El mejor teatro en un año convulso: las obras imprescindibles de 2016
Zarzuela, ópera, danza, el mundo de la escena ha vivido un año difícil, pero con una gran variedad.
27 diciembre, 2016 02:17Noticias relacionadas
2016 será recordado como un año agitado en lo que a artes escénicas se refiere. Cuando se cumplieron 80 años del asesinato de Federico García Lorca, celebramos –con desigual éxito– los centenarios de Miguel de Cervantes y Buero Vallejo, despedimos a salas angulares de la escena madrileña –Kubik Fabrik y La Casa de la Portera–, asistimos al nacimiento de nuevos modelos de teatro como El Pavón Teatro Kamikaze y festejamos los aniversarios de imprescindibles como el Teatre Lliure (40 años) y el Festival Temporada Alta (25 años).
Mientras el sector seguía peleando por la bajada del sangrante IVA Cultural, la clase política se entretuvo con ceses –el de Pérez de la Fuente al frente del Teatro Español– nuevos nombramientos –Àlex Rigola y Natalia Álvarez Simó al frente de los Teatros del Canal; Carme Portaceli y Mateo Feijóo, al Español y Matadero respectivamente– y renovaciones como las de Ernesto Caballero (Centro Dramático Nacional), Helena Pimenta (Compañía Nacional de Teatro Clásico), José Carlos Martínez (Compañía Nacional de Danza) y Antonio Najarro (Ballet Nacional de España).
También despedimos a veteranos dramaturgos como Francisco Nieva y Darío Fo, al tiempo que vimos recompensados el talento de mujeres como Concha Velasco (Premio Nacional de Teatro), Nuria Espert (Princesa de Asturias de las Artes) y Lola Blasco (Premio Nacional de Literatura Dramática). Sirva esta lista como recuerdo de los mejores espectáculos que pudieron verse en nuestro país en 2016:
1. 'Todo el tiempo del mundo'
O cómo enfrentarse al pudor familiar, la culpa judeocristiana y aquello que no se nombra (pero nos atormenta) a través de un enredo con hechuras de comedia ligera y poso existencialista. Todo el tiempo del mundo se sostiene sobre un principio vodevilesco: personajes del pasado, presente y futuro que se aparecen al protagonista, el dueño de una zapatería que podríamos situar en un purgatorio, en el terreno de la no-realidad, lo poético, lo onírico y lo cotidiano. Esos peculiares fantasmas le visitan no tanto para revelarle secretos ocultos de su familia como para arrojar luz sobre los recuerdos que han forjado su identidad.
Como si Un cuento de Navidad lo hubiera escrito el Alan Ball de A dos metros bajo tierra –hay mucho de los Fisher en esta familia Flores que no ha podido (o no ha querido) contarse toda la verdad–, Pablo Messiez deja de lado su faceta más tenebrosa para alumbrar un exquisito ejercicio de psicoanálisis.
2. 'El laberinto mágico'
Seis novelas de Max Aub sobre la Guerra Civil sintetizadas por José Ramón Fernández y llevadas a escena por Ernesto Caballero en un montaje para 15 intérpretes y de dos horas de duración.
El laberinto mágico es una sucesión de escenas sobre los vencidos, tan desamparados como la escenografía de Mónica Borromello y la solitaria música de un dúo que, en una esquina del escenario, acompaña a los soldados en la contienda y al resto de la población en la retaguardia. Porque con sus líos amorosos, sus traiciones y sus sueños rotos, la vida sigue lejos del frente, pero de qué manera. El final, con todos sus protagonistas agolpados en el puerto de Alicante, sabedores de que no lograrán partir hacia al exilio, conscientes de que no conocerán una vida mejor, de que no sobrevivirán, es de lo más sobrecogedores de la temporada.
3. 'La flauta mágica'
El Teatro Real inauguraba el año con esta revisión de la ópera –singspiel, para ser más exactos– de Mozart a cargo de la compañía británica 1927, célebre por intercambiar la tradicional escenografía por proyecciones animadas y una técnica de sobreimpresión conocida como mapping.
Qué más da que con sus cartelas el montaje se dejara por el camino muchos de los diálogos originales, si el singspiel, tal y como lo concibió Mozart, era un género popular como hoy podría serlo el cine. Mudo, en este caso. Porque por esta flauta mágica se pasea Papageno como un sosias de Buster Keaton, Pamina en una reencarnación de Louise Brooks y Monostatos como el Nosferatu de Murnau. Brillante.
