El pontevedrés Juan Carlos Santórum, de 40 años, casado y con dos hijos, acababa de desayunar dos cafés y un bocadillo de jamón en su casa de Vilanova de Arousa cuando supo que en la calle había dispuesto un operativo policial para detenerle. Un coche camuflado estaba aparcado a unos 50 metros de su chalet de tres plantas con la fachada pintada de salmón ceniza y las esquinas del inmueble reforzadas con robustas piedras.
Santórum, que no tenía por qué saberlo pero que conocía la información -habría recibido un soplo de un funcionario de Aduanas-, no dudó en huir. Vestido con vaqueros y camisa, se puso una chupa negra de piel y se montó en la Yamaha Tmax que guardaba en el garaje. Había comprado tres iguales.
Tras accionar el mecanismo de apertura del portón, apretó a fondo el puño del acelerador de su moto. El policía que estaba dentro del coche aguardando indicaciones de sus mandos no pudo evitar la fuga de Santórum. El agente intentó cortarle el paso, pero tuvo el reflejo instintivo de percatarse de que podría matarle si ambos vehículos colisionaban. Por eso aminoró la velocidad. Para evitar un drama.
Desde su coche, el agente, del Grupo de Respuesta Especial contra el Crimen Organizado (GRECO), vio cómo una de las presas más buscadas dentro de las estructuras del narcotráfico gallego actual se esfumaba escondido debajo de un casco oscuro de motorista.
La fuga de Juan Carlos Santórum sucedió en torno a las 10 de la mañana del 28 de abril de 2020. España vivía confinada. Desde entonces, el presunto narcotraficante continúa huido. Van ya cinco meses. Algunos dicen que está en Brasil. Otros, que se ha bajado al sur de España, donde tiene contactos en el mundo del hampa. Alguien susurra que nunca se movió de su tierra natal, donde se le protege y se le da cobertura para evitar su detención.
Si lo arrestan irá directo a prisión: sobre él pesa una orden de busca y captura para cumplir una condena de dos años de cárcel por recibir información de manos de dos guardias civiles acerca de diversas investigaciones (al menos cinco se frustraron) y fichas con información personal de compañeros en el Equipo de Delincuencia Organizada y Antidroga (EDOA) de la Guardia Civil en Pontevedra y del Equipo Contra el Crimen Organizado (ECO) en Galicia. El fallo judicial deja claro que toda esa información no era para él y sí para alguien muy por encima de él en el negocio de la cocaína.
Algunas de las fuerzas policiales consultadas sostienen que Santórum es el lanchero que debía acudir a alta mar a recoger los 3.050 kilos de cocaína que trasladaba el semisumergible que el 24 de noviembre del año pasado acabó hundiéndose a unos metros de la orilla de una playa gallega, en la ría de Aldán.
Se convirtió en el primer submarino cargado de ‘polvo blanco’ que se incautaba en Europa. A bordo iban un gallego y dos ecuatorianos. El batiscafo partió desde Macapá, una ciudad de la costa noroccidental de Brasil. La droga llegó hasta allí desde la selva colombiana a través del Amazonas.
También señalan a Santórum como el hombre que debía llevar hasta tierra, junto a otras personas y en potentes embarcaciones, los 4.500 kilos que trasladaba en su vientre el Karar, un buque intervenido a 300 millas de la costa gallega el mismo día que el lanchero se esfumó.
Pero lo que realmente evidencia la huida de Santórum y esas dos incautaciones de cocaína es que la vía Colombia-Rías Baixas ha vuelto a reactivarse notablemente, según todas las fuentes consultadas por este reportero, desde fuerzas policiales a Agencia Tributaria y Fiscalía.
Tras unos años en los que la mayor parte de las incautaciones en Galicia llegaban mediante contenedores que tocaban puerto o a través de fardos balizados y lanzados al mar que después recogen pequeños barcos pesqueros o de recreo, desde 2018, y principalmente en 2019 y lo que va de 2020, pilotos como Santórum, al que se le dibuja como el heredero del histórico lanchero Sito Miñanco, han reverdecido un negocio que nunca se marchó de la serpenteante costa pontevedresa. Otros elevan a Santórum a jefe de una potente organización de narcolancheros, iguales, al menos, a otras tres con el mismo poder y también en la ría de Arousa.
