Pedro G. Romero, el artista que inspiró a Rosalía: "El flamenco es a la vez hegemónico y marginal"
- El creador y comisario, Premio Nacional de Artes Plásticas 2024, reúne piezas diversas atravesadas por el flamenco en la galería Alarcón Criado de Sevilla.
- Más información: La alta cultura popular de Pedro G. Romero, Premio Nacional de Artes Plásticas 2024
Él fue quien le recomendó a la cantante Rosalía la novela occitana del s. XIII Flamenca, un clásico feminista medieval que luego ella convirtió en los trece episodios de su disco El mal querer.
Pero Pedro G. Romero es mucho más que un artista, un comisario o un asesor. Su obra es una máquina de pensar el pasado para construir el futuro. Charlamos con él sobre su trayectoria.
Fue Juana de Aizpuru quien le dijo que no podía tener a dos Pedros González en la misma exposición y le animó a cambiarse el nombre. Desde entonces el campo abonado de Pedro G. Romero (Aracena, Huelva, 1964) ha ido sembrándose de exuberante y radical vegetación.
Él mezcla la danza flamenca con el videoarte, crea archivos de imágenes iconoclastas (Archivo F.X. o Máquina P.H.) u orquesta espectáculos de flamenco para Israel Galván. Maneja saberes enciclopédicos y humanistas que declina con destreza contemporánea. Después de haber tenido una retrospectiva en el museo Reina Sofía, Maquina de trovar, aún le queda mucho por hacer.
Su última exposición, Lo que el flamenco nos enseña, ha inaugurado el nuevo epacio de la galería sevillana Alarcón Criado en el barrio de Triana, en la antigua fábrica de Cerámica de Santa Ana y frente al Castillo de San Jorge. Un trabajo colectivo, a los que ya nos tiene acostumbrados, para el que ha contado con la participación de, entre otros, Gabriel de la Tomasa, Israel Galván, Rocío Marquéz y Niño de Elche y con piezas de Helios Gómez, José Manuel Capuletti, Lucien Roisin y Constant Nieuwenhuys.
Pregunta. Ha afirmado que el flamenco es para usted lo que la micología para John Cage. ¿Cómo es eso?
Respuesta. Cage empezó con una afición y acabó tomándoselo como un sistema con el que articular una forma de hacer. No se entiende la idea del silencio de Cage sin la micología, sin interiorizar que las esporas subterráneas no producen siempre setas, pero están ahí. Con el flamenco he aprendido que se puede ser hegemónico y marginal.
P. Cuando empezó Bellas Artes, ¿qué le interesaba?
R. Mis intereses tenían que ver con que mi padre era pintor dominguero y que circulaban libros de arte por casa. Algo que empezó con Giotto y desde ahí surge una continuidad. Ahora hago muchas cosas que parecen muy diversas, pero en realidad, siempre hago lo mismo.
“Si miramos el mundo de Rabelais o del Quijote no había ninguna diferencia entre alta y baja cultura”
P. ¿Y qué es lo mismo?
R. Pues la comisaria Isabel de Naverán un día me preguntó en el Museo Reina Sofía cuál era mi campo, yo no sabía qué decir y ella me respondió que ella pensaba que era hablar, que en ese hablar torrencial iba construyendo las ideas. Para mí hablar es pensar.
P. Creó la Plataforma Independiente de Estudios Flamencos Modernos y Contemporáneos para darle soporte a esta tradición. ¿Está el flamenco el peligro?
R. Ahora mismo rebosa riqueza llena de posibilidades, y está en su mejor momento. Por ejemplo, el nivel del baile es estratosférico, no es comparable con otras disciplinas coreográficas. El cante está expandiéndose a dimensiones increíbles, conviviendo, por ejemplo, Rosalía con Inés Bacán.
P. ¿Qué significa para usted este premio?
R. Creo que reconoce una manera de entender las formas de hacer en el arte, que no son solo mías, sino que tienen que ver con una forma de trabajo. Están todos muy contentos, salía a la calle y la gente lo celebraba, no parecía algo que tuviera que ver con el mundo formal de las artes, parecía una cosa popular. Los premios son un modo de hacer política cultural como cualquier otra.
P. Creo que la noticia le pilló montando su última exposición en Alarcón Criado.
R. Si, Julio (Criado) estaba subido en una escalera arreglando las luces y la directora del Instituto Andaluz de las Artes, que venía para una reunión, en medio de la faena.
P. Ha investigado la relación entre imágenes e iconoclasia en su famoso Archivo F.X. ¿Cómo se construye una imagen y a quién pertenece?
R. Esas preguntas son las buenas, las que me sigo haciendo. Cuando trabajé sobre la iconoclasia, sobre la destrucción de las imágenes, me di cuenta de que lo que me interesaba eran las imágenes en sí, sobre todo cuando esa iconoclasia se produce en lugares iconodúlicos, como Sevilla, donde las imágenes lo son todo. Más que su esencia, me interesa cómo funcionan.
P. Trabaja en el límite entre alta y baja cultura, ¿qué le interesa de cada una de ellas?
R. No hay alta y baja cultura, sino que, históricamente, es un proceso que se desencadena a partir de la Revolución francesa y de la invención de dos regímenes, el del saber ilustrado, que es el de la alta cultura académica, y el resto. Si miramos el mundo de Rabelais, del Quijote o de Giotto no había ninguna diferencia entre ellas.
P. ¿Cree que ha habido una devaluación del consumo de alta cultura y que ya no interesa consumir productos culturales más crípticos y complejos?
R. El capitalismo necesita uniformizar sus productos porque va al por mayor. Importa más la calidad que la cualidad. Es una maquinaria aplastante, hegemónica y la excelencia se produce en todos los ámbitos. Cuando voy a los barrios y hablo con la gente que hace trap o, como se llame la última tendencia, y me encuentro con unos tipos que dominan unos códigos, una máquina y una serie de ritmos, como un saber exclusivo, casi como si dominaran la jerga heideggeriana siendo muy difícil entrar ahí. Además, ellos hacen de su gusto un espacio autónomo de fortaleza.
»El cine de Bresson no llega a la gente viendo pelis de Bresson, sino que lo hace a través de las series, por ejemplo, de noir nórdico que se basan en Dreyer. Los directores sí que se alimentan de esa alta cultura, por eso el prestigio del intelectual sigue manteniéndose. Tenemos que trabajar con una caja de herramientas más amplia de lo que la academia nos impone.
P. ¿Qué podemos ver en la galería Alarcón Criado?
R. Piezas muy diversas atravesadas por el flamenco. Hay un pequeño giro, por ejemplo en la serie La mesa que baila que en diciembre se verá en Conde Duque, en Madrid, exploro la dialéctica entre los comunismos y capitalismos de Estado y el capitalismo anarcoliberal. En las clases populares hay un modo de entender el comercio que tiene mucho que enseñar.
P. Desglosa la etimología de la palabra flamenco. Sorprende pensar que su origen viene de Flandes.
R. En estas 21 variaciones presento esa polisemia. Tiene que ver con un falso amigo –como dicen en lingüística–, de la palabra flamenco, que empieza a ser usada como sinónimo de gitano. Hay teorías loquísimas sacadas de las pinturas flamencas de Brueghel, Teniers… en las que hay escenas de taberna con gente bailando y cantando, es un disparate que acaba construyendo un mundo.
P. Recomiéndenos tres artistas a los que seguir la pista.
R. Me ha encantado la última exposición que he visto en Barcelona, la de Víctor Jaenada, también Laila Tafur, artista y bailarina fabulosa o Joy Charpentier, un artista muy joven, gitano y queer que tiene un trabajo salvaje.