Miguel Ángel Blanco, entre sus asesinos, los etarras Amaia (Izq.) y Txapote (Dcha.).

Miguel Ángel Blanco, entre sus asesinos, los etarras Amaia (Izq.) y Txapote (Dcha.).

Reportajes LOS CUATRO DÍAS FINALES

El 11 de julio de Miguel Ángel Blanco: sus horas terribles en el zulo

Tan metódico y cuidadoso siempre, hasta en esas circunstancias extremas, se quitó las lentillas.

11 julio, 2017 01:25

En el zulo, 7.30 h.

"Amanece tan pronto / y yo estoy tan solo / y no me arrepiento de lo de ayer…". Nunca sabremos qué pensaba Miguel Ángel quince horas después de ser secuestrado a las tres y media de la tarde del día anterior. No sabremos si al comenzar el penúltimo día de su vida, en una noche que no parecía acabar jamás, así como son las agonías, se le vino a la cabeza el "Maldito duende" de Héroes del Silencio, con su admirado Andreu en la batería. Sí es seguro que, sin buscarlo, estaba a punto de convertirse en un héroe del silencio, atizador de las mayores manifestaciones que ha habido en la historia de España, primero pidiendo su libertad y luego condenando su asesinato.

Por su personalidad y por detalles hasta ahora desconocidos, sí podemos sentir cómo fueron aquellas horas interminables de Miguel Ángel con un final marcado, a las cuatro de la tarde del día siguiente, sábado.

En algún momento de la noche, o quizás al alba, Blanco, tan metódico y tan cuidadoso siempre, hasta en esas circunstancias extremas, se quita las lentillas. Tampoco tenía mucho que ver y sabía que le harían daño en los ojos si las mantenía puestas. Pese a tener las manos sucias (al llegar al hospital llevaba algunas uñas llenas de tierra), se retira las lentillas, mirada arriba, con el dedo índice deslizando la lente hacia la parte inferior del ojo. Cuidadosamente, las guarda en uno de sus bolsillos. Allí estaban cuando la Policía Científica escudriñó cada milímetro de su ropa en busca de alguna pista que ayudara a saber dónde había estado encerrado Miguel Ángel.

La Policía entregó a los padres y hermana de Miguel Ángel la ropa del asesinado, con las lentillas aparte, en una cajita, como si se tratara del Santo Grial con la sangre redentora del inocente. Chelo guarda con veneración en su casa de Vitoria las últimas pertenencias de su hijo, repartidas en diferentes armarios.

¿Fue maltratado Miguel Ángel durante el secuestro? La autopsia, como se verá, no lo confirma ni lo descarta. Seguramente las erosiones que aparecían en sus brazos se debieron a los momentos iniciales del secuestro y a los minutos finales. No se trata de recrearse en el dolor, aunque tampoco conviene olvidarlo para no convertirlo en inútil, pero Blanco debió de pasarlo verdaderamente mal. Era una persona muy nerviosa, llena de tics. No podía parar
quieto un minuto. "Un trasto imposible de controlar en los primeros años de su vida", coincide su familia. Luego, con los años, se serenó algo. Necesitaba espacio para poder respirar. No era cuestión de oxígeno, sino de sentirse libre.

Los padres y la hermana de Miguel Ángel Blanco, a la espera de la trágica noticia.

Los padres y la hermana de Miguel Ángel Blanco, a la espera de la trágica noticia.

Cuando Ortega Lara fue liberado, Miguel Ángel, al enterarse de la noticia, saltó literalmente de alegría. Su madre no olvidará jamás lo que le dijo en la cocina de casa, frente al televisor, mientras veían salir del zulo al prisionero de Bolinaga. "Prefiero que me maten a que me tengan encerrado así quinientos treinta y dos días, casi dos años, ama". Por eso, Chelo, el 11 de julio, no deja de pensar qué le estarán haciendo a su hijo, cómo estará, si lo habrán metido en un zulo como el de Ortega Lara… Durante todos estos años, las palabras de su hijo, "prefiero que me maten a que me tengan
encerrado así", han martilleado la cabeza de la madre. Chelo, durante los primeros meses tras el asesinato, estaba obsesionada por conocer hasta el menor detalle de la investigación sobre cómo vivió su hijo las cuarenta y ocho últimas horas de su vida.

