El periodista y escritor Carlos Quílez presenta Condenados relatos (Alrevés Editorial) una recopilación de investigaciones realizadas por el propio autor que recogen los sucesos más sobrecogedores de los últimos años. Para lograr un buen trabajo periodístico, ha tenido que acercarse a delincuentes como la famosa Rosa Peral, autora del conocido como 'Crimen de la Guardia Urbana', con quien se ha entrevistado en varias ocasiones.
Carlos Quílez es un periodista de los de antes. Treinta años de trayectoria profesional le han enseñado que el periodismo debe inquietar al poder y, sobre todo, le han mostrado qué triquiñuelas puede utilizar, y dónde y cómo, para conseguir molestar.
El periodista y escritor tiene muy claras sus ideas. Diserta acerca de ellas con la claridad que otorga una larga y variada carrera: sabe de dónde provienen los malestares actuales del periodismo y tiene una hipótesis sobre los posibles remedios. Si hubiese que dar una pista, se podría decir que los sucesos tienen mucho que ver.
El fangal es aquel lugar donde el periodista debe ensuciarse para acceder a la información. Gracias a su tendencia a descender a esos subsuelos, Carlos Quílez ha escrito la trilogía de la "mala vida", que concluye con Condenados relatos, una serie de capítulos que recogen algunas de las investigaciones sobre los crímenes más truculentos de nuestro país. Exhaustividad y rigor guían las páginas de este libro.
Además de la trilogía de la mala vida, Quílez ha publicado importantes trabajos de investigación como Diamantes sucios (2016) y El contragolpe (2021), además de novelas negras como Manos sucias (2014), entre otras. Dirigió el análisis de la Oficina Antifraude de Cataluña. También ha trabajado en la sección de sucesos de numerosos medios de comunicación. Ahora dirige el pódcast 'Sumario Abierto de EL ESPAÑOL, y colabora la Sexta, en Antena 3 con Sonsoles Ónega, en RNE y en Onda Cero.
P.- ¿Quedaron cosas por decir en las dos primeras entregas de la "mala vida"?
R.- Quedaron cosas por decir y aún quedan. Este libro nace por la necesidad que tengo de explicar otras perspectivas del crimen. Yo soy periodista, lo mío con la literatura es un accidente, pero es verdad que vivimos un periodismo muy acelerado y comprimido en el que tenemos que prescindir de muchos matices porque todo es urgente, todo es para ya. Una información exclusiva, relevante de un crimen o de lo que sea, al cabo de media hora deja de ser relevante o prioritaria porque surge otra. Entonces, este libro me permite parar máquinas, bajar la pelota al suelo y poder explicar las historias desde todos aquellos prismas que a mí me gusta explorar: no sólo la versión policial sino también la del delincuente, la de la víctima y la mía.
P.- ¿Cree que contar su perspectiva propia ha podido ir en detrimento de la objetividad periodística?
R.- Es que no existe la objetividad. Lo que se puede ser en términos periodísticos es, aunque subjetivo, honrado. No engaño al lector: esto es como yo lo he vivido, este es mi punto de vista, y esta es mi realidad. Eso sí, el foco que pone un periodista, por lo tanto, un tipo que necesariamente tiene que saber lo que cuenta y que tiene que haberse remangado para acceder a la información. Y, sobre todo, que ha sido impertinente.
P.- ¿Cómo es ese remangarse para acceder a la información?
R.- Es una pregunta que merece una respuesta larguísima. Ya son más de treinta años de crónicas de la "mala vida": conflicto social, sucesos, crímenes... y en estos treinta años he aprendido muchas cosas. Primero, que no se tiene que mentir a las fuentes. Jamás. Porque si eres sincero con ellas, puedes perder una noticia hoy, pero ganas el prestigio para conseguir cinco mañana.
