Javier Solana: "Los europeos saben que hay momentos en que deben dar la vida por una idea"
"Todavía no hemos visto en Ucrania un bombardeo como el de Alepo, pero estamos a punto de verlo" / "Negocié con Putin y no era fácil, pero si llegábamos a un acuerdo, él cumplía. Luego cambió" / "Si Putin destroza Kiev, no se lo perdonarán los ucranianos, pero tampoco los rusos".
20 marzo, 2022 03:38Vodka y botas de nieve. Dos notas del paisaje que envolvió el acuerdo arrancado por Javier Solana a Rusia allá por los noventa, cuando era secretario general de la OTAN. El eterno ministro –trece años seguidos en el cargo con Felipe González– es el único español que ha encarnado el alto mando de los ejércitos atlánticos.
Solana sabe lo que es la guerra. Él tuvo que 'apretar el botón' –coloquialismo en boga desde que Putin invadió Ucrania– para bombardear Serbia. "Existen momentos en que hay que decir sí a la guerra", afirma. Y esa frase, en su voz sobria y poco dada al humor, cobra una especial relevancia.
Físico de formación, bautizado políticamente por el PSOE de Suresnes, este hombre de gafas grises y gesto severo sabe lo que es dialogar con Vladimir Putin. En la misma mesa, frente a frente. Encontró a un hombre solitario, aguerrido en la negociación, pero cumplidor en los acuerdos. "Lo que pasa es que luego cambió mucho", revela.
A punto de cumplir los ochenta, Solana está muy lejos de la jubilación. Preside el patronato del Museo del Prado y lidera el centro para la Geopolítica de Esade. Precisamente, esta entrevista transcurre en la sala de juntas de esta escuela de negocios.
Aparece Solana flanqueado por su gabinete. Con el tiempo justo. No habla de la guerra de Ucrania como el que lo ha sido todo y ha dejado de serlo, sino como el experto que todavía consultan quienes toman las decisiones. De hecho, viajó el pasado febrero a la última Conferencia de Múnich, que reunió a los principales líderes mundiales para analizar el conflicto.
Fuera, llueve. Cielo color ceniza. No hay paredes en esta azotea, sino cristalera. Solana no utiliza el ascensor para alcanzar este último piso. Aparece por las escaleras. Tras una negociación delicada, acaba prestándose a las fotos y el vídeo. A lo largo de la charla, tendrá una goma en las manos. La estirará y la devolverá a su ser. ¿Qué es la diplomacia sino eso?
–Don Javier, ya disculpará que esta entrevista se haya convertido en un secuestro.
–Venga, venga, pregunte. Qué quiere.
El otro día, en una conferencia, usted afirmó: “Existen momentos en los que hay que decir sí a la guerra”. Esto, en la España de los cuidados, en una sociedad en la que muchos sólo han conocido la paz, resulta para algunos políticamente incorrecto.
Los europeos saben muy bien que hay momentos en que deben dar la vida por una idea. La Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial… Hoy afrontamos un momento muy delicado. La brutalidad y el sinsentido han vuelto. Debemos intentar que no ganen. Pero, en el siglo XXI, no pensábamos que los conflictos volverían a resolverse militarmente.
Este es el gran tema de nuestro tiempo. En un mundo en el que, hasta ayer, todos estábamos unidos luchando contra un virus o contra el cambio climático… De repente, una parte abandona la cooperación para lanzarse a la confrontación. Y de manera muy seria: Putin ha llegado a hablar de armas nucleares.
Usted dijo “sí a la guerra” con todas las consecuencias en Serbia. Me gustaría preguntarle por la dimensión psicológica de esos momentos. ¿Cómo es dar una orden de bombardeo?
La orden del bombardeo la dan los militares, pero yo era el secretario general de la OTAN. Son temas muy difíciles…
¿Fue la decisión más difícil de su carrera?
Lo que pasa es que siempre piensas que, cuando tomas esa decisión, el otro se lo va a pensar dos veces. De alguna manera, al decir que estás dispuesto a ir a la guerra frenas esa guerra porque el otro, en realidad, tampoco la quiere. Todo esto ha cambiado mucho, aunque el sufrimiento de Ucrania ha sido el mismo.
¿A qué se refiere?
Piense, por ejemplo, en la guerra de Siria. Fue tremenda. Ocurrió en un espacio más reducido que Ucrania, pero con una crueldad extraordinaria. Ahora estamos viendo en nuestra propia carne, en nuestro propio territorio, lo que tanta gente ya había sufrido este siglo en conflictos bélicos más pequeños, pero igualmente brutales.
