“Al final ha muerto Fidel, aunque nosotros ya lo intentamos quitar del medio en 1989”, recuerda el gaditano Antonio Heredia apurando una cerveza. Ahora tiene 62 años y vive tranquilo regentando un chiringuito de playa en Zahara de los Atunes. Pero cuando era joven vivió una vida apasionante como agente doble de la resistencia cubana. Se infiltró en la isla y cultivó una amistad con Raúl Castro, que incluso le regaló una pistola “para que le pegues dos tiros al que te mire mal en Cuba, que aquí no te va a pasar nada”.

Pero mientras se camelaba a los Castro, conspiraba contra ellos en la clandestinidad para derrocarlos. Al final lo descubrieron y pasó tres años a la sombra en infames penales cubanos. Hasta que Manuel Fraga lo rescató. Mucha peor suerte corrieron sus compañeros, que fueron todos fusilados. Ahora, coincidiendo con la muerte del dictador, Heredia cuenta su historia de película a EL ESPAÑOL.

QUE VIENEN LOS BARBUDOS

Me recibe a pie de mar junto a Andrea, su última mujer. Simula ponerse en guardia cuando ve que luzco una larga barba y yo bromeo con que soy “un barbudo que viene a ajustar cuentas”. Se conocía como 'los barbudos' a los comunistas que derrocaron al dictador Batista en el 59 y contra los que él, 40 años más tarde, quiso atentar.

Antonio, Nono para los íntimos, vive tranquilo cocinando atún de almadraba para los turistas que se dejan caer por su chiringuito de Zahara. Es un hombre tranquilo, afable y sencillo, con un gran sentido del humor. Nada hace pensar que formó parte de la gran conspiración que intentó dar un golpe de Estado en Cuba en 1989. Pero… ¿cómo llega un gaditano a ser un personaje tan relevante en el Caribe?

Raúl y Fidel Castro eran el objetivo de la conspiración en la que estuvo implicado Antonio Heredia.

“Yo hice la mili en la Marina y visité Florida a bordo del Juan Sebastián Elcano. Allí conocí a una chica de Miami y nos enamoramos. Acabé el servicio militar en el 76, dejé Cádiz y me fui a vivir con ella a Estados Unidos”. En Miami entró en contacto con la disidencia: los denominados peyorativamente gusanos: cubanos que habían escapado de la isla en balsas, huyendo del régimen de Castro.

Enseguida empatizó con ellos y se involucró en la causa. Igual que él, también lo hizo un gallego llamado Félix Montenegro, que fue capitán de la Marina Mercante española. Ambos jugaban con la ventaja de contar con un pasaporte europeo y por eso fueron admitidos enseguida por los disidentes cubanos de Miami, que preparaban un golpe de Estado en colaboración con algunos mandos militares del propio ejército de Fidel.

UN FALSO MÉDICO MULTIMILLONARIO

A Heredia y Montenegro les asignaron sendas identidades ficticias. Aprovechando por un lado el físico imponente, el carisma y el don de gentes de Antonio, y por el otro la capacidad de Montenegro para pilotar barcos, la disidencia cubana se inventó dos personajes para ellos: “A mí me tocó hacerme pasar por un médico multimillonario que vivía en Estados Unidos, simpatizaba con la revolución cubana y había decidido colaborar con ellos. Félix hacía de mi asistente y patrón de barco. Nuestra misión era llevar a Cuba artículos que necesitaban los hombres de Fidel. Dólares en metálico, instrumental técnico, planos, documentos estratégicos, armas muy pocas veces… Todo esto nos lo proporcionaban los disidentes de Miami y nosotros teníamos que entregarlo en la isla como si fuese una cosa nuestra y ganarnos así la confianza de los Castro”.

Para que su personaje resultase creíble, le expidieron un falso título de Medicina (“Yo no he tocado un bisturí en mi vida”, asegura) y le pusieron a su nombre un yate, el “Hedonist”, que Montenegro pilotaba.

