Se suele decir, incluso en los pasillos de las propias instituciones europeas, que la Unión Europea real, la verdaderamente percibida a pie de calle por los ciudadanos españoles, franceses, alemanes o italianos, no es la del Parlamento Europeo, el Consejo, el Tribunal de Justicia o el Banco Central Europeo, sino la de tres pilares del europeísmo pragmático que todos conocemos muy bien: el roaming, las becas Erasmus y el euro.
Uno de esos tres pilares de la UE cumple hoy 20 años. Se trata del euro, que entró en circulación de manera oficial el 1 de enero de 2002, aunque por aquel entonces ya contaba tres años como moneda oficial y de uso corriente en la Eurozona. "¿Dejaremos algún día de pensar en pesetas?" nos preguntábamos por aquel entonces. La pregunta, en 2022, suena absurda: prácticamente nadie recuerda hoy las pesetas.
Hoy, el euro es la segunda divisa del planeta sólo por detrás del dólar estadounidense, la moneda de referencia internacional. Y ese es, precisamente, uno de los dos principales retos que debe afrontar nuestra moneda a lo largo de las próximas décadas, junto con el del nacimiento de su versión digital dado el cada vez menor uso de las monedas y los billetes físicos: el mantenimiento de su estatus como segunda moneda mundial frente al empuje del renminbi, la moneda china.
Una exigencia de Francia
Las dudas que suscitaba el euro en 2002, o incluso en 2012, cuando Mario Draghi, presidente del BCE por aquel entonces, dijo que haría "todo lo necesario" para salvarlo, han quedado despejadas. Pocos apuestan hoy en contra del euro y el compromiso de las instituciones europeas en su defensa es tan o más firme, si cabe, que en 2012.
Prueba de ello es el Fondo de Recuperación, el masivo plan de ayudas (750.000 millones de euros) destinado a restañar el impacto económico de la epidemia de Covid y del que España es uno de sus principales beneficiarios.
Pocos son conscientes hoy de que el euro nació en buena parte como una exigencia de Francia a cambio de su "sí" a la reunificación de Alemania. Es posible que los temores franceses a un tercer intento alemán de colocar a toda Europa bajo su yugo, tras las dos Guerras Mundiales que azotaron el planeta durante la primera mitad del siglo XX, no hayan quedado despejadas del todo.
Pero si ese deseo sigue existiendo hoy, el campo de batalla no es ya el de las armas sino el de la economía y la influencia política. Y sólo por ese avance, equivalente desde cierto punto de vista al que supuso la Transición para la España salida del franquismo, el euro ya ha merecido la pena tras 20 años de vida.
Riesgos europeos
Los riesgos para el euro son hoy tanto financieros como políticos. En el terreno de los primeros, generan nerviosismo las dudas sobre cuáles serán los resultados en la práctica de ese Fondo de Recuperación con el que España intentará sumarse al pelotón de cabeza de las principales economías europeas. Hoy, a causa de las rigideces del mercado laboral y la ineficiencia del pantano burocrático y tributario español, España se sitúa en un furgón de cola al que, por peso y potencial, no está condenada sin remedio.
Un segundo riesgo es la inflación que intoxica hoy las economías europeas y que se prevé transitoria, pero que de mantenerse en el tiempo podría obligar al BCE a retirar estímulos y aumentar los tipos de interés. Algo que resultaría letal para la economía española y que nos condenaría a una larga travesía del desierto.
En el terreno político, una explosiva situación en la frontera con Ucrania y la creciente beligerancia de una Rusia que se siente ya con la suficiente fuerza como para plantear órdagos de consecuencias imprevisibles a la UE.
También, ligado con ello, una política energética que, liderada por Alemania, ha primado la ideología (es decir, la fe en un sistema energético basado casi por completo en energías renovables) en detrimento de la única energía limpia capaz de sostener por sí sola economías desarrolladas como las europeas: la nuclear.
Prueba, sin embargo, de la fortaleza del euro es que ni siquiera los partidos que coquetean de forma periódica con la idea de salir de la UE se plantean ni por asomo renunciar a él. Y de ahí que sea posible decir, sin temor a error, que el euro es condición necesaria para la supervivencia de la UE. La pregunta es si será condición suficiente, dada la inestabilidad internacional. A España, desde luego, le conviene mucho que la respuesta a esa pregunta continúe siendo a lo largo de 2022 "sí".