Casi no voy a escribir sobre la última entrega distópica de la saga Putin (cada vez más, Putler), quien, con los cuerpos aún calientes de ciento y pico ciudadanos rusos asesinados por yihadistas, prioriza culpar a Ucrania.
Que la seguridad en su Estado securitario es algo secundario, lo sabíamos. Crocus, las cenizas del Donbás y las tumbas de docenas de miles de soldados rusos son la realidad de esa "protección" de los rusos de la que habla un régimen crecientemente demencial.
Pero el aparato de Putin está más centrado en asesinar a Navalnis y desertores, perseguir gais, expulsar a periodistas e instaurar un régimen de terror y deportar niños en la Ucrania ocupada que en las amenazas reales contra el pueblo ruso.
En mi última columna hablé sobre cómo la Rusia de Putin avanzaba hacia el protototalitarismo. Pero lo reconozco, este régimen sigue superándose a sí mismo en mezquindad y cinismo.
Ya ven ustedes la surrealista competición propagandística entre el Kremlin y el Estado Islámico. Nicolás de Pedro ha escrito también al respecto en EL ESPAÑOL.
No, hoy quiero hablarles de España y del futuro país que deberíamos construir juntos.
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Para entrar de lleno en algunas de las cuestiones que deberían ocupar mucho más nuestros debates, nada como salir con regularidad de esta olla recalentada que es Madrid y de su burbuja autorreferencial (aquí meto tanto las guerras culturales y las obsesión con políticas de identidad de izquierda y derecha, como los sainetes y las venganzas de la Corte).
Una de las conversaciones más sustantivas que he tenido recientemente no ha sido en una gran conferencia madrileña, ni conectándome a ninguna tertulia televisiva. Ha sido en la mesa de una sidrería gijonesa tras la presentación de mi libro ucraniano, hablando sobre el futuro de las plantas asturianas de Arcelor.
Esas plantas representan un 12% directo del PIB regional, más del 20% indirecto, y una parte no irrelevante del nacional. Industria estratégica en el aire ante la incertidumbre sobre las inversiones de la familia Mittal, incluido un plan verde con una planta de reducción directa del mineral de hierro.
Tenemos por delante el desafío de mantener un sector siderúrgico español que siga siendo potente y de hacerlo, además, en un contexto donde avanzan, de forma desigual, las políticas de descarbonización. En Italia, la "derechista" Meloni, tras hablar con los sindicatos, ha optado por nacionalizar la planta del grupo en Taranto para salvar el empleo y buscar nuevos inversores.
España no tiene política industrial desde hace décadas, por lo menos. Esto también afecta a la defensa nacional.
Empresas de nuestra industria de defensa cuentan cómo, tras años de externalizar cadenas de valor, incluidos elementos básicos para producir pólvora (¿se acuerdan también de cómo en la Europa avanzada la pandemia nos sorprendió sin mascarillas?), y por el desinterés de la clase gobernante, la reinvasión rusa de Ucrania y la creciente amenaza rusa a nuestras fronteras nos cogen sin apenas existencias ni reservas estratégicas para nuestra propia defensa.
A algunos de estos retos intenta dar respuesta la nueva Estrategia Europea de Industria de la Defensa, que establece el objetivo de alcanzar un 35% de mercado armamentístico intracomunitario para 2030 frente al 18% actual.
¿Que Europa quiere dejar de depender de Estados Unidos? No me extraña, vista la deriva de Washington.
Pero para eso hay que ponerse las pilas y tomar decisiones ya.
Todo esto atañe, y mucho, a España. Tras mi presentación, algunos entre el público se pronunciaron en contra del "rearme". Otros, a favor, visto lo visto desde 2022.
Yo recordé que hoy se rearman China y Rusia, que ha triplicado su presupuesto de defensa y que está en guerra con Europa y Occidente.
¿En Europa? Sólo los escandinavos (de todos los colores políticos) y alguno más que sabe lo que tiene enfrente.
Que le cuenten al primer ministro francés Édouard Daladier. No quiso ser el primero en movilizarse frente a Hitler (aunque sí intentó responderle), tuvo que tragarse Múnich con un Chamberlain que le esquivaba, y el resto es historia.
Bienvenido sea el debate abierto, y bienvenido Macron por la audacia. Hablemos más y mejor de estas cosas de cara a las europeas y otras elecciones.
No tenemos tiempo que perder.