En 1587 Felipe II contactaba con Alejandro Farnesio, duque de Parma y gobernador de los Países Bajos, y con el marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, capitán general del Mar Océano, para pedirles un plan de invasión de Inglaterra. La estrategia que proponía Bazán se basaba en enviar una gran flota que desembarcara en Gran Bretaña para efectuar un enfrentamiento directo. Farnesio, en cambio, creía que lo ideal era una ofensiva relámpago a Londres por parte de los Tercios de Flandes.
El rey Felipe, en lugar de decidirse por uno, ordenó que ambos planes se pusieran en marcha. Bazán debía salir de Lisboa con una Gran Armada y reunirse con Alejandro Farnesio, cuyos 30.000 hombres remontarían el Támesis y sitiarían Londres. Tras la muerte de Bazán y el desastre de la conocida como Armada Invencible, el plan no tuvo éxito, pero lo más inaudito es cómo los ingleses hacen referencia a este episodio, tratándolo como un brillante ejemplo de la gran tradición defensiva inglesa que ha impedido, desde el siglo XI, el desembarco en suelo inglés de cualquier fuerza hostil por poderosa que fuera.
Pero la realidad es otra. Las tropas castellanas ya habían atacado y saqueado localidades inglesas en diversas ocasiones, tanto antes como después de la derrota de la Invencible, si bien estos hechos suelen ser omitidos en la historiografía inglesa. El corsario español Pero Niño saqueó la costa inglesa a principios del siglo XV y sembró el terror en Inglaterra, pero sería el almirante castellano Fernando Sánchez de Tovar quien, décadas antes, asoló sus costas y se atrevió a llegar hasta el mismísimo corazón de Inglaterra, a la capital del reino, Londres, que se salvó del saqueo por temor a que sus barcos se hundieran por el peso del botín.
Fernando Sánchez de Tovar nació en el seno de una familia sevillana formada por Ruy Fernández de Tovar y Elvira Ruiz Cabeza de Vaca. Comenzó su actividad política y militar al servicio de Pedro I de Castilla, como capitán de una galera que se enfrentaba en la guerra que mantenía el soberano castellano con el aragonés Pedro IV de Aragón.
A partir del año 1366 cambió de bando para luchar junto al hermano bastardo del rey, Enrique de Trastámara, que sería coronado Enrique II de Castilla en 1369 y que le otorgó el nombramiento de Guarda Mayor y el señorío de Gelves, además de ponerlo al frente de la flota castellana junto a Ambrosio Bocanegra, un marino castellano de origen genovés que se convirtió en Almirante mayor de Castilla.
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Durante aquellos años, un conflicto bélico se encontraba en su apogeo: la Guerra de los Cien Años que enfrentaba a Francia e Inglaterra desde el año 1337. Castilla no participaba activamente en la misma, hasta que fue invitada a la fuerza para dar una lección a los ingleses gracias a una absurda acción de John de Montacute, tercer Conde de Salisbury.
El origen de una venganza
En el puerto de Brest, en Francia, en posesión de los ingleses en aquella época, una flota de siete naos castellanas repletas de mercancías esperaba a que los ánimos se templaran para partir rumbo a la Península Bérica cuando el conde inglés las apresó e incendió, causando cuantiosas bajas y la pérdida de grandes mercancías, lo que provocó la reacción de los castellanos, a quienes los ingleses no tenían todavía tomada la medida.
Los castellanos eran expertos combatientes tras siglos continuados de lucha contra los musulmanes, y se tomaron muy mal aquella afrenta, por lo que decidieron suspender sus campañas en el sur para poner su mirada en el frío norte. Lo que los ingleses aún no sabían es que pagarían cara su osadía al llamar la atención de un pueblo entrenado en el arte de la guerra.
Además, el Tratado de Toledo de 1368, que Enrique II de Castilla había firmado con Carlos V de Francia, comprometía a los castellanos a prestar ayuda militar en su pugna con Inglaterra, por lo que ya tenían la excusa perfecta para entrar en el conflicto. Para ello, Castilla envió a su mejor marino: Ambrosio Bocanegra, que se dirigió al frente de 20 galeras y treinta naos castellanas al golfo de Vizcaya, y donde venció a los ingleses en la batalla de La Rochelle, hundiendo todas sus naves y capturando al yerno del rey de Inglaterra, a quien el Almirante de Castilla perdonó la vida en un gesto de nobleza impropio de aquel periodo, además de hacerse con un botín histórico equivalente al 20 % del PIB inglés.