Así, la misión de este tándem era hacer creer a los revolucionarios que ellos dos estaban apoyando la causa castrista. Una vez se hubiesen ganado a los mandamases del gobierno, conspirarían desde dentro junto al general Arnaldo Ochoa para derrocar a Fidel Castro.

El gaditano recuerda así la figura de Ochoa, un hombre que gozaba de la confianza de los Castro: “Era la pieza clave. El gran infiltrado. El ideólogo del golpe. Un héroe de la revolución que había luchado en Angola y Somalia. Había sido nombrado general de dos de los tres ejércitos de Cuba: el de Oriente y el Central. Él esperaba que le diesen el control del tercer ejército, el de Occidente. Cuando ya tuviese el pleno control militar de la isla, daría un golpe de Estado y derrocaría al Fidel. Llegado ese momento, tenía que contar con apoyos logísticos dentro de la isla, entre los que nos encontrábamos los dos españoles”.

MISIÓN: GASTAR DINERO

Heredia recuerda cuál era su principal función durante los primeros meses de la operación: “Mi misión básicamente era gastar dinero. Me tenía que meter en el papel y las instrucciones eran claras: todo el mundo se tenía que creer que yo era millonario. Dormir en los mejores hoteles, ir a los mejores restaurantes y gastar como si no me importase. Un sacrificio, vaya...”, resume riéndose mientras el tenue sol gaditano de noviembre nos deslumbra.

Heredia se encontró inmerso en situaciones disparatadas: “No podíamos ir sólo de Miami a Cuba porque cantaba mucho. Así que íbamos viajando por todo el Caribe con un montón de dólares por gastar. Un día llegué a Nassau (Bahamas) y empecé a dejarme dinero en cenas, en copas y en invitar a la gente. Pero vinieron dos hombres a decirme que tenía que meterme en el Casino a gastarme un pastizal, para dar imagen de millonario auténtico”.

Antonio Heredia bromeando con un cubano durante su etapa en Baracoa

Una vez perfiladas las nuevas identidades, empezaron a llevar cargamentos clandestinos a los revolucionarios a bordo del “Hedonist”. Así fue como conoció a Raúl Castro.

“Llegamos a Camagüey donde nos esperaba Ochoa, que estaba al tanto de quiénes éramos en realidad. Junto a él estaba Raúl Castro, que me pareció un personaje siniestro. Lo primero que hizo al verme fue hacerme un regalo. Me entregó una cajita con una pistola rusa, una Black Makarov. Me dijo que eso era para que le pegase dos tiros al que me mirase mal en Cuba. Yo le dije que si hacía eso me meterían en la cárcel, pero él me contestó que a mí no me iba a pasar nada porque era su amigo”, recuerda todavía con un punto de indignación mientras apura un cigarro y en el hilo musical suena Melina, de Camilo Sesto.

Durante tres meses estuvo viajando a Cuba y haciéndose pasar por un millonario pro-Castro. “Aún guardo las facturas de los buenos hoteles en los que me hospedaba, pagados todos con dólares americanos”.

Heredia, de orígenes humildes, siempre intentaba ayudar a los cubanos que lo pasaban peor, pero se encontraba con la oposición de los mismos: “Una vez quise darle 20 dólares al cantante Amado Lobaina, que había actuado en el hotel donde yo me alojaba. Me pidió, asustado, que quitase los dólares de su vista porque si los aceptaba lo encarcelarían por tráfico de divisas. Le pregunté qué podía hacer por él y me sugirió que le comprase unos zapatos nuevos a su hijo pequeño. Y mira lo que son las cosas: hace poco me localizó este chico por Facebook para agradecerme aquellos zapatos”, cuenta emocionándose y respirando hondo el aire con el salitre del mar.

“Mañana va a soplar viento de Levante”, cambia de tema, perdiendo la mirada en el mar que empieza a picarse...

