Ha sido una historia de fe. Monseñor Kike Figaredo (64) nació en el contexto de una familia muy religiosa en la que sus padres y sus siete hermanos rezaban a menudo. En la oración empezó a buscar a Dios preguntándose: '¿Señor dónde estás? ¿Señor quién eres?', pero no fue hasta la llamada no llegó hasta que hizo un viaje organizado por los jesuitas de su colegio de la Inmaculada en Gijón al monasterio ecuménico de Taizé en Francia por la paz de los jóvenes. Tenía 15 años.
Una pequeña iluminación en forma de llamada le enseñó el camino a seguir. El Señor le habló al corazón: “Quique, yo vivo en las personas y el rostro de la gente es mi rostro”. La gente, sí, pero la gente sencilla y pobre.
La vocación jesuita le llegó a los 20 mientras estudiaba la carrera de Económicas. La dejó para presentarse al Servicio Jesuita para Refugiados que le enviaron en 1985 a los campos de refugiados camboyanos en territorio tailandés. De las más de 300.000 personajes que vivían allí, 5.000 eran mutilados por accidente de mina. Su misión la tuvo clara. Los discapacitados eran los más vulnerables entre todos los refugiados.
Cuando regresó a España en 1988 empezó su etapa de formación teológica combinándola con viajes a Camboya para dar servicio a deficientes físicos, mutilados, crear proyectos de desarrollo y de acogida de refugiados repatriados. En 1992 se ordenó sacerdote y un año después se instaló definitivamente en el país del Sudeste Asiático.
Por esas tierras a 10.500 kilómetros de distancia han pasado decenas de miles de voluntarios que han colaborado in situ en los diferentes proyectos sociales auspiciados por monseñor Figaredo con el fin de perpetuar "una educación profunda en valores solidarios y de servicio". Entre todos esos rostros anónimos emergen unos más familiares allende los mares como son los Borbones.
En 2008, la reina Sofía visitó el Centro Arrupe en Battanbang, región al norte de Camboya, que Kike Figaredo fundó en 2001 con la intención de dar acogida permanente a niños discapacitados. La emérita vio cómo evolucionaban las víctimas de las minas antipersonas, los enfermos de poliomielitis y cómo los estudiantes de la formación profesional orquestada por el religioso ayudan a sus congéneres. En señal de agradecimiento, los niños le regalaron un marco enorme donde pusieron las fotos de sus ocho nietos.
También la infanta Cristina
En 2008 y 2014, la infanta Cristina viajó también al país al ser partícipe de varios proyectos de la Obra Social de La Caixa como la rehabilitación de mutilados por las minas antipersona y la creación de programas de prevención y detección de estos artefactos. Mientras duró su matrimonio con Iñaki Urdangarin (56), los duques de Palma intentaron transmitir valores solidarios a sus cuatro hijos, Juan Valentin (24), Pablo Nicolás (23), Miguel (21) e Irene (18), pero solo dos han dado muestras de su buen hacer. Por lo menos, durante un tiempo.
En marzo de 2018, el primogénito de la infanta Cristina hizo las maletas para formar parte del Centro Arrupe de Battanbang que una década antes había visitado su abuela. No hubo distinciones de clase. El sobrino de Felipe VI (56) arrimó los hombros, se manchó de barro, participó en servicios de atención a los más necesitados así como en eventos deportivos y colaboró en el desarrollo de The Lonely Tree Café, uno negocio social cuyos beneficios se invierten en otros proyectos solidarios. Durante su estancia recibió la visita de su madre, su hermano Miguel y su tía la infanta Elena (60).
Desde mediados de enero, su hermana Irene (18) es la nueva ilustre inquilina del Centro Arrupe. En un viaje organizado por la oenegé Sauce que desde 2001 colabora para tirar adelante las actividades del jesuita asturiano, Irene tiene previsto permanecer en la zona durante al menos seis meses. Hace poco recibió un varapalo porque no superó la prueba de acceso a la École Hôtelière de Lausanne (EHL) donde también estudió el conde Rudi, alma mater del Marbella Club junto al príncipe Alfonso de Hohenlohe.
Sin duda, la experiencia sobre el terreno de Juan le ha servido de gran ayuda a su hermana pequeña, ya que no solo es la primera vez que visita el sudeste asiático sino que también es la primera vez que estará fuera del exclusivo nido materno en Suiza. Los lujos a los que está acostumbrada han pasado a otro plano ya que en Camboya vive con lo puesto. Comparte una casita en el Centro Arrupe con otra voluntaria donde se tienen que hacer las camas y tareas de limpieza. La joven Borbón es una persona sensible y risueña que se ha mantenido muy al margen del huracán mediático en el que se encuentra metida su prima Victoria Federica (23), que se ha decantado por llevar una vida de oropel y artificios como influencer.
