No recuerdo qué elecciones fueron que un amigo invirtió el orden de las costumbres y fue a votar después de tomar el aperitivo dominical. Y con dos o tres vermús en el cuerpo cambió su decisión a última hora y, envalentonado, votó a Vox en vez de al PP, tal y como tenía pensado inicialmente. Esto ocurrió antes de que Rubén Amón acuñara aquello del partido del tercer gintonic.
Si yo fuese el que diseñara la campaña de la formación de Abascal, la primera medida sería que cada apoderado de Vox se hiciese con un par de botellas de anís La Castellana y otras dos de coñac, e invitase a todo elector que entrase al colegio a una ronda de pelotazos, como si se tratara de la cortesía de un Belén navideño, a la par que le leyese en voz alta los mejores tuits de Óscar Puente. Así, por el encabronamiento, los de verde alcanzarían la mayoría absoluta.
Hablo, medio en serio medio en broma, de estas reconsideraciones etílico-electorales de última hora, para hacer ver que pocas veces votamos cerebralmente siguiendo un razonamiento lógico, frío, calculador. Antes me creo que usted se haya leído el Ulises de Joyce que, por ejemplo, el programa electoral de Sumar. Programas electorales que luego, a la hora de la verdad, se parecen a la realidad lo que una foto promocional de un menú doble Whopper a un menú doble Whopper.
Echamos el sobre en la urna llevados más por el corazón o, en mayor medida, por los genitales; por mucho envoltorio argumental con el que pretendamos vestir una decisión tan orgánica, la de votar, como la de esputar o defecar.
Cierto es que, además del votante volátil in extremis, está la especie del elector inamovible, que ya sabe que votará al PSOE o al PP en las municipales de 2027 y en las europeas de 2029. Igual de irracionales.
Y es que en definitiva se vota como juegan los equipos de Mourinho, a la contra. Hay que ser muy ingenuo para ejercer el derecho al voto con ilusión, con ánimo constructivo. Es como si nos detienen y nos ilusionamos porque el policía nos haga saber que tenemos derecho a guardar silencio y a un abogado de oficio.
Para que luego te toqué Gonzalo Boye, quien te va a defender con el mismo ímpetu que Maatsen a Carvajal en el primer gol de la final de la Champions.
¿Se imaginan levantarse con la esperanza de que tu vida va a cambiar para bien por darle tu voto a Dolors Montserrat o a Teresa Ribera? ¿Con qué cara va uno a votar a Jorge Buxadé o a Irene Montero?
Yo, que soy de la especie indecisa, al punto de que no escojo el tema de estos artículos de casapuerta hasta que no han pasado ya un par de horas sobre el plazo de entrega, me encuentro, como el columnista José Antonio Montano, en el dilema entre votar al PP o a Izquierda Española (¿y por qué no a Ciudadanos?) para las europeas del domingo.
La procastinación es mi amiga. Otro amigo, con cierta dislexia verbal, fue a hacerse un estudio de pisada para comprar las zapatillas ideales para correr una media maratón, y le dijo al dependiente que él no era supinador sino "procastinador". El vendedor, con no poca guasa, le conminó a que fuese a recoger las zapatillas el mismo día de la carrera, "media horita antes".
Pero retomando mi dilema electoral, me pregunto cómo puedo dudar entre opciones a priori tan diferentes como el Partido Popular e Izquierda Española. La única ligazón que veo entre ambos proyectos es que están enfrentados a Pedro Sánchez.
Y es que, no nos engañemos, aquí "lo uropeo" nos importa lo mismo que a Rajoy en lo de Alsina. Votamos con las gónadas y en clave nacional, plebiscitaria: o con Sánchez (PSOE, Sumar, Indepes y Vox) o contra Sánchez (PP, Cs e IE).
Porque sí, no se equivoquen, votar a Vox es votar a Sánchez y viceversa. Ese par de fuerzas. Entre los dos partidos hay una relación de simbiosis: los de Abascal serían el pajarito y los de Sánchez, el rinoceronte.
Montano, fiel a su estilo ligero y antifolklórico, descartó a Izquierda Española porque sus líderes se tocaron con una gorrilla de chulapos por San Isidro: él se refiere a la parpusa, cosa que a mí me suena a las sardinillas pequeñas que ponen en Chiclana (parpujas).
A mí, de los de Guillermo del Valle, lo que más me echa para atrás es que apelen al voto izquierdista como si este fuera superior o más válido que el que pueda venir del centro o de la derecha desencantada que, en definitiva, es la que le va a votar. ¿Cuál es acaso la línea editorial de los medios que han impulsado a los jacobinos? Izquierda Española tiene que aceptar que va a recibir un voto a pie (a mano, mejor dicho) cambiado.
Y luego, claro, está el PP. ¡El PP! Al que uno vota con la ilusión con que se toma un plato de lentejas en el comedor universitario o con la que se sienta a ver un Alcorcón-Numancia. Es el partido del "cogito ergo sum", o sea, el que se vota por Descartes.
Que incluyan a otro filósofo, Savater, cerrando la lista, no justifica que haya hasta tres casos de hemofilia (¡compruébenlo!) en la misma, con lo que a mí me abruman las repeticiones: Dolors Montserrat Montserrat, Isabel Benjumea Benjumea y Daniel Marí Marí. Cualquier excusa es buena para no votar al PP.
Visto el panorama, permítanme acabar con un pareado: "Como al bueno de Montano / aún nos queda Ciudadanos".