Por otra parte, hay que trabajar una hora más que los demás. No hay más truco. Otra de las máximas que yo tengo es conocer el primer plano de la realidad, así que nunca me vale con una versión. En las crónicas policiales, por ejemplo, siempre hay varios operadores que mirar y a mí no me cuesta nada bajar al fangal de la delincuencia para averiguar sus versiones. Nunca para justificarlas, sino porque, para explicar la realidad, hay que entender todas las versiones.
P.- ¿Cómo se vinculan periodismo y literatura en este libro?
R.- La literatura, como te he dicho antes, es un accidente en mi vida, pero bendito accidente. La literatura es una magnífica amante del periodismo. El matrimonio con el periodismo puede hacerse un poco repetitivo, rutinario, cansado... Entonces, irse de escapada con la literatura es un auténtico placer. Dije hace unos años que la literatura de no ficción también era un género periodístico y los eruditos se me echaron al cuello. Pero yo insisto en ello.
En la literatura encontramos el mundo de las emociones. A un lector de tus noticias le interesa muy poco cómo nos han afectado las cosas a los periodistas o cómo le han afectado las cosas a los actores de la noticia. Sin embargo, la literatura te permite ahondar en ello. Explicar la expresión de las miradas de una víctima, o de un autor, o de la madre de un autor... o de la esposa de un violador. Explicar la mirada de la esposa de un violador no cabe en este periodismo acelerado nervioso que vivimos, pero es válido en la literatura.
P.- ¿Qué enfermedades padece el periodismo de hoy en día?
R.- En primer lugar, el poder político. Hace tiempo que la política se dio cuenta de lo importante que es el control de la información sensible, que siempre ha estado ligada al conflicto social. Y ahí incluyes el crimen. Cuando empecé en el mundo del periodismo me acuerdo de que solo había un único jefe de prensa en el gabinete de comunicación de la Jefatura de Policía en Barcelona. Ahora tienes gabinetes de prensa y comunicación en la comandancia de la Guardia Civil, en la jefatura de la Policía, más de 40 periodistas trabajan en los Mossos, hay prensa en el Tribunal Superior de Justicia, en la Audiencia Provincial, en la fiscalía... Es decir, con el tiempo se ha blindado la información de una forma atroz. Las instituciones no tienen por objetivo la transparencia en sentido global, sino difundir aquellas informaciones que resultan del agrado o apetencia de los responsables.
P.- Dada su larga trayectoria profesional, ¿ha cambiado mucho el modus operandi del periodista en este sentido?
R.- A mí me gusta decir que hoy es muy difícil sacar una exclusiva que provoque que un político, un alto financiero o un gran bancario se corten al afeitarse mientras escucha la radio. Hoy tiene más mérito que hace 25 años porque el blindaje es mucho mayor. Hace 25 años yo entraba a los despachos de los comisarios y los esperaba allí. A mí, el antiguo gobernador civil de Barcelona me pilló rebuscando en la papelera de su despacho. Este tipo de periodismo es impensable a día de hoy.
Por otro lado, está el papel de los medios de comunicación. No nos caigamos de la higuera. El periodismo siempre ha estado maniatado, en mayor o menor medida, por el poder, así que nosotros nos tenemos que mover por las zonas del terreno de juego donde al poder le cuesta llegar con sus tentáculos. Si bien gran parte de la culpa la tienen los grandes jefes de los medios de comunicación, también la masa periodística está formada por sujetos que son obedientes preventivos. Son periodistas que ya saben lo que pueden o no pueden hacer antes de que sus jefes les digan nada y obedecen sin haber recibido la orden. Esto es un grave problema. Corren muy malos tiempos para esta profesión.
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P.- ¿Existe la cura para estas enfermedades?
R.- Yo creo que es necesario el aprendizaje de los periodistas en materia de sucesos, porque los sucesos son el gran escenario donde aún reside la esencia del periodismo. Tendría que ser de obligatorio pasar por sucesos antes que por cualquier otra parte del periodismo. Aun y con toda esa musculatura de control, que tampoco es censura, el crimen es espontáneo; la política y la economía son mucho menos espontaneas.
