Can Wang (Pekín, 1990) pide hacer la foto de la entrevista antes de comenzar. "Que luego me pongo a hablar y no está bien el peinado", dice sonriendo en perfecto andaluz mientras con sus manos se cerciora de que el patrico mantiene su cabellera intacta. Viste camiseta debajo de la chaqueta, su pantalón deja ver sus tobillos y no hay calcetines que asomen por encima de los zapatos. Presumido, roneante, vacilón, como los gitanos del barrio jerezano de Santiago. Toca la guitarra sentado en el estudio de su casa en Sevilla mientras la cámara dispara. Cuando la sesión termina, bromea exagerando el acento antes de soltar una carcajada: "¡Oleee, soniquetaso!".
Está completamente mimetizado con su entorno. "Yo soy mu gitano, ompare", vacila remedando el deje de Jerez de la Frontera durante la charla. 'El Gitano de Pekín' le dicen en el mundillo. Sin embargo, ya seriamente, el guitarrista advierte que él es chino y no romaní, por si quien le conoce tiene dudas. Otro gachó con alma de calé.
Está grabando su primer disco. "Vengo de Pekín es el primer single —ya se puede escuchar—. El disco se va a llamar Viaje ar Sentío, así, en andaluz. Era un documental que aún está pendiente, que no se pudo hacer por la Covid-19, y dije: Ole, qué nombre más bonito. Los gitanos no copiamos, lo robamos directamente. Va a ser así el nombre. Llevo ya 10 años viviendo en Andalucía y sería cerrar esta década", cuenta.
Es el primer guitarrista profesional chino. Se licenció en Jerez en el Máster de Investigación y Análisis del Flamenco de la Universidad de Cádiz. Luego, obtuvo el título del Conservatorio Superior de Música de Córdoba Rafael Orozco. Tiene 15 guitarras en su pequeño estudio de Sevilla y otras tantas en Pekín. Reconoce que son su "único vicio" y apunta: "Cada una tiene una historia". Utiliza las de Alberto Pantoja y Paco Rey.
Su gran maestro fue Manolo Sanlúcar. Lo conoció en una masterclass y se lo llevó a su casa para enseñarle sus secretos. Una vez lo presentó como su nieto "adoptado" ante un amigo, cuenta orgulloso Can Wang, que lleva marcado todo lo que le enseñó a fuego. Por eso lleva años tratando de grabar su disco; en él quiere lograr su máximo nivel.
En sus palabras: "Soy muy exigente conmigo. Si saco algo quiero, no que sea del nivel de los artistas de primera, pero que sea algo que llegue a mi límite. Yo no me quiero comparar, pero no quiero hacer algo al 60%. Esta vale; ea, po nada, adió. Quiero conseguir la máxima calidad posible. Porque puedo. Yo no hago cosas falsas. Si no, es una falta de responsabilidad. Y eso lo odiaba mi maestro".
El flechazo
'El Gitano de Pekín' lleva diez años tocando la guitarra. En China, de pequeño, había tocado el acordeón.
Su idilio con el flamenco comenzó por pura casualidad. Cuando llegó a la universidad, estudió Ecología, el equivalente a Ciencias Ambientales en España, y se fue a Estados Unidos a estudiar un máster. Ahí cambiaría su vida. Tenía que hacer las prácticas en el laboratorio y dijo: "Joé, ¿por qué no descargo musiquita pa’ escuchá?".
Buscaba un sonido distinto al que había oído hasta ahora. Rebuscó y se encontró con el disco Cositas buenas, de Paco de Lucía. "Empecé a escuchar la guitarra, el cante… Digo: ¿esto cómo es? Escucho la música del acordeón, del piano… Pero esto es muy distinto. Rebusqué y rebusqué y dije: vaya, esto se llama flamenco".
A su vuelta a China conoció al guitarrista granadino Alberto Cuéllar. "Él me explicó un poco de la guitarra. Una tarde hablamos de la técnica y otra tarde del compás. Él no tiene el soniquete que tienen los de Jerez, que flipa..., pero me ayudó muchísimo, yo no sabía nada de los 12 tiempos, y me abrió una puerta hacia un mundo nuevo. Ahí empecé a escuchar los palos por bulerías más profundamente. Yo decía: qué bonito, no sé qué, no sé cuánto. Pero no entendía la música. Una vez que entendí el compás, eso se quedó en mi cabeza".