Por el lugar donde apareció herido de muerte, Miguel Ángel debió de estar encerrado en alguna nave abandonada próxima a Lasarte, localidad guipuzcoana que da nombre al hipódromo de San Sebastián.

"Con lo nervioso que era y lo tienen encerrado". "Dios mío, qué le estarán haciendo a mi hijo. Es muy nervioso y sensible. Tiene, sabe usted, un tic en los ojos cuando se altera", le dice Consuelo a Carlos Iturgaiz mientras esperan noticias aquel 11 de julio. Durante años se ha pensado que Miguel Ángel estuvo encerrado en una bajera (como se llama a las cocheras en el País Vasco) alquilada por Iratxe Sorzabal Díez. O quizás en una especie de caseta
almacén semiabandonada, tan frecuentes en la zona. Esta etarra fue detenida en Francia en septiembre 2015 junto a David Pla Martín, jefes por eliminación de los últimos vestigios de ETA. Seguramente, eran dos de los tres encapuchados que leyeron en 2011 "el cese de la actividad armada". De allí Miguel Ángel, del zulo improvisado, no saldrá hasta cuarenta y ocho horas después del secuestro, a punto de sonar la hora fatídica. Las cuatro de la tarde del día 12.

Madrid, cuartel del CESID, 8.00 h.

Desde la tarde anterior, en el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), también llamado "la Casa" (de los espías), se mantiene activa una célula de crisis por la desaparición de Miguel Ángel Blanco. La consigna aquí, en la carretera de La Coruña, a pocos kilómetros del palacio de La Moncloa, así como en la Dirección de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, es la misma: salvemos al "soldado" Blanco. Cerca de mil personas, entre todos los cuerpos, trabajaron denodadamente para conseguirlo, con tanta decisión como incredulidad. Salvo un milagro, todos, absolutamente todos los implicados en la Operación Edil, estaban convencidos de que a las cuarenta y ocho horas del secuestro, Blanco aparecería muerto.

Especial relevancia en la presión internacional tenía la República Dominicana. Allí se encontraban deportados, entre otros, Eugenio Etxebeste Arizkuren, Antxon, histórico dirigente de ETA, exestudiante de biología, interesado en los lepidópteros, comúnmente conocidos como mariposas, exmiembro de la Sociedad Aranzadi de Ciencias Naturales y Setas. Antxon lo dejó todo por una actividad nada bucólica ni pacífica: la organización de comandos
de pistoleros de ETA.

Don Teodoro, el cura de Ermua, en la misa que celebraba sus 50 años ejerciendo el sacerdocio.

Don Teodoro, el cura de Ermua, en la misa que celebraba sus 50 años ejerciendo el sacerdocio.

A las cinco menos veinte de la tarde del 11 de julio de 1997, hora española, llaman a la puerta un par de miembros del servicio de seguridad de la República Dominicana para explicar a los deportados la situación. Ni se inmutan, pese a pedirles que telefoneen a Francia, a España o donde fuera para detener el asesinato de Miguel Ángel. Según queda constancia en el servicio telefónico de aquel mes, como recuerda una persona implicada en aquella
operación, solo descuelgan el teléfono cuando suena a las diez y media de aquella noche de angustia oceánica en la calle Iparraguirre de Ermua.

¡Adivinen quién marcó el teléfono del nido de etarras! El premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. La respuesta fue la misma que la recibida por los agentes del servicio secreto dominicano: "No es nuestra responsabilidad", contestó literalmente, como quedó constancia en una grabación.

Mikel Antza, jefe de la organización criminal entre 1993 y 2004, llamó al abogado abertzale Íñigo Iruin Sanz desde algún lugar de Francia a las doce menos cuarto de la noche del 12 de julio, cuando Blanco se encontraba ya en coma irreversible en el hospital de Donosti. De este asunto, ni una palabra. El etarra se interesó por la situación jurídica de los deportados al preverse que habría un movimiento masivo hacia España tras el caso de Miguel Ángel Blanco, a un suspiro de su ocaso final.

