En 1991 Lars Von Trier todavía no era un director consagrado. Pero el cineasta danés, creador del movimiento Dogma, siempre quiso ser un autor singular, diferente. Ese año se estrenó su película Europa, en la que retrata en blanco y negro la historia de un empleado de ferrocarriles que recorre una Alemania destruida por la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un filme hipnótico, sugerente, dirán sus seguidores; tedioso como casi toda su obra, un tostón, para el espectador común. Sobre todo si éste pertenece a un grupo cargado de excitación, al cuerpo policial con más adrenalina en sus venas. La habrán visto miles de veces y la utilizan casi como herramienta de tortura para sus pupilos. “Te despertaban tras haber dormido un par de horas, te ponían la película y, si te quedabas dormido, te ponían una granada aturdidora en la mano y le quitaban la anilla para que no se volviera a repetir”, cuenta un agente que hizo el curso de acceso para ingresar en el GEO. Sólo los más fuertes consiguen llegar al Grupo Especial de Operaciones de la Policía Nacional.
La historia, sin embargo, no empieza aquí. Tanto los que logran ingresar en la unidad como quienes se quedan por el camino suelen preferir mantener el anonimato. El grupo operativo del GEO cuenta aproximadamente con un centenar de hombres -sí, hombres, no hay una sola mujer- y se encarga de las operaciones más peligrosas, por lo que revelar sus secretos les puede poner en riesgo. Son un pequeño escuadrón donde reina el hermetismo y entrar en él no es nada sencillo. Esta semana se conocieron los resultados de las últimas pruebas de ingreso y de los 311 aspirantes, sólo 12 lo consiguieron. La dureza de las pruebas impidió que ni siquiera lograran cubrir las 17 plazas ofertadas. Nuestro protagonista, al que llamaremos Roberto, las superó hace unos años: “Fueron siete meses de puro infierno”.
Pero tampoco ese es el verdadero inicio. Primero hay que pasar unas pruebas físicas, un examen psicotécnico y una entrevista personal, todo con carácter eliminatorio. Sólo es necesario ser previamente policía nacional, no estar suspendido ni realizando una segunda actividad y poseer el permiso de conducir tipo B. A Roberto, cuyo nombre es ficticio, le parece que “la parte física no es excesivamente dura, cualquier agente que esté en forma la puede aprobar”. Consisten en nadar 50 metros en un máximo de 40 segundos, correr 8 kilómetros en 39 minutos, saltar verticalmente un mínimo de 53 centímetros y hacer al menos 12 dominadas. Las cuatro mujeres -a quienes se les exige las mismas marcas que a los hombres- que se presentaron en esta última ocasión cayeron en esta fase. Al curso final suelen llegar unos 90 aspirantes -92 en la última convocatoria-, seleccionados entre los que han obtenido mejores notas en las pruebas previas.
Entonces sí llega lo bueno. Los candidatos a ingresar en el cuerpo de élite de la Policía se trasladan durante 30 semanas a las dependencia del GEO en Guadalajara, donde tiene su sede. “Sin que esté dividido formalmente, sí que se perciben dos partes diferenciadas: al principio está enfocado en el desgaste físico y mental; y una vez superado esto se afrontan cuestiones más técnicas o tácticas”, explica Roberto. Aquí ya se produce otra criba, pues en las primeras semanas se concentran la mayoría de las bajas. “Muchos se van por lesiones y otros porque no soportan la presión psicológica. Lo que intentan todo el tiempo los instructores es llevarte al límite para que cada uno conozca dónde está su máximo. Y, curiosamente, suele estar más allá de lo que uno se piensa”, prosigue el agente.
Es entonces cuando llega Lars Von Trier con su tono machacón, sus planos interminables y su blanco y negro. “Lo de la granada le ocurrió a un compañero -aclara Roberto- que se había quedado dormido. Le quitaron la anilla y, claro, no volvió a cerrar los ojos. Era una granada aturdidora, de las que hacen mucho ruido cuando estallan. Si explota no te va a pasar nada, no te vas a morir, pero el susto es muy gordo”. Un día normal para estos 90 tipos puede consistir en irse a la cama a las 10 de la noche y levantarse dos o tres horas más tarde. Bien sea para ponerse a ver cine o para cruzar el río Tajo en camiseta y bañador “con el agua helada”. “Es enero y en Guadalajara hace mucho frío. Nos llevaban al río o a la piscina de las instalaciones para hacer pruebas de submarinismo, pero casi era peor cuando nos metían en una sauna a 80 grados y te quitaban el reloj. No sabías el tiempo que podías estar allí, pero perdías la noción de todo. Juegan, además, con la privación del sueño y eso te deja descolocado”.
