Extranjeros enamorados de las Rías Baixas
Varios expatriados nos cuentan que Vigo enamora por sus paisajes e invita a quedarse por la hospitalidad de su gente.
22 octubre, 2020 12:56Una americana, un francés, una lituana y una polaca se enamoran de las Rías Baixas. No es un chiste, sino un montón de casualidades y mucho amor lo que ha hecho que estos cuatro "expatriados" elijan Galicia como su hogar.
Sweet home Val Miñor
Robin lleva tres años en A Ramallosa (Nigrán), pero ha vivido en tres continentes. Nacida en Alabama, Estados Unidos, nunca creyó que la vida la fuese a traer tan lejos, pero dice que este pueblo le da una calidad de vida que es inimaginable en su país. "Os parece una tontería, porque para un español es normal, pero para mí poder ir caminando a hacer recados y tomar un café es un lujo".
Descubrió Galicia gracias a una beca de la Unión Europea que le permitió dar clases de inglés durante un año en Ponteareas, así que se instaló en Ourense capital. "Conocí al que hoy es mi marido y ya no pude perder el contacto con Galicia", explica entre risas, aunque tardaron un tiempo en instalarse en las Rías Baixas. Su primer destino fue Japón, pronto volvieron a Galicia para estar más cerca de la familia: "como soy diseñadora gráfica freelance es muy fácil cambiar de lugar de residencia sin que afecte a mis clientes".
Al principio, cuenta, "todo chocaba más: el idioma, la comida y, sobre todo, los horarios. Cuando llegué nos invitaron a una comida un domingo: vaya error cometí dejando la lavadora puesta, ¡volvimos a las once de la noche! Desde ese día sé que los domingos no se hace nada".
Ahora nos confiesa que le resultaría imposible dejar de salir a tomar el café de media mañana y saludar a Eloy en el bar, ir a la carnicería y charlar un rato con Maricarmen o, simplemente, admirar el paisaje desde la carretera. "Vosotros veis este paisaje como algo habitual, pero fuera de Galicia es muy difícil encontrar este contraste mar-y-montaña tan espectacular".
Cambiando nieve por lluvia
Anna viene desde Varsovia, Polonia, y ha vivido seis años en Vigo, aunque ha estado también una temporada en Lisboa, pues trabaja para la Agencia Europea de Pesca. "Decidí volver a Vigo porque quería que mis hijos crecieran en España", dice muy segura, "fue difícil no elegir Polonia, pero en Vigo hay cosas que para mí se han hecho esenciales". Anna se enamoró de la ciudad olívica porque es una ciudad muy abierta, donde poco importan las apariencias.
"Lo que hace especial a Vigo es que es una ciudad relativamente nueva, ha crecido mucho en los últimos cuarenta años: es como una seta, apareció en el bosque y creció a lo loco". Anna nos explica que ella cree que mucha gente todavía tiene "mentalidad de aldea" y conserva esos lazos tan fuertes con la vida más de las afueras, pero hay una segunda generación que siente verdadero orgullo por venir de Vigo "y eso mola".
También nos habla de algo que, dice, existe por igual en toda España, pero especialmente en Galicia: el sentimiento de pertenencia. "Lo mejor que tiene Galicia es que, una vez haces un amigo, su familia se convierte en la tuya, hay una importantísima vida de tribu". Aunque confiesa que es muy difícil llegar al corazón de un gallego, reconoce que una vez dentro puedes ser una hermana más.
Albariño en vez de Chardonnay
Cid lleva veintidós años en Vigo, por lo que él ya es vigués. Vino para hacer las prácticas de su máster de comercio internacional, porque se enamoró de una viguesa en Francia, y se encontró con un mercado emergente en Galicia en el que enseguida encajó. Ahora lleva ya más de dos décadas dedicándose al comercio internacional.
Nació y creció en Dijon, Francia, aunque ahora su casa está en Vigo. "Vine a la ciudad, evidentemente, por la que ahora es mi mujer, pero me enamoré instantáneamente de la ría y de la gente". Trabajó un tiempo en Ribeira y algunos años también en Pontevedra, pero Vigo siempre fue su casa porque, reconoce, "es mi ciudad favorita de las Rías Baixas".
Además de su familia, es la calidad de vida lo que le sigue reteniendo aquí: "el clima, las playas, el ocio, la gastronomía y, sobre todo, la gente es lo que hace que Vigo sea tan especial". También él nos habla de una mentalidad diferente en Vigo y de la dificultad que supone para un extranjero penetrar en el corazón de los gallegos "pero, una vez dentro, esa confianza es para siempre".
Del Báltico al Atlántico pasando por el Mediterráneo
Egle se vino a España hace ya catorce años y su primer destino fue Alicante. Aprobó una oposición para ser funcionaria europea y decidió que quería cambiar de aires, por lo que dejó su Lituania natal para instalarse en nuestro país. "Alicante nos gustaba mucho, pero me surgió una oportunidad de trabajo en Vigo y, con el apoyo de mi familia, nos mudamos en 2011".
Nos cuenta que instalarse en Galicia supuso otro choque cultural porque "España es muy diversa y no tiene nada que ver la mentalidad mediterránea con la gallega". Los primeros meses tuvieron que volver a empezar con la adaptación, con la ventaja de conocer el idioma, pero encontrándose una ciudad "mucho más grande, más acelerada, más seria y con más estrés. Claro que en cuanto llegas te enamoras de Vigo y de su entorno, pero la gente es otra barrera, es muy difícil llegar al corazón de un gallego".
Al principio lo tuvieron algo más difícil porque los gallegos, nos cuenta, hacemos una vida más familiar y es difícil socializar. "Decidimos conocer Galicia por nuestra cuenta, cogíamos el coche y descubríamos sitios nuevos, es una maravilla tener paisajes tan espectaculares a menos de cien kilómetros de casa". Poco a poco, la familia lituana fue estableciéndose y descubriendo el encanto de Galicia: "esta tierra es mágica, pero hace falta tiempo para descubrir la magia".
Lo mejor de trasladarse a Vigo es que pudieron conocer una España muy diferente a la mediterránea "y es muy fácil enamorarse de las Rías Baixas una vez las conoces", cuenta Egle, "ahora no podría vivir sin pasear por el Casco Vello o sentarme en una terraza de Montero Ríos". También nos dice que aquí han construido una comunidad lituana con la que organizan fiestas, celebraciones culturales y tratan de mantener sus raíces.