En todo esto consistió la acción exterior llevada a cabo por miembros del CESID. De todos los países europeos a los que se lanzó un SOS para salvar al secuestrado, la reacción más negativa procedió de Bélgica. El lobby flamenco tenía firmes anclajes con el nacionalismo vasco. Cuidaban a los etarras deportados a Bélgica entre algodones, como si se trataran del pío Balduino, rey de los belgas, y su santa esposa Fabiola.

Las cuatro comandancias de la Benemérita en las tres provincias vascas y en Navarra se echaron literalmente al monte. Desde Madrid se desplazaron grupos especiales de los Cuerpos de Seguridad del Estado. La Policía Nacional, con pocos pero buenos contactos en Batasuna y en las cárceles, no tuvieron nada mejor que hacer durante aquellas trepidantes cuarenta y ocho horas de secuestro, especialmente el día 11, fecha valle entre la desaparición y el cumplimiento de la sentencia. Los seiscientos etarras presos entre España y Francia fueron controlados como si de cada uno de ellos dependiera el hallazgo del mítico Santo Grial, con la sangre de Cristo, en este caso, de Miguel Ángel, o pudieran dar con el mítico vellocino de oro buscado por Jasón y sus argonautas.

Y es que Miguel Ángel Blanco, en aquel momento de la historia de España, representaba el presente y a la vez el futuro: estaba a punto de convertirse en el hijo de todos, tras ser asesinado por ETA, pero también podía haber mutado en personaje de leyenda. Si por casualidades del destino hubiera sido liberado por las Fuerzas de Seguridad del Estado, solo una semana después que Ortega Lara, la moral de la organización terrorista se habría venido abajo
y con ella buena parte del andamiaje del abertzalismo radical. La organización terrorista no podía permitirse otro fracaso y quería dar una lección al Estado español en el cuerpo de un modesto edil de Ermua.

Ermua, a 24 horas del asesinato

Nadie en Ermua es capaz de diseccionar por horas qué sucedió en el pueblo entre la tarde del día 10 y la tarde del 12, en el momento fatídico en el que el alcalde, desde el balcón del ayuntamiento, comunica que Blanco ha aparecido con un disparo (fueron dos) en la cabeza. La tarde, la noche, la mañana siguiente, la tarde, la noche, la última mañana y la última tarde de Miguel Ángel vivo se juntan sin fisuras como si el día hubiera durado cuarenta y ocho
horas. Los diecisiete mil habitantes de Ermua viven la pesadilla más larga de sus vidas. Mientras todo esto sucedía, los ermuarras abertzales, alrededor del 15 por ciento de la población, desaparecen. O porque se van sigilosamente del pueblo, quitándose del medio, o porque permanecen agazapados en sus casas. 

En aquellos días se recibieron en Ermua más telegramas que en el resto del País Vasco. Aún no existía el email, los WhatsApp o redes sociales como Twitter o Facebook. La estafeta de Correos y Telégrafos de la localidad se ve literalmente inundada por el aluvión de mensajes de ánimo y solidaridad. Miles de cartas llegan a la vez, como una tormenta de sobres blancos, sin otra dirección que "Familia Blanco". En otras pone ayuntamiento de Ermua.

Alguien, en aquella anarquía con orden que movió la vida municipal esos días, tiene la feliz idea de empapelar la fachada del ayuntamiento con cartas que circundan el perímetro del antiguo palacio del marqués de Valdespina. Jon Cano, empleado de Correos por el día, concejal batasuno por la noche, se ve superado por los acontecimientos y solo aparecerá para pedir la liberación de Miguel Ángel. "Sí, pero ya no me vale, porque tú los has apoyado todos estos años", le recrimina Ana Crespo, líder del PP local, al concejal de HB abrumado por los acontecimientos.

Como en Ermua han cerrado las tiendas, Eibar se convierte en tierra de provisión. Los alimentos empiezan a llegar del pueblo vecino hasta que, tras el funeral, se normaliza la situación de abastos.

De entre todos los ermuarras, hubo un hombre que masticó literalmente cada una de las palabras de la hermana del secuestrado pronunciadas ante el pueblo concentrado en las inmediaciones del ayuntamiento y de la iglesia. Vestido de negro, justo enfrente del balcón principal del ayuntamiento, don Teodoro sigue la intervención desde los soportales de la iglesia de Santiago, frente al balcón del ayuntamiento.