En la exclusiva ofrecida por la revista ¡Hola! se puede ver a Irene vestida con pantalones de algodón, camisetas de manga corta, zapatillas cómodas y un bolso de tela. Es la primera que se sube a las camionetas o que coge una moto para recorrer decenas de kilómetros para cumplir con la palabra del monseñor Figaredo cuya existencia está muy condicionada por la función de sus voluntarios.
Ambos están en buen sintonía porque se conocen de toda la vida ya que el jesuita es amigo de la emérita desde hace casi cuatro décadas. En esos escasos momentos de paz que a veces otorga el ajetreo de Battambang, religioso y voluntaria dan largos paseos en bicicleta que también sirven para ser testigos de cómo está funcionando todo. "Lo importante es seguir transmitiendo los valores del respeto, la paz, la reconciliación y la armonía", asegura monseñor Figueredo en conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio.
Así es un día normal de Irene
Un día normal en la presente vida de Irene Urdangarin empieza a las cinco de la mañana. Todavía está oscuro y hay que darse prisa para cargar las camionetas ya que todo tiene que estar listo para recorrer muchos kilómetros para solucionar los problemas cotidianos y que los 3.000 alumnos escolarizados en Battambang puedan continuar sus estudios sin sobresaltos.
En todo este tiempo que va a estar alejada de su familia, Irene colabora en el huerto sostenible, ayuda a preparar comidas, atiende a los enfermos, (re)construye infraestructuras y ayuda en aquellas tareas que los mutilados a duras penas pueden hacer. Como anécdota, suele pasarse por The Lonely Tree Café donde puede sentir más de cerca a su madre, ya que de una de sus paredes cuelga un retrato.
PREGUNTA.- ¿Cómo se gestó su relación con la Casa Real española?
RESPUESTA.- Conocí a los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía en 1987 en una recepción en la embajada española en Bangkok. Tuve una conversación con ellos muy enriquecedora sobre los refugiados camboyanos con los que trabajábamos. Más adelante, en el año 1995, la reina Sofía nos recibió en Madrid. En aquella ocasión me acompañaban Kosol y Sareth, dos camboyanos víctimas de minas que eran embajadores de la campaña contra las minas. Manos Unidas nos había invitado a dar a conocer la campaña en España.
PREGUNTA.- Y todo ha ido fluyendo con el tiempo.
RESPUESTA.- Desde entonces he tenido encuentros con diferentes miembros de la casa real. Nuestra relación se ha ido estrechando porque han sabido reconocer el trabajo que estamos haciendo en Camboya. Han seguido nuestro itinerario en nuestra labor en la repatriación, en la campaña de las minas y en muchos proyectos de ayuda humanitaria. Con estos encuentros y el paso de las décadas hemos consolidado esta relación. También han seguido de cerca los proyectos que hemos tenido en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
PREGUNTA.- En breve se cumplen 20 años del matrimonio del rey Felipe VI y de la reina Letizia, ¿cómo les ve desde la distancia?
RESPUESTA.- Con optimismo y estabilidad. Los reyes muestran sensibilidad hacia las situaciones que enfrentamos muchos españoles en distintas partes del mundo y sé que tienen un interés especial en conocer y apoyar el trabajo que realizamos los misioneros españoles.
P.- El monarca le recibió en Zarzuela recientemente, ¿qué balance hace de la reunión?
R.- Fue un encuentro muy tranquilo en el que pudimos hablar de los proyectos humanitarios en Camboya y de la situación del país. Abordamos temas como el problema de las minas, el desarrollo y la cooperación internacional, así como todas las posibilidades de crear puentes de solidaridad entre España y Camboya.
P.- Hace seis años Juan Valentín Urgdangarin y Borbón estuvo como voluntario en Battambang y desde hace varias semanas se encuentra allí su hermana Irene. ¿Cuáles fueron y son las funciones principales de los jóvenes?
R.- Los jóvenes voluntarios que tenemos en Battambang nos aportan dinamismo y energía. Vienen dispuestos a integrarse en los equipos de trabajo camboyanos y apoyan con su presencia y trabajo. Son de gran ayuda para dinamizar equipos y actividades.
