Si, el pasado 31 de octubre, alguien hubiera preguntado por el paradero del marqués de Villalba, las fuerzas vivas de la bohemia capitalina no hubieran tenido dudas: se encontraba en la fiesta de Halloween organizada por Carolina Herrera en la casa de la coleccionista de arte contemporáneo Jimena Blázquez, en Chamberí, donde actuó Ana Torroja. De su hermano, Luis Medina, al que los medios también presentan como marqués de Villalba, no hay noticias, desde que el pasado jueves 26 de octubre, el magistrado Adolfo Carretero, titular del Juzgado de Instrucción 47 de Madrid, lo enviara al banquillo por una supuesta estafa millonaria cometida contra el Ayuntamiento de Madrid junto a su socio, Alberto Luceño, por la compra venta de material sanitario durante la peor época de la pandemia de coronavirus, en marzo de 2020, año en el que murieron cerca de 75.000 personas.
El juez llegó a la conclusión de que ambos se embolsaron seis millones de euros tras engañar al consistorio de la capital y les atribuye delitos de estafa agravada y falsedad documental. La Fiscalía pide nueve años de cárcel para el hijo de una de las últimas grandes "socialites" de la España rosa: Naty Abascal, musa de Óscar de la Renta, Avedon y Valentino -circunstancia que irremediablemente recuerda a la de su padre, que fue condenado a 18 años por el secuestro de una niña-. “Está muy convencido de su inocencia y nada preocupado, pero yo en su situación sí que lo estaría un poco”, comenta uno de sus amigos, quien prefiere guardar el anonimato. El banquillo de los acusados. La posibilidad de entrar en prisión. Él, amigo de la princesa Magdalena de Suecia, ex pareja de Amanda Hearst, bisnieta del magnate del periodismo, buen amigo de Carolina Herrera y su familia.
El único punto estable en la actualidad de Luis es su pareja. El empresario mantiene una relación con Clara Caruana Hernández, una joven enfermera miembro de la clase alta madrileña, que trabaja como Gerente de Urología y Project Manager Cancer Center en Clínica Universidad de Navarra sede de Madrid y Pamplona. “Ella le ha dado paz y tranquilidad. Le está ayudando muchísimo y parece que lo suyo va en serio”. Clara parece que ha llegado para quedarse tras el largo e inestable etcétera de parejas: desde Alejandra de Rojas a Brianda Pan de Soraluce o, incluso, Tamara Falcó.
El falso marqués de Villalba
Una de las grandes pruebas de que no está especialmente atormentado por lo que está sucediendo y por las penas a las que se enfrenta es su picaresca con los títulos nobiliarios. Hace un tiempo, su hermano Rafael le aseguró que le daría el maquesado de Villalba, concedido por Felipe II en 1567 a un virrey de Sicilia, para que tuviera el suyo propio, pero esto no se ha producido. Además, es probable que nunca lo pueda tener. “No puedo asegurar que vaya sea posible, porque es un título que se dio para que lo llevara el primogénito del duque de Feria.
Es como el ducado de Huéscar en el caso de la familia Alba, así que puede que esté complicado por la indivisibilidad de ambos títulos, que deben ir siempre juntos”, explica José Miguel de Mayoralgo y Lodo, conde de los Acevedos y vocal de la Comisión Jurídica y Genealógica de la Diputación Permanente y Consejo de la Grandeza de España. “En el caso de que sí que se pudiera, el procedimiento es sencillo. Rafael debería hacer una escritura notarial y le cedería el título. El otro lo acepta, va al Ministerio de Justicia, lo solicita, se publica en el BOE, se abre un periodo de 30 días por si hay otros interesados y el rey expide la Real Carta”, finaliza el aristócrata. Sin embargo, Luis ya usa esta distinción a los eventos y fiestas a los que está invitado.
Aunque teniendo los cargos que presenta el juez contra él, esto se queda en “peccata minuta”, no es la primera vez que Luis Medina muestra su interés en hacerse llamar marqués o conde. La primera vez fue en 2013. Entonces, utilizaba como salvoconducto en sociedad el condado de San Martín de Hoyos, creado en 1891 por la reina regente María Cristina, en nombre de su hijo Alfonso XIII, hoy en manos de su prima Victoria Hohenlohe. En 2015, sostenía que fue su abuela, Victoria 'Mimi', duquesa de Medinaceli, la que se lo había entregado, pero el trámite para poder usar una distinción de este calado no es ninguna tontería. Y tampoco tenía derecho para ello. Todo esto lo explicará con detenimiento la periodista María Eugenia Yagüe en su libro, Los Medinaceli. Nobleza y escándalos (Ed. La Esfera de los Libros), a la venta próximamente. Pero este juego infantil con los blasones ha convertido a Luis en un villano de la nobleza, como ya le ven en ciertos salones aristocráticos, donde naturalmente critican más sus presuntos negocios fraudulentos con el Ayuntamiento de Madrid.
