Nota del redactor: este reportaje se elaboró sobre el terreno entre los días 5 y 9 de julio, principalmente en el municipio de La Carolina (Jaén) y alrededores. La previsión era publicar el 10 de julio. Por cuestiones de actualidad, su publicación resultó aplazada. En el transcurso de la semana siguiente, se consumaron otros dos suicidios en La Carolina, un pueblo de solamente 15.000 habitantes.
Amelia estuvo en el funeral de su hermano. Jesús, de 42 años, había desaparecido el 10 de agosto de 2020. Se lo encontraron muerto al día siguiente en Los 3 Túneles, una zona de La Carolina (Jaén) donde se producen la mayor parte de los suicidios en el pueblo. Su hermana Amelia desapareció tras el entierro. Su familia, igual que cuando se perdió Jesús, difundió carteles con su foto. El cuerpo sin vida de la chica fue hallado el 14 de agosto. Se mató muy cerca de donde lo hizo su hermano. Tenía 29 años.
En La Carolina todos conocen esa historia. O la del joven que estaba endeudado por las drogas y se quitó del medio al no soportar la presión de los prestamistas. O la de la adolescente que quedó con una amiga para matarse juntas en el puente más emblemático del pueblo, pero que lo hizo sola porque la amiga no se presentó. O la del hombre que se atiborró a pastillas encima de ese mismo puente, confiando tal vez en estar ya dormido cuando cayese al vacío. Porque la muerte da miedo hasta cuando se anhela.
Los vecinos conocen sus historias porque han pasado en el pueblo y la mayoría son recientes. Los dos hermanos se quitaron la vida el pasado mes de agosto. Ese mes se produjo un tercer suicidio. Un vecino del pueblo que se pegó un tiro en una pedanía próxima, en Guarromán. En septiembre hubo un ahorcamiento. “Hubo un momento que decíamos "esto es otra epidemia". Te contaban un caso. A los pocos días otro. A la semana, otro”, cuentan por el pueblo. Y así contabilizan hasta siete desde que empezó la pandemia. Eso, en una población de 15.000 habitantes.
Poco antes de aquel luctuoso agosto, la Guardia Civil abortaba otro intento en la misma zona: un hombre que blandía un cuchillo y amenazaba con tirarse al vacío en Linares. La Benemérita también evitó hace poco que una chica muy joven se matase: se había encaramado al puente de la carretera A-312 entre La Carolina y Linares y los agentes evitaron que se precipitase. Son las imágenes que ilustran este reportaje. Un caso similar se ha dado en Linares hace sólo un par de meses. Esta vez fueron efectivos de la Policía Local los que evitaron que un varón de 78 años se quitase la vida. Eso se sabe porque llegaron a tiempo. Cuando no, se silencia.
Más allá del triángulo
Existe una zona en la Andalucía Oriental en la que el suicidio es casi una seña de identidad. Las tasas de mortalidad por este motivo son siempre las más altas de España. La llaman el Triángulo de los suicidas y en EL ESPAÑOL publicamos un reportaje en 2016. Un triángulo que abarca las provincias de Granada, Córdoba y Jaén. El vértice jienense es Alcalá la Real, un municipio que casi siempre lidera este infausto ranking.
Pero ahora, la tendencia parece haberse extendido. Como un virus rumbo al norte. Hacia la castigada comarca de Linares, La Carolina o Bailén. Zonas otrora prósperas. La producción de coches, la de ladrillos, las minas de plomo que tanto empleo generaron. Todo eso paso a la historia y, con ello, la prosperidad. Han ido aguantando estoicamente los envites de todas las crisis que han ido llegando. La del coronavirus está siendo devastadora. Pero no sólo en esa zona. A medida que escribo el reportaje me llegan casos en lugares próximos. En Úbeda, en Andújar, en Vilches.
Una tendencia que también parece alcista en otras zonas de Andalucía. Por ejemplo, Granada y Málaga son otras de las provincias que están sufriendo la acentuación de este mal, nos cuentan varios psicólogos de la zona. Y tal vez en el resto de España. Todo eso se intuye. Porque lo que no hay son datos. En el INE prometen tenerlos listos después de verano. A fecha de hoy, los más recientes son de 2018. Un año en el que el número de suicidios bajó respecto al año anterior. Aun y así, se registraron 3.519. Casi 10 muertos al día. En 2017 fueron 3.670. El triple que los fallecidos ese año por accidentes de tráfico (1.200).
Parecía que estábamos mejorando, pero eso fue durante los años felices, antes de la pandemia. Luego llegó la Covid-19 y el problema ha ido a peor. Si el suicidio es multifactorial, el coronavirus ha dejado un buen puñado de factores por los que preocuparse. Aún no hay datos, pero si impresiones: “Datos no tenemos. Pero ha aumentado muchísimo el número de gente que viene a la consulta con ‘ideación suicida’, es decir, con ideas de quitarse la vida”, cuenta Marisol Uceda, psicóloga de la unidad de Intervención en Catástrofes, Crisis y Emergencias del COPAO (Colegio de Psicólogos de Andalucía Oriental).
