Un txakoli con barrica que recuerda a los carpinteros de antaño, el vino favorito de la sumiller de Mugaritz
- Kristell Monot pone en valor la diversidad de los vinos del País Vasco optando por un txakoli elaborado bajo criterios biodinámicos y envejecido en madera de castaño.
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Nacida en la región francesa de Isla Reunión y graduada en Filología Hispánica, Kristell Monot llegó a España, concretamente a Valladolid, en 2004 para iniciar sus estudios en Comercio Internacional. Tras pasar cerca de una década recorriendo el mundo como Export Manager de diferentes bodegas de Ribera del Duero y formar parte del equipo de Abadía Retuerta, su pasión por el mundo del vino le llevó a cambiar de rumbo y entrar en el sector de la sumillería en el Marco de Jerez como responsable de sala y sumiller del estrella Michelin Mantúa.
Este mismo afán de explorar, aprender y buscar siempre algo más, guio los pasos de Monot hasta a Mugaritz en abril de 2022. Desde 2023, gestiona la bodega de este reconocido espacio de Errenteria con la vocación de transitar el mundo de las armonías campo a través.
Si algo define a la sumiller gala es un espíritu inquieto y curioso. Por eso le cuesta decidirse por un solo vino cuando le pedimos que nos recomiende algo diferente. “Arotz”, dice por fin. Un txakoli criado en barrica por el que siente especial devoción.
“Arkaitz Gabantxo y Dabit Zabala son los creadores de Hasiberriak, un nombre que hace referencia a los recién nacidos, a los novatos. Ellos empezaron a vinificar en 2017. Son dos ingenieros mecánicos que aprendieron sobre la marcha, pero con la sólida idea de transmitir la expresión de un terroir único”, explica.
“Se sienten identificados con este concepto, ya que en sus inicios nadie daba un duro por ellos. Lo que empezó siendo un hobby, poco a poco fue ganando terreno y hoy son una de las apuestas más firmes del panorama vitivinícola de la costa vasca”.
Gabantxo y Zabala persiguen la elaboración de txakolis desde una perspectiva respetuosa hacia el medioambiente en plena Reserva de la Biosfera del Urdaibai, un entorno cuya pluviometría es de unos 1500 litros de agua, lo que supone un verdadero reto por las amenazas que representan el mildiu y el oídio para la vitivinicultura biodinámica.
“El tiempo, cariño y esfuerzo que le dedican a este proyecto es una declaración de amor hacia los vinos que reflejan la identidad de la costa vasca y el respeto hacia lo vivo”, defiende Kristell Monot. “Pasear por sus viñas es una verdadera delicia porque el viñedo parece tener vida propia”.
Un txakoli parcelario y biodinámico
“Carpintero de Iturrin, fundiste a San Cristóbal para hacer esquilas”. Con parte del estribillo de la canción del cantautor vasco Mikel Laboa, Hasiberriak rinde homenaje a los artesanos de antaño, los cuales trabajaban tanto la madera como el hierro, elementos fundamentales para la elaboración de las barricas donde se fermenta y realiza la crianza de Arotz.
Elaborado de manera tradicional a partir de hondarribi zuri zerratia, hondarribi zuri y otras variedades como riesling, chardonnay y sauvignon blanc, plantadas en la parcela de Mendata, en el denominado paraje de Nekesolo, este vino fermenta de manera espontánea en barrica de 600 litros de roble francés y de castaño. Después, sigue una crianza de 10 meses en contacto con sus lías finas, usando la técnica del bâtonnage. La fermentación y crianza en madera, junto con la sobresaturación de lías, confieren a este txakoli un carácter especial, diferente y único dentro de la D. O. Bizkaiko Txakolina.
“Hasiberriak sigue métodos poco intervencionistas en un viñedo libre de herbicidas y pesticidas, principios biodinámicos que se nutren del calendario lunar o el ritmo de las mareas para realizar trabajos tanto en el campo como en bodega. No filtran, no estabilizan ni clarifican, por lo que puede aparecer en sus vinos una leve turbidez que no molesta en absoluto”, comenta la sumiller de Mugaritz.
“Buscan llevar la esencia del terroir a la botella sin maquillaje, de la manera más honesta posible. Con este vino de garaje hablan de patrimonio vitícola y transmisión a siguientes generaciones”.
El resultado de tanto mimo es un vino con una intensidad aromática muy alta, donde sobresalen las notas tostadas y de vainilla. Todo muy leve y muy bien integrado. En boca, apunta Kristell Monot, la entrada es redonda, con un paso ligero y un final muy agradable y equilibrado a su vez. “Es, literalmente, como asomarse a un balcón colgado hacia el Atlántico”, asegura. “Un vino lleno de salinidad, sapidez, pura energía. Con un gran potencial de guarda y un precio verdaderamente asequible”. Exactamente 23,50 euros.
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