El bombardeo de Alepo.
Todavía no hemos visto en Ucrania un bombardeo como el que Putin llevó a cabo en Alepo, pero estamos a punto de verlo.
En aquel momento, la OTAN intervino sin que se hubiera atacado a un país miembro de la Alianza. Hoy no lo hace. ¿El principal argumento para no hacerlo es el riesgo de la guerra nuclear o existen otros distintos?
El principal argumento es el riesgo de una guerra mundial. Quienes están en la confrontación son la OTAN, formada por Estados Unidos y Europa; y Rusia. Pero es que, además, China va a acabar jugando la partida en un sentido u otro. Creo que debería ahormarse un grupo de negociación formado por países dispuestos a parar esta masacre, incluido China.
"No toda guerra es genocida. El genocidio es algo muy serio. No se puede jugar con el término a la ligera"
En aquel momento, cuando la OTAN intervino en Serbia, se habló de “genocidio”. ¿Cuándo se rebasa esa frontera? Putin está asesinando a los ucranianos.
No toda guerra es genocida. El “genocidio” es algo muy serio. No se puede jugar con ese término a la ligera. Genocidio significa acabar con una raza o grupo social.
Usted calificó como “error” que la OTAN abriera sus puertas a Georgia en 2008, lo que supuso el ataque de Putin a este país. Pero hay algo incomprensible en todo esto, disculpe mi ingenuidad: ¿por qué Ucrania, un país libre y soberano, debe entregar su libertad para sobrevivir? ¿Por qué no puede entrar en Europa ni en la OTAN si es lo que quiere?
Es verdad que muchos países emprendieron ese camino de entrada en la OTAN, pero su posición inicial era muy distinta a la de Ucrania. Para entenderlo, debe usted mirar atrás. Ucrania era una parte muy importante de la Unión Soviética.
Miremos atrás, entonces.
El presidente Kruschev era ucraniano. ¿Recuerda cuando se levantó en la ONU, se quitó el zapato y pegó un golpe? Dijo: “Yo produzco misiles más deprisa de lo que ustedes fabrican salchichas”. Conocí la fábrica de misiles a la que se refería Kruschev. ¿Sabe dónde estaba? En Ucrania. Tecnológica, cultural y alimentariamente, Ucrania fue muy, muy importante para la URSS.
Ni siquiera usted, uno de los mayores expertos en el mundo sobre conflictos internacionales, vio venir la invasión de Putin. El tablero ha volado por los aires.
La masacre de los ucranianos es terrible. Pero, desde una perspectiva global, lo que más critico a Putin es haber dinamitado la nueva situación que habíamos alcanzado: empezábamos a dejar atrás la pandemia, habíamos encontrado una forma más inteligente de salir de la crisis económica ocasionada por el virus, estábamos encajando el cambio climático, la Unión Europea se coordinaba mejor…. Todo eso lo ha destrozado. Debemos tenerlo en cuenta.
Las guerras, imagino, tienen algo de partida de ajedrez. Parece que nadie sabe realmente qué busca Putin con todo esto. ¿Cuál es su teoría?
No creo que sea complejo. Lo que Putin tiene en la cabeza es corto y claro: que Ucrania forme parte de Rusia. Que no sea un país independiente.
Usted conoció a Putin. Trace, por favor, un retrato fruto de esa experiencia.
Lo conocí antes de que fuera jefe del Estado. Era primer ministro de Rusia. Estaba resolviendo la salida del presidente Boris Yeltsin, que estaba muy cansado y bebía mucho. Putin se encargó de arreglar esa salida para que la familia Yeltsin y sus bienes fueran respetados. Así estuvo unos cuantos años, hasta que Yeltsin se retiró y Putin se convirtió en presidente. Tiempo después hubo un acuerdo entre Putin y Medvédev.
Para alternarse en el poder.
Sí. Cuando uno era presidente, el otro era primer ministro. Y viceversa. Aquello duró hasta las siguientes elecciones, cuando Putin cambió la Constitución para perpetuarse en el poder. En 2008, cuando Rusia atacó Georgia, el presidente era Medvédev y tuve que negociar con él la salida de sus tropas de ese país.
Pero, en las distancias cortas, ¿cómo es Putin?
