Blanca Suárez (Madrid, 1988) se ha ganado el calificativo de estrella por derecho propio. Cuando pisa las alfombras rojas, todos los ojos y objetivos se giran hacia ella buscando la última moda, el look perfecto, la característica sonrisa con la que recibe a la prensa, el acompañante con esmoquin con el que regar los titulares del día siguiente. Tantos años frente a las cámaras y cientos de artículos en tabloides exprimiendo hasta la última gota de sus declaraciones la han convertido en un animal mediático. No en vano es fetiche de Álex de la Iglesia –este año estrenarán su tercera película juntos, El cuarto pasajero, tras colaborar en El bar y Mi gran noche– y Pedro Almodóvar la convirtió en uno de los rostros de la nueva generación de 'chicas Almodóvar' tras ficharla para Los amantes pasajeros y La piel que habito, en la que fue nominada al Goya revelación.
Suárez también ha tenido su cuota de pantalla en televisión. El éxito de El internado la transformó de la noche a la mañana en una joven promesa adolescente. Su paso por El barco –donde conoció a su futura pareja, Mario Casas–, la consolidó como un icono teenager. Remató su fama en la ficción televisiva metiéndose en el corsé de Isabel de Portugal en la serie Carlos, rey emperador y Las chicas del cable. Tras su tórrido romance –primero ficción, después real– con Javier Rey en El verano que vivimos, Suárez parece haber dejado temporalmente atrás los melodramas y los thrillers para zambullirse en la comedia. Este año estrena tres. La primera, El test, con Dani de la Orden; la siguiente, Me he hecho viral, dirigida por Jorge Coira. La tercera y última la firma De la Iglesia.
Más allá de la figura mediática, en esta joven madrileña de 33 años se esconde una persona sensible, sincera, de gran inteligencia emocional y, a veces, "en confianza", como explica a EL ESPAÑOL | Porfolio, muy "políticamente incorrecta". Como cuando en marzo de 2020, en los meses más duros del confinamiento, fue contra Vox después de que los ultraderechistas atacaran a Javier Bardem, a Almodóvar y al actor Eduardo Casanova tachándolos gratuitamente de ser unos "titiriteros" sin los que España podría vivir mejor. "Pues espero que estéis haciendo calceta y no consumiendo una milésima de ficción. Céntrense en sobrevivir y no en crear más pus del que ya tenemos en España", respondió Blanca Suárez, tajante.
Contraatacar no es habitual en una actriz que siempre se ha caracterizado por la moderación y el secretismo en torno a su vida privada. Pero todo tiene un límite y la pandemia trajo, según ella, muchos puntos de inflexión. "Lo notas tanto en el trabajo como cuando tratas con la gente, al salir a la calle y hablar con los demás", asegura Suárez. "Algo está pasando, no sé el qué, pero creo que tiene que ver con estos dos años desconcertantes a nivel psicológico, social y económico. Es un momento convulso, de mucha desorientación, de falta de referentes en los que confiar. Sientes que hay una figura, un poder que está acercándose pero no sabes desde dónde. Rusia, la economía, una política que es como una telenovela turca; inconscientemente te sientes pequeñito y manipulado, y eso se refleja en el comportamiento que tenemos a pie de calle. Vivimos en una sociedad crispada, perdida, ansiosa. Es un momento bastante extraño", confiesa la actriz.
Pregunta.– ¿Dónde crees que está la raíz del problema? Porque esto requiere respuestas casi filosóficas, sociológicas y políticas.
Respuesta.– Hay demasiados frentes, demasiados melones abiertos como para poder gestionarlos de forma individual. Mira las redes sociales. A mi generación le toca de cerca, pero yo al menos he podido vivir sin móviles. Los chavales de 17 años... no sé qué es ponerse en su piel, sinceramente. Gran parte de su vida está frente a una pantalla. Crean una ficción de la vida. Me da miedo que el ser humano se engulla a sí mismo y caiga en las trampas que inconscientemente se ha puesto. De eso mismo trata mi última película, El test, de cómo el ser humano teje las propias telas de araña en las que queda atrapado. Todo, la vida, el universo o como quieras llamarlo, todo nos pone trampas. Estamos en un momento decisivo para mostrar el verdadero rostro del ser humano, para cuidarnos los unos a los otros. Son años paradigmáticos, el momento de que cojamos las riendas, tratemos con cariño al de al lado, a nuestro planeta, que intentemos hacer el bien y dejemos atrás el individualismo.
