Yolanda Sánchez ha dejado de ser perfecta. Durante mucho tiempo todas las evaluaciones de Airbnb la puntuaban con cinco estrellas. Fantástica en limpieza, comunicación, calidad del servicio, veracidad de la información aportada, ubicación de la vivienda… Hasta que un día a una cliente le pareció que la comunicación merecía cuatro estrellas, no cinco. “Hay que ver, con lo que yo me esfuerzo en eso. Si yo digo que hablo todos los idiomas del mundo, con el Google Translate pones lo que quieres y te lo reproduce perfectamente”, bromea. Ahora la media de los 285 comentarios que recibe en la famosa página de alquileres turísticos es “sólo” de 4,99 sobre 5. Pero, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, Airbnb la consideró la mejor anfitriona de España y el título ya no lo pierde en lo que resta de año.
Esta granadina de 50 años pone a disposición de sus clientes dos pisos en pleno centro de la ciudad de La Alhambra. Uno, de su propiedad, al lado de la catedral de Granada; y otro, la joya de la corona, que alquila a unos amigos para después utilizarlo como apartamento turístico. “Impresionante ático en el elegante edificio Olimpia, justo en el centro de Granada, donde podrás disfrutar de la ciudad en todo su esplendor tanto por sus inmejorables vistas, sus preciosos atardeceres y la vida céntrica de la ciudad donde todo lo tienes a un paso”, ilustra el anuncio.
La casa, de unos 80 metros cuadrados, es una especie de loft con muebles elegantes, cocina integrada, una enorme cristalera, terraza, vistas a la catedral y una habitación separada con baño en suite. “Es que es muy bonito, la gente cuando lo ve se queda con la boca abierta, me dice que es mejor aún que en las fotos. Está todo reformado, y no con muebles baratos, como en otros alojamientos. Aunque lo mejor de todo son las vistas que tiene, que son impresionantes”, presume la anfitriona.
['Marco', el rey de Airbnb en Madrid: 'controla' 260 pisos y es más que una persona]
El espacio cuenta, por supuesto. Pero también el trato humano, si no, una no llegaría nunca a la excelencia (casi) absoluta. “Lo que intento es cuidar a mis huéspedes y por eso estoy siempre disponible para lo que necesiten. No me gusta eso de los cajetines con las llaves, yo les espero para darles las llaves en mano y tener un contacto físico. Luego les ofrezco una serie de recomendaciones para que visiten la ciudad y les suelo dejar un detallito, como una botella de vino o un pan de miel que compro en el mercado. Los inquilinos me preguntan por él para llevárselo a su casa”.
La mayoría de los clientes son parejas extranjeras que visitan Granada durante dos o tres días, con la intención de ver La Alhambra, el Generalife y tomarse unos vinos en el Albaicín. Desde aquí decía Bill Clinton que se podía ver el atardecer más bonito del mundo, mientras que Joe Strummer, cantante de The Clash, prefería el flamenco en las cuevas del Sacromonte.
Yolanda no tiene visitantes tan ilustres, aunque presume de unas coreanas simpatiquísimas a las que dio cobijo recientemente. “Me alegra haber conseguido tu buena energía, Granada se sintió brillante. Muchas gracias por la hospitalidad”, le escribieron, con la inestimable ayuda del traductor. El precio para una noche en el ático es de 190 euros o, si prefieren una opción más barata, tienen el otro piso, interior, por unos 85 euros.
Críticas al modelo
Yolanda compró esta vivienda en 2006 como una inversión y enseguida se convirtió en una “pionera de los alojamientos turísticos en Granada”. Aunque el salto definitivo lo dio después de la pandemia, cuando le ofrecieron sumarse a un plan de bajas incentivadas en El Corte Inglés, donde trabajaba. Cogió el dinero, alquiló el piso de sus amigos y desde entonces se dedica plenamente a esta actividad. “Mi marido y yo pasamos una temporada de dificultades económicas, tuvimos que vender el coche, pero ahora gano más que como empleada”, se felicita. Puede ingresar unos 4.000 euros mensuales entre los dos pisos, aunque de ahí tendría que restar todos los gastos.
Recalca que los apartamentos están dados de alta en el registro como viviendas con fines turísticos y que paga todos los impuestos que corresponden, pero reconoce que este modelo es un negocio fuera de control. “Para mí es un trabajo, pero hay empresas que tienen ocho o diez casas y entiendo todos los problemas que puede ocasionar. Aunque yo ahora mismo viva de esto, creo que tarde o temprano este sistema lo tienen que regular”, opina.
Ella misma se mudó hace unos cinco años a una vivienda más céntrica para poder estar cerca de los apartamentos que alquila. “En mi portal hay otro piso turístico para 10 personas, que lo suelen utilizar para despedidas de soltero y demás. Hacen mucho ruido, dejan la basura en la calle y no es agradable. Así que en la comunidad de vecinos nos pusimos de acuerdo para firmar una disposición e impedir que pongan más alojamientos de este tipo”, afirma. La mejor embajadora de Airbnb contra Airbnb.
Subida de precios
Además, entiende que al tratarse de un negocio rentable para quienes ponen estas propiedades en el mercado, los precios se disparan. “Nosotros compramos en 2018 a buen precio, pero era un piso viejo, viejísimo. Aunque estoy segura de que ahora, con el boom turístico, una casa así en el centro de Granada sería mucho más cara”. Según los datos de varios portales inmobilarios, el precio de la vivienda en esta ciudad ha crecido este año un 8% en comparación con 2022.
La superanfitriona, como reconoce Airbnb a sus mejores arrendadores, insiste en que ella podría permitir un número mayor de huéspedes en sus apartamentos o aceptar mascotas y ganar más dinero, si bien es consciente de las molestias que podría causar a los vecinos. “Yo creo que el mío es un trabajo como otro cualquiera, que me obliga a estar disponible todo el tiempo, incluidos fines de semana, pero antes que ganar más y más prefiero respetar al resto y que todo el mundo esté cómodo”, subraya.
Hubo un momento, antes de que Airbnb se convirtiera en un monstruo con 1.800 millones de euros de beneficio, 5.600 empleados y presencia en todos los países del mundo, que este modelo estaba basado en la llamada economía colaborativa, por la que uno ofrecía un bien privado sin intermediarios para beneficio de la comunidad y no del mercado.