Alabado y repudiado a partes iguales, Napoleón es una de las figuras más emblemáticas e insustituibles de la historia y de la era contemporánea. Un personaje al que tanto la definición de héroe como la de villano le vienen como anillo al dedo y cuya vida se ha narrado en múltiples ocasiones en la gran pantalla. A todas ellas se le añade la versión de la nueva película de Ridley Scott, que acaba de estrenarse en cines.
Aunque muchos historiadores y expertos hayan recalcado que el largometraje no es ninguna lección de historia, Napoleón nunca ha rehuido de ser una ficción histórica que, si bien aborda los orígenes del líder militar francés (Joaquin Phoenix) y su rápido y despiadado ascenso a emperador, se centra más bien en su gran batalla personal: la adictiva y volátil relación con su esposa y único amor verdadero, Josefina (Vanessa Kirby).
Irónicamente convertido en una figura similar a la que la Revolución francesa se empeñó en erradicar, el que luego sería conocido como el emperador Napoleón I era un gran estratega militar, pero también un hombre que no era capaz de hacer otra cosa que no fuera someter y humillar a sus enemigos en el campo de batalla.
Sin embargo, debajo de las capas y coronas que él mismo se puso encima sin aparente remedio, había un corazón que siempre buscó la compañía de Josefina. A pesar de las infidelidades mutuas, los celos y otros elementos que hoy la calificarían como una relación tóxica, la historia de amor entre ambos fue trascendental. De hecho, fue lo que mantuvo vivo al hombre escondido tras la figura del egocéntrico emperador.
La versión de Ridley Scott
La historia de Napoleón comienza realmente en el ejército y su ascenso al poder fue muy rápido y vertiginoso, siendo capaz de restaurar la paz y recuperar la estabilidad de Francia desde los escombros que quedaron tras la revolución. Y al mismo tiempo inició una expansión militar por la que llegaría a tener el control de gran parte de Europa entre 1809 y 1811. Un camino que nunca recorrió solo, porque Josefina permaneció a su lado.
La relación de ambos tiene un aura de leyenda y muchos expertos la han considerado como volátil e inmadura -esto último más bien por parte de Napoleón-. Todo ello basándose en las cartas que intercambiaron y que han llevado a personas como Ridley Scott, director de la película Napoleón, a hablar de Josefina como el "único amor verdadero" del emperador.
"[Napoleón] surgió de la nada para gobernarlo todo, pero mientras tanto libraba una guerra romántica con su adúltera esposa Joséphine. Conquistó el mundo para intentar ganarse su amor, y cuando no pudo, lo conquistó todo para destruirla y se destruyó a sí mismo en el proceso", explicaba el cineasta en una entrevista en Deadline.
Del abandono a la corte de París
Antes de convertirse en Joséphine o Josefina Bonaparte, la futura emperatriz nació como Marie-Josèphe-Rose Tascher de La Pagerie en 1763 y su familia se refería a ella como Rose. Provenía de una familia de propietarios de tierras cuya fortuna estaba en declive y terminó trasladándose a París por un matrimonio de conveniencia con el que tendría dos hijos.
Cuando su marido la abandona, decidió desarrollar sus habilidades diplomáticas y terminó encontrando su camino hacia la periferia de la corte francesa. A los 32 años, era 6 años mayor que Napoleón y una mujer noble y viuda, madre de dos hijos, que fue encarcelada durante el Reinado del Terror de la revolución y que se libró por los pelos de la guillotina.
La futura emperatriz fue liberada, pero las secuelas que tuvo fueron desastrosas y muchos historiadores han hablado de la angustia mental extrema que sufrió y la inseguridad constante que esto le generó, algo que condicionaría su vida para siempre.
Por otro lado, los orígenes de Napoleón están en una familia de la nobleza corsa que también estaba en declive económico, en 1769. Siempre fue alguien muy inteligente y que quiso mejorar su suerte, y desde muy joven luchó contra las inseguridades que le provocaba la clase social, el dinero, la inteligencia y, más tarde, el sexo. La combinación de todas ellas y su sensibilidad a las críticas, hizo que fuera cada vez más ambicioso.
El primer encuentro
Napoleón conoció a Josefina en una cena a finales de 1795, aunque estaba lejos de ser emperador en el que se convertiría menos de diez años después. Para alguien inseguro como él, lo que a ella le faltaba por su edad lo compensaba con la experiencia, la sofisticación y sus vínculos aristocráticos.