Ella está en contacto constante con estos casos y certifica que se incrementan las consultas por ese motivo. También sube el número de suicidios consumados. La misma Junta de Andalucía ha impulsado una Mesa de Trabajo por la Prevención del Suicidio en Málaga, dado que la incidencia de casos en esa provincia ha subido de forma muy significativa. Sin datos no se sabe a ciencia cierta cuál es la magnitud real del problema. Pero se antoja muy grave.
Los puentes rotos
En La Carolina hay puentes abandonados. Caminos de piedra que se adentran en el monte. Por allí pasaban, a principios del siglo XX, los carros cargados de plomo. Una próspera industria minera en el corazón de Sierra Morena. Plomo con el que se fabricaron muchas de las municiones usadas en la I Guerra Mundial. Plomo que ya nadie quiere. Las minas ya están cerradas y los puentes ya no van a ningún sitio. Sólo se quedó la escoria, que es la impureza del metal, y en montículos forma parte ya del paisaje del parque de la Aquisgrana.
Algún puente aguanta. Algún otro está destrozado. Pero para el que va a suicidarse, siguen haciéndole el mismo servicio. Continúa siendo el punto de referencia. Y no sólo para tirarse. “Al último suicida se lo encontraron tumbado en el puente. No llegó a precipitarse. Se tomó un montón de pastillas, creyendo a lo mejor que se caería ya inconsciente. Lo encontró muerto la policía al día siguiente y decían que también podía haber sufrido una hipotermia”, explican en el pueblo a EL ESPAÑOL.
Los vecinos contabilizan entre 5 y 7 suicidios durante la pandemia. Sean 5, 6 o 7, es una cifra demasiado alta para un municipio de 15.000 personas. Con alguno se especula. Dicen que dicen. Pero es lo de siempre, datos no hay. Es un tema del que no se habla ni se informa. De los juzgados de paz pasan la pelota al registro civil. Y así en todos lados. No los busquen en la prensa. “En algún caso reciente hubo incluso alguna exhumación para volver a hacer autopsia y conocer las causas reales de la muerte, pero luego esos resultados sólo los saben las familias. Y muchas lo ocultan. Tener un suicidio en la familia sigue siendo muy tabú”, coinciden en explicar varios vecinos.
De lo del tabú doy fe. Cuando no hay datos, la fuente principal son los vecinos. El familiar, el amigo, el periodista local, el ‘alguien que conoce a alguien’. Todos los testimonios de este reportaje, todos los relatos, han pasado invariablemente en algún momento por el “este dato no lo des, que entonces van a saber quién ha sido y la familia no quiere”.
Linares y los tiempos mejores
La Carolina es un pueblo lleno de rubios, porque hace 254 años fue repoblado con 6.000 colonos centroeuropeos. El municipio orbita en torno a Linares, que es la ciudad grande del distrito. Tiene 58.000 habitantes, también es minera y también tuvo un pasado mejor. Fue la cuna del popular Suzuki Santana, en una factoría sobre la que se asentó la estabilidad económica de la segunda ciudad más grande de la provincia. Una factoría que se fue al garete y, con ella, los buenos tiempos.
“No somos Chernobil, eso nos enfadó mucho”, me critica un vecino cuando le digo que escribo en EL ESPAÑOL. Se refiere a este artículo en el que abordábamos el languidecer de la ciudad. Conste aquí en acta que Linares no es Chernobil y de eso también doy fe. La ciudad vuelve a tener vida tras las restricciones. Pero la crisis permanente es una realidad. Tiene la tasa de paro más alta de España (30,9%) y hasta El Corte Inglés está cerrado. De todos modos, la crisis que más le pesa a los vecinos es la de la droga: “Hay un problema con eso importante. No es nuestro exclusivo, pero aquí está haciendo mucho daño” coinciden varias fuentes.
Es uno de los elementos que más aparecen en los relatos de suicidio de Linares y sus alrededores. La droga. Personas enganchadas, deudas inabordables, prestamistas que presionan: “El más reciente que recuerdo, un chico que tenía problemas serios cde adicción y se tiró desde una peña”, me cuentan en un bar del centro. Un caso muy parecido a otro de un joven de La Carolina, que se quitó la vida después de que el prestamista al que le debía dinero de estupefacientes le amenazase con contárselo todo a sus padres. Matarse antes que decepcionar.
Hubo un caso similar en Bailén el año pasado, a sólo 20 minutos de allí, donde “apareció un cadáver con sangre en el bosque. Primero hablaban de un posible crimen por temas de droga, porque tenía problemas con eso. Luego se determinó que fue un suicidio”. Bailén también tuvo un pasado mejor: conoció la abundancia durante la burbuja inmobiliaria porque tenía una fábrica de ladrillos. Tal vez esté usted leyendo esto en una vivienda fabricada con tocho de Bailén. Pero pinchó la burbuja y fue un desastre. “Entonces sí hubo más gente que se quitó del medio. Ahora, con la pandemia no hemos notado un incremento. Pero sí un cambio de perfil”, nos cuentan fuentes consistoriales.
