- Lo que duele es no poder darle de comer a mis cuatro hijos. Venir a Cáritas no es el problema.
Luis Colón tiene 33 años, la mirada doliente y cuatro bocas que alimentar en casa. La suya y la de su mujer, Manoli -menuda como él, tímida tras sus gafas- pueden soportar mejor el hambre.
Cada día, desde hace dos semanas, unos minutos antes de la una de la tarde Luis llega al comedor social de Cáritas en Linares (Jaén), junto a la parroquia de San Agustín, y se pone a la cola de una fila que no ha parado de crecer en los últimos meses.
Cuando llega su turno, le entregan un par de bolsas con barras de pan, un guiso en un táper de plástico transparente -hoy toca lentejas-, algo de fruta, yogures, leche… Lo básico para subsistir.
- ¿Cómo era su vida hasta llegar este momento?- pregunta el periodista.
- Esta puta pandemia se ha llevado mi vida por delante. Yo, hace siete meses, estaba trabajando. Normal, como cualquier currito español. Sin lujos, pero con mi sueldo vivía mi familia. Pero ahora...
Luis trabajaba como personal ferroviario en Pinto (Madrid). Arreglaba y sustituía vías de tren defectuosas. Pero en marzo llegó la pandemia y con ella el confinamiento y el derrumbe de una parte sustancial de la economía.
De un día para otro, los bolsillos de Luis se llenaron de nada. Debe recibos de luz, de agua, de alquiler. Hace mes y medio decidió acudir a Cáritas a pedir ayuda. Tras analizar su caso, la institución salió en su auxilio.
- En Linares no hay trabajo, no hay futuro -se queja Luis-. Si ya estábamos mal antes, esto del virus va a terminar de liquidarnos como pueblo.
En mayo pasado, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó su estudio anual Indicadores Urbanos 2020. Linares, con 57.000 habitantes, volvía a aparecer por tercer año consecutivo como la población española de más de 20.000 personas con mayor tasa de paro del país, el 30,9%.
Con esa cifra de desempleo y con una población activa de 22.000 personas, según el Instituto de Estadística y Cartografía de la Junta de Andalucía, unas 6.700 acabaron sin trabajo el año pasado. Y sin recursos, la comida escasea.
1.200 familias linarenses ya reciben ayuda directa de Cáritas. A algunas se les pagan el alquiler, los recibos… A otras simplemente se les entregan bolsas de comida cada dos semanas. Son 200 más que en marzo, cuando la avalancha de peticiones de ayuda se desató, explica Cristóbal Lupiáñez, coordinador interparroquial de Cáritas Linares.
“Fue inmediato. Aquí ya había mucha gente que vivía en el alambre antes del coronavirus. Fue confinarnos y empezar a llegarnos nuevos casos. Muchos de ellos, de familias que hasta hace cuatro días lograban salir adelante sin recurrir a instituciones como la nuestra. Las parroquias de Linares se encargan de repartir los alimentos y las ayudas por barrios. No se puede centralizar todo el volumen de trabajo aquí”.
La pandemia ha tenido un impacto catastrófico en la economía española. Su reflejo en el empleo se ha traducido en una destrucción histórica de puestos de trabajo. El tejido productivo español va a tardar años en recuperarse.
Según el último Informe Trimestral de Análisis del Mercado de Trabajo, en el segundo trimestre de 2020, en lo peor de la pandemia, en España se perdieron 1.215.600 empleos. Esta cifra supone la tercera parte de los trabajos perdidos en la Zona Euro en el último año, 3.613.800, según el Ministerio de Empleo y Seguridad Social.
Calles sin gente; negocios sin clientes
El horizonte a corto plazo en Linares es dramático. La previsión es que al cierre de este año las cifras de desempleo sean peores que en 2019. La palabra que más se repite en los negocios de esta localidad son ‘liquidación por cierre’, ‘se traspasa’, ‘se vende’ y ‘se alquila’.