Se convoncan juntas de accionistas y esas cosas, pero todo está más o menos programado. Sin embargo, con toda seguridad está teniendo lugar un delito de sangre en este preciso instante en Madrid. El margen de maniobra del periodismo es ese tiempo que transcurre entre el momento de los hechos y la puesta en marcha de la maquinaria política de tutela de las noticias.
P.- ¿Cuál es su capítulo favorito de Condenados relatos?
R.- Creo que mis favoritos son diferentes de los que la gente va a tener por favoritos. A mí me ha gustado mucho el capítulo del secuestro de la farmacéutica de Olot porque es una prueba clara de lo que te decía antes. Es un cápítulo en el que explico una historia aportando datos que han sido obtenidos honradamente y que no se conocían previamente.
Me parece también muy interesante el caso de Andrea, una mujer víctima de maltrato doméstico. También me parece interesante la fotografia que hago de un guardia civil apodado Manzanita que trabajó en la Barcelona de los ochenta y los noventa. Es un guardia civil de otra época, pero está cargado de contradicciones impresionantes y que me parecen muy interesantes.
P.- ¿Quién es el criminal que más le ha impuesto en el cara a cara?
R.- Seguramente sea Antonio Bernal Romeu, que fue un atracador y violador compulsivo, un verdadero depredador al que dedico un capítulo. Este hombre escribió en la cárcel un tratado llamado 12 formas distintas de eliminar un cadáver. Es un personaje tremendo con el que me entrevisté unas 25 veces en la cárcel de Barcelona para escribir un libro acerca de su vida. En esas entrevistas hubo momentos en los que se me disparaba el corazón de una manera... también escribiendo su caso lo llegué a pasar mal.
P.- ¿Cómo son los delincuentes peligrosos en las entrevistas?
R.- Cuando yo llevaba cinco o seis entrevistas con Antonio Bernal Romeu en la cárcel de Cuatro Caminos, mi padre tuvo un problema de salud muy serio y tuvimos que operarle de urgencia. El viernes por la noche estuve durmiendo en la UCI con mi padre y fui directamente a la mañana siguiente a visitar a Antonio Bernal. Estos personajes tienen ese punto de psicopatía que les hace especialmente observadores e inteligentes... este tío me miró y me dijo: "Te veo mala cara", y yo hice algo que no se tiene que hacer, que es explicar cosas personales.
Bueno, pues a la semana siguiente, Antonio Bernal, con un cariño extraordinario, en el fondo y en la forma, me preguntó por la salud de mi padre con un cariño que ni mis mejores amigos. En aquel momento yo lo viví así, pero después me he dado cuenta de que quizá hubo algo de teatro en aquello. Los psicópatas son así de extraños.
P.- ¿Algún suceso que le haya impactado especialmente?
R.- Muchos. Así, en concreto, puedo hablar de uno que también explico en el libro. Mira, durante la investigación del violador del Vall d´Hebron, José Rodríguez Salvador. Como son tantos años de periodismo, estuve presente en el momento de la detención, del juicio, de su ingreso en prisión, su salida y su muerte. Y cubrí todo ello. Cuando estaba en prisión tuve la información de que él juraba y perjuraba que cuando saliese de prisión volvería a violar y que esta vez mataría a las víctimas. El tener yo esa información y decir ahora qué cojones hago con esto... Es un poco complicado de explicar, pero yo tenía la certeza de que José no mentía.
Fui a ver al juez, se lo expliqué, y él se limitó a decir: "Descuida, Quílez, has hecho bien". Tenía que dejarle en libertad en cierta fecha y estiró el chicle todo lo que pudo, de modo que al final tardó un año y medio más en soltarle. Cuando al final salió, la policía recibió una llamada de un vecino de este señor en la que avisaba de que el violador se había caído por un terraplen y se había muerto en circunstancias algo extrañas. Lo más raro es que había aparecido muerto en el lugar en el que cometía sus violaciones. Si yo en vez de ser periodista fuese una persona indiferente, te diría que alguien se lo llevó ahí y lo mató. Los Mossos tardaron cinco minutos en archivar el caso.