Al principio, Josefina no estaba interesada en el matrimonio, pero a medida que mejoró la posición militar de Napoleón, dejó de resistirse. Para ella, Napoleón representaba seguridad y estabilidad financiera después de los horrores que había vivido.
En marzo de 1976 se casaron en una ceremonia civil y dos días después, Napoleón partió para liderar al ejército francés en Italia, que sería el comienzo de una campaña decisiva que cambiaría el panorama político de Europa y le catapultaría a lo más alto. También sería una de las muchas veces que se cambiaría a su mujer por el campo de batalla.
Sin embargo, quiso dejar constancia de su fervor por ella y lo hizo a través de las numerosas cartas que le escribió mientras estaba fuera. Sus palabras entran dentro de los parámetros de la añoranza, la lujuria, la posesividad, los insultos y las acusaciones. Algo que se ha descrito por muchos historiadores como la expresión de un "frenesí adolescente" que Josefina veía como "ridículo y vergonzoso".
Realidad o ilusión
A día de hoy, puede cuestionarse si existió en realidad la mujer de quien se enamoró Napoleón. De hecho, Josefina es más bien recordada por su belleza y por aprovechar sus atributos femeninos, algo que suprimió su intelecto y las ambiciones que tenía y cómo hizo uso de su poco poder en el mundo paternalista donde le tocó vivir.
El hecho de que se ponga en duda la visión de la emperatriz tiene mucho que ver también con la obsesión que tenía Napoleón con ella. La poca frecuencia con la que le respondía irritó a Napoleón, aunque hay que tener en cuenta que ella estaba ocupada y tuvo un amante poco después de su partida.
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Esto hizo que el general también tuviera numerosas relaciones fuera del matrimonio y que ambos comenzaran a chantajearse mutuamente, lo que llevó a Josefina a pensar en el divorcio. No obstante, Napoleón quiso seguir adelante con el matrimonio y decidió perdonar a Josefina, buscando crear una familia que reforzase su poder político.
El plan funcionó, porque ella era muy popular y le proporcionaba la gracia que a él le faltaba. Ella encarnaba su poder con su sentido del vestir, su comportamiento, su colección de arte y sus joyas, comparándose con la trayectoria de María Antonieta.
La balanza no está equilibrada
Sin embargo, aunque Napoleón ganase el resto de batallas, Josefina sabía que la relación había cambiado. Su poca popularidad dentro de la familia de Napoleón y el hecho de que el suyo fuera un matrimonio civil hicieron que su posición fuera cada vez más precaria. Se vio obligada a cambiar de costumbres y trabajó muy duro para mejorar la situación, pero poco a poco fue arrinconada.
A eso se le suma que Napoleón ejerciera un control asfixiante sobre ella, frenando su libertad, gritándole en público y atormentándola al revelar detalles de sus asuntos privados.
Un doloroso final
Como requisito previo para celebrar la coronación de la pareja como emperador y emperatriz en 1804, Napoleón y Josefina se sometieron a una ceremonia de matrimonio religiosa. Sin embargo, se divorciaron cinco años después porque ella no lograba darle un heredero. Napoleón declaró que ese era "el mayor interés de Francia" y se vio obligado a elegir el trono antes que a ella, a pesar del dolor que les provocaba a ambos este desenlace.
Aun así, y a pesar de todo, Napoleón se aseguró de que Josefina conservara su título, alojamiento y asignación económica. A pesar de su posterior matrimonio con la archiduquesa María Luisa de Austria y el nacimiento de su heredero, Napoleón mantuvo una dedicación y una correspondencia cordial con su exesposa, que le apoyó hasta su exilio a Elba en abril de 1814, cuya noticia la dejó desconsolada.
Cuando Josefina murió apenas unas semanas después -probablemente de una neumonía, a pesar de que muchos sugieran que fue por tener el corazón roto-, sus últimas palabras fueron "Bonaparte... Elba... Rey de Roma". Un testimonio final muy parecido al de Napoleón, cuyas últimas palabras fueron desde el exilio en Santa Elena, siete años después: "Francia... el ejército... jefe del ejército... Josefina".
Es cierto que la historia de Napoleón y Josefina es la de dos individuos disfuncionales que nacieron en un oscuro clima revolucionario y llegaron a lo más alto, y aunque este vínculo no influyera realmente en la trayectoria política y militar del emperador, sí que reforzó su trayectoria como figura histórica y también ayudó a mantener viva el aura que le rodeaba.