El 25 de febrero de 1570, Pío V publicaba una bula papal llamada Regnans in Excelsis (Reinando sobre las alturas), en la que declaraba a Isabel I, “pretendida Reina de Inglaterra y servidora del crimen” como hereje, liberando a todos sus súbditos de cualquier lealtad hacia ella y excomulgando a cualquiera que obedeciera sus órdenes. Además, autorizaba a cualquier católico a asesinarla, y a cualquier monarca católico a destronarla. Felipe II de España, ferviente defensor del catolicismo que años antes le había propuesto matrimonio, comenzó a conspirar para eliminar a la “hereje”, aunque nunca lo consiguió.
Isabel contraatacó financiando a los rebeldes protestantes de los Países Bajos, parte del Imperio español, y financiando las expediciones corsarias en las costas del Caribe para capturar botines españoles. En 1585, Francis Drake, uno de los más famosos piratas y corsarios ingleses, llegó a atacar diversas ciudades de Galicia como Baiona o Vigo, lo que provocó que Felipe II tomara la decisión de invadir Inglaterra.
En 1571, el Rey ordenó al Duque de Alba que preparara un plan de invasión que no se pondría en práctica hasta el 28 de mayo de 1588, cuando zarpaba de Lisboa la Grande y Felicísima Armada, a la que sus enemigos bautizarían sarcásticamente después como la Invencible y que era la flota más grande que jamás se había visto en Europa. Las malas decisiones y las tempestades acabarían por hundir 35 barcos, dos terceras partes de la flota, provocando 20.000 muertos de los 31.000 que iban a bordo.
La derrota de la Invencible fue un punto de inflexión que afectó al Imperio español en todas las decisiones que tomaría en el futuro, pero sobre todo afectó a un plan que, de haberse puesto en práctica, habría cambiado no solo la Historia de España, sino la de toda nuestra civilización: la conquista de China.
Una idea de Hernán Cortés
La primera vez que un castellano habló seriamente de expandir el Imperio hispánico hasta China, fue en 1526, en una propuesta formulada por Hernán Cortés al emperador Carlos I en la que le informaba de la “facilidad” con la que se podría emprender la conquista de la Molucas y China desde los nuevos puertos de la Nueva España en el Pacífico. Pero cuando Carlos I cedió al reino de Portugal todos los derechos sobre las Molucas en el Tratado de Zaragoza, la idea se desvaneció.
Hasta que, en 1564, Miguel López de Legazpi fundaba la ciudad de Manila y comenzaba la colonización del archipiélago filipino con un pequeño Ejército de 350 soldados. Filipinas se convirtió así en un puesto comercial envidiable, epicentro del intercambio de riquezas del Virreinato por los exóticos productos orientales, un lugar que muchos de sus pobladores, con experiencia en la conquista de América, consideraban como un primer paso para iniciar la invasión de la cercana China, fundamentando esta percepción en los pocos españoles que habían sido necesarios para derrocar a los imperios Azteca e Inca, una estrategia que también podría emplearse en la China de la dinastía Ming.
El primer informe de la situación china fue redactado por Martín de Rada, uno de los primeros embajadores occidentales en aquellas tierras. Tras su visita, afirmaba haber comprobado que, aunque el país estaba densamente poblado, sus habitantes eran pacíficos y confiaban la defensa de sus plazas fuertes en su superioridad numérica y sus murallas, por lo que no harían falta muchos efectivos para conseguir vencerlos. Sin embargo, Rada aconsejaba una campaña de conquista pacífica, basada en la persuasión y la evangelización.
En aquella época se daba por sentado que la tecnología europea y sus tácticas militares debían suplir la desventaja numérica, además de considerar que la población china era incapaz de organizar una defensa firme del país. Era un momento de la historia en la que no había mapas precisos de América y mucho menos de China y todo el conocimiento occidental del país se aglutinaba en un libro de Juan González de Mendoza, Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran Reyno de la China, que escribió sin haber pisado China jamás y en el que sostenía, entre otras sorprendentes afirmaciones, que este imperio había sido fundado por descendientes de Noé.
La mayor empresa jamás propuesta
Las ideas de conquista comenzaron a oírse por todos los rincones del imperio y recibieron un impulso político y religioso de la mano del jesuita y diplomático Alonso Sánchez, procurador de la orden en Filipinas, que había visitado el país en 1582 y donde había sido hecho prisionero. A su retorno al año siguiente, era de la creencia de que solo mediante la fuerza militar podría evangelizarse China, una tesis que también apoyaba el obispo de Manila, que además proponía solicitar ayuda a Japón, por lo que crearon un plan estratégico que recogieron en un documento con fecha 19 de abril de 1583 al que titularon De la entrada en China en particular y que enviaron a Felipe II.
