Demos por hecho que este domingo Pedro Sánchez perderá las elecciones. Y hagamos un balance, un diagnóstico objetivo y omnisciente, de su figura.
Si la economía va bien (no "como una moto", pero sin duda mejor de lo esperable tras el batacazo que trajo la pandemia), si hay nuevos derechos sociales (de esos que el PP siempre recurre en la oposición, pero luego no deroga al llegar al Gobierno), si su imagen internacional es tan buena como para que hasta sus detractores le auguren un alto puesto en la UE o en la OTAN (hasta el punto de que han confesado en privado que "un Gobierno de Feijóo apoyaría esa candidatura"), yo auguro que la Historia le tratará bien.
Qué digo bien, ¡muy bien! Es más, creo que Sánchez ha sido el presidente que necesitábamos en estos años convulsos.
Como, por mucho que las encuestas digan hoy, esto es un ejercicio de ficción, y como el líder socialista es caricaturizado por sus oponentes (y "por el 90% de la opinión publicada") como alguien irreal, convirtamos esta columna en otro tipo de artículo periodístico: la reseña de una obra artística, una crítica cinematográfica, o literaria.
Una creación de ficción es un todo. Planteamiento, nudo y desenlace, ya la diseñe el autor como novela o cuento, ya como drama o cómic. Se establece un punto de partida, se mete al protagonista en líos y, finalmente, se los resuelve. Si el escribidor quiere vender mucho, el héroe triunfa. Pero si se deja llevar por sus deseos, lo acuchilla, que el papel lo aguanta todo, pero el ego del artista, no tanto.
Hay en la caja de herramientas de la libertad del autor todo tipo de trucos para darle interés a la trama. Uno de ellos es que el protagonista tenga alguna rara habilidad inexplicada y oculta de manera explícita, cuyas consecuencias son las que van desvelando su verdadero carácter y generando expectación en el lector o espectador.
Pero todas esas trampas (recursos estilísticos) están tomadas de la realidad. Al fin y al cabo, el arte no es más que un hábil juego con representaciones de la vida misma. En fin: que Pedro Sánchez no ha inventado nada. Y que, aunque parezca irreal, en verdad lo que ocurre es que él siempre anda una o dos viñetas por delante.
Ese es el verdadero secreto de su manual de resistencia: anticiparse. Cuando parece audaz, es que él ya ha leído el futuro. Y cuando arriesga, lo que está haciendo es tomar una decisión que genera las condiciones que le cuadran a él.
También puede ocurrir, como en el XIX, que vender mucho signifique abundar en la síntesis romántica de un personaje principal maldito. Pero eso es la excepción histórica, a pesar de que los folletones de Hugo y los manuscritos (no con tinta sino con bilis) de Dickens sean mi patria de adopción literaria.
Y la excepción no vale como marco teórico de una tesis. Menos aún para esta, arriesgada: sostengo que en unos años diremos (todos, o casi) que Pedro Sánchez puso muchas cosas en riesgo, pero le salió todo bien, así que algo tendría. Como a todos, pasado el tiempo, le olvidaremos los "cambios de opinión" y las "indecencias".
Los cronistas de la historia política concluiremos que su chulería era firmeza, que su inconsistencia era audacia y que sus muertos algo habrían hecho. Incluso tras el tambaleo de su última cabriola, adelantando las generales al 23-J. Porque, yendo a la esencia del personaje, esa es la característica principal de nuestro héroe: su imprevisibilidad.
Si el presidente Sánchez fuera, de verdad, el protagonista de un guion basado en hechos reales, el autor habría elegido bien el planteamiento. Salido de la nada, un guapo insustancial que deviene en príncipe y ha de librar batallas en la corte (con engaños y degüellos) antes de que se le avasallen los barones.
Un carácter como el suyo, tan excesivo en las jugadas de riesgo y los cadáveres por la borda (admitirán conmigo los dramaturgos) necesita un libreto que le dé omnipresencia y que las candilejas se concentren y tornen en un spotlight, todo para "su persona". Para que sea creíble un héroe tan extremo la historia debe ser él, no sus circunstancias.
El interés del personaje estribará, entonces, en su increíble capacidad para cambiar los marcos del relato. Esa será la aventura, y todo autor sabe que dar con un carácter así es manejar una joya. Porque a más intrépida la acción, más subtramas. Y como en los libros de Elige tu propia aventura, no importa la decisión que tomen él, su antagonista o el narrador, porque Sánchez sobrevive. Y más fuerte siempre.
Y el relato funciona, precisamente porque la credibilidad del personaje reside en el crecimiento exponencial de lo impredecible.
Por otro lado, todo héroe tiene un propósito. En el caso del nuestro, convengamos (es lo lógico) que venía escrito en su programa electoral, legitimado por el apoyo mayoritario de sus seguidores.
Y sí, Sánchez tiene (ya hemos dicho) mucho ego, pero como todo protagonista de una trama precisa de un alter ego que encarne su lado oscuro. Ese que no lo aconseja ni bien ni mal, sino por su interés personal. Ese que genera tensiones con varias capas, entre la relación de conveniencia, la pelea de gallos y la ambición compartida. ¿El malo era Casado? ¿"Con Rivera no"? ¿Acaso el muy evidente Abascal? No, el antagonista fue Pablo Iglesias, magnífica elección.
Porque fue nuestro héroe el que se buscó por adelantado el relato del insomnio, para tener ya hallada y prevista la solución del abrazo. Pero esto es arte, amigo lector, y en la penitencia llevaba el pecado. Para cumplir el propósito (el programa) no tenía más remedio que hacerse acompañar de otros malvadillos de menor y más baja estofa. Y haber mentido, desdecirse de los compromisos, perder la condición de héroe inmaculado y ser llamado villano.