P.– Precisamente esa polarización llevó a que durante los meses más duros del confinamiento la ultraderecha atacase a Bardem y a Almodóvar. Tu respuesta fue: "Espero que estéis haciendo calceta y no consumiendo ficción". Por "hacer pus". ¿No son esos rifirrafes una forma de entrar a su juego?
R.– Yo no lo veo tanto como un rifirrafe. Simplemente respondí como usuario. El plena cuarentena se refirieron así [titiriteros] a todo el mundo que se dedicaba a la industria audiovisual en este país. Mi respuesta fue mandarles a tejer unos jerséis, una calceta y un punto de cruz increíble durante esos tres meses en los que estuvieron metidos en casa. Dije que, si no querían, que no cogiesen el mando ni se metiesen a ver ficción audiovisual en ninguna plataforma, ni en el móvil ni en la tele. Porque creo que hay que ensalzar las cosas que nos han ayudado a evadirnos, a estar mejor, las que nos acompañan en la vida durante los momentos más duros. Hoy la ficción se ha metido de lleno en nuestros hogares, se ha enraizado y nos ha sacado de muchos pensamientos y situaciones fatales.
P.– Vox es un partido que tiene cruzados a los actores y actrices españoles. Os llaman los "titiriteros" de la farándula y "subvencionados" ¿Tenéis miedo de que lleguen al poder?
R.– Bueno, no demasiado. Que saquemos proyectos adelante no depende al cien por cien de quién esté en el gobierno. Para la ficción, el tema de las subvenciones, cuyo debate es extremadamente largo, no es decisivo a estas alturas. No siempre necesitamos financiación del Estado. Todo este tipo de críticas y comentarios son fácilmente desmontables. ¿Que suben escalones en la escala del poder? No creo que salgamos muy beneficiados, evidentemente, pero tampoco que seamos su prioridad.
P.– ¿Eres fan de la corrección política?
R.– Yo soy terriblemente incorrecta. Pero mucho (risas). Soy de las que hacen bromas incorrectas con los que sé que puedo hacerlas. ¡Y no pasa nada! Hoy pecamos de una ultra megacorrección, pero el humor no significa que no tengas respeto por miles de cosas en la vida. Tenemos la piel demasiado fina. Personalmente, soy una persona muy ácida, pero también conmigo, porque me río muchísimo de mí misma.
P.– ¿Tienes haters en redes sociales? De esos que te atacan digas lo que digas. Otros actores confesaron tener unos cuantos...
R.– Declarados creo que no. Siempre hay comentarios que se repiten haga lo que haga y esté donde esté, pero más allá de eso soy afortunada. Si hay gente a la que no le gusto, en fin, tengo la esperanza de que no emplee su tiempo haciéndomelo saber de una forma insistente y cruel. Mejor que hagan otras cosas que insultar a los demás ¿no? Pero bueno, si a ellos les gusta... Hay vidas de toda clase.
P.– Imagino que habrá algo que te haya dolido o molestado especialmente. Algún ataque personal, a tu pareja, a tu estilo, a tu interpretación.
R.– He leído comentarios increíbles, pero ¿sabes qué pasa? Que de entrada te sorprende, te duele, no lo entiendes, te miras a ti misma y te preguntas: '¿Soy yo esto? ¿He hecho algo? ¿Qué hice mal?'. Pero luego te das cuenta de que esa personas que te ha atacado está en el sofá de su casa y elige coger un teléfono para insultarte. Hay algo que no cuadra. Aún aceptando que hay gente a la que no le molas absolutamente nada, el mero hecho de hacerlo y atacar de esa forma a otra persona es como... Guau, ¿qué te pasa para estar gestionando las emociones de esa forma? Es algo visceral y creo que pierden cualquier tipo de razón.
P.– ¿Han publicado alguna vez alguna noticia falsa sobre ti en un medio de comunicación?
R.– Muchas veces. He leído cosas muy random. Ahora no me viene nada a la cabeza, pero ha habido desde cuestiones de mi vida personal a leer situaciones que supuestamente han ocurrido en lugares en los que, según algunos medios, he estado pero que yo ni siquiera conozco. O titulares que nunca he dicho, o frases sacadas de una conversación que significan justo lo opuesto de lo que yo quiero decir. Así, bastantes. Incluso recuerdo haberme puesto en contacto con esos medios a través de redes sociales para preguntarles si sabían que era falso. 'Bueno, sí, vale, hablaremos con el redactor' era su respuesta. Esas cosas se publican, se quedan siempre en la red y no se retiran jamás, y luego revertir el daño es muy difícil.
P.– Te leo un titular: "Acusan a Blanca Suárez de hacer apología del franquismo".
