La dieta mediterránea es reconocida internacionalmente por mejorar la salud de la población con productos locales, tradicionales, de temporada y principalmente de origen vegetal. Es el caso de las frutas, verduras, legumbres, cereales y aceite de oliva.
Esta dieta se ha asociado con un menor riesgo de desarrollar enfermedad cardiovascular y factores de riesgo cardiometabólicos, cáncer, diabetes, enfermedades neurodegenerativas y mortalidad prematura. Dos rigurosos ensayos clínicos han demostrado también su eficacia en la prevención primaria y secundaria de enfermedades cardiovasculares, y se ha asociado con un envejecimiento saludable.
Por otro lado, la dieta mediterránea es un ejemplo de dieta sostenible, ya que reduce las emisiones de gases de efecto invernadero y el uso de recursos naturales.
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Efectos de los ultraprocesados
Sin embargo, los patrones de consumo actuales parecen seguir cambiando hacia dietas poco saludables. La dieta actual de la población española se está alejando del patrón mediterráneo, hacia una dieta menos saludable y más occidentalizada.
Esta forma de alimentarnos está suponiendo que la salud nutricional de la población esté empeorando, pues en muchos casos supone ingestas por encima de las necesidades nutricionales de calorías, grasas saturadas, azúcar y colesterol. En parte, el consumo excesivo de estos nutrientes se está convirtiendo en algo habitual por la ingesta frecuente de alimentos muy procesados. Según la OCU, los alimentos ultraprocesados más consumidos son carnes procesadas, bebidas azucaradas, bollería y aperitivos.
En España, el consumo de alimentos ultraprocesados supone una cuarta parte del total de energía de la dieta. El alejamiento de la dieta mediterránea y el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados está suponiendo un riesgo para la salud de los consumidores y una mayor mortalidad, además de una degradación del medioambiente.
En particular, el exceso de peso como consecuencia de una mala alimentación se asocia a otras enfermedades crónicas tales como enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 o algunos tipos de cáncer. Dichas enfermedades tienen una alta prevalencia en España: el 20 % de la población sufre de hipertensión, el 15 % tiene hipercolesterolemia y el 8 % ha desarrollado diabetes.
En la Unión Europea, casi un millón de muertes son atribuibles a riesgos dietéticos provocados por un consumo alimentario poco saludable.
Una agricultura contaminante
En cuanto a las consecuencias ambientales, se ha identificado a la agricultura como la principal causa de degradación ambiental a nivel global. Entre los impactos ambientales de la producción de alimentos, en el caso español destacan la contaminación del aire por emisiones de amoniaco y del agua por lixiviado de nitratos, la degradación del suelo por la erosión y por la pérdida de materia orgánica, o las emisiones de gases de efecto invernadero.
Hay que destacar el uso del territorio en terceros países, sobre todo para la producción de piensos, que genera importantes impactos como los asociados a la deforestación.
También es preocupante la dependencia de la energía y otros recursos no renovables para la producción de insumos como fertilizantes y electricidad.
Dada esta situación, el sistema agroalimentario se presenta como un elemento clave a transformar para garantizar la salud de la población y del planeta.
Producción y consumo responsables
La comisión EAT-Lancet concluyó que los cambios hacia dietas saludables prevendrían aproximadamente 11 millones de muertes por año (entre el 19 % y el 24 % del total de muertes en adultos).
En el caso español, se ha estimado que reducir el consumo de productos de origen animal (carne, leche, huevos y algunos productos pesqueros) y de azúcar, y triplicar el consumo de legumbres y duplicar el de verduras dan como resultado una dieta mediterránea, una reducción drástica de los impactos ambientales y la posibilidad de lograr la autosuficiencia alimentaria con producción ecológica.
Sin embargo, el cambio en los hábitos alimentarios no es suficiente para conseguir un sistema alimentario más sostenible. Es también necesaria una transformación del modelo productivo de alimentos de nuestra economía.
Las prácticas agroecológicas incorporan una visión holística del sistema alimentario como productor de alimentos, priorizando la seguridad alimentaria frente al lucro económico industrial, aumentando la resiliencia frente al cambio climático y reduciendo los impactos ambientales y la emisión de contaminantes que perjudican nuestra salud.
La combinación de la dieta mediterránea y la agroecología genera sinergias muy importantes desde un punto de vista ambiental, pero también lo hace desde un punto de vista de la salud.
Cabe destacar que los alimentos ecológicos minimizan la exposición a residuos de pesticidas y a metales pesados e incrementan el contenido de vitaminas o antioxidantes. Esta disminución en la exposición a pesticidas es aún más relevante si tenemos en cuenta que una dieta sostenible conlleva un mayor consumo de verduras y frutas, que son los productos que presentan mayores residuos de pesticidas.
La evidencia científica sobre los efectos a largo plazo del consumo de productos ecológicos sobre la salud es aún limitada, pero está creciendo rápidamente.
Por último, cabe destacar la necesidad de reducir el desperdicio alimentario. Actualmente, según estima la FAO, los alimentos que se pierden y desperdician podrían alimentar a 1 260 millones de personas hambrientas cada año. Estas cifras, además de suponer un riesgo para la seguridad alimentaria, contribuyen a la cuarta parte de las emisiones totales del sistema agroalimentario.
Volver a la dieta mediterránea
Bajo el prisma de lo expuesto a lo largo de este artículo, parece que el retorno al patrón alimentario tradicional de dieta mediterránea es una necesidad más que una simple opción.
A su vez, debemos asegurar que la forma en la que los alimentos se producen y consumen no interfiere en la salud y el medio ambiente. Esto pasa por fomentar la producción ecológica, de manera que disminuya la exposición a sustancias tóxicas y la contaminación ambiental. Junto con una disminución del desperdicio alimentario, estas medidas posibilitarían un sistema ajustado a la capacidad del territorio.
* Isabel Cerrillo García es profesora e investigadora del Área de Nutrición y Bromatología, Universidad Pablo de Olavide.
* Eduardo Aguilera es investigador postdoctoral de la ETSI Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
* Sebastian Villasante es profesor del Departamento de Economía Aplicada - Socio fundador de Alimentta, Universidade de Santiago de Compostela.
** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.