En el bullicio del “mundanal ruido”, cuando miramos atentos los quehaceres que nos rodean y percibimos infinidad de estímulos externos transmitidos por hechos o acontecimientos que nos rodean, no damos a vasto a discernir lo importante de lo superficial.
El mundo abruma nuestro intelecto y, en muchos casos, obnubila la inteligencia. Por eso es necesario hacer “altos en el camino” para ordenar un mundo caótico. No me refiero, evidentemente, a un fin de semana para pensar lo que ya se tenía pensado y hacer lo que ya se había planificado, como nuestro hábil presidente.
Las cosas son más importantes de lo que parecen para hacer mofas, parodias, chanzas o burlas. En esta ocasión, de entre muchas noticias que me han interesado como merecedoras de una especial reflexión, he destacado una por su especial interés para los creyentes: la actitud “cismática” de las monjas clarisas del convento de Belorado. No quiero entrar a valorar ahora, ni menos juzgar, a cada una de las partes implicadas en este suceso que ha conmovido a los creyentes, lo que más me ha interesado del problema ha sido la reacción de la sociedad en general y de los creyentes en particular.
Los medios de comunicación han “pillado cacho”, como vulgarmente se dice, y han hecho alarde de despliegues informativos para que, con el pretexto de informar a la población, conseguir audiencias en sus programas merecedoras de pingües beneficios económicos a través de contratos millonarios de publicidad. Los modelos informativos de los todopoderosos medios se han movido entre seriedad y extrañeza ante un hecho no visto hasta ahora entre nosotros y el escarnio de algunos.
La primera actitud ha variado desde la dignidad, prudencia, reserva, discreción en el trato de la noticia hasta la incredulidad, asombro o sorpresa porque unas “monjitas” se hayan enfrentado a la todopoderosa Iglesia de Roma.
La otra actitud, desgraciadamente mayoritaria, ha sido el escarnio hacia tal acontecimiento personificado en unas monjas “desmadradas”, un seudo-obispo tridentino, un interés económico oculto y un trasfondo ideológico decadente. La manera de afrontar esta noticia bajo esta actitud se ha movido entre el agravio, la burla, la mofa, la humillación, la ofensa, la vejación o el insulto. No han tenido piedad, ha sido una excusa para menospreciar aquello en lo que ni creen ni les importa conocer para poder juzgar con ética profesional.
Pero ha habido una tercera actitud, generalmente entre los creyentes, que ha consistido en la consternación, manifestada en la aflicción, el pesar, la pesadumbre, abatimiento, tristeza, tribulación o turbación de muchos creyentes que vemos que intereses opacos y turbios remueven vidas, comunidades y colectivos, perturbando el mensaje de Jesús de Nazaret.
En este análisis no he podido por menos que pensar en cuántos hombres y mujeres consagrados se extienden por todo el mundo viviendo en la pobreza, entregando su vida a los demás, solos en muchos pueblos, poco considerados en una sociedad materialista. Cuántos misioneros entregados hasta la extenuación, luchando entre la pobreza y con pobreza en miles de lugares de la tierra para el desarrollo humano y espiritual de las almas. Y, sin embargo, la noticia es un personaje que está dudosamente consagrado en el seno de la Iglesia Católica, que vive en una opulencia decimonónica, con una altivez, inmodestia, arrogancia y vanidad en su desarrollo doctrinal. Uno, un truhan, que ha conseguido mover a una comunidad de monjas clarisas por oscuros caminos a una “conversión” contraria a su trayectoria conventual. Los otros, los sacerdotes con miles de pueblos que atender, los misioneros y misioneras luchando en perdidos y remotos lugares del mundo, viviendo en pobreza, esos no son noticia. No interesan, no llenan programas de entretenimiento.
Ahora bien, dejando a un lado los dimes y diretes a los que dan pie la noticia, yo pongo especial énfasis en otro aspecto para mí más importante y que comparto con Juan Manuel de Prada en uno de sus últimos artículos: ¿cómo hemos llegado a esta situación? En el caso de estas monjas de Belorado ¿ha faltado atención en sus necesidades, vigilancia? ¿Ha existido desvalimiento para evitar la contaminación de elementos maliciosos? Pero lo que más me preocupa es si realmente tenemos una Iglesia que, en palabras de Prada, “deja enfermar a sus miembros más selectos sin advertir su decaimiento, su dolencia íntima, su agonía espiritual”.