HAMBRE Y MISERIA EN LA HABANA

Paramos la entrevista para comer mientras de fondo suena el estribillo de unos tanguillos de Cádiz que dicen:

Vámonos pa Caiporque aquí en La Habana paladar no hay

Antonio, que es flamenco y ha cantado en varios tablaos, se arranca con unas palmas y luego hablamos precisamente del paladar en su época en La Habana: “Paladar cómo iba a haber. Allí lo único que había era miseria. Los cubanos pasaban hambre y vivían en condiciones lamentables. Mientras, los Castro tenían buenos yates, mansiones, buena comida y armas. Como ahora mismamente”. Ese fue el principal motivo por el que él y Montenegro se la jugaron. “Yo allí vivía a cuerpo de rey, pero ver todo aquello me indignaba y me hacía comprometerme aún más con la causa de Ochoa".

Antonio aún conserva los recibos,pagados en dólares norteamericanos, de su estancia en los mejores hoteles de Cuba. David L. Frías

Antonio retoma la historia contando lo bien que se lo pasó interpretando el papel de millonario mientras se cocía la contrarrevolución. “La única cerveza a la que podían acceder los cubanos era una nacional que era más mala que los 'meaos de burra'. A mí me ponían pilsener checoslovaca”, recuerda apurando su caña Cruzcampo.

“Otro día vi a dos adolescentes quejarse de que no les dejaban comprar Cocacola, porque era muy cara y se tenía que pagar con dólares. Se tenían que conformar con la Tropicola, que es una porquería. Yo las senté en una terraza y las invité a una Cocacola a cada una. El camarero no se la quería servir porque eran cubanas”.

También asegura haber visto “a un cubano que había criado un pavo en su casa durante mucho tiempo. Cuando fue a matarlo para comérselo, un chivato dio la voz a las autoridades. Vino la policía a detenerlo y a decirle que aquel pavo no era suyo, sino de la revolución. Y le cayeron 10 años de cárcel”. A otro, por lo visto, le metieron 12 años de condena “por haber soñado que mataba a Fidel Castro. Al aprecer se lo contó a un amigo, este se chivó y acabó en prisión. Aquello era terrible”.

LA CONSPIRACIÓN AL DESCUBIERTO

Arnaldo Ochoa y Fidel Castro fueron compañeros de ejército hasta que el comandante descubrió la conspiración

La reacción del régimen fue inmediata: identificaron a todos los conspiradores y los apresaron. Entre ellos a los dos españoles. “Me acuerdo que a mí me pilló en el Hotel Habana Libre. Había subido a la habitación porque me encontraba medio indispuesto. Al poco de tirarme en la cama entraron ocho negrazos enormes, militares, armados todos, que me detuvieron y me llevaron p'adentro”.Lo trasladaron al Cuartel Militar de Villa Marita, donde le instaron a firmar una hoja con una confesión que él no había hecho.

Sólo necesitaban la rúbrica. Para su sorpresa, en el papel no se hablaba de conspiración contra la revolución o traición a la patria, sino de un presunto delito de narcotráfico. “Ni a Fidel ni a nadie del gobierno le interesaba que se supiese que había disidencias tan fuertes dentro del mismo ejército. No querían reconocer el complot. No podían explicar a los cubanos que el héroe Ochoa quería cambiar el sistema. Así que se inventaron unos cargos sobre tráfico de drogas. Dijeron que formábamos parte de una trama que transportaba cocaína a Miami desde Colombia pasando por Cuba”.

AMENAZADO CON SER DEVORADO POR PERROS

Como Heredia se negó a firmar, pasó en Villa Marita 52 días bajo presiones y amenazas. “Pegarme no me pegaron, debo reconocerlo. Pero sí que me amenazaron mucho. Me llevaban a un pasillo oscuro con un perro enorme al final, de esos babosos y cabezones. Me decían que me iban a echar al perro para comer si no firmaba la confesión, pero yo siempre me negué”.

También lo amenazaban con fusilarlo, que fue lo que sí que hicieron con Ochoa, Laguardia, Padrón y el resto de militares cubanos que conspiraron contra Castro. El proceso fue uno de los más importantes de la historia reciente de la isla y aquel juicio sumarísimo acabó con los últimos fusilamientos políticos del régimen: “A Ochoa lo vieron demasiado pasivo durante el juicio. Cuentan que lo drogaron. Él mismo lo dijo durante su declaración en el juicio. No se defendió ni habló del auténtico plan. Sólo dijo “Sí, he traicionado a la Revolución Cubana”, pero poco más”, apunta Antonio.