Se puso a escuchar flamenco las 24 horas del día. "Ahí está el 12, ahí está el 3, el 6, el 8, el 10. Ahí está el compás", ejemplifica antes de sentenciar: "Poquito a poco, creo que me convertí en la primera persona que entendía el compás de todo China. Ya había gente allí que había estudiado con maestros de España, pero cuando tocan se van de compás, sencillamente".
Viajó por China buscando el flamenco, pero no lo encontró. "Veía utilizar la técnica del flamenco para cantar canciones populares chinas. Eso no mola, no es de verdad. Tenía las ganas de venir a España a estudiar profundamente".
Entonces le llegaron ofertas de las universidad de Wisconsin o Arizona, entre otras. Sin embargo, él sabía que no quería ir allí.
—Papá, a los Estados Unidos no voy. Me voy a España.
—¿Por qué?
—A mí me gusta tocar la guitarra. Nunca he sentido nada así en mi vida. No es jugar con un juguete, no es salir con tus amigos. Es algo que me apasiona. Quiero dedicarle tiempo.
La respuesta de su padre fue que no llegaría al nivel de un pianista con la guitarra. Aquellas palabras aún le duelen al guitarrista, que desde aquel momento comenzó a ganarse la vida dando clases de guitarra y salió de gira con una compañía china por el país asiático. "Eso me dio mucha confianza en mí mismo. Es verdad que no estaba a gusto tocando todavía porque me faltaba el compás, la técnica, el sentimiento… Pero estaba bien, me gusta este tipo de vida. Puedo compartir el arte con el público y me siento muy vivo".
Comenzó entonces a pensar. "En China hay edificios de 25 plantas y en cada planta hay 9 pisos. Vive mucha gente y todo el mundo funciona como una máquina, pero dices: ¿quién soy yo, qué valgo en este mundo? ¿Qué puedo ofrecer a la gente? A mí me encanta compartir".
No lo dudó un instante y se apuntó a clases de castellano. El curso había comenzado dos semanas antes, pero no le importó: "Los chinos somos unos máquinas estudiando". En dos meses aprendió el idioma. "Conseguí mi peazo certificado. Ya podía solicitar el visado".
Viajó por el sur de España para ver en qué ciudad podía quedarse. Llegó primero a Ronda. Vio el cielo azul y, por primera vez, probó el jamón y la Cruzcampo. "Dije: mooola, eh". Pasó por Madrid, Málaga y Granada, que le recibió con frío y lluvia. Eso no le gustó, "¿jabe?". En la capital andaluza encontró su sitio. "Todo el día estaba el sol, la gente diciendo: '¡Oleee!'. Me quedo en Sevilla".
Jesús del Gran Poder
Le advirtieron en China de que en España no sabrían decir su nombre. Tenía que ponerse uno español. Pensó que Can, pronunciado como en España, es el verbo poder en inglés. Lo vio clarísimo: se llamaría Jesús, por Jesús del Gran Poder.
Llegó al aeropuerto de Málaga para establecerse en España. Tocó en la calle nada más llegar y se sacó 20 euros. Se quedó allí unos días, bañándose en el mar, antes de irse a Sevilla. Corría el año 2014 y tenía intención de quedarse dos años en España antes de volver a China para dar allí clases de flamenco. "Pero como me gustó tanto, dije: me quedo aquí".
Su primer año lo pasó aprendiendo. Se apuntó en la escuela de Eduardo Rebollar. "Ese año fui a muchas masterclasses con Dani de Morón, Diego del Morao, Rafael Rodríguez 'El Cabeza', fui a Barcelona a conocer a David Cerreduela, un genio, fui a muchas. También iba mucho a las juergas", reconoce.
En su segundo año lo contó. "Escribí mi primer tutorial sobre la guitarra flamenca, sobre la técnica. En China no había libros de eso. Luego, escribí un segundo libro sobre el compás. Sobre el tiempo de cuatro, de tres… Matemáticas andaluzas. A la gente le encantó. Se vendió todo (en China). Todavía me preguntan, pero no tengo copias ya".
Conoció a Manolo Sanlúcar, que se lo llevó a su casa para que aprendiera el flamenco puro. "Jojojo. Eso es algo gordo. Yo comparado con mis compañeros pienso que no tengo ná, pero el maestro vio cualidades o algo y me dio la oportunidad de aprender con él".
Luego accedió al conservatorio de Córdoba. Quedó el primero en las pruebas de acceso. Como llegó el Covid y las clases fueron virtuales, tuvo tiempo para apuntarse también al primer máster de flamenco de España, que se imparte en Jerez.