El plan contemplaba reunir una armada hispanoportuguesa compuesta por al menos 15.000 soldados españoles, 5.000 japoneses y 6.000 filipinos que invadirían China por dos lugares diferentes. Los castellanos lo harían por el puerto de Fuzhou, mientras que los portugueses lo harían desde Guangzhou. Una vez tomado el control, se procedería a la evangelización e hispanización del país con la fundación de encomiendas y la concesión de títulos nobiliarios, la construcción de hospitales, universidades y monasterios y se promovería el matrimonio con los nativos para favorecer el mestizaje.
Había mucho en juego. Para los religiosos la expansión del catolicismo entre millones de budistas, musulmanes y confucianos. Para la economía, el negocio de las especias que estaba explotado en su mayor parte por los holandeses, así como el comercio de la seda y la porcelana china. Para la política, la invasión de China haría posible extender fácilmente el imperio hispano por toda Asia, permitiendo abrir un frente oriental contra los otomanos y representaría la culminación un imperio sin parangón en la historia del ser humano, algo nunca visto que elevaría a Felipe II al olimpo de los inmortales.
Pero la orden de los jesuitas no veía con buenos ojos aquella propuesta, a la que veían como un acto de militarismo y una violación de la regla cristiana de evangelizar sin el uso de las armas, lo que provocó que, cuando Alonso Sánchez partió desde Filipinas a España para informar a la corona del estado actual del archipiélago, tuviera que entrevistarse en secreto con Felipe II para que sus verdaderas intenciones no fueran descubiertas: convencer al Rey para realizar la invasión de la que decía que era “la mayor empresa que se ha propuesto jamás a los monarcas del mundo”.
Su esfuerzo tuvo éxito y, cuando los preparativos de la Armada Invencible lo permitieron, Felipe II ordenó la inauguración de una Junta para la empresa de China, en marzo de 1588.
El plan definitivo consistía en 15.000 españoles y el apoyo de portugueses y japoneses (eternos enemigos de los chinos). La orden de invasión fue aprobada, se llevaría a cabo tras la conquista de las islas británicas y se preveía sencilla, ya que se trataba de un país con una enorme población, pero que estaba militarmente desmovilizado, con una administración insuficiente y en el que incursiones mongolas y piratas habían llegado a penetrar hasta Pekín.
La derrota que terminó con un sueño
Pero las deudas que Felipe II había heredado de su padre, los frentes abiertos con los protestantes por todo el globo, los enfrentamientos con turcos, franceses, ingleses y holandeses, la estimación más realista de que serían necesarios 50.000 hombres para someter a los chinos y, sobre todo, la derrota de la Invencible, el mayor desastre militar que sufrió la monarquía española en aquel siglo, provocaron que los planes expansionistas en China fracasasen y cualquier plan relacionado con la operación fuese aplazado indefinidamente.
Teniendo en cuenta que, en aquella época, China albergaba una población de 200 millones de personas y que su ejército rondaba el millón de efectivo, quizá Felipe II tomó una sabia decisión al no confiar en las especulaciones, teorías y temeridades que todos le hacían llegar en sus informes.
En la actualidad, los historiadores consideran que España habría podido arrollar a la China decadente de la dinastía Ming. La devastación del terrible terremoto de Shaanxi en 1556, el más salvaje de la historia de la humanidad y en el cual una región entera del interior de China fue destruida y el 60% de la población fue aniquilada, sumado a las hambrunas posteriores, los desórdenes sociales y la destrucción que habían provocado durante siglos piratas y mongoles, podrían haber puesto en bandeja al Imperio español la conquista de la nación más antigua del mundo.
Pero por algo a Felipe II le llamaban el Prudente.
El cristianismo no se convirtió en la religión dominante de China, como así había ocurrido en España y ningún aristócrata español recibió el título de Conde de Pekín o Marqués del Río Amarillo. Alonso Sánchez fue enviado a Roma para hablar con el Papa sobre el plan de invasión de China, pero tuvo que tratarlo hasta con cuatro pontífices, que se sucedieron rápidamente en el cargo, y murió inesperadamente cuando se disponía a regresar a Manila.