Tras los fusilamientos, Heredia pensaba que él y Montenegro serían los siguientes. Lo internaron en la cárcel de Combinado del Este y allí empezó su calvario. Sin juicio y mientras esperaba a que llegase su final, sufría las durísimas condiciones del penal cubano. “La comida era malísima. Sólo nos daban coles y una carne china enlatada que era peor que la que comen los perros”. Respecto a la ropa que les proporcionaron, Heredia recuerda que les dieron un uniforme que estaba confeccionado con la tela con la que están forrados los interiores de los ataúdes.

PELEAS, ASESINATOS E INTENTOS DE SUICIDIO

Heredia compartía presidio con otros presos políticos de diversas nacionalidades: un piloto chileno que tuvo que aterrizar de emergencia en Cuba y fue apresado, varios norteamericanos, dos hermanos canadienses, un argentino y varios negros haitianos miembros de los Panteras Negras que habían secuestrado un avión. Antonio cita con una precisión admirable nombres, apellidos, fechas y detalles.

“Por culpa del hambre que pasábamos, una vez nos peleamos todos contra todos. Fue precisamente porque un día nos dieron pollo para comer. Un muslito por cabeza, no creas que había mucho. Aquél día se debían de haber muerto muchos pollos en alguna granja, porque aquello no era normal. Cuando nos pusieron la comida, cada uno empezó a quejarse de que si aquel muslo es más grande que el mío, que tú tienes más, que yo tengo menos… y al final acabamos todos en un trifulca monumental, dándonos de hostias y con los muslos de pollo tirados en el suelo. Aquello, cuando nos calmamos, nos hizo reflexionar mucho”.

Antonio asegura que casi se vuelve loco durante su estancia en prisión. “Yo me intenté suicidar. Pensaba que a mí también me iban a fusilar y prefería quitarme yo la vida. Até la sábana de mi habitación al hierro de la litera y me intenté matar, pero no había espacio suficiente para que me ahogase y lo único que conseguí fue hacerme daño en el cuello”.

El que sí que murió fue uno de sus compañeros estadounidenses, que un día perdió la cabeza, literalmente: “El yanki empezó a gritar, a liarla, salió al patio y se montó en un bidón de combustible con un mechero. Le volaron la cabeza”, cuenta Heredia, que en esa época había perdido de vista a Montenegro. El gallego estaba recluido en otra prisión y se reencontraron en el segundo traslado del gaditano.

“Me sacaron del penal de Combinado del Este y me llevaron a uno que se llamaba Cerámicas Rojas. Aquello era el infierno. Allí me encontré a Félix, pero las condiciones de vida eran terribles. Estábamos mezclados con los presos comunes. Y la alimentación era horrorosa. Si en la anterior cárcel comíamos mal, en esta ya ni comíamos. Nuestra dieta consistía en morcilla. Sólo morcilla”.

CONTRABANDO DE JABÓN LUX

Ambos pasaron cerca de cinco meses infernales en aquella prisión. “Fue cuando me puse a escribir a la embajada española para que nos ayudasen, porque estábamos a nuestra suerte. Al poco nos empezaron a ayudar y nos enviaban paquetes con productos de primera necesidad, como una pastilla de jabón Lux, desodorante, pasta de dientes o crema de afeitar”.

Los trámites para liberarlos fueron liderados por la Xunta de Galicia y dieron sus frutos. A los cinco meses los volvieron a llevar al penal de Combinado del Este, donde las condiciones eran mejores. “Traficábamos con los paquetes que nos mandaba la embajada. Le cambiábamos a los de cocina aquellos artículos por levadura, pasta y frutas para hacer vino artesanal que fermentábamos en unas tinajas escondidas”.