Hace varios años que no le veo. Percibí una persona solitaria. Se pretendía muy articulado en su mensaje. Decía las cosas que quería con relativa claridad. No había muchos matices en sus deseos. Simple y claro. Negociar con él no era fácil, pero si se llegaba a un acuerdo, se cumplía. En ese sentido, fueron buenos momentos. Lo que pasa es que luego evolucionó de una manera muy rápida, como vimos en la conferencia de Múnich, año 2007.
"Putin decía las cosas que quería con claridad, no había matices en sus deseos"
El otro día me dijo un alto cargo europeo que la UE no se tomó suficientemente en serio la exposición de Putin en aquel cónclave. Y que ahora se están arrepintiendo.
Putin dio un discurso durísimo. Contra los Estados Unidos, contra el mundo occidental, sobre su relación con la Unión Europea… En realidad, vino a decir algo así como “yo ya no juego la partida como la he jugado hasta ahora”.
Ha cumplido con su palabra.
Es que fue muy importante lo que Putin dijo en Múnich. Además, lo dijo de forma solemne. Empezaron nuevos problemas. En 2007, ya se había producido la guerra de Irak, que se llevó a cabo sin una resolución de la ONU. Dicho de otra manera: sin tener en cuenta a Putin. Él se sentía cada vez más fuera de las decisiones importantes. Paralelamente, China empezó a crecer de una manera extraordinaria. Rusia ya no era la potencia número dos, sino la número tres. Y a una distancia muy importante de las dos primeras.
El otro día, sostenía Borrell en una entrevista con este periódico que China podía y debía jugar un papel importante en la negociación. Si no me equivoco, usted también es partidario de ello.
Sí, China puede jugar un papel muy relevante. En las votaciones importantes de Naciones Unidas, se abstienen. No quieren tomar partido. Pero los portavoces chinos sí dicen, más o menos, que la culpa es de Estados Unidos por no haber sido suficientemente generosos. China no se quiere poner del lado de Rusia en la acción, pero responsabiliza a Estados Unidos. Le contaré algo.
Adelante.
Estuve hace unas semanas en la última reunión de la Conferencia de Múnich. Asistió el ministro de Asuntos Exteriores de China. Dijo claramente que no apoyaban los cambios de frontera conseguidos por la fuerza. Hasta ahí leyó. Se abstienen, no apoyan la invasión, pero… no culpan a Rusia.
Usted ya sabe lo que es negociar con Rusia: como secretario general de la OTAN, lideró el acuerdo de la alianza atlántica con Moscú. ¿Cómo es la mente de ese “homus sovieticus” del que habla la Nobel Alexiévich? Son muy diferentes a nosotros y resulta clave comprenderlo.
Rusia ha sido un gran país desde hace muchísimos años. Con una literatura estupenda y un gran listado de etcéteras. Rusia tiene un carácter relacionado con la tierra. A veces olvidamos lo siguiente: desde Lisboa hasta Vladivostok no hay un solo mar, una sola frontera artificial. Es un continuo. Lo lógico sería que, en un mundo globalizado, nos entendiéramos mejor. No nos separan los océanos.
No nos separa ni siquiera un estrecho.
Ni siquiera eso. Existe un respeto cultural intrínseco entre Rusia y Europa. Ese respeto alcanza un momento cumbre al final de la Segunda Guerra Mundial. Porque quien derrota a Hitler es Rusia. Los demás ayudaron, sí, pero la derrota fue a manos del Ejército Rojo. Recuerdo el cincuenta aniversario de esa guerra. Estuve en Moscú. Hablaron quienes habían participado. Fue impresionante.
El primer ministro inglés, John Major, dijo unas palabras muy emocionantes sobre el comportamiento de Rusia en esa guerra. El pueblo ruso es muy distinto al nuestro, es cierto.
Pero, ¿cómo es el pueblo ruso?
Tiene mucho orgullo. Carece de historia democrática, no disfrutaron de los valores de la Ilustración, que fueron los que nos hicieron cambiar a nosotros. Siempre han estado gobernados por monarquías imperiales o líderes revolucionarios. Son distintos, insisto, pero hay algunos motivos de comunicación muy especiales. Se dan a través de la cultura.
Antes me ha hablado de la Literatura. Ponga otro ejemplo.
