Aunque a veces cueste creerlo cuando uno mira la cartelera y ve que casi todos los grandes estrenos de la temporada son secuelas, películas de superhéroes o sagas interminables, Hollywood ha cambiado. O al menos los estudios que producen un cine más adulto y dedicado a otro tipo de público. Desde hace años se venía diciendo que se necesitaban otras historias. Más diversas, más comprometidas, que no tuvieran el piloto automático encendido.
Ese cambio pasaba por quiénes contaban esas historias. Si casi no había mujeres, ni personas racializadas dirigiendo, ellos no sólo estarían infrarrepresentados, sino que quienes contaran lo que les pasa lo haría desde otro punto de vista. Sólo hay que mirar las nominaciones a los Oscar de este año para entender la importancia de esto. ¿Sería posible una historia como Una joven prometedora si no hubiera ocurrido el Me Too?, ¿la hubiera dirigido un hombre?
También se observa ese cambio en la comunidad negra. Seis intérpretes negros están este año nominados, y las historias en las que están las dirigen negros. Eso hace que el foco de lo que cuentan sea otro. Entre todas esas películas la que ha logrado más nominaciones y se ha convertido en la sorpresa de los Premios Oscar es Judas y el mesías negro. Llegó a la carrera de premios en el último momento. Al principio sólo se hablaba de la interpretación de Daniel Kaluuya, pero poco a poco fue calando hasta conseguir seis candidaturas con las que pocos contaban.
Es curioso que varias de las películas dirigidas por personas de color pongan sus ojos en la misma época y en la misma figura en la sombra, la de Edgar J. Hoover, el director del FBI que comenzó una campaña racista. De aquellos polvos estos lodos, y mientras EEUU y el cine ha mirado para otro lado -o sólo tibiamente como hizo el irregular biopic dirigido por Clint Eastwood-, ahora es el momento de señalar a aquellos años como uno de los puntos de inflexión para que el racismo se ampliara. Hoover vinculó a los negros con el crimen, las drogas e incluso persiguió y ordenó acabar con líderes negros.
Lo cuenta Los EEUU contra Billie Holiday, pero sobre todo lo hace Judas y el mesías negro. Su nominación a mejor película, guion y a sus dos intérpretes son más que merecidas. Es un potente drama que es, además, un puñetazo político en toda regla. Obliga a mirar y a aceptar la historia. Es un ejercicio de memoria histórica necesario, pero además rodado con gusto, con ritmo, creando tensión y con decisiones inteligentes.
Shaka King cuenta la historia de cómo el FBI contrató a un timador negro para traicionar al Fred Hampton, el líder de los Panteras Negras que podía convertirse en un mesías para la población de color. Hampton tenía un discurso transversal, y opinaba que para acabar con el racismo primero tenía que acabar con la pobreza y la desigualdad que afectaba a latinos y gente obrera. Por eso habla con ellos, negocia, y crea un apoyo masivo que era un peligro para el estatus quo. La solución era fácil, matarle.
La película descansa sobre los hombros de los dos actores que dan vida a estos dos hombres. Lakeith Steinfield y, sobre todo, Daniel Kaluuya como Hampton. El actor de Déjame salir ya puede ir preparando su discurso de ganador del Oscar al Mejor actor secundario, ya que es difícil que alguien pueda arrebatárselo. Está magnético, tiene carisma. Sin excesos y arrasando en los momentos donde se dirige a sus seguidores. Una interpretación que es puro fuego.
King nunca pierde de vista su colmillo político, pero no supedita todo a su ‘mensaje’ y construye momentos dramáticamente poderosos y toma elecciones elegante que elevan a Judas y el mesías negro. Ahí está la decisión de rodar el momento de la muerte de Hampton desde el rostro de su pareja, una Dominique Fishback que perfectamente podía haber rascado una nominación como actriz de reparto.
Para darse cuenta de lo importante que es que ellos cuenten sus historias -es la primera película noninada al Oscar en la historia cuyos productores son todos negros- valdría destacar que esta no es la única película en la que sale Fred Hampton, que aparece en El juicio de los 7 de Chicago. Pero en el filme de Sorkin el tema racial es una nota a pie de página metida con calzador. Esto no hace a la película de Netflix peor, simplemente un guionista blanco ha elegido contar una historia, y un guionista y un director negro eligieron la otra. Una que pocos directores de Hollywood hubieran querido contar y que señala con el dedo a un país que permitió no hace tanto extender prejuicios racistas. El cine está cambiando y filmes como este lo confirman de la mejor forma posible.
También te puede interesar...
• Netflix barre a su competencia en las nominaciones a los Oscar (pero tiene difícil la victoria)
• Premios Oscar 2021: dónde ver las películas nominadas ya disponibles en streaming