Mientras, Fernando Sánchez de Tovar fue puesto al mando de 15 galeras para apoyar a las tropas francesas que estaban asediando Brest en represalia a la quema de la flota castellana, ciudad que sería conquistada en agosto de 1373. En cuestión de un año Ambrosio Bocanegra y Fernando Sánchez de Tovar se apoderaron de toda la costa entre Burdeos y Ouessant, dejando aisladas al resto de posesiones británicas en el continente y consolidando a Castilla como la primera potencia naval en el Atlántico.
Tras la muerte de Bocanegra, en 1374, Enrique II nombró a Fernando Sánchez de Tovar Almirante Mayor de la Mar y decidió celebrar su nuevo nombramiento con una expedición contra la isla de Wight y las costas del sur de Inglaterra. Para ello reunió 20 galeras y se unió a la flota francesa del almirante Jean de Vienne.
Durante seis años incendiaron y saquearon más de un centenar de pueblos y ciudades desde Plymouth, pasando por la isla de Wight, Portsmouth, Flokestone, arrasando literalmente todas las poblaciones costeras del sur de Inglaterra, ante la incapacidad de los ingleses de defenderse. Eduardo III era ya un anciano y su poder débil, mientras que su primogénito, Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro, estaba incapacitado por una enfermedad, lo que los llevó a pedir una tregua en Brujas en el año 1375 que sólo iba a servir para alargar su agonía.
La debilidad del rey inglés era algo que franceses y castellanos pretendían seguir explotando, por lo que, en el verano de 1377, Fernando y Jean unieron de nuevo fuerzas para volver a golpear el sur de Inglaterra, mientras Eduardo III y su primogénito fallecían, sumiendo al país en el caos más absoluto.
Londres a la vista
Sería a principios de 1380 cuando Sánchez de Tovar decidió dar el golpe definitivo: Londres. Para su plan más ambicioso reunió 20 galeras de guerra y se reunió el 8 de julio con el almirante francés en La Rochelle, desde donde partieron para atacar el corazón de Inglaterra. Se dirigieron a la desembocadura del Támesis y entraron a golpe de remo por la punta de North Foreland hacia el canal del Rey, saqueando todo lo que encontraban a su paso y avanzando hasta desembarcar en Gravesend, el puerto más grande de todo el Canal de la Mancha, a las afueras de Londres, y que atacaron al negarse a pagar tributo.
Pero el saqueo había sido de tal magnitud que el peso del botín había provocado que algunas de las galeras tuvieran que deshacerse de buena parte de él, debido a que el agua entraba ya en sus bodegas y no podrían regresar y salir a mar abierto, por lo que Fernando dio la orden de no atacar Londres, cuyos habitantes respiraron aliviados.
Tras asegurar la estabilidad de las naves, pusieron rumbo a casa con el objetivo cumplido. El orgullo inglés había sido herido, el pánico había enraizado en la población y la afrenta había quedado saldada. Castilla había lanzado una clara advertencia a Inglaterra, dando inicio a una interminable rivalidad que no había hecho más que comenzar. A raíz de esta experiencia, los barcos castellanos comenzarían a ser diseñados más altos para evitar el inconveniente de no poder llenar sus bodegas, además de permitir, desde un puente más elevado, mejores condiciones de tiro para arcabuceros, ballesteros y arqueros, lo que daría superioridad naval en combate a la flota castellana y española durante siglos.
Esta fue la última expedición castellana en apoyo de los franceses comandada por el almirante Fernando Sánchez de Tovar, que cambiaría las aguas inglesas por las portuguesas, para defender los derechos al trono de Juan I de Castilla, hijo de Enrique, frente a Portugal. Alrededor del año 1384, durante el sitio de Lisboa, la terrible peste negra hizo su aparición, provocando cientos de muertes en las filas castellanas. Fernando falleció a bordo de su nao Capitana, la cual, por orden de su segundo en el mando, y siguiendo el rumbo marcado por su Almirante, remontó el río Guadalquivir hasta la ciudad de Sevilla, con todos los buques de la flota guardando el más riguroso luto, pues la única bandera que se podía distinguir era la de Castilla, izada en el palo mayor de su propio buque.
Su cadáver fue desembarcado y llevado al panteón familiar situado en la Capilla de San Clemente de la Catedral de Santa María. Años después se instaló una lápida con una inscripción: "Aquí yace el bueno e honrado cavallero D. Ferrant Sanchez de Tobar, Almirante de Castilla que Dios perdone, e finó sobre Lisboa en el año de 1384, e mandole fazer esta sepultura Juan de Tobar su viznieto, en el año de 1436". Así murió un almirante de Castilla que había sido en vida el terror de los mares y uno de los pocos que logró remontar el Támesis, llegar a las puertas de Londres y doblegar el orgullo inglés. Nadie pudo con él por las armas, pero lo hizo la peste.