—¿En qué momento se da cuenta de que es un artista?
—Pf… (Silencio durante cinco segundos). Es muy buena pregunta. Yo, quizás, aún no siento que soy un artista. Yo soy un aficionado. Para mí los artistas son gente como Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía, Moraito Chico, Vicente Amigo… Esta gente son artistas. Yo hago mis cosas y me siento bien escuchando mi música porque cuentan mi historia. No hablo en mi idioma, lo expreso en mi música. Cuando escucho mi música escucho mi historia. La parte de alegría, tristeza… Pero para ser artista queda mucho que aprender, queda mucho camino por delante.
Ser un artista no es solo tocar la guitarra. Ser artista significa manejar distintas situaciones. Yo todavía no tengo la madurez de manejar algunas ocasiones difíciles, de controlar el teatro, de manejar cualquier lugar.
Te pongo un ejemplo. Mi compadre Antonio Rey, cuando va a un sitio, da igual donde sea, toca igual. ¿Eso cómo se hace? Si afecta la humedad, si afecta el clima, la temperatura… A mí me afecta y a él también. ¿Por qué yo no me manejo en todas las situaciones y él sí? Porque él es un artista. Sabe hacerlo. Sabe estar en su mejor estado.
A Paco le pasaba igual. En su tema, a veces, tenía un picado. A veces lo hacía y otras no. Cuando se sentía bien, lo hacía. Cuando no se siente bien, no lo hace. ¿Para qué hacerlo si te va a salir mal? Eso es la inteligencia de un artista. Eso a mí me falta. Hay que coger la experiencia del escenario.
—¿Dónde está el arte? ¿Qué le inspira?
—Eso es muy difícil. Eso es como si te pregunto dónde está el duende. Un chiquillo puede estar bailando 10 minutos y yo decir al final ole. Sin embargo, Pepe Torres, El Bailaor de Morón, nada más que sube al escenario, con una mirada y una postura, dices tú: Esto es flamenco. ¡¡¡¡Oooole!!!! Te pone los pelos de punta.
No hay un criterio universal. Lo bonito del flamenco es que se sacan muchas sensibilidades, personalidades de cada uno.
Ahora la gente dice que el flamenco no es como antes, porque antes no había mucho internet. Todo el mundo tocaba o bailaba de la manera que podía. Así que cada uno hizo su camino y llegó al límite de su cualidad. Eso era el flamenco más puro, cada uno diferente.
Hoy en día, Diego del Morao sube una falseta a internet y todo el mundo la estudia. Porque es muy bonita. Y dices: muy bien, ole, está tocando por Morao, está tocando por Antonio, está tocando por Paco. Pero no hay personalidad. Hay algunos jóvenes, pero la mayoría de gente toca por escuelas. La de Jerez, la de Caño Roto, la de Granada, la de Morón, que marca muy bien las bulerías y tiene un toque muy bonito… Pero, ¿dónde está la personalidad de cada uno?
Luego, escucha a Vicente Amigo tocando dos notas. Ahí dices: este es Vicente (sonríe). Este es Vicente, seguro. Cuando escuchas dos notas de Paco dices: este es Paco. Con Manolo: ese es Manolo. Hoy en día, ¿la personalidad dónde está?
—Le dicen 'El Gitano de Pekín', ¿se siente representado por la cultura gitana?
—Me llevo mejor con los gitanos que con los payos. También, para qué mentirnos, en el flamenco hay mucha envidia. Pero eso es en la clase media/baja. Cuando llegas a un nivel alto, cuando te encuentras con los artistas, no hay envidia. Ellos saben valorar el trabajo de otro.
El otro día estaba grabando y me estaba escuchando el maestro Jerónimo Maya. Estamos hablando de un artista de talla máxima en la guitarra flamenca. Buena técnica, buena sensibilidad, buen gusto… ¿Sabes lo que me dijo? “Me gusta tu personalidad tocando la guitarra, porque suena a ti”. Eso me dijo. Encima, estaba también otro maestro de la guitarra, uno de mis favoritos, que se llama Pedro Javier González. Estaba allí y él toca para darme 5.000 vueltas. ¡¡Y me estaba grabando a mí!! Imagínate el honor y la presión de tocar.
Estuvimos cenando después y todo el mundo me respeta. Es un ambientazo con los artistas de verdad. Pero en el mundo de los mediocres hay mucha envidia. Te dicen: Na..., esto no vale. Hazlo tú, a ver qué es lo que vale.