La llegada de Figaredo, un bálsamo
Había mucho que rehacer. El régimen genocida de Pol Pot (1975-1979) conllevó una masacre de casi dos millones de personas y la destrucción de todas las infraestructuras del país. Desde entonces, las minas antipersona y bombas de racimo son un gran quebradero de cabeza. Los datos son tremendos. Al acabar la guerra había 10 millones de personas y 11 millones de minas antipersona. Que no te tocara una era, precisamente, un milagro. La llegada de monseñor Figaredo supuso un bálsamo. Las heridas aún supuran, el dolor se siente en el ambiente, pero como "caminante, no hay camino, se hace camino al andar", la labor de este jesuita gijonense aún no ha llegado a ese fin del camino.
En este viaje eterno, desde España la oenegé Sauce ayuda en los proyectos de la Prefectura en el norte del país y el Centro Arrupe acoge permanentemente a niños discapacitados. No hay que olvidarse de La Casa de la Paloma, un centro de formación profesional en Phnom Penh que Kike Figaredo fundó en 1991. En conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio, el jesuita comenta que "allí proporcionamos estudios a los más desfavorecidos y fabricamos más de 1.000 sillas de ruedas al año en nuestros talleres. Sigue siendo un símbolo de la reconstrucción del país".
P.- Vayamos al grano, un euro sí puede cambiar la vida de una persona.
R.- Así es. Por pequeña que sea, toda ayuda es bienvenida. En Camboya logramos muchas cosas con muy poco. Además del necesario apoyo económico también valoramos el respaldo emocional. Las personas que conocen nuestro trabajo no nos olvidan, nos siguen en redes, nos envían mensajes de cariño y eso nos proporciona mucha energía para seguir adelante en nuestro día a día.
P.- Sus jovenes, sin tener casi nada, son felices. ¿Qué estamos haciendo mal para que en países capitalistas las tasas de enfermedades mentales y suicidios sigan subiendo alarmantemente?
R.- Como no vivo en ese contexto y no tengo acceso a esa realidad tan triste no soy la persona adecuada para responder esta pregunta. Quizás sería conveniente concentrar fuerzas en la raíz, trabajar en una educación basada en el respeto, el cariño y el amor al prójimo, no dejar nunca solas a las personas que están sufriendo y que no se enfrenten a sus problemas solas.
P.- Desde hace décadas aparecen grupos de millonarios que intentan controlar el mundo. En la última hornada son los propietarios de tecnológicas como Ellon Musk o Mark Zuckerberg. ¿Qué se necesitaría cambiar para que estos hombres, que con un click podrían cambiar las directrices del planeta, dirigiesen su mirada hacia países como Camboya?
R.- Es algo que escapa a mi alcance. Estoy muy lejos de estas personalidades, al igual que de los gobiernos. Camboya es un país pequeño, sin atractivos geopolíticos o grandes oportunidades de negocios que puedan captar la atención de estas personas. Me encantaría enseñarles de primera mano la realidad del país y cómo ha progresado durante los últimos años. Pero no creo que se dé la oportunidad. Como digo, Camboya no tiene valor para ellos.
P.- Uno de los principales problemas que azotan Camboya son las minas antipersona y de racimo. ¿Por qué tras firmarse el tratado de Otawa las naciones más poderosas no las han detectado, desactivado y eliminado?
R.- No les interesa. El primer problema lo tenemos con los países no firmantes que, justamente, son los más poderosos como Estados Unidos, China, Rusia e India. No lo han hecho y nunca lo harán debido al lucro que les supones la fabricación y venta de minas antipersona y bombas de racimo. Hay que tener en cuenta que con la firma del tratado hubo financiación para el destinado en países como Camboya, pero para la mayoría no volvió a ser una prioridad. De ahí que en las últimas décadas hayan sido organizaciones no gubernamentales internacionales y ayudas muy puntuales de gobiernos los que han colaborado con la Cambodian Mine Action Centre (CMAC) que es la institución gubernamental en Camboya que lleva a cabo el desminado. Su labor es encomiable y hemos trabajado con ellos en numerosas ocasiones en terrenos donde se encuentran nuestras minas.
R.- La participación de la princesa Diana de Gales en la campaña contra las minas fue de gran importancia. Su intervención ayudó a dar relevancia a la campaña y a poner el problema de las minas en la atención de los medios de comunicación, en la agenda de los gobiernos y la sociedad en general. Su influencia como figura pública mundial contribuyó a acelerar el proceso para que muchos países firmaran el tratado de Ottawa.
