Siempre hay un amor pendiente, siempre hay una película que no fue: y coincide que siempre acaba convertida en un guion imposible con prólogo hermoso y ficticio de Hedy Lamarr, la mujer más bella, la mujer más brillante, la mujer con la que Fernando Sánchez Dragó nunca tuvo un affaire entre dos vuelos en ningún aeropuerto del mundo. Esa película que no llegó a ser -y que iba a protagonizar el mismísimo Andy García- se llamaba Habáname, y el guion lo escribió Dragó en 1996 por encargo del productor Juan Alexander -que después lo sería también de su programa El faro de Alejandría-.
Amenazaba con ser un pelotazo hollywoodiense, lúbrico, romántico, aventurero, juguetón: aquí la historia de dos hermanos gemelos que se escapan de la Cuba de Fidel allá en la época de los balseros, con tan mala suerte que la balsa naufraga y uno de ellos consigue regresar nadando a la isla y el otro es recogido en Miami por unos americanos filántropos que le dan vida de amor y de lujo.
No tendrían más de trece años los críos cuando la vida se les bifurca. Ninguno de los dos sabe si el otro está vivo. La peripecia sólo empezaba. “El guion tenía mucho de España, porque Cuba, como la España de la Guerra Civil, es un país con dos almas: la castrista y la anticastrista, la que gana y la que pierde, la interior y la del exilio”, cuenta Fernando a este periódico, ahora que su texto revive en una edición fabulosa estilo facsímil, impresa en Olimpia y editada por Harkonnen.
“El productor me propuso desarrollar esa idea, y yo le dije que para eso tenía que ir a Cuba. Mis cosas raras. Prácticamente conocía el mundo entero, pero me había distinguido bastante en mi crítica al régimen de Fidel Castro y me daba resquemor pasar por ahí por si me suponía algún tipo de represalia”, explica. “Bien, pues el productor me pagó religiosamente todo lo convenido y viajé a Cuba y a Miami. Cuba me fascinó. No hay mal que por bien no venga: la dictadura de Castro había congelado un país que se parecía extraordinariamente a la España de costumbres donde yo había echado los dientes. Su idioma, sus maneras, su mentalidad”, sonríe. “Sus monumentos, su arquitectura, sus gentes… todos simpatiquísimos, cultos, abiertos, traviesos”.
Fiebre creadora en el Nacional
Cómo sería la fascinación que le entró por la tierra y sus relatos vivísimos que se olvidó hasta del sexo: la fiebre creadora le encerró en el legendario Hotel Nacional, “con todo el glamour de Al Capone, de Hemingway, de Ava Gardner”. Se puso ciego a melatonina -que por aquella época no se usaba tan frecuentemente como ahora- y se pasó veinte días escribiendo doce horas seguidas, aporreando su querida máquina, que era una Olimpia pero había sido rebautizada como Mónica.
Se le fue de las manos: Dragó no podía ni quería escribir únicamente el esqueleto de aquella historia. No le salía ser lacónico ni técnico. De los 40 folios que le pidieron, acabó escribiendo 260. “Era una novela cuidada literariamente. Volví y se la enseñé a toda la productora reunida. Les gustó muchísimo, porque la hice con mucho primor. Pero fueron precisamente nuestros sueños de gloria los que devanecieron la posibilidad de la película, porque aquello queríamos que fuese una superproducción. No nos culpo, ojo: así se hacen las cosas con pasión”, explica Fernando.
“Aunque en un mundo como el del cine es difícil que cuajen las cosas: a lo largo de mi vida me he embarcado en varias empresas cinematográficas y ninguna ha llegado a puerto”. Jorge Perugorría iba a ser el actor que interpretase al hermano del lado castrista. “Estaba muy de moda en aquella época, por lo de Fresas y chocolate”. Y Andy García, el hermano anticastrista, como él mismo en la vida real, claro. Sin embargo, este último acabó rechazando el papel porque, curiosamente, el guion no le parecía “lo bastante anticastrista”.
¿Dragó castrista?
Eso a Dragó, como ustedes ya se imaginarán, le trae sin cuidado: ni siquiera se ha considerado nunca comunista, sino estrictamente “antiranquista”, y más bien para “correr aventuras, ser perseguido, acabar en la cárcel, irme al exilio, llevar la contraria”. “Yo soy un liberal, un libertario y un libertino”, sostiene. “A mí me gustaba Cuba, claro, y así lo hago ver en el guion, pero como me gustaba España: la España de los toros, del folclore, de Don Quijote, no la España social ni política de la Guerra Civil. En mi guion no se puede buscar un mensaje político, porque yo so crítico con respecto a todo, practico la enmienda a la totalidad: fui crítico con el régimen de Castro pero aún más con los EEUU y aquella frivolidad insoportable”, admite.
Casi había olvidado ya Dragó esta simpática historia hasta que le llamó un pequeño editor de Valencia pidiéndole algún manuscrito olvidado “de esos que tenéis por ahí los escritores, metidos en cajones”, y aunque Fernando publica toda su obra con Planeta, quiso pasarle este guion.
“La idea es que cada libro de la colección vaya prologado por una gran figura de la historia del cine, y construir así una ficción literaria: yo elegí a Henry Lamarr porque era hermosa y libertina, porque fue la amante de medio mundo, porque burló a un millonario nazi, porque inventó la wifi y porque era inteligentísima, y suspicaz, y espía”, relata, embobado por el fantasma de aquella titana. De ella se enamoró cuando tenía trece años y su madre lo llevó al cine a ver Mi espía favorita. “Recuerdo que el director o el guionista tuvo la ocurrencia de hacer que cada vez que el protagonista la besaba, se le abriese a ella una carrera en las medias. Me encantó aquello, es mi mayor fetiche sexual desde entonces”.
Medias rotas
Así que ese gag también aparece en el texto de Habáname. “El hermano que vive en Miami es un psiquiatra famoso, tiene dinero, coches… y está casado con una mujer horrorosa con los pechos operados y tiene unos niños odiosos que se pasan la vida consumiendo palomitas delante de la televisión. Entonces se echa una amante cubana llamada Kenia y cada vez que la besa, se produce una carrera en sus medias”, guiña.
¿Cree que ahora Netflix o HBO podrían comprar el guion y cerrar el círculo poéticamente? “Me lo he imaginado, sí. Seguramente tiene más formato de serie, eso me dice Garci. Sería divertido, porque en el libro aparezco yo, un poco para homenajear a Hitchcock: cuando el hermano de Miami dice volver a la isla en avión, va al lado sentado un escritor español que viaja a Cuba para escribir un guion de cine…”.