Don Teodoro era tan real como la vida misma, pero parecía de ficción. Nacionalista temprano, militante de las juventudes del PNV, fue detenido en los meses finales de la Guerra Civil española. En prisión en Burgos por haber combatido con el Ejército vasco, como un verdadero gudari, no como los del tiro en la nuca, acabó en Ermua con nuevos hábitos. Su actuación en el pueblo, en beneficio de los "maquetos" llegados en los años cincuenta y sesenta,
fue proverbial, verdaderamente evangélica. Se convirtió en promotor inmobiliario, para construir viviendas y ofrecer casas suficientemente dignas a los recién llegados. Él, que nunca tuvo más de cinco mil pesetas en su cartilla de ahorros. En una de estas promociones, en la calle San Roque, los padres de Consuelo Garrido compraron un piso. Este fue otro fruto del dinero ganado en Venezuela por Aurelio Garrido, el abuelo dinamitero. En esta vivienda
se crio Miguel Ángel. Don Teodoro casó a sus padres, Miguel y Chelo, el 15 de octubre de 1964 en la iglesia de Santiago.

Poco a poco se fue separando del credo nacionalista. Le importaba más la solidaridad con los pobres, con los pobres maquetos, que la patria vasca.
Para él, lo uno y lo otro no eran términos excluyentes. Murió con la sotana raída puesta, unas miles de pesetas en la cuenta corriente y donó su cuerpo a la universidad vasca para la ciencia. "Un santo", exclama el alcalde Totorica, remedando el clamor del pueblo al referirse al San Manuel Bueno, mártir de Miguel de Unamuno. Cuando el cura ex militante del PNV ve el cadáver de Miguel Ángel Blanco expuesto en el salón de plenos del ayuntamiento, comenta en voz alta para quien quiera oírle: "He aquí un martir".

En la noche del 11 de julio, aprovechando el silencio y la soledad de la larga vigilia, don Teodoro se reconcentra frente al retablo del arcángel san Miguel para pedirle que ayude a su tocayo. Por unos instantes, don Teodoro sonríe al creer ver que el jefe de los ángeles en vez de empuñar un arma en su lucha contra el maligno tiene dispuestas las baquetas para tocar la batería, como en alguna ocasión le había visto en actuaciones del grupo Póker.

Luego está la otra Ermua, minoritaria en esta parte del País Vasco, pero existente. Una periodista tan aguda y atrevida siempre como lo es Cristina López Schlichting, entonces redactora de ABC, se acerca a la herriko taberna del pueblo. La periodista dispara rápido: "Hola, soy de ABC". Y recibe la respuesta oportuna de una joven batasuna: "Me pongo enferma cuando alguna vez echo un vistazo a ese periódico". Otro exclama: "¿Pero tú sabes dónde estás?".

La periodista no se arruga y pregunta a las diez personas presentes qué opinan de la marea humana que ha inundado las calles de Ermua y de otros pueblos y ciudades de España pidiendo la libertad del secuestrado por ETA.

—Que es lógica, teniendo en cuenta la presión política y el tremendo poder de los medios de comunicación que mienten sobre lo que ocurre aquí. Tras un tira y afloja, la chica del saludo inicial contesta a la pregunta decisiva:

—Pero decidme: ¿una idea es más importante que la vida de una persona?

La respuesta no tiene desperdicio. Es paradigmática para visualizar la enfermedad contagiosa, provocada por una bacteria, bacilo, germen o microbio que infectó, alteró y perforó el pensamiento de decenas de miles de vascos durante aquellos años.

—Yo pienso que sí. Pero es que nos obligan a entrar en este círculo vicioso. Y, en plena lucha, se pierde cualquier referencia a los derechos humanos... Es verdad que a veces me miro y me doy miedo a mí misma.

Madrid-Bilbao, 11.00 h.