—Se nota quién entiende y quién no.
—Sí, exacto. Hablando de la relación con los gitanos, yo tengo muchos amigos gitanos. Sin ellos, el flamenco no sería lo que es hoy. Los respeto mucho. Me gusta el apodo y me siento muy orgulloso. Yo no soy gitano, yo soy chino, pero admiro la cultura.
—Es el "yo soy más gitano que tú y soy gachó" que cantó aquel.
—Yo soy mu gitano, ompare (risas).
—Vino para dos años a España y lleva diez. ¿Quiere volver ya a China?
—No. En realidad, cada día siento que debo ser más libre, no ponerle patrones a la vida. Siendo chino, me gusta mi país, me gusta España, pero también me gusta Latinoamérica, me gusta Japón… Me gusta todo. Cada país tiene lo bueno y lo malo. Yo siempre miro lo bueno y disfruto de ello. Hace poco estuve en Egipto, que me organizaron un concierto en El Cairo. Un chino compartiendo la música flamenca con unos musulmanes. Esas cosas son muy interesantes.
No creo que me quede en un sitio fijo. Pero si tengo que buscar un sitio para quedarme para mucho tiempo, me gustaría quedarme en Madrid.
Porque en Sevilla estoy demasiado cómodo. Aquí tengo muchos amigos. Cuando uno está demasiado cómodo en un sitio, pierde la ambición de la vida y se va apagando.
Sin embargo, en Madrid hay tantos artistas, no solo del flamenco, sino de la música, que es donde quisiera llegar. Compartir música con distintos músicos. Porque lo puro ya sé cómo funciona. Yo quiero tocar con otras músicas. Jazz, norte de Europa, clásica, cubana, de lo que sea. Música china no. O sí, ¿por qué no?
—¿Le interesa la mezcla?
—No, la mezcla, no. Es hacer algo compartiendo. Una mezcla siempre es un peligro. A lo mejor algo con sentido, porque a mi maestro no le gustaba nada la mezcla del flamenco. No le gustaba la mezcla con el jazz y eso. Me gustaría irme a Madrid. También es muy cómodo para viajar. Desde Sevilla ya tiene que coger un Ave que mínimo te cuesta 130 euros.
—¿De qué vive Can Wang?
—Hago cursos, doy clases online, conciertos. A veces cuando voy a China doy una masterclass. Aquí si me sale en Sevilla también doy alguna. En febrero daré una clase en grado medio del conservatorio de Sanlúcar la Mayor. Compartiendo la armonía, la técnica, cómo veo la guitarra desde mi punto de vista.
—¿Y cómo la ve?
—Ha evolucionado mucho, pero se está perdiendo la esencia de la guitarra. Antiguamente, los músicos no hacían acordes tan complicados. Tampoco tenían mucha información musical. Hoy en día, estamos utilizando acordes de jazz, con muchas tensiones. De esta manera, hemos introducido un color diferente al tradicional, puede sonar algo diferente, quizás más bonito, quizás más profundo… Pero también estamos introduciendo unos colores que no pertenecían al flamenco.
Pongamos que los colores del flamenco son a veces el negro, escuchando por seguiriyas; a veces el rojo, escuchando por tangos. Si tocas un tango con un acorde de blues, o con un acorde de jazz, esos acordes a lo mejor traen un amarillo o azul. Si lo mezclas un poquito dices: ¡qué bonito! Si lo mezclas demasiado, se pierde el rojo. Se convierte en otro color. Has perdido la esencia, no es lo mismo. Hay que tener mucho cuidado con las escalas, la armonía, el ritmo…
También te digo: yo siento que no sé nada de la guitarra. Yo hago la música respetando cada palo. No voy a hacer una seguiriya con acordes de jazz. Eso suena pa matarme, pa dejarme de hablar.
—¿Ha estado en alguna juerga gitana?
—Mucha… Mucha… Me encanta. Aunque hoy en día, me gustaría dedicarme a la guitarra de solista, porque ahí es donde puedo expresar y contar mis historias. Eso no quita de mi afición al cante y al baile, de la guitarra pura, flamenca. A mí me encanta pasarme la noche escuchando a los artistas de Jerez cantando por bulerías, por tango, por fandangos. He ido muchas veces a la Peña Luis de la Pica. También, aquí en Sevilla. Voy con Riqueni después de los conciertos a cualquier hora a las tabernas. Estas cosas son irrepetibles. El flamenco es un momento, lo mismo que la vida.