A cada paso que uno da por las calles del centro hay un negocio que ya ha cerrado o que lo hará en unos días. En las inmobiliarias se acumulan los anuncios de bajos comerciales en venta o en alquiler. Donde antes se ofrecían prendas de ropa o había una tienda de alimentación, ahora el polvo se acumula en los cristales y en las estanterías vacías. El próximo febrero, Inditex cerrará su tienda de Zara. 27 personas más se irán al paro.
Al recorrer la población, el reportero tiene la sensación de que Linares no ha avanzado desde hace un par de décadas. Casi todo -edificios, luminosos de negocios, escaparates- mantiene una imagen antigua, plomiza, anodina. Las calles más céntricas están medio vacías. En los comercios entran menos clientes de los que hacen falta para evitar el cierre. Es como una Chernóbil al sur de Despeñaperros.
En un tramo de sólo 50 metros de la calle Corredera de San Marcos, en el centro de Linares, han cerrado ya, o lo van a hacer en dos o tres semanas, cinco negocios. Dos de los que todavía aguantan están en liquidación. Son una tienda de ropa infantil gestionada por una mujer de origen chino llamada Weiwei Zheng, y un negocio de complementos de moda (relojes, bolsos, pañuelos…) en el que trabaja Sara Ortega.
En la entrada de la tienda de Weiwei hay una cartulina de color rosa en la que se lee ‘se traspasa’. Dentro lo vende todo al 50%. Montó el negocio hace seis años, tras pasar antes por Barcelona.
Hasta principios de 2020 le funcionó “muy bien”. Pero la pandemia ha dado un vuelco a los ingresos. “No se vende lo suficiente como para pagar gastos y ganar algo de dinero. El 31 de diciembre cierro. Mi marido y yo ya lo hemos decidido”.
A cinco metros del negocio de esta mujer está la tienda en la que trabaja Sara desde hace cuatro meses. Media jornada. Ningún sueldazo. La joven tiene 28 años y es de Linares. Dos grandes letreros a ambos lados de la puerta anuncian liquidación por un inminente cierre del comercio.
Sara se quedará sin trabajo en cuanto su jefa se quede sin género. “Igual aguanta hasta después del día de Reyes, pero no creo que mucho más”, dice. “Yo lo entiendo. Se vende en torno a un 60% menos que hace sólo unos meses”.
Sara explica que muchos de los linarenses de su generación se están marchando fuera en busca de oportunidades. Jaén, Madrid… Ella quiere encontrar empleo aquí cerca, en Úbeda, en Baeza o en la capital de la provincia. "Si no lo encuentro, claro, tendré que marcharme yo también”.
Adiós de Santana Motor
Hubo un tiempo en que Linares fue un pulmón económico para esta comarca jienense enclavada justo en el centro del triángulo que forman las sierras de Andújar, Mágina y Cazorla. En 1953, el Gobierno de Franco puso en marcha el Plan Jaén. El objetivo era industrializar la provincia y reducir la dependencia del sector agrícola.
Fruto de ese plan, el 25 de agosto de 1954 se creó en Linares Santana Metalúrgica, una empresa dedicada a la fabricación de maquinaria agrícola. Se pensó que la ubicación de la localidad era la idónea por contar con servicios e infraestructuras conseguidas con el auge minero de un siglo atrás, como estaciones de tren o talleres.
Uno de los fundadores fue la compañía inglesa Rover, que entró en el accionariado como socio tecnológico. En los dos siguientes años ya se producían cosechadoras y trasplantadoras de arroz. En 1958, salió de las naves de Santana el primer Land Rover fabricado en Linares. Por aquel tiempo se producían cuatro coches al día y se tenía una previsión de alcanzar 50 a la semana.
Casi un cuarto de siglo más tarde (1981), la empresa daba trabajo a 4.679 personas. Poco después, a mediados de los 80, la marca japonesa Suzuki se hizo con el 49,1% del capital social. Pero en 1994, los directivos japoneses dueños de Santana anunciaban suspensión de pagos.
Los modelos Vitara y Land Rover ya no se vendían como antes y la empresa acumulaba pérdidas. Hubo protestas con entre 80.000 y 100.000 personas en las calles. Se cortaron carreteras y hubo marchas a pie hasta Sevilla y Madrid. La Junta de Andalucía decidió hacerse cargo de la empresa.