R.– ¡Hostia! ¿En serio? Esa no me la sabía.
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P.– Sí, se referían a la serie Lo que escondían sus ojos, que mostraba una relación de amor con Serrano Suñer.
R.– En fin, en mogollón de entrevistas no paré de insistir en que era una historia de amor. Es verdad que los protagonistas estaban enmarcados en un contexto político y social concreto, pero es que son personas que también viven historias de amor. Sí, aparece Franco, personajes de la época, muchos cargos importantes, pero hablar del tema político es otro debate. Nosotros, en ese caso, somos actores y nos toca contar una historia de amor. Sólo eso.
P.– ¿Te has sentido expuesta a la turba ideológica por tu trabajo?
R.– No me ha pasado porque no me he querido mojar jamás. Mi entorno sabe que hablo claramente sobre lo que pasa en el mundo. Me gusta discutir sobre las cosas con mis amigos, saber sus puntos de vista, pero no soy una persona de 'nunca sabrás a quién voto'. Lo que pasa es que no considero –igual que no cuento cosas de mi vida personal– apropiado decírselo a alguien que no conozco, más cuando son cosas que se van a publicar para exponérselas a todo el mundo. Debo mirar mucho a quién digo qué...
P.– Ahora mismo estrenas varias películas que tienen muy poco de historia de amor: El test, El cuarto pasajero de Álex de la Iglesia y preparas también Me he hecho viral con Jorge Coira. ¿Estás viviendo la etapa más cómica de tu carrera?
R.– Dicho así no me había dado ni cuenta (risas). Parece que sí. En los últimos años he coincidido en bastantes proyectos en clave de comedia. Aunque la de Álex de la Iglesia, El cuarto pasajero o BlaBlaCar, ya no sé cómo se llama porque el título ha dado muchas vueltas y estoy perdida, tiene ese punto de comedia ácida. De esa que logra que te muevas en el asiento y te incomodes. Las otras dos son comedia absoluta. El test, por ejemplo, tiene ese humor que se torna en acidez y luego se retuerce en miseria que saca las cosas que menos mostramos de nosotros mismos a los demás.
P.– Decía Billy Wilder que la comedia era el género más difícil de escribir... y de interpretar. Es difícil hacer gracia. ¿Te desenvuelves bien haciendo reír a los demás?
R.– A mí me encanta, me lo paso muy bien, pero soy consciente del grado de dificultad que tiene. No sólo para el actor sino para el director que marca los tempos. Cuando haces comedia hay momentos en los que rompes la cuarta pared y te ríes, disfrutas, y eso puede convertirse en un arma de doble filo peligrosa, porque todos tendemos a venirnos arriba cuando nos ríen las gracias. Si te crees el más gracioso y te excedes, caes en el peligro de hacer algo vacío. Hay que hacer balanza, buscar el equilibrio. En el caso de El Test nos hemos tenido que parar los pies cuando nos hemos venido arriba. Hemos llegado a pasarnos de rosca y eso es difícil de mantener en una película entera.
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P.– La premisa de El Test oscila en torno a una pregunta: ¿qué preferirías, un millón de euros en 10 años o cien mil ahora mismo? ¿Cuál es tu mina de oro a largo plazo, tu sueño, ese millón de euros?
R.– Supongo que sueños que podría tener cualquiera. Pero después de tantos años de sueños cumplidos que ni siquiera me planteé he tomado conciencia de que esta profesión te trae cosas absolutamente inesperadas. Soñar con algo concreto me parece casi una pérdida de tiempo, porque lo que me pase nunca estará a la altura de mis sueños. Seguramente lo superará. Además, soñar demasiado te crea de forma inconsciente un peso al querer alcanzar esas metas, y a veces es difícil porque queremos que se hagan realidad, y si no se cumplen aparece la frustración. Y como en esta profesión es todo tan incierto y hay frustraciones enormes porque los proyectos se caen, la financiación falla, los calendarios se mueven, estamos en cambio constante, que mejor no echarle más leña al fuego.
P.– ¿Te has planteado emigrar a Hollywood? ¿Te interesaría hacer carrera en la Meca del Cine?
R.– ¡Por supuesto que me interesa! Sería algo brutal. Poder estar en algún proyecto de los que voy a ver al cine o de esos que tengo grabados en la retina. Absolutamente, sí. Pero es cierto que no me he planteado irme de España, al menos por ahora, porque estamos avanzando hacia un momento en el que toda nuestra ficción se exporta a nivel mundial gracias a las plataformas. Estamos mucho más conectados. Antes, para tener visibilidad o 'conocer gente de allí' y que ellos te conocieran a ti tenías que hacer las maletas. Hoy las redes sociales nos ofrecen la posibilidad de conocernos a un tiro de click. Pero vamos, que sí, querría currar ahí o en cualquier parte del mundo.
