¿Es tóxica la cultura de mi empresa o soy yo un poco hater? Depende
¿Qué hace que una cultura empresarial sea tóxica? En este artículo, el psicólogo David Garrote, con más de diez años de experiencia en RRHH, conducta organizacional y gestión del talento, nos ofrece algunas claves. Garrote analiza e identifica los factores que pueden generar un clima laboral nocivo, como la ausencia o deficiencia de liderazgo y el estancamiento o frustración personal
Decía un famosísimo inversor y empresario estadounidense que "la cultura es lo que hace que una empresa funcione, o no funcione".
Pero ¿qué es la cultura empresarial? Según diferentes manuales de estrategia, la cultura corporativa es el conjunto de valores, creencias, normas y prácticas que caracterizan y distinguen a una organización de otras. Es el alma de la empresa, lo que le da sentido y dirección. O, como decía el ganador del premio Nobel en economía y profesor de Harvard, James March, "cultura es la forma en que hacemos las cosas por aquí". Siempre me ha fascinado esa habilidad de la gente realmente sabia para reducir el conocimiento a su mínima expresión. Como lo haría tu abuela dándote una importantísima lección de vida, con no más de diez o doce palabras plantarte una verdad como un templo. Cultura es la forma en que hacemos las cosas por aquí. Brillante.
Si juntamos el conocimiento acumulado de Warren Buffet, quien nos dice que "cultura es lo que hace una empresa funcione, o no funcione" y de James March, podríamos partir de la premisa de que "la cultura es la forma en hacemos las cosas por aquí; y que, depende de cómo las hagamos, hacen que la empresa funcione, o no". Como gallego no puedo más que estar de acuerdo con un enunciado que repose su peso en el verbo depender. ¿Estoy a gusto con la cultura de mi empresa? ¿O la siento un tanto tóxica? Pues… depende.
Hay cientos de aspectos que pueden influir en que una empresa tenga lo que podríamos denominar cultura tóxica, pero hay cinco elementos clave en los que diferentes autores de referencia (Kotter & Heskett, 1992; Schein, 2017) tienden a coincidir.
- Silencio sepulcral y ausencia de liderazgo
Una parte crucial del liderazgo consiste en pararse a explicar las cosas. Ser didácticos. Las personas necesitan no solo saber qué hay que hacer, sino también por qué, para qué, cómo y cuándo se van a hacer las cosas. Comunicar efectivamente no significa poder hacer una charla TEDx de 21 minutos capaz de acumular millones de visitas en YouTube. Si eres capaz de hacer eso, enhorabuena: posees unas habilidades comunicativas al alcance de muy pocos. Pero mucho menos útiles y necesarias de lo que en ocasiones se tiende a pensar. En el día a día de cualquier empresa, es mucho más importante tener líderes que tomen conciencia de la importancia de explicar las cosas con calma a sus equipos, en tiempo y forma, desde la humildad, la transparencia, y predicando desde el ejemplo, que tener un equipo directivo de espectaculares conferenciantes de alto impacto. - Participación restringida y retroalimentación ignorada
Para evitar la toxicidad cultural en la empresa no es suficiente con tener un liderazgo didáctico que explique las cosas: también es necesaria la escucha. De poco sirve tener un jefe o jefa que se toma todo el tiempo del mundo en explicarte por qué se ha tomado una decisión si no te ofrece un mínimo espacio para poder compartir tu propia opinión. Este punto ya no es solo que sea clave por una cuestión de modales, empatía y educación, que también. Es clave porque quienes más saben del negocio, o al menos sobre una parte fundamental de este, no son los directivos, mandos medios ni gerentes; son los equipos que están en contacto con el cliente, en fábrica o en cualquiera de las operaciones diarias. Cuando no se fomenta que los equipos compartan sus propias opiniones, ideas y pensamientos o, peor aún, cuando se ignora, cuestiona o castiga a quienes sí que lo hacen, se genera una toxicidad muchísimo mayor que ante la falta de comunicación y ausencia de liderazgo. - Inmovilidad y ceguera contextual
Frases como "esto siempre se ha hecho así" son muy peligrosas. El mundo cambia cada vez más rápido y la cerrazón en banda a cualquier tipo de innovación puede no solo ser muy peligrosa en términos de negocio, sino también una fuente de desmotivación para todas esas personas que tienen ganas de cambiar cosas para tratar de mejorar y se topan constantemente con muros, barreras y palos en las ruedas. Llegará más pronto que tarde el momento en que esas personas, que estaban comprometidas con la empresa y con ganas de proponer posibles nuevas soluciones, tiren la toalla. Y cuando en lugar de tener personas comprometidas y con ganas de hacer las cosas bien, lo que tienes es una plantilla desmotivada que solo piensa en la hora de salir y en cobrar la nómina a final de mes, lo que tienes es un elemento más de cultura tóxica. - Uniformidad y exclusión
