Precioso primer partido de semifinales de la Supercopa de España. Hubo emoción, nada menos que ocho goles, e intensidad y rivalidad máximas, sí. Pero rodeadas de un entorno de notable deportividad.
Fue, el de la noche del jueves, un gran evento deportivo con un problema aún mucho mayor: se celebró en uno de los países más represores del mundo.
No tiene el menor sentido que una competición española se dispute fuera de España. O quizá sí, tal vez podría tenerlo. Porque, a menudo, en el mundo del fútbol, se toman decisiones en función de determinadas ventajas económicas.
Pero, desde luego, el dinero no puede estar por encima de la conciencia. Y, en este caso, los dirigentes deportivos españoles que tomaron la decisión de llevar a cuatro equipos a competir en Arabia Saudí han entregado algo muy difícilmente compatible con el rigor de conciencia. A cambio, eso sí, de 240 millones de euros en seis años.
Toni Kroos, el mediocampista alemán del Real Madrid, ha alzado la voz al respecto y, en consecuencia, ha recibido abucheos y pitos desde la grada. Pero, al mismo tiempo, se ha ganado también el reconocimiento y la admiración de numerosos individuos cuya integridad les invita a defender los derechos humanos en cualquier rincón del planeta.
También, por supuesto, en el siniestro lugar donde se celebra la Supercopa. Una Arabia Saudí donde Amnistía Internacional y otros organismos humanitarios denuncian las continuas violaciones de los derechos humanos de homosexuales, mujeres y migrantes.
No es difícil preferir instituciones que promuevan la defensa de la justicia social y la libertad individual a otras que se decanten por la generación de millones de euros adicionales en un entorno en el que, desde luego, ya hay muchos.
Pero la Real Federación Española de Fútbol que comandó demasiado tiempo Luis Rubiales alcanzó, a través del (en este caso) comisionista Gerard Piqué, un acuerdo que en la práctica entregaba decenas de millones al fútbol español cada año a cambio de que nuestros clubes contribuyeran al blanqueamiento de la imagen de Arabia Saudí.
Por supuesto, esa no es la versión oficial. Pero sí la real.
Resulta un despropósito de sobresaliente dimensión que un evento tan significado como la Supercopa de España se celebre en Riad, el lugar desde el que el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, mandó a su particular grupo de torturadores para retener, asesinar y descuartizar en 2018, en la embajada saudí en Estambul, al periodista disidente de The Washington Post Jamal Khashoggi, residente en Estados Unidos.
Este fin de semana, nuestros cuatro equipos triunfadores en 2023 continuarán luchando por ganar la XL edición de la Supercopa de España, el primer trofeo del año.
En el fondo, a todos los ciudadanos a quienes indigna la falta de observancia de los derechos humanos esenciales les resulta irrelevante quién venza en el torneo. Al disputarse en el Reino de Arabia Saudí, ya hemos perdido todos.