Según datos de la Cruz Roja, en los últimos 40 años ha habido más de 65.000 accidentes con minas o bombas racimo que han dejado más de 20.000 muertos y 45.000 heridos, entre los que hay muchos que han perdido alguna extremidad. Aunque se ha realizado un trabajo notable para reducir las áreas minadas en las últimas décadas, aún hay accidentes y víctimas.
P.- Como consecuencia de ese terror que azotó el país cientos de miles de personas quedaron mutiladas. Una de las cosas más tiernas que han creado es la silla Mekong. Para quienes no la conozcan, le agradecería que nos la describiera y por qué es fundamental para la gente.
R.- Es una verdadera obra de arte. Se trata de una silla de tres ruedas, dos ruedas grandes para el desplazamiento y una pequeña en la parte delantera para facilitar la dirección. Esta silla ha transformado la vida de miles de personas que antes vivían a ras de suelo, sin la capacidad de moverse por sí mismas ni de mirar a los ojos a otras personas. La silla Mekong ha sido un instrumento clave para devolver la dignidad a toda esta gente permitiéndoles salir de sus casas, desarrollarse, estudiar, trabajar y contribuir en sus familias. Es un pequeño milagro que ha marcado la historia de vida de miles de camboyanos, de sus familias y de los que hemos tenido el privilegio de acompañarles en este camino.
P.- Tras el régimen genocida de los Jemeres Rojos, la llegada de la "democracia" nombró como primer ministro durante cuatro décadas a Hun Sen, ex jemer, que fue otro sátrapa cuyo poder heredó su hijo Hun Manet. ¿Por qué Amnistía Internacional no focaliza sus esfuerzos o por qué no se habla de esta dictadura camuflada de democracia?
R.- Camboya es un territorio muy pequeño sin intereses para los países más poderosos. Nadie se va a interesar por la evolución política de este país si no encuentran nada a cambio. Esa es nuestra realidad.
P.- ¿Qué influencia tiene su majestad Norodom Sinamoní para erradicar la pobreza del país?
R.- He tenido la oportunidad de conocer al Rey Sinamoní y ha reconocido nuestro trabajo. Es una persona de trato amable. Los camboyanos históricamente han apoyado a la monarquía. El rey, al igual que sus padres en el pasado, ha contribuido a la reconstrucción del país.
P.- ¿Qué medidas se han establecido para luchar contra el turismo sexual?
R.- El turismo sexual es un problema en Camboya por lo que en los últimos años se han realizado avances a nivel legislativo para castigar a aquellos que se benefician de esta lacra.
Sin embargo, lo que se desconoce en occidente es que Camboya también afronta un problema mucho mayor en términos estadísticos: la explotación de mujeres para satisfacer a la población local, no solo a turistas. Esta práctica, asociada a altos niveles de alcoholismo es un horror que afecta profundamente a la sociedad camboyana. Para abordar esta problemática trabajamos en la raíz del problema dando acceso a la educación y contamos con centros de acogida a mujeres en situaciones vulnerables. En este sentido Cáritas Camboya hace un trabajo espectacular. También contamos con equipos con presencia en ciudades fronterizas con Tailandia como Poipet y Pailin donde han rescatado a niños y mujeres que habían sido vendidos a mafias y redes de trata. Es una situación lamentable y urgente que necesita de una gestión muy compleja.
P.- Tras la pandemia y el estado de alarma, ¿cómo definiría la situación de Battambang?
R.- La pandemia llegó tarde a Camboya. Durante el año 2020 no se reportaron casos de la covid. El país se blindó prohibiendo la entrada de personas desde el extranjero, lo que retrasó mucho los primeros casos. Cuando finalmente los tuvimos se implementaron medidas de confinamiento, aunque no tan estrictas como las que se vieron en Occidente ya que la mayoría de la población vive en zonas rurales. En la actualidad la situación se asemeja a la época previa a la pandemia porque no hay restricciones. Sin embargo, el turismo aún no se ha recuperado por completo. Esta industria solía ser una de las principales fuentes de empleo, especialmente para los jóvenes. Esperamos que, con el tiempo, el turismo se recupere de manera equilibrada beneficiando a la población con la creación de más empleo.
P.- ¿Cómo se gestó su relación con la Casa Real española?