Palacio de La Moncloa. La discusión trata sobre si Aznar debe asistir mañana sábado, 12 de julio, a la gran manifestación convocada en Bilbao. Lema: "Aske nahi dugu" ("Exigimos su libertad"). Hora: las doce del mediodía. Lugar: plaza del Sagrado Corazón. "Gu joango gara!" ("¡Acude tú también!"). El ministro Jaime Mayor Oreja no tiene dudas: "Por supuesto que tienes que estar ahí". El vicepresidente Álvarez Cascos advierte en tono disuasorio: "Presidente, si vas a esta manifestación tendrás que ir a todas las que se convoquen a partir de mañana". Por intuición, al entender que esta acción terrorista con muerte a cámara lenta supondrá un antes y un después, y también porque hacía una semana y media que Ortega Lara había sido rescatado
por la Guardia Civil en unas condiciones del cautivo que impresionaron a la sociedad española, José María Aznar acepta la invitación recibida personalmente del lendakari José Antonio Ardanza.

Bilbao. A petición del PP, se reúne la Mesa de Ajuria Enea, presidida por Ardanza. Al entrar, el líder del PP vasco, Carlos Iturgaiz, extiende la mano a Xabier Arzalluz, presidente del PNV vasco. Este se la rechaza: "¡Cómo te atreves después de lo que has dicho sobre mí!". Iturgaiz no les pasa una a los nacionalistas y especialmente a Arzalluz, sobre quien días antes había comentado que "chocheaba". Comienza la reunión.

Al poco, tras una petición de varios de los asistentes, Arzalluz abandona la sala y comenta que va a hacer una llamada, "a ver si me entero de algo". Unos minutos después, regresa. Todo tan rápido como si hubiera llamado a casa para decir, "No me esperéis, no voy a comer, me ha surgido algo inesperado". "Tiene muy mala pinta. Me dicen que detrás de lo de Blanco están los más duros", suelta Arzalluz. ¡Mala pinta! Y tanto. Y eso que no se sabía que el secuestrador jefe era Txapote, el mismísimo rey del tiro en la nuca.

Ese día, como sucedería en los siguientes, España se convirtió en un "manifestódromo". Decenas de miles de personas desfilaron por los cuatro puntos cardinales con un mismo lema en las pancartas: "Miguel, te esperamos". Y un mensaje en voz alta parecido: "ETA no, vascos sí".

En aquellas críticas horas donde había esperanzas de que ETA perdonara la vida a Miguel Ángel —si el dictador Franco lo había hecho a principios de los setenta con los etarras en el Juicio de Burgos, por qué no ahora, en democracia—, hubo un goteo de destacados militantes abertzales que solicitaron la liberación inmediata y sin condiciones de Miguel Ángel Blanco. Lo nunca visto: desautorizando públicamente una acción de los jefes de ETA.

El "hombre soy, luego nada humano me es ajeno", pronunciado por Terencio, pareció surtir efecto más de veinte siglos después ante el secuestro del joven concejal. En aquella rebelión abertzale interna, comedida, claro, cabe destacar al parlamentario de HB por Navarra Patxi Zabaleta Zabaleta o a los exdirigentes Iñaki Esnaola Etxeberri o Txema Montero Zabala. Piden a ETA que no maten al secuestrado, aunque el Gobierno de Madrid no ceda. También pide la libertad de Miguel Ángel un compañero suyo de oficina, Eduardo Egía Aramburu, exconcejal de HB en el ayuntamiento de Eibar.

Desde la puerta de Eman Consulting, junto a un póster que dice "Miguel te esperamos, tus compañeros", con una silla vacía de Miguel, Ángel al fondo, de color verde, su segundo color favorito, Egía remacha: "Por encima de todo, hay que salvar una vida. En esta casa vivimos en plena armonía gente del PP, PNV, HB, PSOE, EA… Miguel Ángel es encantador". Pero no de serpientes como lo eran el trío calavera: Txapote, Amaia y Oker.

Los periódicos también descargan contra ETA y HB. El Mundo apunta directo al corazón. Publica a cinco columnas una foto con los veinticuatro miembros de la Mesa Nacional de HB y un mensaje: "En sus manos está evitar que se lleve a término el atroz crimen". Mil quinientos músculos, que salen de la multiplicación de veinticuatro personas por los seiscientos cincuenta que los humanos tenemos cada uno, y ni uno movieron los de la Mesa Nacional
de HB. Porque se supone que son humanos, ¿no?, aunque la vida de Miguel Ángel les resultara ajena.

Portada de 'El hijo de todos'

Portada de 'El hijo de todos'

Extracto del libro El hijo de todos, escrito por Miguel Ángel Mellado, editado por La. Esfera de los Libros.