“Sin duda hay una reactivación de la vía marítima”, explica Jaime Gayá, jefe de Aduanas en Galicia. “Como hay tanta producción en origen, principalmente en Colombia tras la caída de las FARC, los cárteles están reactivando la vía marítima gallega, que prácticamente tenían desaparecida entre 2010 y 2016-17. Lancheros siempre ha habido en Galicia, la clave es que les llamen o no les llamen. Parece que ahora eso sí está sucediendo”.
Aprovechando la efervescencia que vive la zona, EL ESPAÑOL viajó a Pontevedra a finales del mes de agosto para tomar el pulso actual del tráfico de cocaína en Galicia. Los narcos pontevedreses, tras años alejados de un papel destacado en el entramado internacional del tráfico de ‘dama blanca’, ahora ocupan una posición principal. Pero en lugares como Cambados, Vilanova, Vilagarcía de Arousa y la Isla de Arousa todo es silencio. Se palpa que sigue vigente la omertá. Al más puro estilo siciliano.
No es descabellado pensar que la mitad de la cocaína que llega en estos días a España entra por Galicia. Incluso algo más. Y que sólo se intercepte uno de cada tres o cuatro kilos que se envía desde Latinoamérica. Si en 2019 se incautaron 15 toneladas, una simple regla de tres dice que el año pasado se introdujeron entre 45.000 y 60.000 kilos. Cada uno, a un precio que oscila entre los 28.000 y los 33.000 euros, en función de la oferta, aunque el precio del gramo desde hace dos décadas sigue anclado en la calle en 50 euros.
“La asociación de narcotransportistas que encabeza Santórum pone de manifiesto que el escenario en el que se está desarrollando el narcotráfico actual en Galicia es ese, las Rías Baixas. Utilizan la ventaja operativa de la orografía de la zona, con múltiples recovecos. Vuelve a haber organizaciones gallegas especializadas en el narcotransporte y en la introducción en tierra del alijo”, explica a EL ESPAÑOL Pablo Varela, fiscal delegado de la Fiscalía Antidroga de Pontevedra y quien concentra la mayoría de procedimientos de narcotráfico investigados en las Rías Baixas desde 2017.
“El narcosubmarino, que en realidad era un semisumergible, fue una bofetada de realidad”, añade Varela. “Nos mostró cuál era la verdadera dimensión actual de las organizaciones del narcotráfico en las rías. Además, nada apunta a que fuera la primera vez que se usaba este tipo de embarcaciones. Al contrario, su intervención sólo nos confirma lo que ya intuíamos, que no sólo parten de Colombia hacia el norte de México o hacia EEUU. También llegan a Europa”.
La industria gallega del narco
“Esta lancha iba a ser un monstruo marino”, dice un agente del GRECO de Galicia mientras caminamos por una nave de la que no se puede decir su ubicación, más allá de que se encuentra en Pontevedra. Al fotógrafo y a mí nos acompañan otros dos miembros de este grupo de élite de la Policía Nacional. De repente, entre cajas apiladas que lo ocultan, emerge el molde de lo que pretendía ser una embarcación de 18 metros de eslora.
Sí. Un monstruo marino, en efecto. Impresiona verlo de cerca. El GRECO se la arrebató al clan de los Santórum en abril pasado. Una vez recubierto el molde de fibra, la base iba a tener una capacidad de 10.000 litros de combustible y una capacidad de carga de varias toneladas. Se le iban a instalar tres o cuatro motores de gran potencia.
“Los narcos tienen ingenieros que saben fabricar las lanchas. Estos bichos se cruzan el océano de parte a parte. Pueden ir a recoger una mercancía hasta donde quieran”, explica el jefe del grupo.
“El molde les iba a servir para producir en cadena. Necesito una, una que hago. Dos, pues dos. Esto nos hace pensar que el dinero está fluyendo de nuevo en la zona. El negocio está muy activo. Una inversión así no es de unos cientos o miles de euros”, puntualiza un miembro del GRECO.
Sólo la Patoca, la planeadora incautada en 2009 al difunto Manuel Abal Feijóo, apodado Patoco, tenía unas dimensiones similares. Él sí era el heredero del gran capo Miñanco, pero un accidente de moto en el casco urbano de su pueblo supuso su final. Paradojas de la vida: él, un Fitipaldi de la náutica.