Unas cuantas hostias
Algunas de estas pruebas aparecen en una docuserie de Amazon Prime llamada Geo. Más allá del límite, para la que el director David Miralles tuvo acceso a cientos de horas de rodaje, aunque también tuvo que omitir escenas para no comprometer la seguridad del cuerpo. En la serie se hizo famoso por sus aires de sargento de La chaqueta metálica el inspector Pelayo Gayol. “En la realidad son muy duros contigo, pero también te protegen cuando es necesario. Todo lo que sale en la serie es real, pero hay otras muchas pruebas más que no aparecen”, cuenta Roberto. Una de ellas consiste en subirse a un tablón en un séptimo piso y aguantar mirando al vacío. También hay carreras nocturnas, se pasan túneles de madrugada completamente a oscuras o se organizan combates de kick-boxing con miembros de la unidad operativa, “que son verdaderos maestros en artes marciales”. “No te van a reventar, te pegan con cuidado, pero te llevas unas cuantas hostias”. A diferencia de lo ocurrido con la serie de Amazon, la Dirección General de la Policía no ha querido esta vez ofrecer ningún detalle para este reportaje.
El curso tiene su fase de tierra, su fase de agua y su fase de aire, con pruebas específicas en cada caso. Quienes accedan a la unidad pondrán en práctica lo aprendido en estas maniobras, pues entre sus funciones están la liberación de rehenes, la neutralización de bandas terroristas, ejercer como francotiradores, prestar servicio en embajadas o representaciones consulares de extrema peligrosidad o realizar actividades subacuáticas para buscar víctimas o desactivar explosivos. El caso más recordado es el del agente Francisco Javier Torronteras, que murió como consecuencia de una explosión cuando los terroristas del 11M se inmolaron en el piso franco que tenían en Leganés. “El curso es muy jodido, pero luego el trabajo es peor. Cuando sales de allí siempre se dice que el operativo está verde, y es verdad”, reconoce nuestro protagonista. Así que él no censura la dureza de las pruebas ni de sus instructores.
Tampoco en su promoción, de la que prefiere no dar detalles para que no se le pueda identificar, se cubrieron todas las plazas. Ocurre siempre igual. Los elegidos pasan a ingresar en el cuerpo de élite más exigente de la Policía, donde se van a encontrar con situaciones límite. “Yo recuerdo dos momentos. Uno fue una persecución en coche a una banda que le había pegado una paliza a José Luis Moreno, no sé si recordarás el caso. Pues hubo que reducirlos en marcha y, aunque fue muy arriesgado, salió bien. El segundo lo narra uno de los compañeros que salen en el documental, que cuenta que estuvo a punto de perder la vida en el asalto a un barco. Yo estuve allí, era una embarcación de narcotraficantes que llevaban un cargamento de droga. Había que entrar a saco y, por un momento, él se quedó por debajo del casco y dejé de verle. Yo también temí entonces por su vida, se me paró el corazón. Pero, por suerte, rápidamente se repuso y logró salir”.
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De Guadalajara a Bagdad
Cuenta, como un día más en la oficina, un viaje a Irak, donde estuvo desplegado varias semanas en la Embajada española en Bagdad. “Estábamos fuera de la zona verde [el recinto de mayor seguridad de la ciudad, en el que se alojaban las instituciones y embajadas como la estadounidense] en un momento en el que había bastantes atentados contra objetivos locales. De vez en cuando escuchabas explosiones y decías ‘joder’...”. Coincidían en el mismo recinto con los alemanes, “esos sí que eran tíos mazaos de dos metros”. “Nosotros, los GEO españoles no cumplimos con ese estereotipo: somos gente fuerte, sí, pero más atlética”. Su unidad operativa es el único cuerpo de las Fuerzas de Seguridad en el que no hay mujeres -sí las hay en la sección de apoyo del GEO, que se encarga de tareas administrativas-. “Yo conozco a más de una que podría pasar las pruebas físicas, pero entiendo que se les pida los mismos requisitos, ya que se trata de una unidad muy exigente en la que hay que ser capaz de hacer ciertas cosas y si no llegas, puedes ponerte en riesgo al comando y a ti mismo”.
El hombre al que hemos venido llamando Roberto durante todo este reportaje pasó las pruebas, midió sus límites, superó el umbral del dolor y cumplió como GEO, pero ya no pertenece al cuerpo. Lo único que le puede achacar es que, como en otras unidades de las Fuerzas de Seguridad del Estado, “existe cierta carencia de medios y los que hay necesitan una actualización”. ¿Arrepentirse? “No, en absoluto. Si te va la marcha, llegar a GEO es lo máximo. A nivel operativo no hay nada por encima y, además, supone una gran satisfacción personal saber que todavía te queda algo cuando piensas que has llegado al límite de tus fuerzas". Como ese escalador que sube el Tourmalet y piensa: 'un poco más, un poco más'. Pero también, como ese mismo ciclista, al que el paso de los años le pesa en las piernas. “Efectivamente, esto es como ser un deportista de élite, es una carrera que dura unos cuantos años, pero los golpes ya no los aguantas igual y la resistencia no es la misma”. El “infierno” por el que pasó Roberto para llegar hasta aquí tiene premio para unos pocos. Aunque tras esa recompensa no había un paraíso, sino el purgatorio.