R.- Conocí a los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía en 1987 en una recepción en la embajada española en Bangkok. Tuve una conversación con ellos muy enriquecedora sobre los refugiados camboyanos con los que trabajábamos. Más adelante, en el año 1995, la reina Sofía nos recibió en Madrid. En aquella ocasión me acompañaban Kosol y Sareth, dos camboyanos víctimas de minas que eran embajadores de la campaña contra las minas. Manos Unidas nos había invitado a dar a conocer la campaña en España.
P.- Y todo ha ido fluyendo con el tiempo.
R.- Desde entonces he tenido encuentros con diferentes miembros de la Casa Real. Nuestra relación se ha ido estrechando porque han sabido reconocer el trabajo que estamos haciendo en Camboya. Han seguido nuestro itinerario en nuestra labor en la repatriación, en la campaña de las minas y en muchos proyectos de ayuda humanitaria. Con estos encuentros y el paso de las décadas hemos consolidado esta relación. También han seguido de cerca los proyectos que hemos tenido en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
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P.- En esta vida de sacrificio dedicada a los más indefensos, ¿qué retos le quedan por cumplir?
R.- Nuestro día a día sigue lleno de retos porque nos enfrentamos constantemente a nuevas dificultades. Las familias acuden a nuestros equipos buscando ayuda en situaciones complejas porque en su mayoría viven en el campo y son muy humildes. Por ejemplo, una mala cosecha puede llevarlos a endeudarse y perder lo poco que tenían. Estas crisis son parte de nuestra rutina diaria y las familias confían en nosotros para brindarles apoyo. Nuestro desafío es estar cerca de ellos, ofrecerles cariño, apoyo, garantizarles que no están solos y que cuentan con el respaldo de nuestros equipos. Nuestra vida está llena de nuevos desafíos que el Señor nos presenta y gracias a la colaboración de nuestros equipos y a la presencia constante del Señor a nuestro lado los enfrentamos con humildad y energía. Nuestro objetivo principal es dignificar la vida de la gente en situación de vulnerabilidad.
P.- Como Prefecto Apostólico de Battambang, ¿cuáles han sido sus grandes desafíos, cuáles se han llevado a cabo y en qué está trabajando actualmente?
R.- Si echamos la vista atrás podemos apreciar como en estos casi 40 años los camboyanos han estado reconstruyendo el país en todos los aspectos. A nivel material con nuevas infraestructuras, cultivos, colegios y hospitales y a nivel social a través de la paz, perdonando las heridas de la guerra y reconstruyendo la sociedad.
Nuestro desafío ha sido acompañarlos en este proceso de paz y desarrollo facilitando que muchas cosas pudieran llevarse a cabo. Uno de nuestros principales retos ha sido llegar a donde nadie más llega. Desde el principio nos hemos preocupado por alcanzar las zonas más remotas de Camboya donde las familias dependen de lo que cultivan y donde acceder a la educación es un privilegio. Lo hemos conseguido para que tengan una vida más digna garantizando vivienda, empleo, acceso a la sanidad y educación para los niños.
Otro ejemplo de desafío al que nos hemos enfrentado en los últimos años es seguir avanzando en la ayuda a las personas con enfermedades mentales y a sus familias. Durante mucho tiempo, este tema ha sido un tabú en Camboya. Sin embargo, gracias a nuestra dedicación, hemos logrado llegar a muchas personas enfermas que nunca habían recibido atención ni tratamiento. Actualmente contamos con equipos dedicados al seguimiento de personas con estas enfermedades, sensibilizamos a sus familias para que convivan con la enfermedad y les enseñamos a tratar a sus seres queridos con la dignidad que se merecen. Además, hemos establecido varios centros de día en zonas rurales para estas personas, algo que hace años no habríamos imaginado.
P.- Su familia y amigos son fundamentales en el desarrollo de su actividad, ¿qué mensajes suele transmitirles y en qué medida influyen en sus decisiones?
R.- Les transmito agradecimiento ya que con su ayuda hemos logrado acompañar a los camboyanos más necesitados durante estas décadas. Reconozco su importancia y siempre intento expresárselo cuando tengo la oportunidad. Mis amigos y familiares son una ayuda constante. Mis padres estuvieron muy cerca de mí hasta que fallecieron y ahora siento el apoyo y aliento de mis hermanos. Además, recibo el apoyo de mi familia religiosa, los jesuitas, y de toda la iglesia en España. El respaldo de estos familiares y amigos me ayuda a mantenerme centrado en las cosas importantes y a continuar con mi trabajo cerca de los camboyanos más necesitados.