No hay drama creíble en el que el héroe no tenga dobleces y en el que no se coja algo de cariño a su rival.
Eso también lo tenía descontado. ¿O no habíamos leído más arriba que nuestro protagonista hubo elegido esos "principios" también por conveniencia? Quién sabe si eran, son o alguna vez serán los suyos. Qué más da cambiarlos por otros si esa decisión (ya se adelantó él, tomándola como eventual) sirve al propósito. Si es "un medio que, a veces, justifica un fin".
Del elenco de secundarios que generan acciones y aventuras (Ábalos, Irene Montero, Mohamed VI, Villarejo), esos que vienen y van a conveniencia de la trama (y recordemos que aquí la trama es él, Pedro), siempre habrá en toda narración uno al que etiquetar de Rasputín. Desde su tumba (o desde el tarro que dicen que guarda su exagerado pene), aquel viejo susurrador del zar debe de sentirse glorioso. Uno de los arquetipos necesarios para toda buena historia (estereotipo ya presente en Shakespeare y Cervantes) tomó el nombre estándar del ser real que uno fue. Y no hay más que ver las ínfulas de Iván Redondo.
Él miraba y se miraba (aún lo hace y se lo hace) en las tragedias del bardo inglés, intentando explicar las de Pedro bajo esos eternos esquemas. Y, en realidad, tratando de impregnarse del aroma del príncipe. Pero nuestro Hamlet le olió algo podrido, se adelantó a la traición e Iván acabó como tantos. Acuchillado, como Polonio, detrás de una cortina. Qué curioso.
¿Y la estructura, el armazón, el índice de capítulos? Nadie ha sufrido en la Moncloa tantos avatares como el presidente Sánchez. De hecho, ni una historia de ficción bien armada habría soportado una pandemia, seguida de un volcán, sazonada con una Filomena y culminada con una guerra. Cuatro imposibles de esos cuya repetición probable en los libros de Historia oscila entre los 80 y los 100 años. Es decir, eventos irrecordables por cualquiera (o casi) de los presentes vivos.
Pero él ha lidiado con todos seguidos, en fila y por turnos. Increíble en la ficción. Pero como la realidad no hace falta creerla, Pedro pasó a ser, en vida, un héroe contra los elementos, un luchador incansable, un guapo caballero encaramado al dragón hasta vencerlo.
Y ahí demostró su inteligencia política. Inventó los eurobonos (que el autor, la Comisión Europea, convirtió en los fondos de recuperación, para no ponérselo tan fácil al protagonista). Decretó confinamientos contra el virus y no en el episodio de la gran nevada (con lo que demostró una cintura de torero). Comprometió su apoyo bélico a Ucrania como nadie esperaba, un compromiso con la OTAN impasible frente a sus socios. Y recibió, finalmente, la bendición inesperada del personaje externo que unge (¿y justifica?) al héroe, el emperador Biden.
Otra genialidad del guion de Sánchez es haber creado la subtrama, al inicio de la historia, del fracaso mendicante en un pasillo de Bruselas por 20 segundos de atención. También el capítulo de culpas de ida y vuelta que le siguió. Más grande será el éxito, por pequeño que sea, si el camino empieza en un sonoro tropezón.
También es más que novelesco (de serie de Netflix) la retahíla de enemigos caídos. Y más aún que sólo Abascal quede en pie al final de legislatura. Poco importa que lo desnudaran Rivera y Casado, que predijeran lo que vendría: Bildu, los indultos, "la banda" colonizando instituciones.
O sí importa. Ellos eran el 'coro griego' de esta tragedia, anticipando los males venideros. Y Pedro el héroe les venció en las urnas y en la vida. Todos están fuera, menos su comodín del fascio. Y si esto fuese ficción, parecería hasta burda esta maniobra. Un recurso paleto de autor novel. Un final facilón para rematar la fluidez del relato.
Pero él lo quiso, así lo previó, no cambies al enemigo si ya conoces su cara y ojos. Es más, engrandécelo. Eso hará más grande tu victoria. O justificable tu derrota.
Pedro Sánchez no es un hábil superviviente, ya lo dijo él, es un resistente. Y su resiliencia nos ha guiado a la salida de una década de inestabilidad. Su empeño en batir récords ha reducido brechas de desigualdad.
Hoy se habla de reindustrializar, de competitividad, de inversión extranjera. Veremos si acaban por ser verdades o se quedan en palabras, pero antes no se preveía esa deriva de la historia para su sucesor. Con comunistas en su Gobierno, logró alojar la cumbre más decisiva de la OTAN en décadas y cuando todas las miradas le siguen en Europa, se le acusa de guapo, lo mismo que le sigue pasando a las guapas. ¡Hasta en eso es feminista!
Toda esta habilidad de cintura y reflejos, esta supervisión (no el oficio, sino el superpoder) fueron, incluso, reflejadas en ese Manual de resistencia, más citado que leído. Y explican el porqué de esta campaña lamentable del PSOE. Él ya sabía que perdería las elecciones, porque Pedro Sánchez siempre va una viñeta por delante.
Desengáñense, esto de hacerse la víctima, esto de ser arrasado en un debate y en lugar de negar el fracaso regodearse en él durante días ("es que me rebelo, por eso perdí los nervios") nosotros lo vemos en directo, pero para él ya es el pasado. Él ya sabe dónde irá, qué será de él. Y que la Historia lo tratará bien. Si no, no se entiende.