Que el lector o lectora no espere encontrar en este texto a la protagonista explicando por qué se intentó quitar la vida cuando tenía 15 años o qué método utilizó, porque son preguntas que un periodista no debe hacer si quiere aportar rigor y restar morbo. "Incluso alguien me llegó a preguntar si lo hice por anorexia porque estaba muy delgada, pero es que siempre he sido de constitución delgada", responde María de Quesada (València, 1979), autora de 'La Niña amarilla', un proyecto de concienciación con el que se ha propuesto "aportar mi granito a la sociedad" ayudando a prevenir el suicidio.
Esta periodista representa una de las nuevas voces españolas que dan la cara para visibilizar una lacra hasta hace poco completamente silenciada por los medios de comunicación -por esa creencia de que informar conlleva el efecto contagio-, ignorada, por tanto, por la clase política y menospreciada, en consecuencia, por una parte de la sociedad que lo asocia a un tabú que debe permanecer oculto en la esfera privada.
Y así nos va. La pandemia ha disparado los problemas relacionados con la salud mental, llegando a aumentar hasta el 40% los casos de adolescentes que acuden a Urgencias por crisis suicidas, autolesiones, conductas suicidas... según los registros de la Policía Local y Nacional, las Atenciones Tempranas o estudios realizados en Cataluña y Baleares, explica de Quesada. Solo en Valencia ciudad la sala de Emergencias ha pasado a recibir cinco avisos al día.
Y para encontrar los números nos tenemos que remitir a 2019, antes de la Covid, cuando los suicidios entre la población de 15 a 29 años acabaron con la vida de 309 jóvenes, por primera vez por delante de los accidentes de tráfico, que sumaron 307 muertes, según datos de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio. ¿Por qué no hay cifras posteriores? "Porque para el Instituto Nacional de Estadística no es una prioridad y el Observatorio del Suicido lo que hace es recopilar los datos y poco más", se lamenta.
Así, "las administraciones, si quieren aportar soluciones, deberían de empezar por ampliar esos datos y darlos cada menos tiempo", para conocer la envergadura de un problema que va avanzando, estrechando el cerco de la sociedad: "cada vez todos tenemos casos más cercanos, no solo entre el vecindario, sino entre la familia", advierte esta madre de dos hijos.
Sin un plan
Pese a estas alarmantes cifras, España sigue sin un plan de prevención del suicidio. Precisamente en materia de accidentes en carretera o en violencia de género, insiste esta profesional de las Redes Sociales en una agencia de comunicación, el país se ha volcado en campañas de concienciación. "La DGT lleva décadas invirtiendo en campañas millonarias, cosa que está muy bien porque ha funcionado, pero es que los números de suicidios son el triple que los muertos en carretera", revela.
Con respecto a la comparativa con la violencia machista, le preguntamos si no hay más remedio que esperar a que se produzca en la sociedad un shock como el que hubo en 1997 con el asesinato de Ana Orantes a manos de su marido tras atreverse a denunciar en Canal Sur una vida entera de palizas. La respuesta no puede ser menos halagüeña. "Es que en el caso del suicidio ya ha habido muchas Ana Orantes y nada ha cambiado", denuncia.
Y cita como ejemplo el suicidio reciente de Ángela, una joven que llevaba tiempo denunciando "el trato denigrante" que había sufrido de la sanidad española cuando fue a tratarse sus problemas de salud mental. Tras dejar programado una serie de 'tuits' sobre la falta de recursos sanitarios, se quitó la vida y estos aparecieron publicados una semana después.
La salud mental
Uno de los mitos que desmiente en el taller que imparte a periodistas sobre cómo informar de este tema es que suicidio es sinónimo de padecer enfermedad mental. "Yo era una niña alegre que llevaba el sufrimiento por dentro", avanza. "Insisto, no hace falta tener una enfermedad mental para tener ideas suicidas, conductas o llegar a suicidarse". Porque si bien es cierto que, según los expertos, el 90% de las personas que acaban con su vida padecían una enfermedad mental o enfermedad mental transitoria, "yo estaba en el 10% restante".
En su proyecto de La Niña amarilla, además de trabajar para contribuir a convertir los medios de comunicación en "agentes de la prevención del suicidio", tiene previsto empezar a impartir charlas sobre el suicidio en los institutos "desde el punto de vista emocional", porque entiende que muchos de los problemas mentales que arrastra la sociedad es por la falta de educación emocional: "Tengo claro que es más importante saber gestionar las emociones que las matemáticas o la literatura", afirma.
Por eso considera muy positivo el debate que se ha abierto días atrás con la retirada de Simone Biles de los juegos de Tokio, la gimnasta estadounidense que prefirió su salud mental a una medalla olímpica. "También quiero contribuir a quitar ese tabú de que hay que ser fuertes emocionalmente, pues no, es importante que la vulnerabilidad se muestre", sentencia. María lo sabe bien, porque su intento de suicidio vino, en parte, de reprimir lo que sentía, y lo sabe a posteriori cuando, al empezar a visibilizar esta problemática y convertirse en una cara visible, se le ha removido todo de nuevo.
Relatos suicidas desde el amor
Se le ha removido, explica, desde que empezó a escribir su libro 'La Niña amarilla: relatos suicidas desde el amor', que la editorial Penguin Random House sacará a la venta en septiembre de este año. Los beneficios irán a parar a la asociación que ha creado con otras dos profesionales de la comunicación para otras acciones de concienciación como las charlas a la juventud o la promoción de estudios e investigaciones, que falta hace.
En el libro, además de su testimonio en primera persona, ha recabado otros de jóvenes que casi acaban con sus vidas. Así nos topamos con el caso de un chico que le ha contado cómo, al sentir que si se suicidaba iba a acometer un pecado mortal, "esa contradicción de no querer ir al infierno le vino bien", reconoce. Pero a María no le ha servido el catolicismo en esta cuestión, asegura, porque el sentimiento de culpa que aprendió en el "colegio de monjas" no se la ha quitado desde su intento.
Por eso sigue yendo a terapia, "y no tengo reparos en decirlo", por eso se ha enganchado al yoga hasta el punto de convertirse en profesora, "me está sirviendo como herramienta para gestionar mis emociones", y por eso se ha embarcado en el proyecto de La niña amarilla, porque defiende que hablar del suicidio ayuda a prevenirlo.
Una vez descartado el temido efecto contagio, que nos ha llevado a los medios a mirar a otro lado, en un momento como el actual, en el que la vacunación contra la Covid marca el ritmo, María de Quesada aboga por "contagiarnos en el buen sentido para que todos visibilicemos el suicidio" para frenarlo "como problema social que es, no individual". "Solo con la conversación que hemos tenido en esta entrevista, estoy convencida de que ha ayudado a prevenirlo", confiesa al final. Ojalá haya servido de algo, nos va la vida en ello.