Las empresas, al igual que cualquier otro entorno cultural, son diversas por naturaleza. Punto. Los países, son diversos; los barrios, son diversos; los colegios son diversos; las familias, son diversas. Diversidad quiere decir que no hay dos personas iguales, y partiendo de esa premisa, todos los entornos son diversos. Obviamente, existen contextos con mayor o menor diversidad del tipo que sea: cultural, religiosa, de opinión, política, etc. Existen barrios con mayor o menor diversidad, familias con mayor o menor diversidad y empresas con mayor y menor diversidad. Pero ninguna es uniforme por naturaleza. La uniformidad forzada no es natural. Tratar de forzar ambientes donde todos estemos cortados por el mismo patrón, no es natural. Hacerlo desde la posición de poder que ofrecen los roles de liderazgo, es tóxico. Excluir y apagar la voz de quienes tienen un punto de vista o una cultura diferente, además de tóxico, es poco hábil en términos de estrategia empresarial: rodearse solo de quienes nos van a decir lo que queremos escuchar no suele salir bien. - Malestar y estancamiento personal
Una empresa no deja de ser, en cierta manera, un elemento más de la naturaleza. Comparar una empresa con un bosque puede parecer osado, pero en realidad no lo es tanto. Las empresas están conformadas por personas y, por tanto, podemos inferir que las empresas, de alguna manera, están vivas. El ciclo de la vida es nacer, crecer, reproducirse y morir. El ciclo de vida de una persona en una empresa es incorporarse al ser contratada, desarrollarse profesionalmente, dejar un legado en mayor o menor medida según los frutos que llegue a dar su trabajo, y, por último, abandonar la compañía. Por tanto, si aceptamos el paralelismo de una empresa con un ente lleno de vida como podría ser un bosque, es más fácil entender la importancia de cuidar el bienestar de las personas que forman parte de la empresa como proceso clave para el negocio. No puedes esperar una alta productividad de una plantilla que sufre en silencio igual que no puedes esperar que un árbol enfermo ofrezca los mejores frutos. De igual manera, no preocuparse por ofrecer oportunidades de crecimiento personal a los equipos es el equivalente a cortarle al árbol cada nueva rama que comience a crecer. Una rama que no se ha desarrollado no dará nuevos frutos.
"No dejes que los árboles te impidan ver el bosque" – proverbio popular
¿Podemos concluir que nuestra cultura empresarial es tóxica si se cumplen varios de estos cinco puntos? Pues… depende.
Parece indudable que cuando hablamos de una empresa en la que los líderes actúan desde el ordeno y mando, sin explicar ni escuchar, ciegos ante realidades obvias para todos los demás; y dónde solo quieren rodearse de personas que les regalen los oídos, pero sin preocuparse por su bienestar y desarrollo profesional, hablamos de una empresa con una cultura tóxica. Si tienes total seguridad de que es tu caso, solo puedo recomendarte que salgas corriendo de ahí lo antes posible en pro de tu salud mental y de tu estabilidad emocional. Pero antes te preguntaría si de verdad estás cien por cien seguro de que esa es la realidad en la que vives.
El mundo no suele ser blanco ni negro, sino gris. Y los líderes también son, aunque a veces lo olvidemos, personas y, por tanto, seres vivos que forman parte de ese ecosistema comparable a un bosque que hemos aceptado que es una empresa. Es legítimo ser críticos con un mal jefe o con una mala jefa. Faltaría más. Y es legítimo levantar la mano y señalar que nos gustaría que se hiciese mejor. De hecho, es saludable. Pero es importante hacerlo siempre también desde la autocrítica y desde la compresión de una importante realidad: nadie es perfecto, y nosotros tampoco. Es fácil juzgar al líder que no explica lo suficiente las cosas sin haberle nunca pedido que lo haga. Es fácil quejarnos de que no se nos pide nuestra opinión sin nunca habernos lanzado proactivamente a darla. Es fácil que se nos llene la boca con "es que yo merezco…" o "a mi lo que me gustaría es…" sin antes recordar otros buenos gestos que puede que ya hayan tenido con nosotros antes. Quizás no los que queríamos. Puede que no los que necesitábamos. Pero realizados con buena voluntad. Nadie nace aprendido, quienes lideran tampoco. Y a veces parte de esa toxicidad, aunque sea una parte pequeñita, también es responsabilidad nuestra. La paja en el ojo ajeno, que dicen.
De una de mis primeras jefas aprendí muchísimo sobre valores. Ella era, y es, una maravillosa persona. Dentro y fuera de la oficina. Con sus defectos, como los tenemos todos, pero buena persona, a fin de cuentas. Con esa fascinante habilidad que tiene la gente realmente sabia para reducir el conocimiento a su mínima expresión, y que no hace falta irse hasta Harvard para encontrar, ella solía decirme cosas como que "con buena educación y siendo buena persona se va a todas partes, ya lo demás sobre la marcha se aprende". Por supuesto, y como no podía haber sido de otra manera, ella eso lo aprendió de su madre. La cultura popular y lo infravalorada que la tenemos. ¿Es tóxica la cultura de mi empresa o es que yo soy un poco hater? Depende.