La Filarmónica de Múnich es una de las mejores orquestas del mundo. El sábado pasado, para sumarse a la guerra, o mejor dicho, para sumarse a la paz, interpretaron un programa compuesto por obras exclusivamente rusas. El mensaje era: “Esto también es Rusia”. Y esa Rusia también debe ser reconocida hoy. Rusia no es sólo Putin. También es Dostoyevski o Prokófiev.
Precisamente, por motivos culturales, Putin no arrasa Kiev. Y está bloqueado porque se ha dado cuenta de que no puede conquistarla sin bombardearla.
El propio Putin escribió un artículo de más de veinte folios donde describe la relación entre Rusia y Ucrania. Dice que Ucrania es Rusia y que Kiev, en cierto modo, es una capital de Rusia. Si bombardea Kiev y la destroza, no se lo perdonarán los ucranianos, pero tampoco los rusos. No se lo perdonaría ni él mismo.
"Rusia no es sólo Putin. Rusia también es Dostoyevski o Prokófiev. Y esa Rusia también debe ser reconocida hoy"
Al poco de empezar la guerra, le llamé por teléfono para concertar esta entrevista. Usted me dijo: “Voy a ver si puedo jugar un papel útil en todo esto”. ¿A qué se refería?
He estado muy metido en lo que tiene que ver con Ucrania desde el primer minuto. Hablamos de 1991, cuando Ucrania y Rusia se hicieron independientes. Ucrania, en el momento de alcanzar esa independencia, era un país nuclear. Parte de las armas de destrucción masiva propiedad de la Unión Soviética estaban en Ucrania.
De pronto, había un nuevo país nuclear en el mundo, algo que nadie quería. Poco a poco se fue intentando que Ucrania se desarmara nuclearmente. A cambio, se garantizó la seguridad de sus fronteras.
El pacto de Budapest.
Efectivamente, suscrito en 1994. Ese acuerdo también garantizaba que, si Ucrania sufría un ataque, sería defendida por los firmantes del memorándum, entre los que se encontraban Estados Unidos, Rusia, Francia y Reino Unido. Eso, como ya habrá comprobado usted, no se ha cumplido. Pero me preguntaba usted por la frase.
Sí, por el “papel útil” que está jugando usted.
Lo dije porque, después del pacto de Budapest, estuve muy implicado [ya como Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad] en las elecciones ucranianas de 2004, que fueron importantísimas.
Vamos a ese momento, entonces.
Las ganó Víktor Yanukóvich [candidato prorruso, hombre muy cercano a Putin], pero se consideró que las elecciones no habían sido lo limpias que cabía esperar. De la mano del gobierno polaco, que tenía mucha influencia sobre Ucrania, conseguimos que se repitiera la votación. Las negociaciones con Rusia fueron dificilísimas.
Se repitieron y ganaron los proeuropeos.
Sí. Ganó Víktor Yushchenko, que había sido envenenado poco antes de la repetición electoral. Sufrió una enfermedad severísima. Se recuperó, pero se quedó con algunas secuelas. Putin todavía no ha perdonado que su candidato, Yanukóvich, perdiera aquellas elecciones. El siguiente hito importante llegó en 2014.
La revolución del Maidán.
Exacto. ¿Por qué surgió aquello? Europa estaba negociando un acuerdo de colaboración económica con Ucrania. Entonces, sí, ya gobernaba Yanukóvich. Cuando estábamos a punto de firmarlo, Putin le dijo a su candidato: “Niet”. Esa ruptura trajo el Maidán [unas protestas que acabaron con Yanukóvich fuera del país, huido a Rusia]. De todo esto podemos extraer una lección muy importante.
¿Cuál?
Los asuntos Rusia-Ucrania no tienen que ver sólo con la existencia o no de misiles. Putin tampoco quiere que Ucrania forme parte económicamente de algo que no sea Rusia.
En los últimos días se ha filtrado el borrador de un supuesto acuerdo entre Moscú y Kiev: parece que Putin está dispuesto a detener la guerra si Ucrania se declara “neutral”, renuncia a entrar en la OTAN y se niega a acoger bases extranjeras. ¿Le parecería un buen final?
No quiero valorarlo. Porque no lo conozco. Además, ha sido una filtración. No está reconocido por las partes. Putin está jugando otra vez porque la situación no le va bien. Pienso que necesita un poco de pausa para recuperar la fortaleza militar. No creo que un acuerdo de esa naturaleza le satisfaga a Putin, a no ser que lleve una letra pequeña muy distinta. Putin no aceptará ni una línea que permita la independencia de Ucrania.