"Rien". Así de escueta fue la anotación que el joven esposo y futuro Luis XVI realizó en su diario la mañana siguiente a su noche de bodas. Nada había sucedido en el lecho nupcial. El matrimonio entre el delfín y María Antonieta, archiduquesa de Austria, celebrado el 16 de mayo de 1770 en Versalles, no había sido consumado. No lo fue esa madrugada, ni tampoco en los meses posteriores. Tardarían un total de siete años; un revés que generaría todo tipo de chismorreos en la corte francesa y en el resto del continente. La vida sexual de los reyes de Francia acaparó todos los debates.
En pleno siglo XVIII, las cuestiones conyugales de los monarcas eran asunto público y de Estado porque de ello dependía el destino del país, quién iba a ser el sucesor al trono; y en el enlace entre Luis XVI y María Antonieta algo no cuajaba. Era culpa del hombre, inexperto o impotente, o tal vez impedido por algún tipo de bloque mental. La juventud todavía discurría por los cuerpos de ambos —él, de 16; ella, dos años menor—, pero eso, ni mucho menos, les eximía de responsabilidades: su enlace era el fruto de una alianza, de la unión de las dos grandes casas europeas, los Borbones y los Habsburgo.
Al principio se pensó que el delfín era extremadamente tímido e inexperto, que estaba cohibido ante una muchacha de la que todo el mundo ensalzaba su encanto. Luego se barajó que estuviese influenciado por algún misterioso hechizo que le paralizase durante las continuas tentativas. Luis XV, abuelo del joven heredero y famosos por sus peripecias en estos terrenos, y María Teresa, la madre de María Antonieta, decidieron mediar en el asunto con la consulta a médicos de su confianza.
El diagnóstico descartó cualquier tipo de embrujo espiritual: el futuro monarca francés padecía una fimosis. En la corte pronto se propagó la noticia de la malformación de Luis XVI, la verdadera razón de sus problemas sexuales. Así se manifestó el embajador de España en París, el conde de Aranda, en un informe secreto: "Quién dice que el frenillo sujeta tanto el prepucio, que no cede a la introducción y causa un dolor vivo en él, por el cual se retrae S. M. del impulso que conviene. Quién supone que dicho prepucio está tan cerrado que no puede explayarse para la dilatación de la punta o cabeza de la parte, en virtud de lo cual no llega la erección al punto de elasticidad necesaria".
Cuatro años después de la boda, y todavía sin consumarse el matrimonio, Luis XVI fue coronado rey de Francia. Él seguía empeñado en no pasar por el quirófano por miedo ni tampoco en mantener relaciones conyugales para no arriesgarse a los dolores. Para entonces, esta situación ya era un "punto capital" de los problemas de María Antonieta, que se se sentía humillada y se recluyó en sí misma. "Estoy trabajando para convencerlo sobre la pequeña operación de la que ya hemos hablado y creo que es es necesaria", le escribe a su madre en 1775. Pero nada cambia en el año siguiente.
La consumación
Stefan Zweig destripa esta coyuntura en su biografía sobre la reina consorte, María Antonieta (Acantilado): "Lo retrasa y titubea, prueba y vuelve a probar, y esta terrible, repugnante y ridícula situación de eternos ensayos y eternos fracasos, para ignominia de María Antonieta, mofa de toda la corte, rabia de María Teresa y humillación de Luis XVI, se prolonga aún durante otros veinticuatro meses; en total, por tanto, siete espantosos años". La vida conyugal de los reyes, en aquel entonces, ya ha sido analizada por todas las damas de la corte, los caballeros o los criados del palacio de Versalles; también en los detallados informes de los embajadores de Prusia, Sajonia o Cerdeña.
De forma casi milagrosa, en el verano de 1777, el matrimonio por fin llegó a consumarse y las relaciones sexuales entre ambos monarcas pasan a ser totalmente normales. María Antonieta, por fin liberada y llena nuevamente de vitalidad, le relata excitada a su madre: "Estoy muy feliz. Hace ocho días que el matrimonio está totalmente consumado. La prueba se ha repetido y ayer incluso de una forma más completa que la primera vez… No creo que esté todavía embarazada, pero al menos tengo la esperanza de poder estar de un momento a otro". Y así fue, a finales del año siguiente, llegaría su primera hija; luego dos varones y una niña más.
Y este secreto de alcoba, según Zweig, autor de El mundo de ayer (Acantilado), tiene unos efectos incalculables sobre la historia: "Las consecuencias de una perturbación matrimonial llegan, en este caso, hasta el campo de la Historia Universal: en realidad, la destrucción de la autoridad real no ha comenzado con la toma de la Bastilla, sino en Versalles. Pues el que estas noticias del fracaso conyugal del rey y las maliciosas mentiras sobre la insatisfacción sexual de la reina, brotando del palacio de Versalles, llegaran tan veloz y extensamente a conocimiento de la nación entera no era fruto de la casualidad, sino que había en ello secretas razones de orden familiar y político". Los siete años de matrimonio sin consumar como embrión de la Revolución francesa.