Argelia negó ayer domingo que el Gobierno español le informara previamente sobre su cambio de rumbo respecto al Sáhara. La queja, que se suma a la llamada a consultas de su embajador y a la acusación de que nuestro país ha "traicionado por segunda vez" a los saharauis, contradice la versión del Gobierno, que ha sostenido en todo momento que Argel estaba avisada del reposicionamiento diplomático español.
Resulta difícil creer que el Gobierno de Pedro Sánchez haya decidido virar el rumbo de la diplomacia española en uno de los asuntos clave de nuestra política exterior sin haber atado todos los cabos sueltos. Y esos cabos son Marruecos y Argelia, pero también Estados Unidos, Francia, Alemania y la Unión Europea (UE).
Y de momento no hay pruebas de que no haya sido así, más allá de la reacción airada de Argel.
Esa reacción se daba por descontada en la Moncloa. Aunque el reposicionamiento de España en el tema del Sáhara beneficia a todos los Gobiernos implicados y abre la puerta a la posibilidad de que Argel se convierta en el principal suministrador de gas de la UE en sustitución de Rusia, es obvio que existen necesidades de política interna e incluso luchas intestinas en algunos Gobiernos capaces de alterar el plan mejor trazado.
Es muy probable que la reacción de Argelia sea sólo una sobreactuación más aparente que real. Pero también es cierto que España confiaba en que ni Marruecos ni Argelia se excedieran en su entusiasmo. Ni Marruecos alardeando de su triunfo, ni Argelia victimizándose de más por su aparente "derrota" en el asunto del Sáhara.
Enfado vehemente de Argel
Y ese ha sido quizá el principal error de la diplomacia española. Confiar en que Marruecos y Argelia se comportarían como un Gobierno democrático europeo frente a un pacto de largo alcance extraordinariamente complejo y que implica a varios actores con equilibrios e intereses geoestratégicos radicalmente diferentes.
Más allá de la posibilidad de que el Gobierno haya pecado de ingenuo, está la evidencia de que España está en manos de Argel. La principal preocupación de la Moncloa ahora no es si Argelia escenifica de forma más o menos vehemente su enfado, una representación destinada al consumo interno y regional, sino garantizar el suministro de ese gas del que depende nuestro país.
Tampoco Marruecos se ha comportado con la lealtad que habría deseado el Gobierno. Porque su reconocimiento de la españolidad de Ceuta y Melilla no ha sido explícito, sino más bien alambicado e indirecto. No deja de ser una buena noticia, en cualquier caso, el retorno de su embajadora a España por su cercanía a la monarquía alauita y especialmente a Mohamed VI.
Cuestión de sentimientos
Cuestión aparte es el análisis del asunto del Sáhara en clave de política nacional, pero también de política de partido.
El problema para Sánchez no es ya el rechazo de Unidas Podemos, que se daba tan por descontado como la escenificación de Argel, y que al presidente en realidad le importa más bien poco. Sino el rechazo del propio PSOE. Porque para el socialismo el asunto del Sáhara está en el ADN del partido. Un partido que comprende muy bien la diferencia entre los dilemas intelectuales (la pertenencia o no a la OTAN) y las lealtades sentimentales (con el Sáhara a la cabeza).
Sánchez no ha jugado tampoco bien sus cartas con la oposición. Porque es más que probable que, de haber consultado el cambio de estrategia con el PP, este le hubiera dado su apoyo. Pero manteniendo a los populares al margen de la decisión, quizá por miedo a filtraciones que echaran por tierra el plan, el PSOE se ha condenado a la soledad en un asunto en el que no le apoyarán jamás sus socios parlamentarios.
No sirve de excusa en este caso la supuesta acefalía del PP. Porque el PSOE sabe que el PP habla por boca de Alberto Núñez Feijóo y que el gallego es ya el líder del partido, aunque aún no sea todavía oficialmente su número uno.
A Sánchez le queda, eso sí, el único aliado que no ha perdido jamás: Bruselas, es decir la Unión Europea. A ella se suman Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido.
El problema es que varios de los Gobiernos de la ecuación, los del Magreb, son demasiado inestables y ventajistas como para fiarse al 100% de ellos. Quizá Sánchez, a pesar de su tradicional audacia, está masticando más de lo que puede tragar y apostando en una partida demasiado grande para las fuerzas de la España de 2022.
O quizá no. El desarrollo de los acontecimientos durante los próximos meses dará y quitará razones.