4. '¡Cómo está Madriz!'
Compositores como Barbieri, Chueca y Valverde concibieron la zarzuela para el vulgo, para espectadores sin monóculo ni sombrero de copa, al contrario de la imagen elitista o poco accesible que ha llegado hasta nuestros días. Y eso lo sabe bien Miguel del Arco, que puso patas arribas el Teatro de la Zarzuela con ¡Cómo está Madriz!, libérrima revisión de La Gran Vía (1886) y El año pasado por agua (1889).
Fugas de políticos enfurecidos, intentos de boicot y otras polémicas empañaron el mensaje final del espectáculo: brindarle un sentido homenaje al pueblo madrileño en un merecido canto de amor. El montaje consiguió agotar entradas y rejuvenecer la media de edad de un público tradicionalmente acartonado.
5. 'La respiración'
“Soy un náufrago en mi propia cama”. Debería estar prohibido utilizar el teatro como terapia. Salvo para Alfredo Sanzol, que convirtió una ruptura sentimental en la pieza clave de La respiración. Al igual que la protagonista, que trata de reconstruir su vida tras el abandono de su pareja, cuando el dramaturgo se separó de su mujer el dolor era tan grande que no le dejaba respirar. Esa falta de oxígeno le sumió en un estado de alucinación del que surgió este texto, una comedia alocada con la que somatizar la ansiedad y la falta de autoestima. Nadie como Sanzol para mezclar lo poético y lo fantástico.
6. 'Leyendo Lorca'
¿Una lectura dramatizada en lo mejor del año? Sí, porque, alejado de folclorismos innecesarios y simbolismos varios, Leyendo Lorca trasciende el formato de recital en una vindicación de lo femenino que alcanza cotas solo reservadas a expertos en materia lorquiana.
La carga de profundidad que Irene Escolar insufla a las mujeres del teatro de Lorca –mención especial para su Yerma– está al alcance de muy pocas actrices. Eso, combinado con una magnífica selección de sonetos, conferencias y fragmentos de la biografía de Federico García Lorca convierten este espectáculo, junto con El público, en el mejor homenaje al poeta en el 80 aniversario de su fusilamiento. Ver cómo Escolar repasa las últimas horas con vida de Lorca puede ser uno de los momentos más emocionantes de este 2016.
7. 'Proyecto Homero'
A pesar de su corta trayectoria, La Joven Compañía ha demostrado ser una solvente factoría de intérpretes gracias a destacados montajes como Fuenteovejuna o El señor de las moscas. Sin más sostén que un escenario giratorio y algunas video proyecciones, y al abrigo de Guillem Clua y Alberto Conejero –encargados de reescribir las epopeyas Ilíada y Odisea–, el épico Proyecto Homero nos remite al origen de la civilización occidental para recordarnos la necesidad de reconstruir una Europa-Ítaca marcada por la crisis de los refugiados. El montaje está dedicado a todos los que han perdido su vida este año cruzando el Mediterráneo.
8. 'Cine'
Con Cine, estrenado en el Festival de Otoño, la compañía La Tristura se marcó un viaje hacia lo más profundo de nuestra identidad. Una road movie inmersiva –era necesario verla con auriculares– en la que el espectador viajaba de la mano de su protagonista (Pablo Und Destruktion) al encuentro de sus padres biológicos en un tiempo y un espacio que parecen lejanos, pero que apenas han cambiado.
9. 'La cocina'
No es tanto lo que se cuenta –una historia de posguerra en el Londres de los años 50–, sino cómo se cuenta. El despliegue de La cocina, con su trasiego de 26 actores y acentos y sus 2 horas de duración, es uno de los acontecimientos escénicos de la temporada. Sergio Peris-Mencheta dirige para el CDN este texto de Arnold Wesker, fallecido este 2016, sobre el clima postbélico, el recelo entre nacionalidades y la explotación laboral.
10. La extinta poética
Como sucede con muchos de los espectáculos de La Zaranda, La extinta poética, escrita por Eusebio Calonge y dirigida por Paco de la Zaranda, parte de un principio de extrañeza –casi de repulsión– que conecta con lo más atávico de nuestra cultura. Personajes desquiciados, adictos a los tranquilizantes y minusválidos emocionales se pasean entre gritos y aspavientos para recordarnos la necesidad de intervenir en una sociedad profundamente enferma.