En Galicia, donde en los años 80 y 90 hicieron fortuna los Miñanco, Charlín y Oubiña, apellidos históricos del tráfico de cocaína, existe una notable tradición de astilleros que trabajan para el narco. En España, desde 2018 está prohibida la compra de lanchas sin autorización previa.
Desde entonces, los traficantes gallegos están instalando sus propios talleres sólo unos kilómetros más al sur, al otro lado de a raia, en territorio portugués. “Son tan buenos mecánicos los gallegos que los narcos del sur se suben hasta esta zona para que les monten las gomas”, dice una fuente de la lucha contra el narco en Galicia.
Un año récord
Durante los últimos cuatro años se han superado las diez toneladas de cocaína incautadas en Galicia, un hito en la lucha contra el narcotráfico en la región. En 2017 fueron 12 de las casi 41 que se decomisaron en España (29%), frente a las 6,2 de 2016.
Al año siguiente, en 2018, fueron otras 12 toneladas más. En 2019 fueron 15: casi una de cada tres que llegaron al país (48,5). En lo que va de este 2020, pandemia incluida, ya se han superado los ocho mil kilos.
Pese a todo, la vía principal de entrada de coca a Europa es a través de contenedores que llegan a países del norte del continente. El año pasado, sólo en el puerto de Amberes se incautaron 60 toneladas. Sin embargo, los expertos advierten que Galicia se ha vuelto a convertir en un lugar predilecto de los cárteles colombianos para hacer llegar su cocaína al viejo continente.
“El narcosubmarino [noviembre de 2019] fue la llamada de atención de que esto estaba reactivándose”, explica Jaime Gayá, de Aduanas. “En lo que llevamos de año, si incluimos la vía marítima y aunque el alijo no haya llegado a costa porque lo hayamos intervenido en el mar, sobre la mitad de la cocaína que se ha incautado en España ha entrado por Galicia. Incluso puede que más”.
El piloto enllagado
El 25 de octubre de 2019, Agustín Álvarez, un vigués de 29 años, se subió a un avión en el aeropuerto de Barajas (Madrid) con destino a Brasil. Semanas antes se había sacado su último título de navegación, el de patrón de yate.
No fue un viaje de placer. Tenía una misión: cruzar de costa a costa el océano Atlántico, unos 6.000 kilómetros, en un semisumergible de 21,5 metros de eslora con 3.500 kilos de cocaína en su interior. Iría acompañado de dos ecuatorianos (notarios de la operación), Pedro Roberto Delgado (1975) y Luis Tomás Benítez (1977). Agustín haría de piloto de la embarcación, construida ex profeso. Llevaba instalado un motor nuevo de 2.000 caballos.
El joven cobró 90.000 euros por adelantado. Los funcionarios policiales entienden que en algún punto del Atlántico se tendría que haber hecho el trasvase a varias lanchas que transportarían después la droga hasta las Rías Baixas. Las embarcaciones pertenecerían al clan de Juan Carlos Santórum, el presunto lanchero que se encuentra en busca y captura.
Tras varios días recibiendo coordenadas distintas de la organización para entregar la mercancía sin que nadie apareciese, Agustín, exboxeador amateur, un tipo duro, valiente, decidió continuar a bordo del submarino hasta Galicia. En total, la travesía duró 25 días. Fueron jornadas agónicas. Durmieron sobre catres de madera y encima de los 153 fardos que llevaban a bordo.
Al décimo día surgió el primer problema mecánico. Los dos tubos que salían de popa para inyectar aire en el motor se estropearon. El aire del submarino se tornó irrespirable. Incapaces de arreglar la avería, los tres tripulantes se vieron obligados a ir abriendo la escotilla unas horas cada día para ventilar la nave hasta llegar a tierra. También se les rompió el depósito del aceite, que empapó la embarcación y algunos fardos.
A unos metros de llegar a la playa de Hío, perteneciente a Aldán (Cangas de Morrazo), Agustín hundió el semisumergible. Los dos ecuatorianos y el gallego se lanzaron al mar con trajes de neopreno. Agustín tuvo que ayudarles a llegar a la orilla porque apenas sabían nadar. Consiguió esconderse durante cinco días en una casa de madera a las afueras del pueblo, en la parte alta. Lo conocía porque su abuelo tenía una casa allí y él, de crío, había pasado muchos veranos en la zona.
