando regresó Francia se acercaba poco a poco a un Gobierno dirigido por Napoleón Bonaparte.
Los Borbones
"Desde el día en que Talleyrand hubo puesto el pie en su país hasta que se encontró por primera vez con Bonaparte, dirigió todos sus esfuerzos a ganarse de nuevo un lugar 'en el sol', y por 'el sol' debemos entender en el Gobierno de Francia", narra Roca-Ferrer.
El hecho es que, tal y como había ocurrido anteriormente con Luis XVI, se convirtió en la mano derecha del líder galo. El corso siempre agradeció a su fiel ministro y exobispo "su gran talento, su puro espíritu cívico y su distanciamiento de las aberraciones que habían deshonrado la Revolución".
No obstante, Francia se encontraba lejos de vivir una época de paz y prosperidad. La herencia revolucionaria todavía dejaba muchos cabos por atar y los complots realistas eran el pan de cada día en un país que pretendía dejar atrás el antiguo Régimen.
En 1804, con la intención de terminar cualquier intento conspirativo, se procedió al arresto y ejecución del duque de Enghien, un poderoso noble, descendiente de la Casa de Borbón en Francia. "El episodio causó conmoción en toda Europa no solo por la muerte del duque, sino también por el desprecio por el Derecho de Gentes que había mostrado Napoleón al ir a buscarlos fuera de las fronteras de Francia", explica el escritor.
Había sido Talleyrand quien notificó la presencia del duque cerca de las fronteras. "Es preciso que el duque de Enghien sea fusilado antes del alba", llegó a afirmar. En Francia hacía años que no reinaban, pero la familia Borbón estaba presente aún en la Corona española. "Desde que Napoleón reinaba en Francia, parecía obvio que los Borbones, expulsados de Francia, sobraban en España", añade Roca-Ferrer.
Evidentemente, la invasión de nuestro país no se debió a la manía del ministro de Napoleón con la dinastía borbónica. Sin embargo, aprovechó la situación para tratar de erradicar su poder. "El odio personal que Talleyrand albergaba contra los Borbones, de los cuales nada esperaba, sobre todo a partir de su complicidad en el fusilamiento del duque de Enghien, explica este punto de vista", asegura el escritor.
Últimos años
La invasión de España y el nombramiento de José Bonaparte como nuevo rey de España, empero, coincidió con un alejamiento de Talleyrand de su amigo Napoleón. Habían tenido ciertos desencuentros y el antiguo obispo terminó abandonando el sueño imperialista de Bonaparte. Su momento álgido en política llegaría precisamente tras la abdicación del emperador que se había sumido en una crisis irreparable.
Charles Maurice de Talleyrand fue el encargado de la jefatura del gobierno provisional en abril de 1814 hasta el regreso de Luis XVIII. A la vez que esperaba la vuelta de la monarquía en Francia dos décadas más tarde, el regreso de los Borbones le inquietaba enormemente. "Hombre precavido y con un turbio pasado que podía jugar contra él, lo primero que hizo fue enviar un agente de confianza al Louvre para que rescatara toda su correspondencia pública y privada con el emperador y la quemara", expresa el escritor.
Pese al pasado antiborbónico, el monarca no solo lo aceptó, sino que lo nombró ministro de Asuntos Exteriores. Talleyrand podía no sentir simpatía alguna hacia la dinastía que reinaba nuevamente en su país, pero en ningún momento pecó de estúpido. A lo largo de los años, incluso en el intento de Napoleón por retomar el poder en 1815, se mostró cauteloso para permanecer cerca del poder.
Fue testigo de la caída de la dinastía que tanto había rechazado y que ahora aceptaba para seguir en la política. Carlos X, sucesor y hermano de Luis XVIII, se aventuró en un régimen anacrónico y conservador. Los disturbios, las barricadas y la intransigencia de Carlos condenaron su linaje.
Para el mes de julio de 1830, Carlos era un cadáver dinástico. Había llegado a ordenar abrir fuego contra su propio pueblo y, en lugar de salir victorioso, se vio obligado a retroceder posiciones. "Desde el principio de su reinado, quedó claro que Carlos X era un desastre. Mientras que su hermano había tenido el buen juicio de comprender que los días del Antiguo Régimen habían terminado para siempre, para Carlos era como si los últimos siglos no hubieran ocurrido", resume el escritor John Julius Norwich en Francia. Una historia desde la Galia a de Gaulle (Ático de los Libros).
La Cámara de Diputados se reunió para dilucidar el futuro de la Corona. Decidieron que lo mejor para Francia era apartar a Carlos X e invitaron a Luis Felipe de Orleans, partidario de la causa liberal y burguesa, a sustituirle. Allí estaba, una vez más, Charles Maurice de Talleyrand, quien llegó a ser embajador de Londres bajo el reinado de Luis Felipe I, con la dinastía Orleans al alza y con los Borbones extinguidos definitivamente.
Talleyrand falleció en París el 17 de mayo de 1838. A lo largo de su vida sirvió a numerosos monarcas y líderes políticos sabiendo mantener su independencia y protegiendo siempre su vida y posición. Actualmente su figura es discutida por los académicos y la nueva publicación de Xavier Roca-Ferrer ofrece una completa visión de su vida para comprender mejor a este siniestro personaje.