Los biólogos que alertan de la sexta gran extinción: "No podemos permitirnos perder al lobo en España"
"No tendremos bienestar humano si seguimos perdiendo especies" / "Nos comportamos igual que antes del coronavirus. No hemos entendido nada" / "Perder una especie es perder una cura para una enfermedad"
22 junio, 2024 02:26Las buenas noticias, como la recuperación del lince ibérico, son un alivio imperceptible frente a una catástrofe sin precedentes en el planeta Tierra. Trabajando mano a mano, los mexicanos Gerardo Ceballos y Rodolfo Dirzo han demostrado que la tasa de extinción de especies es hoy hasta 1.000 veces más elevada de lo que lo ha sido en últimos dos millones de años. Si la desaparición de los dinosaurios fue la quinta gran extinción, actualmente experimentamos la sexta, un desafío tan serio como el del cambio climático y en el que -de nuevo- asoma la mano del hombre.
La destrucción de los ecosistemas y el tráfico de especies son algunos de los factores que citan los ecólogos, ganadores del Premio Fronteras de Ecología y Biología de la Conservación. "Se decomisan 70 toneladas de escamas de pangolín al año", lamenta Ceballos. "Hemos estado muchas veces en África y en Asia, y solo he visto un pangolín silvestre una vez". Frente a esta "aniquilación de la naturaleza", aportan un arsenal metodológico que demuestra que la conservación de especies es una necesidad vital, económica y sanitaria para el ser humano,
Hace siete años hablábamos de la extinción del 58% de las especies animales del planeta. ¿Hemos mejorado algo desde entonces?
Gerardo Ceballos: El panorama, en realidad, es ahora es más sombrío. Las tasas de extinción más graves se han generalizado. Ya no ocurren solamente en vertebrados e insectos, se extienden a los invertebrados, plantas y microorganismos. Pensábamos que, desgraciadamente, esto ocurría porque las especies grandes son más fáciles de matar. Pero está ocurriendo también en hongos, por ejemplo. Las tasas de extinción de caracoles terrestres son hasta mil veces más altas que en los últimos 100.000 años.
Rodolfo Dirzo: En 2014 calculamos que en las últimas cuatro décadas la extensión de las especies vertebradas en los trópicos del planeta había caído un 40%. Ahora, un estudio de WWF hecho con nuestra metodología reporta una caída del 70% en 2023.
G. C.: En realidad, enfocarlo exclusivamente en las especies extintas minimiza la situación. Hay muchas especies que tienen muy pocos individuos pero no se han extinguido. Sin embargo, sus poblaciones se están acabando, van perdiendo territorios muy grandes y el papel ecológico que cumplían desaparece. Por lo tanto, la crisis es mucho más grave de lo que se percibía hace 20 años.
R. D.: Te voy a poner otro ejemplo de un estudio que realizamos para PNAS. Para el 50% de los mamíferos, el ámbito de distribución geográfica se ha reducido un 80% en los últimos 25 años. Es decir, que el 50% de las especies no están extintas, pero ya solo se encuentran en un 20% de sus ecosistemas originales. Eso da idea del pulso de erosión biológica que llevamos. Y hablamos de especies muy grandes con impactos muy importantes: rinocerontes, elefantes, osos, grandes felinos, etcétera.
G. C.: Hay otra cosa más. En los últimos 10 años hemos visto que están desapareciendo las características que hacían más fácil identificar a las especies en peligro. Hemos llamado a eso "la aniquilación de la naturaleza", porque se borran las diferencias biológicas que volvían más susceptibles a unas especies que otras. Ya no importa si eres grande o pequeño, tienes una gran probabilidad de verte afectado por la extinción.
Ustedes contraponen a esta "aniquilación" el concepto de "servicios ambientales": lo que las especies hacen por nosotros.
G. C.: Exacto. Cuando venimos [a España] nos dicen: "Gerardo, Rodolfo, es una pena que se extinga el lobo, pero es necesario". Y en realidad, en meros términos utilitarios, es un coste que no se pueden permitir. No hay manera de mantener el bienestar humano si seguimos perdiendo especies. Obtenemos grandes beneficios gratis del buen funcionamiento de la naturaleza. Hay productos materiales -vegetales, madera- pero también servicios. La combinación de gases en la atmósfera depende en gran medida del bioma. El 70% de todos los cultivos son polinizados por animales. El 75% de los principios activos de las medicinas vienen de plantas. Cada vez que perdemos una especie, perdemos potencialmente la cura para una enfermedad.