Durante ese tiempo bebió agua de lluvia y sólo ingirió una naranja como alimento sólido. A los ecuatorianos se les apresó el mismo día de la intervención del semisumergible, que fue detectado por el servicio de inteligencia de Inglaterra y la DEA (la Administración para el Control de Drogas dependiente del Departamento de Justicia de EE.UU.). Sin embargo, en torno a una semana antes, la Guardia Civil, instructora policial de la causa, tenía constancia del envío de un batiscafo hasta Galicia.
Cuando los agentes del GRECO encontraron a Agustín, el joven vigués seguía con el traje de neopreno puesto. Ya en comisaría se le prestó atención médica en presencia de varios policías. Tenía llagas por medio cuerpo. También varias picaduras de mosquitos que le supuraban.
“La realidad es que las organizaciones actuales han sabido modernizarse y, por tanto, adecuar el sistema de funcionamiento de los años 80 y 90, donde tenían mayor pujanza, a las necesidades del siglo XXI”, admite el fiscal Pablo Varela.
En cuanto a la sobreproducción que existe en Colombia, de donde probablemente partió la mercancía del batiscafo, Varela relaciona este hecho con la lucha de poder que existe entre los distintos cárteles por los territorios que hasta hace unos años controlaban las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), grupo que en agosto de 2017 terminó de desmilitarizarse. Una de sus vías de financiación era el narcotráfico.
Ese año, precisamente, el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos de Naciones Unidas (Simci), señaló que se había incrementado un 17% el número de hectáreas sembradas en el país. La extensión total creció de 146.000 a 171.000 hectáreas, la cifra más alta desde que la ONU vigila el tamaño agregado de estos cultivos.
“Cuando se desmembra el control de una parte del territorio donde se instalaban los laboratorios clandestinos, hay una producción en stock a la que hay que dar salida”, sostiene el fiscal. “Eso puede explicar la entrada en Galicia de mayor volumen de cocaína, como hemos visto este último tiempo. Pero también implica de cara a futuro que el control sobre esos laboratorios se altere, y donde antes había una dirección única, pues ahora hay distintos agentes que concurren, compiten y alteran los sistemas de producción. Eso determina que haya más vías de suministro, más gente dispuesta a ofrecer por distintos canales”.
- ¿Es posible hacerse una idea aproximada de la cantidad de cocaína que entra a España por Galicia en la actualidad?- pregunta el reportero al fiscal Pablo Varela.
- Seguro que triplica o cuadruplica la cantidad de sustancia incautada, como mínimo. Sólo uno de cada tres o cuatro kilos que entra es lo que se incauta. Es lo razonable. Pero no hay posibilidad de saberlo con certeza. No hay parámetros para llegar a una conclusión matemática. Lo que hay que valorarlo es en función de parámetros objetivables, como el valor del cargamento incautado y su coste para la organización que la envía y para el que la recepciona.
- ¿Qué panorama se dibuja en Galicia a corto y medio plazo a su juicio?
- Si vemos lo que pasó desde noviembre hasta aquí, lo que creemos es que a mejor no vamos a ir. También tenemos que entender una cosa: este tipo de operaciones, como la del Karar o el narcosubmarino, han infligido un daño innegable a estas organizaciones.
“Non xove, danme de comer"
Entre las casi 30 detenciones que se produjeron el día que se intervino el buque Karar estaba la de Ricardo Santórum, hermano de Juan Carlos Santórum. Desde comisaría, Santiago llamó a casa para contar cómo estaba.
En un gallego cerrado, típico de la ría de Aorusa, el vilanovés dijo: "Ben, aquí ben, non chove, danme de comer… Ben, ben”.
De aquella llamada ha pasado ya casi medio año. Mientras, su Juan Carlos sigue sin aparecer. Antes siempre se le solía ver yendo junto a su cuñado Emilio en una Citroën Berlingo gris o en un Peugeot 307 negro de su padre. Nada de alardes ni excesos. Ahora pocos saben dónde está. El lanchero más buscado se ha vuelto un fantasma.