En marzo de 1995 se hizo con el control total de Santana. El fin era continuar con la producción y mantener el máximo número de empleos posible. Pero la situación no mejoró. Finalmente, Santana cerró en 2011 con la promesa por parte del antiguo Gobierno socialista de impulsar el Plan Linares Futuro. 1.341 empleados se quedaron sin empleo. A muchos de ellos se les prejubiló.
Aquel plan anunciado a bombo y platillo por distintos consejeros autonómicos nunca cogió cuerpo. Hoy, las naves de la antigua Santana, cuyos restos se han ido subastando, son sede de un puñado de pequeñas empresas.
Expectativas “fatales”
En la Cámara de Comercio de Linares aseguran que todavía no disponen de un balance del número de empresas que han cerrado desde marzo. Una portavoz explica que, viendo la situación económica del país, la previsión es negativa. “Imagino que, cuando cerremos el año, podremos tener las cifras exactas”.
Juan Carlos Hernández es presidente de la Asociación de Comerciantes e Industriales de Linares (ACIL). Representa a más de 300 negocios de la ciudad. Explica que “la pandemia no ha ayudado a aliviar los malos números socioeconómicos de Linares”.
Hernández asegura que la población carece de un tejido empresarial fuerte que contrarreste la pérdida de consumo a consecuencia de las distintas medidas impuestas por los gobiernos central y autonómico para reducir la movilidad social.
“Las expectativas a corto plazo son fatales. Aunque venga ya la vacuna, todavía no se sabe cuándo vamos a poder llevar una media normalidad. Aquí hay ilusión, hay proyectos a la vista, tenemos que ser optimistas, no nos queda otra”.
Madre e hija sin ingresos
La crisis económica desatada por el virus tiene consecuencias en la calle. Julia Segura, una mujer de 57 años, y su hija, Antonia, de 33, aguardan la misma cola que Luis Colón en el comedor social de Cáritas. Ambas mujeres viven juntas.
Desde 2014 tienen que recurrir a Cáritas, aunque sólo durante determinadas fases del año, explica Antonia. “Antes veníamos dos o tres meses en total. Ahora, desde que está la pandemia, tenemos que venir siempre. Si no, no comeríamos”, añade su madre.
Antonia mete la comida que le dan en Cáritas dentro de un carro de la compra. A principios de año trabajó en Jaén como operadora de telemarketing. Dice que no le aseguraron. También consiguió un empleo de tres días en un festival de música celebrado en Teruel. Pero fue llegar la COVID-19 y desaparecer el trabajo. Ni ella ni su madre tienen ingresos.
“Ahora viene gente que antes no venía, como Luis. Personas que han tenido una vida más o menos normal hasta hace poco. A muchas se les nota que no están acostumbradas a esto. Se les ve cohibidos”, añade Antonia.
“No es fácil para nadie tener que venir a pedir ayuda”, explica Cristóbal Lupiáñez, coordinador de Cáritas Linares. “Nos estamos encontrando con familias a las que les es necesario que paguemos medicinas o gasolina para ir a un médico en Jaén, no ya sólo comida. Esta pandemia esconde un drama que a veces no se está sabiendo contar o no se quiere ver”.
Navidad triste
Manoli ha venido este miércoles a recoger la comida al comedor social. El día anterior lo hizo su novio, Luis. Los cuatro hijos de la pareja son menores de edad. El mayor tiene nueve años. El menor, cuatro. Para esta familia van a ser unas navidades atípicas.
Los padres de Manoli, que tampoco disfrutan de una economía boyante, les han dicho que les van a poner un plato de gambas para la cena de Nochebuena y algo similar también para la de Nochevieja. Y que para el Día de Reyes les van a tener un juguete a cada uno de sus cuatro nietos.
“Pero sólo uno. Un muñeco cualquiera, imagino”, explica esta joven madre. “Para que tengan algo. Va a ser una Navidad muy triste, la verdad. Ojalá esta pandemia acabe pronto y podamos tener trabajo, al menos mi marido. Yo sólo pido vivir como lo hacía hasta hace siete meses, cuando Luis trabajaba en las vías. No pido más”.