Parasuicidios
El perfil del suicida sigue siendo principalmente varón, pero se aprecia una tendencia al alza tanto en los más jóvenes como en los más mayores. Sobre esto último, nos explicaban funcionarios de Bailén que “el último caso aquí fue el de un señor muy mayor. Siempre habíamos visto casos de gente joven, con problemas mentales o de drogas, pero ancianos no habíamos tenido”. Y este es otro de los rasgos de la pandemia: ancianos que viven solos y se matan… o se dejan morir. “Están solos, no quieren vivir más, la muerte no llega, dejan de comer, se apagan… eso no cuenta como suicidio, pero sí que hemos tenido varios casos recientes de ancianos muertos en soledad”, nos explican fuentes médicas de Linares.
Por debajo también se ha percibido un aumento del número de tentativas. Adolescentes que al menos lo intentan. Ese problema no es específico, ni de Jaén ni de ningún lado. De hecho, el Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya advirtió hace dos meses del incremento preocupante de suicidios entre adolescentes catalanes. El fracaso escolar, una separación paterna o el bullying, las principales causas.
Esto se da por igual tanto en chicos como en chicas. Principalmente con fármacos que tienen a su alcance en casa, pero también cortándose las venas. “Siempre se dice que es una llamada de atención, pero lo que tenemos que comprender es que es un dolor enorme. No es una idea improvisada. Es un proceso. Desde que llega la ‘ideación de suicidio’ hasta que la persona hace la tentativa, es la historia de un inmenso dolor”, explica la psicóloga Marisol Uceda.
Ella nos revela que en esta franja de edad se encuentran a menudo los llamados ‘parasuicidios’: “Normalmente es gente joven que lo está pasando muy mal, que está en una situación mental crítica. Se autolesionan, igual buscando esa llamada de atención. Su intención inicial no es matarse. Pero se le va de las manos y al final se mueren. Porque los cortes son muy profundos, porque toman demasiadas pastillas. Yo he tenido algún caso reciente así”.
Lo de los fármacos también entraña una paradoja. Este último año y medio se ha disparado el consumo de ansiolíticos y antidepresivos. La pandemia ha llevado nuestra mente al límite y la respuesta han sido los psicofármacos. Se recetan más alegremente que nunca. Pero lo que debería ser un remedio para reducir la ansiedad, se convierte a menudo en el instrumento con el que ejecutar el pensamiento suicida. Es tener el arma en casa.
Problema de pobres
Y como no podía ser de otra manera, el problema también afecta a las clases más bajas. A los que menos tienen. El circuito que sigue en España la persona que acude a la Seguridad Social aquejada de pensamientos suicidas no suele ser rápido ni especializado.
“Los primeros indicios se manifiestan como un proceso depresivo. ¿Dónde acude esa persona? Al médico de cabecera, que le manda al psiquiatra y le receta fármacos. Tendría que haber una parte psicológica también, no sólo abordarlo desde la parte de los fármacos. Tendría que haberla, pero no la hay. Y la siguiente cita con el paciente, que a menudo es sólo de control, puede ser a los dos o tres meses. Han podido pasar muchas cosas hasta entonces. El que acude a buscar ayuda la necesita ya. Otra cosa es que tengas seguro médico de pago o te puedas pagar una consulta privada de inmediato. Hay una gran diferencia”, resume Uceda. El suicidio, como casi todo, es más problema para los pobres.
¿Qué hacer ante ello? El Plan Nacional de Prevención de Suicidio nunca llega. El problema está en Jaén, pero también en la provincia de Málaga, en los colegios de Granada, en los adolescentes catalanes, en el Cuerpo Nacional de Policía o en las prisiones, donde la tasa de suicidios triplica la del resto del país. Faltan datos, pero el problema avanza, como otra pandemia silenciosa. "Cuando salgan las cifras nos asustaremos; los datos dan miedo", nos advierten los profesionales.
Finalmente se publica el reportaje, con sólo un par de semanas de diferencia respecto a las previsiones originales. Y se publica teniendo que añadir otras dos víctimas mortales a esta funesta lista. Ambos se quitaron la vida mediante el método del ahorcamiento. Un hombre y una mujer. Ambos, hijos y residentes en La Carolina. La mujer se colgó en casa y fue su hijo el que encontró el cadáver. El hombre, también ahorcado, dejaba detrás una gran estela de problemas.
"Al final os va a dar para un libro", me apunta amargamente una de las fuentes consultadas durante la elaboración del reportaje, que procede a informar de estos dos últimos casos. 15.000 habitantes y una estimación de 9 suicidios en poco más de un año. Aún no hay cifras oficiales, pero sí una inquietud creciente y la sensación de no saber quién va a faltar mañana en La Carolina.