De la guerra al Prado: Sonya Zholobova, la ucraniana convertida en pianista del museo
Llegó a España como refugiada, ahora acompañará con música algunas de las salas más importantes del Museo Nacional del Prado.
25 abril, 2024 03:00Cuando Sonya Zholobova (Kiev, 2004) toca el piano la vida parece darse un respiro. Las miradas se enmudecen y los visitantes del Museo del Prado comienzan a llegar hasta su sala, en parte sorprendidos; en parte, deslumbrados. Ella tenía solamente cuatro años y medio cuando su madre, profesora de música, creyó que sería buena idea enseñarle a su hija el arte instrumental. Su padre, en principio, se opuso. Después, vivió orgulloso.
La ucraniana viste de un negro solemne, que contrasta con el verde oliva de las paredes del museo y el dorado de los marcos de los cuadros, como también lo hacen sus manos sobre el blanco del piano. Es probable que nadie nunca imaginara que una jovencísima Sonya (cumplió 20 años el pasado 9 de abril) protagonizara una escena como ésta, no al menos a tantos kilómetros de casa.
"Yo nunca pensé que pudiera hacer esto de manera profesional. Pero la vida me trajo hasta aquí”, explica Zholobova, que atiende a EL ESPAÑOL instantes después de haber tocado durante veinte minutos para los visitantes de uno de los museos más visitados del país. Pero hasta aquí no le traería sólo la vida, también lo haría la guerra.
Refugiada de guerra
Sonya, que vivía y estudiaba piano en una escuela de Kiev, se vio forzada a abandonar su país con tan sólo 17 años. Sería tras el comienzo de la invasión a Ucrania por parte de Rusia. "Mi vida cambió de un día para otro. Por la noche estaba con mis amigos en el bar, hablando. Vuelvo a casa a cenar con mi familia, me voy a dormir y cuando me despierto a la mañana siguiente todos los mensajes son de que empezó la guerra. Estás bien, estás viva, pero tu cabeza está colapsada. No sabes qué hacer", expone, mientras sus ojos miran al suelo del museo.
Lo siguiente fue una semana "horrible", según dice, en la que ella y su familia tuvieron que vivir en el parking de su edificio para protegerse de las bombas. "Yo lloraba mucho y al final le dije a mi familia que no podía más". Entonces, partió. Lo haría antes y a un destino diferente que sus padres y sus dos hermanas pequeñas: "Me marché sola, estaba muy nerviosa. Mis padres se fueron después y ahora viven en Suiza", explica. El motivo por el que llegó hasta Madrid tiene un nombre y apellido: su maestro Vadim Gladkok, pianista ucraniano que imparte clases en el Centro Superior de Enseñanza Musical Katarina Gurska. Con él sigue perfeccionando lo que ya parece perfecto.
Ensaya durante seis o siete horas al día. "Cinco, cuando no tengo tiempo", sonríe. "Desayuno, practico y duermo cuando no estoy practicando". Cuando llegó a España, alquiló una habitación. Su adaptación fue difícil, según comenta. "El primer mes fue mal. Además de que me asustaba estar sola, no entendía la mentalidad de los españoles… en Ucrania somos más fríos. Pero ya soy más española que nada", celebra. Ahora vive con la familia de su pareja, quien hoy le espera a la salida del museo para poder ir a comer.
Tiene claro su futuro. "Llegué para continuar mi carrera como pianista y no tan sólo para estar aquí”, sentencia. Viendo las caras de los visitantes del Museo del Prado, parece haber funcionado. Sonya encandila al público con un repertorio propio de la galería que habita. Lo hace sin partitura alguna, de memoria. A su lado le acompañan obras del Renacimiento del pintor italiano Rafael. Y entonces se fusionan las notas con los trazos. Cada vez que termina, la gente aplaude. Y ella, tímida, inclina la cabeza y recibe el cariño.
Pinceladas sonoras
Hoy será así durante tres veces: a las 12h, a las 13h y también a las 16h. Y así cada martes y jueves. Lo hace bajo un programa del Museo llamado Pinceladas sonoras, que busca apoyar a los jóvenes en su desarrollo personal, académico o artístico. "Cada año traemos a una pianista diferente, antes de Sonya fueron Cristina Sanz y Natalie Schwamova", explica Virginia Garde, la Coordinadora de Público del Museo Nacional del Prado. Tanto la sala como el repertorio varían cada mes, por lo que será un año de ambientación musical.
Garde, que explica cómo es el funcionamiento del programa, no duda en elogiar el talento de Zhalobova: "Todos tenemos a veces algún momento de estrés en el trabajo. Es impresionante poder bajar y escuchar cómo toca el piano". También lo hacen el resto de visitantes: "Es maravilloso, simplemente maravilloso", comenta Juan, un turista de Valladolid, al término de la actuación.
Después, Sonya se emociona cuando recuerda sus días en Ucrania, a sus amigos, a su escuela. Pero parece contenta. Agradece la oportunidad que le da el museo, tiene tiempo para recordar a su representante, a su maestro y a la vida. En sus ojos se aprecian ciertos atisbos de ilusión. Aunque al tocar el piano, los cierra. "Cuando estoy en la mitad de una pieza, hay un momento que es tan bonito para mí... que es como: estoy en el cielo ahora mismo", dice. "Pero lo digo en serio. Totalmente en serio", insiste. Entonces, se hace el silencio. Y vuelve a sonar Chopin.