R. D.: Hemos estudiado el impacto de la cacería sobre la fauna de talla grande y mediana en África, la sobreexplotación y la destrucción del hábitat. Hemos descubierto con métodos experimentales muy rigurosos que, al eliminarla, el espacio es ocupado por especies pequeñas que no se cazan: no tienen piel, no tiene colmillos de marfil... Pero en cambio portan una gran cantidad de patógenos: Leptospira, Leishmania, incluso la bacteria responsable de la peste bubónica. Estamos generando nosotros mismos las condiciones para que florezcan las enfermedades de tipo zoonótico.
El concepto de zoonosis es crucial. Ha estado detrás de las pandemias recientes de coronavirus: SARS, MERS y SARS-CoV-2.
G. C.: Está claro. Incluso si el SARS-CoV-2 hubiera sido manipulado en laboratorio, el virus en sí viene de la vida silvestre. En los últimos 50-40 años tenemos muchos más casos: el Ébola, el MERS, la fiebre de Marburgo... ¿Por qué saltan al humano? Primero, por las aglomeraciones gigantescas de producción ganadera y avícola. Segundo, por el tráfico ilegal de especies: 100 millones de animales cada año en China, en condiciones sanitarias terribles. Y tercero, porque nos adentramos cada vez más en lugares donde nunca habíamos estado. Con el Covid-19, nos salvamos porque la violencia del virus no era tan grande. Pero si seguimos así, tendremos más pronto que tarde otra pandemia, y probablemente con mayor mortalidad humana.
R.D.: La solución es básica. ¿Por qué se nos transmite una enfermedad de un animal que lleva esos patógenos como parte de su ecología y su biología evolutiva? Porque hemos abierto las posibilidades de contacto. Si destruimos su hábitat, un murciélago tendrá que moverse a donde haya recursos. Y estarán en un asentamiento humano que apareció al destruir un pedazo de selva tropical para el mantenimiento de ganado. Buscará alimento entre las vacas y los huertos de los frutales.
G.C.: Hemos destruido los ecosistemas hasta el nivel de los microorganismos. Si coges a un indio del Amazonas y lo comparas con un habitante de Ciudad de México, verás que su microbioma es mucho más complejo que el nuestro.
La gripe aviar es una zoonosis que está causando una mortalidad apocalíptica entre las especies. ¿Estamos ignorando la gravedad del problema?
G.C.: Realmente, como sociedad, debemos hacer un enorme esfuerzo de concienciación. Seguimos haciendo exactamente lo mismo que antes del coronavirus. La pandemia nos puso de rodillas, pero no hemos entendido nada. En el caso de la gripe aviar, su transmisibilidad hacia el ser humano es muy baja, pero siempre existe la posibilidad de que haya una mutación. Y los primeros virus que infectan tienen una gran presión de selección para dispersarse.
R.D.: Hay un fenómeno ecológico claramente establecido en la biología de población: a mayor densidad de una especie, mayor probabilidad de que se dispare una enfermedad. Diversificar con otras especies dificulta la expansión del virus, pero ahora tenemos explotaciones de miles de millones de pollos conviviendo en un solo día. La probabilidad de que estos virus circulen es enorme, y a más virus, más mutaciones. Algunas resultarán ser las adecuadas para saltar al ser humano. Estamos jugando a la ruleta: cuántas más bolitas, mayor probabilidad.
Han mencionado al lobo, que hasta los 70 todavía era considerado "alimaña" en España y se mataba a placer. ¿Hemos desterrado la idea de que algunas especies naturales son "plagas"?
G.C.: El caso del lobo es muy paradigmático. Los ganaderos no lo quieren, pero no se dan cuenta de que como productores dependen también económicamente del servicio ambiental que proporciona. Hemos avanzado bastante, pero evidentemente estamos muy lejos de respetar realmente a la fauna silvestre tanto por su valor intrínseco como por el valor que tiene para nosotros.
R.D.: Vamos a publicar un estudio hecho con estudiantes de Stanford al respecto de animales que no considerarías críticos para el bienestar humano: los buitres. Los animales que se encargan de procesar la carroña suponen un enorme beneficio crucial en términos económicos, y lamentablemente también están declinando. Y eso hace que el riesgo de tener otro foco de infección y de zoonosis sea verdaderamente grande.
G.C.: Déjate de animales carismáticos como los lobos: los carroñeros desempeñan un papel verdaderamente crucial. Los tlacuaches [zarigüeyas] de México son marsupiales considerados muy feos, pero cuando un animal muere en la selva, a veces ni los buitres pueden abrirlo. Los primeros que llegan y lo abren son los tlacuaches, y una vez que lo desgarran y abren pueden entrar todos los demás carroñeros. Es un claro ejemplo de servicio ambiental sanitario que prestan al ecosistema.