Los periódicos locales se hicieron eco de la liberación de Antonio Heredia Antonio Heredia

Los españoles no fueron fusilados porque al régimen de Castro no le interesaba. El delito sucedió en 1989 y en aquella época las empresas de nuestro país empezaban a invertir fuerte en Cuba. Se construyeron los primeros hoteles de capital español en la Habana y las relaciones con el gobierno español eran buenas. Además, los regímenes comunistas iban cayendo en Europa y Cuba se iba quedando poco a poco sin aliados. Entre esos factores y la mediación de Manuel Fraga, que tenía amistad con Fidel Castro, consiguieron salvarse. Así, después de tres largos años presos, sin haber sido sometidos a juicio, los dos españoles fueron liberados el 24 de marzo de 1992. Tres meses después, Fidel Castro llegaba en viaje oficial a Galicia. 

CRUZAR EL OCÉANO EN COMA ETÍLICO

No acabó aquí el riesgo de muerte de Antonio Heredia. Lo que no lograron los militares cubanos, casi lo consigue el ron. A Antonio le habían pasado factura los 3 años en la cárcel. Entró pesando 90 kilos y salió con 47. Cuando los dos presos fueron puestos en libertad y trasladados a Varadero para emprender rumbo a España, se pusieron a beber en un bar del aeropuerto.

“Yo sólo me recuerdo en una pequeña barra pidiendo un ron con Coca Cola. Y otro. Y otro más. Y así hasta... no sé cuántos. La última imagen que tengo de aquel viaje es a mí, muy borracho, pidiéndole otro ron-cola a la azafata. Cuando me desperté vi que había un tipo vestido de blanco con las manos sobre mí. Lo agarré del cuello y le empecé a insultar. '¡Cubano hioputa!' le gritaba yo. Aquél hombre me gritó que me calmase, que él era médico y que estábamos en una sala de emergencias del aeropuerto de Barajas. “¡Esto es Madrid!” me gritó. Y ahí me calmé. De tanto beber y con el cuerpo que se me había quedado, casi me muero”.

El diario El País se hizo eco del coma etílico de Antonio Heredia en su viaje de vuelta a España

Al llegar a España, algunos medios de comunicación se pusieron en contacto con él para que explicara su historia. Eso hizo que Heredia acabase apareciendo en el programa Confesiones que presentaba Carlos Carnicero. El formato consistía en que una persona con una dura historia que contar se colocaba detrás de una cortina y explicaba su drama a los espectadores sin desvelar su identidad. Al acabar, era el propio protagonista el que decidía salir y mostrarse o mantener el anonimato. “Yo salí y di la cara”, recuerda Antonio con orgullo.

“VOLVERÉ CUANDO CAIGA EL RÉGIMEN”

De Madrid a Cádiz y de allí a su Zahara natal. Después de probar suerte en varios trabajos, habló con el alcalde de su pueblo para que le autorizase montar un chiringuito en la playa, que es el que sigue regentando. Ahora vive tranquilo y no tiene intención de volver “hasta que no acabe la dictadura. Cuando me liberaron, el Capitán Feliciano me dijo que yo podía volver de vacaciones cuando quisiese, pero que tuviese cuidado de no resbalarme con la cáscara de un banano. No me sentiría seguro allí, así que no he vuelto”.

Mientras hablamos, yo tomo fotos de sus instantáneas de la época y de los recortes de periódico. Se ríe cuando llegamos al del coma etílico. Yo reparo en el detalle de que el hombre que sale en la foto no es él, sino Félix Montenegro. Ahí le pregunto qué ha sido de él. “No tengo ni idea”, me responde.

Antonio vive tranquilo regentando el Chiringuito Pleamar en la playa de Zahara de los Atunes David L. Frías

Heredia acaba hablando del futuro de Cuba: “No va a cambiar nada por el momento”. Curiosamente, fueron las mismas palabras que recogió un diario local en 1992 tras su liberación. Antonio reconoce que se alegra de la muerte de Fidel, pero que "lo del cambio ya es una cuestión de sistema. La gente que está en el poder ha hecho de Cuba su cortijo y le está sacando mucho rendimiento económico. No quieren que se les acabe el chollo. Todo va a seguir igual. Mientras esté Raulito, que es el malo, poco hay que rascar".

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