P.– Cuando empezaste, ¿qué metas te pusiste? ¿Tenías el objetivo claro de ser una estrella del cine español?
R.– No, para nada, yo no tenía objetivos claros. Empecé a dedicarme a esto sin buscarlo, sin coger el pico y la pala. La interpretación ha estado siempre en mi vida. Al principio fue como algo extraescolar, luego como algo ocioso para pasarlo bien. Y el profesionalizarlo se cruzó en mi vida. Una cosa me llevó a la otra y en mi vida se cruzó gente increíble que me dio la mano, me enseñó este mundo, me ayudó a entrar en él. Empalmas trabajos, creces personal y profesionalmente, puedes vivir de esto, lo conviertes en tu profesión y al final te das cuenta de que vas a cumplir 34 años en unos meses.
P.– Alcanzaste la fama con El Internado y El Barco. Luego llegó la nominación al Goya revelación con La piel que habito. Sin embargo, si abres Google todo el mundo te relaciona con la moda, con los looks, con las alfombras rojas, la fiebre del cotilleo. ¿Cómo llevas la sobreexposición estética?
R.– Hay una parte muy pequeña que me genera un poco de presión, no tanto por el qué dirán sino porque eres consciente de que en algún lugar hay ojos que te observan. Muchos lo harán con curiosidad... pero siempre habrá alguno que no. Pero siendo totalmente honesta, yo participo en todo esto de forma activa. Porque me gusta la moda, investigar, probar, jugar, 'disfrazarme' para cada estreno. Si me ves en una cena, saliendo a pasear o con unos amigos no estaré así, obviamente (risas).
P.– Porque si miras atrás y te preguntas qué es lo que te llevó a la interpretación, ¿qué responderías?
R.– Que es una gran pregunta. Creo que se han ido dando un cúmulo de situaciones. De pequeña me atrajo ir a clases de teatro, algo de lo que nunca quise deshacerme. Pasé mi infancia y mi adolescencia volcada en ello. Un día se cruzó un casting en mi camino y todo cambió, porque me dí cuenta de que algo que ni siquiera me había planteado era posible: ¡Que pudiese salir en la pantalla! ¡Yo podía estar allí! Esto te va a parecer un comentario de libro de autoayuda o muy arcoíris, pero ahí es cuando te das cuenta de que en la vida todo es posible. Avanzas poco a poco, te vas encontrando cosas por el camino, gente, experiencias, te ves más cerca de un objetivo y de repente estás allí.
P.– ¿Cuál es tu primer recuerdo frente al escenario?
R.– La primera obra de teatro que hice, en el colegio. Hice de agua.
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P.– ¿De agua?
R.– Sí, sí, de agua de río (risas). Tendría siete años. Recuerdo perfectamente cómo me maquillaban la cara de azul y a mi madre preparando los disfraces. Qué sensación. Fue en el salón de actos del colegio. Luego, ya mayor, mis compañeros de grupo de teatro y yo buscábamos bares para poder representar nuestro teatro de cabaret. La verdad es que todas esas experiencias fueron brutales.
P.– De agua a tu papel soñado. ¿Cuál sería?
R.– He soñado con hacer Zoolander (risas) y las películas más indies de la historia. A veces los impulsos aparecen en los sitios más extraños. No me fijo sólo en una clase de energía de cine. Hay millones de cosas que me inspiran y no necesariamente tienen que ser sesudas. Me encantaría hacer algo como Cisne Negro. Bueno, en realidad me cortaría un dedo, y hasta me quedaría sin dedos de las manos y de los pies, por hacer cualquier papel de Natalie Portman. Pero esta profesión es larga, es de las pocas a las que nos dedicamos toda la vida, así que hay tiempo...
P.– Una última, Blanca. El cine, el arte... ¿Qué representa para ti? ¿A dónde te transportan?
R.– Para mí el cine se asemeja mucho a lo que me produce escuchar música o ir a un concierto. Tiene más que ver con la energía, me coloca en estados de ánimo muy diferentes que me despiertan ganas de hacer cosas. Ayer mismo cogí un avión, iba viendo una película en la tablet y recuerdo salir con los casos puestos y pensar: 'Esto ha sido la leche, ojalá pudiera hacer algo así'. El cine es una forma de teletransportarte, algo que puede hacerte aflorar un llanto o despertarte una carcajada.