Después de haber mantenido al mundo en vilo durante horas, la reina Isabel II de Inglaterra falleció ayer jueves, 8 de septiembre de 2022, a los 96 años. Este mismo año había celebrado el fastuoso Jubileo de Platino por sus 70 años al frente de la jefatura del Estado. El fin del segundo reinado europeo más longevo de la historia después del de Luis XIV será considerado sin duda alguna en el futuro como el fin de una época. Como el punto final simbólico del viejo Imperio británico.
Que Isabel II iniciase su reinado despachando con Winston Churchill y lo haya acabado con una reunión con la nueva primera ministra británica, Liz Truss, es un dato representativo del cambio profundo que ha experimentado el Reino Unido en los 70 años que ha durado un reinado cuyo impacto ha sido incluso superior al de la reina Victoria.
Cuando nació Isabel II, las colonias británicas ocupaban un quinto de la superficie terrestre. Al morir, Reino Unido ni siquiera pertenece a la Unión Europea, su influencia mundial ha declinado notablemente, Escocia amenaza con la independencia y el brexit ha puesto en peligro los acuerdos de paz de Irlanda. Además, son varias las naciones de la Commonwealth, en las que el rey británico sigue siendo la cabeza del Estado, que están presionando para transitar hacia una forma republicana de gobierno.
Isabel II vivió la desintegración del imperio, que culmina con su propia muerte. Su sucesor, su hijo Carlos, podría asistir a la descomposición del propio Reino Unido.
Un mundo cambiante
La reina destacó por su discreción y por cumplir con su papel institucional con una profesionalidad fuera de toda duda. Isabel II concilió el respeto a su función constitucional de no interferencia con un atento interés por la política británica.
Una de las claves de su prolongado y exitoso reinado ha sido la combinación de sus atribuciones simbólicas y su exigencia de neutralidad con una imagen de compromiso, implicación y responsabilidad.
Otra de esas claves ha sido su habilidad para adaptar la institución de la Corona, sin traicionar su esencia, a los cambios sociales y las nuevas sensibilidades. Una habilidad que sólo se tambaleó con su reacción ante la muerte de Diana de Gales.
Una figura unificadora
Una convención habitual entre los historiadores es la de tomar como unidades de referencia los reinados, como la época victoriana o la isabelina. Y, con toda seguridad, el de Isabel II será la principal ancla de esos historiadores cuando analicen y estudien el siglo XX y las dos primeras décadas del XXI. Porque la reina de Inglaterra encarnaba un mundo que muere con ella.
La monarca vivió la II Guerra Mundial, el convulso proceso de descolonización británica, la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la salida del Reino Unido de la UE, una inaudita pandemia mundial y hasta una nueva guerra en suelo europeo. Isabel II ha sido un símbolo de estabilidad que ha sobrevivido a todos los grandes cambios del turbulento siglo XX. Prácticamente la única constante en un mundo que se ha transformado por completo.
Y lo ha sido porque su figura aunó la ceremoniosidad de una institución hereditaria de profundo arraigo con una longevidad personal inusual. En Isabel II se cumplió con rigor el principio monárquico que le exigía simbolizar la continuidad del Estado en contraste con la transitoriedad del resto de cargos públicos. Prueba de ello es que el 87% de los británicos no han conocido otro monarca.
Pero el fin de su reinado marca también el fin de esa era del consenso de la que el divisivo brexit es la mejor expresión. Porque la Reina era la única figura unificadora en un país cada vez más polarizado, en la línea de la mayoría de las democracias liberales.
Retos de la sucesión
Aunque la monarquía disfruta en Reino Unido de una estima transversal, la reverencia hacia la institución ya no es tan fuerte en una sociedad con hábitos y valores cada vez más alejados de los de una monarquía hereditaria. La popularidad personal de Isabel II garantizaba la continuidad plácida de la Corona, que ahora tendrá más difícil justificarse con un sucesor al que se le supone un reinado corto (hereda la corona con 73 años) hasta la entronización de Guillermo de Cambridge.
Porque incluso en Reino Unido, donde la monarquía parecía inmune a un cuestionamiento político, empieza a germinar un sentimiento republicano entre los jóvenes. Es verdad que ocho de cada diez británicos tienen una buena opinión de ella y que la institución siempre ha tenido la mejor valoración de todos los representantes públicos.
Pero los escándalos recientes protagonizados por algunos miembros de la Familia Real han erosionado la mística de la monarquía y la han "aterrizado" en el barro de la cotidianidad, desacralizándola en parte. La corona se hereda, pero no el respeto del que estaba investida Isabel en un tiempo que ya no será el mismo.
El tiempo de la estabilidad y la longevidad ha tocado a su fin. El nuevo rey británico deberá enfrentarse a una frenética época de incertidumbre. Deberá también justificar con su trabajo la razón de ser de la monarquía en un mundo que está muy lejos de ser el de 1952, cuando Isabel II sucedió a su padre en el trono.