30 años de infierno
Es inevitable recordar que este año se cumplen tres décadas de la detención y posterior juicio de su padre, Rafael de Medina y Fernández de Córdoba, XIX duque de Feria, Grande de España y marqués de Villalba, por su participación en el secuestro de una niña de cinco años en 1993. En 1994, un año más tarde, fue condenado a 18 años de prisión, el doble de lo que piden para su hijo menor, aunque logró salir de la prisión en 1998, cinco años después. En 2001 se murió solo en su apartamento de Sevilla. Mimi Medinaceli fue a ver a su hijo a la cárcel una sola vez. Rafael le pidió que no volviera para evitarle la humillación. La duquesa de Alba también fue, al igual que sus hermanos Ana y Luis. Sin embarbo, Ignacio, duque de Segorbe, apareció sólo con unos papeles para pedirle que, según Yagüe, renunciara a sus títulos. Resulta curioso el interés de algunas familias con las distinciones, que, desde hace tiempo, no conllevan ni poder ni tierras sino solo simbolismo.
Nada más se enteró de la detención de su ex marido, Naty Abascal, madre de Rafael y Luis, envió a sus hijos a Estados Unidos. Para ellos, entonces también comenzó una especie de infierno, aunque todo se inició un poco antes: en 1988, cuando el duque de Feria, dueño de la empresa de cuero artificial Cuerotex, que distribuía hasta en Cuba, anunció la separación de su mujer, Naty, quien se enfrentaba a su segunda separación tras su primer matrimonio con el piloto escocés de carreras Murray Livingstone. “Fue todo muy caótico, acabaron muy mal. Una ruptura que por su boom mediático fue muy traumática para todos. A mí me dejó marcado para toda la vida”, contó Rafael a Vanity Fair, donde también dijo que la infancia de los hermanos no fue fácil. “Desde pequeños estuvimos solos, el uno con el otro, siempre de internados, siempre con nannies”.
Una cárcel de oro
En Nueva York, un día mientras andaba por la calle cerca de un kiosco, Luis se acercó y descubrió la historia de su padre en un periódico. Lo que más le llamó la atención era la palabra “cárcel”. “Aquella época en Estados Unidos fue muy dura, llamábamos llorando sin parar, forzados a estar fuera de España, sin nuestros amigos, separados de la familia. Nos rebelamos. Lo pasamos fatal. Mi madre nos decía: ‘Esto es lo que hay ”, dijo también Rafael a la citada revista. Los dos hermanos, lejos del calor de sus padres, sus amigos y su famila, fueron internados en la Kiski School, un selecto colegio masculino en Pensilvania cuya matrícula rondaba los 30.000 euros al año.
Estando allí, Luis consiguió una dirección donde escribir a su padre. El duque de Feria le llegó a contestar. Aquello fue un revulsivo para Luis, quien, persistente, logró volver a España. Primero recaló en el internado Alfonso XII de El Escorial y, posteriormente, en 1998, logró que su madre le dejara volver a Sevilla, al encuentro de su padre, que hacía tres días había salido de prisión. Se fue a vivir con él. “Con mi padre esos primeros días fue la pera. La cárcel le había cambiado. Era menos persona. De repente, un día que estábamos cenando pidió un yogur. Se había aficionado. Yo abrí el mío y empecé a tomármelo. Vi como él cogía el suyo y empezaba a agitarlo. Lo abrió y se lo bebió. ‘¿Papá, qué haces?’, le dije. ‘Ah, no, es que como en la prisión no nos daban cuchara...”, contó a misma publicación.
Mientras, el duque de Feria estuvo de psiquiátrico en psiquiátrico. Luis siempre lo visitó, no así Rafael, quien estuvo sin verlo desde el 93 al 99… y tres años sin hablar con él. “Entendí que mi padre estaba enfermo, que tenía un trastorno bipolar. Lo comprendió”. Rafael de Medina y Fernández de Córdoba murió en 2001. De tanto mirarse en el espejo de su progenitor, Luis ha logrado parecerse, un poco a él, aunque falte el desenlace de su historia.